Antes de que llegue el fin (después de leer y ver El Colapso)

“si renunciamos al petróleo, al gas natural y al carbón, no quedará nada de nuestra civilización termoindustrial. Según una estimación, sin esos combustibles un 67% de la población del planeta perecería.”

Por Angelo Nero

El colapso es un proceso, o un momento, del que se derivan varias consecuencias delicadas: cambios sustanciales, e irreversibles, en muchas relaciones, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos -acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores-, la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de comunicación, del orden antecesor.

Importa subrayar, de cualquier modo, que algunos de los rasgos que se atribuyen al colapso no tienen necesariamente una condición negativa. Tal es el caso de los que se refieren a la rerruralización, a las ganancias en materia de autonomía local o a un general retroceso de los flujos jerárquicos. Esto al margen, es razonable adelantar que el concepto de colapso tiene cierta dimensión etnocéntrica: es muy difícil -o muy fácil- explicar qué es el colapso a un niño nacido en la franja de Gaza; no lo es tanto, por el contrario, hacerlo entre nosotros.

CARLOS TAIBO

La pandemia que ahora está asolando nuestro mundo, está poniendo en evidencia, más que nunca, aquello que se viene pregonando desde la izquierda, alejada de las veleidades socialdemócratas, “el capitalismo mata”. Ya no es un sistema que admita reformas, si alguna vez esto fue posible, si no que se impone un radical cambio de sistema, porque la propia subsistencia del género humano depende de ello, quizás del propio planeta que habitamos, y que el capitalismo ha explotado hasta el agotamiento.

Son muchas las voces que, como las del profesor Carlos Taibo, vienen advirtiendo desde hace tiempo, desgraciadamente silenciadas por los grandes medios de (in)comunicación –uno de los pilares de este sistema que nos lleva hacia un horizonte falso para disimular el abismo que ya está a nuestros pies-, de las consecuencias  de continuar por este camino basado en el consumo desaforado, en el crecimiento de unos pocos a cuenta de otros muchos, de la explotación ilimitada de recursos limitados, especialmente de los combustibles fósiles, “si renunciamos al petróleo, al gas natural y al carbón, no quedará nada de nuestra civilización termoindustrial. Según una estimación, sin esos combustibles un 67% de la población del planeta perecería.

En “El Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo”, Taibo nos señala con abundantes argumentos la fase terminal del capitalismo, en la que ya estamos entrando, por mucho que queramos ignorarlo,  aunque este no es un libro que se limite a apuntar diagnósticos sobre este enfermo que, si no lo remediamos, acabará por matarnos a todos, sino que también apunta un puñado de recetas para encarar ese escenario en el que los mecanismos de dominación del sistema dejen de funcionar, bien por un colapso energético o derivado de una irreversible crisis climática: “parece inevitable que la temperatura media del planeta suba al menos dos grados con respecto a los niveles anteriores a la era industrial. Cuando se alcance ese momento nadie sabe lo que vendrá después, más allá de la certeza de que no será precisamente saludable. Además de un incremento general de las temperaturas se harán valer una subida del nivel del mar, un progresivo deshielo de los polos, la desaparición de muchas especies, la extensión de la desertización y de la deforestación, y, en fin, problemas crecientes en el despliegue de la agricultura y la ganadería.

Este colapso señalado por Carlos Taibo vendrá acompañado por una serie de elementos que ya están asomando: la crisis demográfica, un aumento creciente de la pobreza, de las hambrunas y de la escasez del agua, la  expansión de epidemias y pandemias, el aumento de la desigualdad de género, la crisis financiera, la quiebra de los estados más débiles, las secuelas de la subordinación de la tecnología a los intereses privados, una huella ecológica disparatada, y una inquietante idolatría del crecimiento económico.

La vacuna contra este virus del capitalismo que nos ofrece modestamente Taibo es la “recuperación del viejo proyecto libertario de la sociedad autoorganizada desde abajo, desde la autogestión, desde la democracia y la acción directas, y desde el apoyo mutuo,” lo que él denomina la Transición Ecosocial, que el resume en cinco verbos: decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar ydescomplejizar. Es urgente para caminar en esta dirección opuesta al abismo, un escenario de menor movilidad, dónde prime el transporte público, la descentralización de la economía, basada en la autosufiencia y la ausencia de explotación, la abolición de la sociedad patriarcal, la reducción de la oferta de bienes y de los productos importados, la recuperación de la vida social y del apoyo mutuo, la descentralización de la sanidad y de la educación públicas, una vida política basada en la autogestión y la democracia directa, la desurbanización y la rerruralización.

La alternativa de no apostar por este camino, el reverso del colapso, es el Ecofascismo, el peligro más inminente del capitalismo terminal. Aunque a muchos les resulte difícil digerir este término, ya que siente que la ecología y el fascismo son ideologías opuestas, hay que recordar que dentro del propio partido nazi operaba “un poderoso grupo de presión de carácter ecologista, defensor de la vida rural y receloso ante las consecuencias de la industrialización y de la tecnologización. Cierto es que este proyecto se volcaba en favor de una raza elegida que debía imponerse, sin pararse en los medios, a todos los demás.” Y no estamos hablando de grupúsculos marginales como el Movimiento Emergente Veganista latinoamericano, de clara inspiración fascista, sino de los que emergen de los principales centros de poder, político y económico, conscientes de la escasez de recursos que se avecina y decididos a preservarlos para unos pocos afortunados, en un proyecto de darwinismo social militarizado, que llevaría a la marginación y al exterminio de una buena parte de la población mundial.

Así que, ante este colapso inminente, Taibo señala dos escenarios posibles. El primero es el de aquellos que entienden que solo nos queda esperar que se produzca para que la mayoría se dé cuenta de que es necesario un cambio de sistema, que me recuerda mucho a aquellos primeros meses del confinamiento, cuando todos decían que de esta pandemia iba a resultar una sociedad mejor, más solidaria y consciente de los cambios que había que afrontar. El segundo es una urgente salida del capitalismo, hacia espacios autónomos autogestionados, desmercantilizados y despatriarcalizados.

 

Hay un tercer escenario, que señala el colectivo francés Les Parasites, creadores de la serie L’Effondrement, en el que nos narra el principio del fin, donde la civilización se desmorona, se desata el caos y la única regla que se impone es la lucha por la supervivencia.

En la serie de Guillaume Desjardins, Jérémy Bernard y Bastien Ughetto, los tres realizadores de Les Parasites, nos muestran en ocho frenéticos capítulos de veinte minutos cada uno, una serie de postales del apocalipsis, rodados en plano secuencia, que nos muestran cómo, en cuestión de minutos, el colapso puede subir un peldaño más, hacia ese abismo que Carlos Taibo nos dibuja con precisión en su libro. Aquí no nos muestran las causas del principio del fin, al fin y al cabo no es esencial el detonante, tan solo de manera vaga en el último capítulo –quizás el más flojo de la serie, en mi modesto criterio-, sino los efectos inmediatos, dos días después, cinco, 45 o 170 días después de que el sistema se venga abajo, y la gente emprenda una desesperada huida en medio de un “sálvese quien pueda”.   

El primer capítulo tiene como escenario uno de esos iconos del capitalismo cotidiano: un supermercado. Ese paraíso seguro de consumo, donde todo está a nuestro alcance, se convierte en la antesala del infierno cuando todo comienza a fallar, algo que no se nos antoja muy lejano, después de vivir en propia carne las escenas de los primeros días del estado de alarma, con desabastecimiento en algunos productos, militares a la puerta de algunos hipermercados y largas colas para entrar. El segundo nos lleva a una gasolinera, subiendo la tensión social y la desintegración del orden, donde una chispa puede terminar por incendiar esas colas de pacientes ciudadanos que, hasta el momento, todavía acatan una cierta autoridad. Cámara en mano, seguimos a varios protagonistas de un puñado de historias que no pueden tener ya un final feliz.

La covid-19 ha mostrado a todo el mundo que nuestra sociedad tiene límites, que el sistema en que vivimos es más frágil de lo que nos pensamos. Y para muchos, debe de ser la primera vez que lo piensan. Nuestra serie trae una visión concreta de lo que podría ser el resultado de un largo periodo de crisis”. Apuntan los creadores de la serie, pese a que se rodó antes de la irrupción del virus en nuestras vidas, como si de una moderna profecía se tratase, aquí no hay invasiones alienígenas, ni catástrofes naturales, no necesitan de grandes efectos especiales para meternos el miedo en cuerpo, si bien en el capítulo sexto, La Central, nos muestras algunos de los efectos secundarios del colapso, que pueden precipitar un final apocalíptico, lo que si nos muestra es una huida desesperada, deshumanizada, incluso en aquellos escenarios en los que es posible atisbar una esperanza, como en La Aldea, del capítulo cuarto.

Aunque bien podían haberse inspirado en el libro de Taibo, los integrantes de Les Parasites se han basado en varios autores de la llamada colapsología, como Jacques Blamont, Vincent Mignerot o Philippe Bihouix, pero especialmente en Gauthier Chapelle y Pablo Servigne, autores del libro L’entraide: l’autre loi de la Jungle, de 2019. Este último señala en una entrevista sobre el libro: “Nuestra corazonada es que este colapso ya comenzó, y que es difícil detenerlo. Creo que vamos a vivirlo, y que ya no se trata de intentar evitarlo, sino de vivirlo lo mejor posible. Podemos usar esta metáfora: un árbol grande se está cayendo, y podemos gastar mucha energía para tratar de retenerlo; pero para mí es inútil, es un desperdicio de energía. Es mejor tratar de poner su energía en los brotes jóvenes. Esta metáfora —más bien amable— esconde de hecho realidades más oscuras: es muy posible que los años venideros sean muy duros.

Si el libro de Carlos Taibo nos ofrece, al menos, alguna salida a ese colapso inminente, la serie francesa ni tan siquiera les da una salida de emergencia a aquellos que, como los que pregonan el ecofascismo, han venido preparando un plan b para salvarse, a costa de quien sea y al precio de que sea, porque cuando lo único que importa es la lucha por la supervivencia, al final, no hay demasiadas esperanzas para el género humano, ni tan siquiera para lo peor del género humano que tan sólo desea tener un día más con vida, sin importarle cuantos de sus semejantes queden atrás.

Tanto el libro como la serie, con la diferencia evidente de las dos propuestas, son una advertencia que nos debería hacer reflexionar de hacia dónde queremos caminar como sociedad, de si queremos seguir siendo parte de este engranaje, de este sistema capitalista que ahora agoniza y que, si no lo remediamos, acabará matándonos.

“El Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo”, Carlos Taibo (Editorial Catarata, 2016)

L’Effondrement, Francia, 2019. Dirección: Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins, Bastien Ughetto. Reparto: Bellamine Abdelmalek, Lubna Azabal, Lola Burbail, Thibault de Montalembert, Audrey Fleurot, Samir Guesmi, Claire Guillon, Caroline Piette, Philippe Rebbot, Pierre Rousselet, Bastien Ughetto. Productora: Canal +

1 Comment

  1. El capitalismo lo ha inundado todo o casi todo, puede que todos los productos creados, queden en los almacenes amontonados, mientras la sociedad sucumbe.
    Todo puede ser, tengamos en cuenta que la ideología capitalista en marcha es casi imposible de parar.
    Cojamos como ejemplo las miles de empresas familiares que queman el Amazonas en pro de que tienen que alimentar a sus hijitos. Ese argumento se puede encontrar en cualquier parte del mundo.
    Eso es casi imposible de parar.
    El capitalismo propugna el individualismo hasta la atomizacion, mientras en sus cúpulas se organizan cada vez más y mejor.
    Cómo frenarlo?

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