Blancos de ojos azules

«La extrema derecha europea se ha sumado a una extraña cruzada por tildar a Putin, alguien a quien admiraban y de cuyo país recibían (presuntamente) jugosas financiaciones, de comunista, de demonio, del enemigo.»

Por Adrián Juste

Hace poco me llegó por Whatsapp una petición para acoger a niños refugiados de la guerra de Ucrania. Esa misma persona había despotricado hace años contra quienes huían de un terrible conflicto militar en Siria, tildándoles de poco menos que terroristas. “Pues si tanto quieres a los refugiados, mételos en tu casa”, decía entonces.

Que la solidaridad, el altruismo y la empatía tienen sesgos racistas es obvio, pero no deberíamos tolerar estos mismos sesgos a los grandes medios de comunicación, que llegan al terrible esperpento de difundir incluso por redes sociales las instrucciones detalladas de cómo apuntarse de voluntario al ejército ucraniano.

¿Alguien se imagina a cualquier medio dando ofreciendo información para participar en la Guerra Civil de Siria o en el conflicto palestino-israelí? Por supuesto que no. Es más, españoles que fueron a apoyar al ejército kurdo en su defensa contra el DAESH fueron posteriormente juzgados por la Audiencia Nacional por pertenencia a banda terrorista.

Un baremo que no se aplica cuando se lucha del lado de milicias neonazis con amplios crímenes a sus espaldas, como asesinatos, torturas o agresiones sexuales. Milicias como Batallón Azov que, por cierto, salen una y otra vez en la cadena pública, e incluso encumbrados en la cuenta oficial de Twitter de la ONU.

Este blanqueamiento del neonazismo en Ucrania, que se lleva produciendo desde que estalló la guerra en el país en 2014 (sí, el país lleva en guerra desde entonces) es solo una pieza más dentro del relato occidental encaminado a ofrecer una versión polarizada de un conflicto que tiene décadas.

Relato que se ha traducido en decenas y decenas de bulos, mentiras y tergiversaciones que incluyen la publicación de un vídeo de un videojuego que se vendió en prime time como una escena de la guerra. Auténticos esperpentos que dejan las mentiras sobre el atentado del 11M como simpáticas anécdotas.

Por el camino, la extrema derecha europea se ha sumado a una extraña cruzada por tildar a Vladimir Putin, alguien a quien admiraban y de cuyo país recibían (presuntamente) jugosas financiaciones, de comunista, de demonio, del enemigo. Previo borrado de decenas de tuits y material gráfico, por supuesto. No sea que el dato te desmonte el relato.

De paso, ignorando también que Putin se apoya en una retórica imperialista, en elementos supremacistas y en partidos y grupos también ultranacionalistas, tradicionalistas y agresivos.

Como añadido, (parte de) la izquierda occidental anda perdida, para variar, apoyando sin darse cuenta a uno u otro nacionalismo barato ignorando, por desconocimiento o por voluntad propia, las miserias de ambos bandos, incluso aceptando la responsabilidad de quien ha sido el primero en sacar a pasear los tanques en nombre de la paz y de la democracia.

La polarización interesada de los medios

En un debate en diferido que tuvimos en Al Descubierto con el youtuber antifeminista Sergio, más conocido como Un Tío Blanco Hetero, defendía la postura contra Rusia y el foco en el conflicto y en la defensa de Ucrania debido a que (según él) nos afecta directamente, no como lo que pasa en Yemen o en Sudán. Algo así como que han atacado a Europa y que, por lo tanto, eso nos sitúa inmediatamente de un bando concreto.

Y que, por lo tanto, todo era poco para la defensa del país europeo: enviar armas, sancionar a Rusia, censurar medios prorrusos, etc.

No deja de ser un ejemplo personal, pero refleja perfectamente esa dicotomía casi absoluta en la que se ha convertido el conflicto. Como casi cualquier problema ideológico, social, político, económico… que pasa por la maquinaria reaccionaria y mediática que nos rodea, esto va de bandos, del “ellos” contra el “nosotros”. La invasión de Rusia a Ucrania no es una excepción.

Eso sin entrar en el hecho de que las guerras y los problemas en África o en Oriente Medio por supuesto que nos afectan. La Guerra Civil de Siria en 2015 cambió para siempre el panorama político de Europa cuando la extrema derecha aprovechó la crisis de refugiados para construir su agenda y su discurso de odio. Por poner un ejemplo.

No hay medias tintas en esta cruzada: si dudas en armar a civiles o a neonazis, si planteas las miserias detrás de cada parte o si denuncias crímenes de guerra, o eres un malvado prorruso o un otanista comprado por Estados Unidos.

Por supuesto, esta situación no es alentada por los principales medios y partidos políticos por casualidad. Es más, es una prueba más de que de fondo hay intereses concretos, económicos y políticos, pero también ideológicos.

¿Cómo puede ser que tan poca gente repare en lo espeluznante que resulta que los medios de comunicación hablen de simulaciones de guerra nuclear? No encuentro palabras para describirlo.

Sin espacio para las discrepancias

Mientras tanto, (casi) nadie escucha a los civiles ucranianos. Nadie piensa en los grupos antifascistas, de izquierdas o democráticos a los cuales les importa muy poco los intereses nacionalistas, y que, sí, se defenderán de una invasión y de las que hagan falta, pero se enfrentarán también a la institucionalización e instrumentalización del nazismo en su país, de la corrupción y de ciertas leyes autoritarias.

Pero no hay espacio para hablar de eso cuando la polarización destroza el sentido común y el debate. Porque no se trata de que expertos en geopolítica de distinta opinión expliquen nada. Eso debería ser lo mínimo. Se trata de poder opinar, debatir e informar con independencia de falsos dilemas y categorizaciones maniqueas.

El periodista e investigador experto en extrema derecha Miquel Ramos, muy poco sospechoso de apoyar imperialismos y ultranacionalismos varios, se ha quejado de esto mismo en redes sociales. 

“Quienes llevamos años exponiendo a las extremas derechas de todas partes nos encontramos atrapados en este fuego cruzado”, escribió en un artículo para Público.Ucrania se ha convertido en un punto de reunión internacional para neonazis y mercenarios, en ambos bandos. Y pase lo que pase, en algún momento vamos a tener que hablar de esto.”

Una vez más, se trata de un ejemplo personal, pero que he podido ver en más profesionales (escritores, historiadores, investigadores, periodistas, sociólogos…) de mi alrededor. También en mí mismo. Y lo que conlleva: mensajes indeseables en redes sociales, acusaciones vacías, etc.

Me sorprendo a mí mismo decidiendo qué publicar o qué opinar, pensando en quién me considerará prorruso o proucraniano. Absurdísimo.

La invasión de Putin a Ucrania es un acto de guerra que no debería ser justificable en modo alguno, igual que la manipulación mediática, el uso del extremismo de derechas, de ideas conservadoras y de teorías de la conspiración ridículas de las que se sirve el mandatario ruso para sembrar la muerte en su país vecino mientras mete en la cárcel al que se atreve a protestar.

Por otro lado, el imperialismo de Estados Unidos, que trata a Europa como un títere, se traduce en una política exterior agresiva e interesada que ha utilizado casi cualquier herramienta a su alcance para aumentar su esfera de influencia, ya sea comprando a los talibanes o a los nazis.

No hay espacio, en mi opinión, para defender con fuerza a ningún bando, pero sí para pensar en la gente de Ucrania que está siendo asesinada y que lo está perdiendo todo, y también en las personas rusas que no solo pagarán en sus bolsillos las sanciones a su gobierno, sino que serán víctimas de un odio sin parangón y de señalamientos en todo el mundo, como de hecho ya está pasando.

Ya de paso, no estaría de más pensar en todos los conflictos armados que estamos ignorando, así en general, y que sí que nos afectan aunque las víctimas no sean personas blancas de ojos azules.

Pensar también en Yemen, cuya hambruna la ONU cifra que alcanzará a unas 19 millones de personas.

O en Siria, que continúa en una guerra que ha sumido el país en la misera más absoluta, con el 90% de la población por debajo del umbral de la pobreza.

Tampoco estaría de más pensar en Libia. Desde que la OTAN metió mano en el país en 2011, los conflictos militares no han cesado, ni parece que estén cerca de finalizar, siendo actualmente más un estado fallido dividido en reinos de taifas que otra cosa.

Y podríamos seguir: República Democrática del Congo, Somalia, Etiopía, Sudán… países que lo más seguro es que la inmensa mayoría ni sabrían situar en el mapa.

La polarización: un problema endémico

Conversando con mi familia, amistades y entorno cercano en general, especialmente entre quienes no suelen interesarse mucho por la política, pero también en todo tipo de perfiles, he visto un mínimo común denominador: el hastío por la política.

Rascando en la cuestión, este rechazo a las cuestiones políticas no vienen de la política en sí. Más bien, viene de que las opiniones y los discursos políticos separan a la gente en bandos antagónicos cada vez más alejados entre sí.

O eres “rojo” o “facha”. O “prorruso” o “imperialista”. No niego que todo el mundo tenga su parte de responsabilidad en esta continua segmentación social, pero, como decía V en V de Vendetta, “unos son más responsables que otros”.

Siempre he defendido que “lo personal es político”, pero la dificultad en llegar a cuestiones de “estado” y alcanzar acuerdos en problemas como la pandemia, el cambio climático o la pobreza, vienen casi exclusivamente del mismo lado. Que la época de mayor crispación social coincida con el auge de la extrema derecha no es casualidad.

Al menos en España, la crisis financiera de 2008 y las protestas sociales surgidas como respuesta a la política de recortes y de privatizaciones impuestas a partir de 2010 por la “troika” europea convirtieran la política en un tema de debate cotidiano como hacía décadas que no sucedía nunca tuvo como intención que fuese un arma de división y de crispación social.

Por desgracia, los problemas de un país son rápidamente arrojados a la cara del rival político, los parlamentos se desvirtúan y la gente está cada vez más frustrada y deprimida viendo cómo sus problemas solo hacen que aumentar mientras dos señores debaten si es culpa de los negros o no.

Este problema, cada vez más endémico, aplicado a una guerra como la de Ucrania, con toda la complejidad y todos los matices que puede tener (y que un servidor ni por asomo se atreve a afirmar que comprende), puede devenir en una auténtica catástrofe. 

Y, por desgracia, esto no tiene visos de terminar. Solo queda seguir abogando, desde el sentido común y la coherencia, por la pluralidad de ideas, la diversidad de opiniones, el respeto, la empatía, la ciencia, el conocimiento y la información.

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