Castronuño, Franco y la vaca lechera

Hay historias que merece la pena ser contadas. Fueron pequeños guiños contra un régimen que segó de cuajo las libertades de un país que durante años solo podía moverse por el “Ordeno y mando”

Por María Torres

Hay historias que no se almacenan en los libros pero que permanecen inalterables, guardadas como reliquias en la memoria de quienes las vivieron. Son pequeños tesoros que un día, por una casualidad casi mágica, emergen del recuerdo. Es entonces cuando debemos desempolvarlas, quitarles el óxido de los años y prepararlas para ser compartidas.

Hay historias que merece la pena ser contadas. Fueron pequeños guiños contra un régimen que segó de cuajo las libertades de un país que durante años solo podía moverse por el “Ordeno y mando”.

Esta es la historia de un pequeño pueblo de Valladolid: Castronuño, y de cinco valientes (así es como yo quiero creerlo), que por espacio de tres minutos, el tiempo que invirtieron en interpretar una canción, se atrevieron a desafiar al pequeño dictador.

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Castronuño se encuentra en plena meseta castellana, bañado por el Duero. Aunque su nombre original fue otro, a mediados del siglo XII, fue reedificada por Nuño Pérez, alférez mayor de Alfonso VII tomando entonces el nombre de aquel.

En las décadas de los 30 a los 40, a Castronuño le fue expropiado el mejor y más fértil terreno de su vega para la construcción y puesta en funcionamiento de los canales San José y de Toro y la central hidroeléctrica “Presa de San José”. Ejecutaron su construcción mano obrera y no represaliada o penada. Casi todos eran originarios de Castronuño, San Román de Hornija, Villafranca del Duero y algunos andaluces. No se usó maquinaria. En su lugar infinitas reatas de burros cargados con serones llenos de “chinarros” se utilizaron para taponar la presa.

Se inició su construcción en 1941 y se finalizó en el año 1945, siendo inaugurado el embalse de San José en Castronuño el 3 de octubre de 1946, por supuesto por el pequeño dictador. Sobradamente conocida es la sed de inauguraciones que tenía Franco, sobre todo las de pantanos y presas que salieron tan caras a la propaganda franquista. No dejaron de crear falsas expectativas de progreso nunca materializadas. (“Esperasteis decenios al agua que regase vuestros campos; esperasteis siglos la justicia social para vuestros hombres y yo os aseguro que una y otra se harán y se continuarán, pues las aguas llegarán pronto a vuestras vegas y campos, a lamer el pié de vuestros muros y la justifica social no se detendrá por nada ni por nadie” (F. Franco)

El sucesor de la política hidráulica de Primo de Rivera, alternaba las firmas de las sentencias de muerte con la inauguración de pantanos para su propio lucimiento. Cierto es que durante el franquismo se extendió en gran medida la superficie cultivada de regadío gracias a la construcción de embalses y pantanos, pero algunos de ellos ya habían sido proyectados y/o iniciados durante la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República.

Según los datos facilitados por la prensa de aquella época, el coste de la obra fue de 1.877.000 en estructuras, 1.761.000 en expropiaciones, 5.198.000 en la presa y 1.367.00 en estructuras metálicas.

“Queda inaugurado este pantano para mayor gloria de la nación”

Castronuño era un pueblo tranquilo. Más de veinte de sus habitantes habían sufrido la represión franquista, fusilados en un pinar a las afueras del pueblo. Tiene el honor de ser uno de los catorce pueblos de Valladolid donde nunca ganó las elecciones la derecha.

Era un tiempo de silencio y hambre. La construcción de la presa había dado trabajo, aunque duro, a muchos de sus vecinos. Era un tiempo donde cada lunes, una procesión de mujeres de Castronuño, descendían al Duero en comitiva por la empinada cuesta de la Muela, cargadas con toda la colada, las palanganas y las tablas de lavar. No disponían de red de alcantarillado  y las viviendas carecían de agua corriente.

Llegó el día de la inauguración. Alboroto en el pueblo con la llegada del caudillo que había dormido la noche anterior en el cuartel de Puente la Reina en Zamora. Los vecinos se amontonan alrededor del embalse. Parecía estar todo preparado cuando de pronto, el Alcalde y maestro del pueblo, aunque no nacido en él,  Santos Pérez Curto, recibe el aviso de que el vehículo que trasladaba a la banda de música destinada a amenizar la inauguración de su excelencia había sufrido un accidente.

¿Dónde se ha visto una inauguración de un pantano por Franco sin música? A alguien se le ocurrió la idea de buscar a los vecinos de Castronuño que tocaban algún instrumento para ver cómo entre todos podían solventar el asunto. La Guardia Civil se encargó de ir en su “busca y captura” y allí se presentaron todos, o casi todos. Demetrio Madroño, conocido como “El Jeringa” se encontraba en aquellos momentos en la cárcel por la gracia del inaugurador. Sus padres fueron fusilados durante la guerra y él y su hermana encarcelados por considerarlos elementos peligrosísimos para el régimen.

A la mayor urgencia se improvisó una nueva banda bajo la dirección  de Lorenzo “El músico”, y compuesta además por su esposa la señora Pepa, Pepe “El Gato”, Fabriciano y Victoriano. En total dos trompetas, un trombón, un tambor y un bombo. Sin posibilidad de ensayos previos como la ocasión se merecía, se situaron en el lugar de privilegio próximo a las autoridades. Allí estaba el gobernador civil esperando al caudillo, rodeado de falangistas que se habían desplazado al evento desde Zamora y Valladolid.

La presa disponía entonces de un puente peatonal (ahora adaptado para el paso de vehículos) Para acceder a él había a cada uno de los lados una escalera. Sobre una de esas escaleras se encontraban dos niñas, Luisa Hernández y su amiga Araceli López, deseosas de presenciar el espectáculo. Al aproximarse Franco fueron echadas de allí por varios falangistas.

Y llegamos al momento de la inauguración… Franco diciendo eso de “… queda inaugurado este pantano”, el público aplaudiendo y la banda de música comenzando con los acordes de… “La vaca lechera”. Si, Franco inauguró la presa de Castronuño con esta popular canción.

Según relata Almudena Grandes en «El lector de Julio Verne», la vaca lechera era el canto subversivo que utilizaban en la Sierra Sur de Jaén cuando la guerrilla de El Cencerro hacía algún acto heroico. Una especie de Internacional en los años cuarenta que la Guardia Civil había prohibido cantar.

Me niego a creer que esos músicos no supieran entonar cualquier otra como el típico pasodoble. Estoy casi segura que “La vaca lechera” fue su gesto de rebeldía ante el dictador. (Tolón, tolón, tolón)

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