Bendita Rendición

Estoy en plena rendición, no voy a hacer ninguna marca y no voy a recorrer todos los senderos que pueda. Simplemente iré, y si me quiero sentar en una roca o en el borde de un camino y quedarme allí escuchando al viento, lo haré.

Por Iria Bouzas | 18/03/2024

Definición de “serenidad” según la Real Academia Española:

1. f. Cualidad de sereno.

Sin.:
  • tranquilidad, calma, sosiego, aplomo, entereza, flema, imperturbabilidad, estoicismo, firmeza, silencio, quietud, placidez.
  • aplomo, moderación, valor.

Este mes cumplo 47 años y me siento extremadamente cansada. Como decían en Tomates verdes fritos: “Soy demasiado vieja para ser joven y demasiado joven para ser vieja”

Tengo la sensación de que, ya desde hace unos años, he empezado a caminar en la dirección contraria a la que lo hace todo lo que me rodea. Las cosas van cada vez más y más rápidas y yo voy cada vez más y más despacio.

El mundo está lleno de titulares que ya han empezado a caducar apenas cuando los periodistas han empezado a escribirlos. Las discusiones duran tres tuits, los amores dos posts de Instagram y las amistades se quedan intentando sobrevivir asfixiadas por la distancia dentro de fríos y asépticos grupos de WhatsApp.

En los últimos meses me he quedado huérfana de madre, se me han rodeado los ojos de arrugas de tanto llorar y me he visto a mí misma quedándome sin fuerzas a medida que iban pasando las semanas.

Así que situada en un pensamiento persistente de que ya es tarde para mí, de forma instintiva he vuelto a hacer algunas de las cosas que hacía al principio de mi vida cuando el mundo no era tan maravilloso como por lo visto lo es ahora.

La molesta ansiedad me ha llevado a volver a pasear, la necesidad de no pensar me ha devuelto a las salas de cine, el deseo de perderme me ha refugiado en los libros, la tristeza me ha hecho dedicar mi tiempo a estar con mis amigos y la renuncia a seguir corriendo me ha permitido volver a tener tiempo y ganas para charlar, reflexionar o simplemente observar la vida pasar sin tener que salir corriendo para ir a algún otro lado en el que nunca he pensado realmente si quiero estar.

Una de estas últimas noches, durante unas horas, me permití volver a ser feliz en una sala de jazz de Madrid. Felicidad de esa que viene sola, la que sale de dentro, esa que no es necesario ni planificar ni forzar.

Felicidad vintage de una vida vintage.

Me he quedado sin fuerzas para seguir el ritmo del mundo y seguramente ya no volveré a poder reengancharme a él, y esto se supone que es algo terrible. Así que no sé cómo voy a explicar que lo que yo siento es que me he quedado sentada tranquilamente en un banco de piedra comiendo sabrosas castañas asadas y bebiendo delicioso vino mientras veo a los demás correr incansablemente hacia un lugar al que yo ahora sé que no voy a llegar nunca.

Este artículo lo estoy escribiendo un sábado por la mañana desde una biblioteca pública a la que he llegado después de desayunar tranquilamente en mi cafetería favorita. Necesitaba desesperadamente poder beber un café para ponerme en funcionamiento porque ayer por la noche llegué tarde a casa. Me fui sola al cine y luego estuve un buen rato sentada en mi coche escuchando el sonido de la lluvia mezclado con música clásica mientras me comía un paquete de patatas fritas por el que tenía mucho antojo.

No sé si habrá por ahí algún TikTok de alguien que se quede un viernes por la noche en el coche para escuchar un rato la vida, pero imagino que no, porque cuando te paras a escuchar la vida irremediablemente terminas escuchándote a ti mismo, incluyendo a todas esas partes que tenemos silenciadas para poder seguir rindiendo al ritmo que nos pide esta época tan llena de inmediatez y tan vacía de profundidad.

Hoy sigue lloviendo. Cuando deje de hacerlo, quiero añadir a mi lista de cosas inútiles el salir a pasear al campo.

Para mí la vida ya va tarde, así que podré ir sin prisa, sin necesidad de hacer grandes recorridos y sin tener un equipamiento super planificado que comprar un sábado en una tienda de deportes gigante abarrotada de gente que, las más de las veces, además de material de deporte, están intentando comprar la ilusión de una vida diferente.

Yo solo necesito ropa cómoda y de abrigo, un buen calzado y un lugar al que ir.

Estoy en plena rendición, no voy a hacer ninguna marca y no voy a recorrer todos los senderos que pueda. Simplemente iré, y si me quiero sentar en una roca o en el borde de un camino y quedarme allí escuchando al viento, lo haré.

Estoy cansada. Muy cansada.

También estoy triste, llena de una tristeza que me recorre el alma arriba y abajo todo el rato.

Y sé que algún día voy a recordar esta derrota de la vida como una absoluta bendición, porque desde ese cansancio y esa tristeza, muy poco a poco, estoy construyendo una nueva vida. Esa vida que tantas partes de mí me habrían pedido a gritos mucho antes, si no las hubiese tenido amordazadas durante tanto tiempo para que no me molestasen mientras corría.

En mis auriculares suena un bolero que se está empeñado en darme la razón con cada acorde que suena a todo lo que estoy escribiendo. Quizás algún día algún músico quiera hacer una asociación profesional conmigo y entre los dos podamos componer juntos una canción.

Creo que el título será: “Bendita rendición” y creo que será una canción hermosa. Porque cuando le dedicas tiempo y amor a algo puedes crear belleza. Y yo, ahora que me he apeado en parte del mundo y ya no tengo que correr, tengo disponibles ambas cosas: amor y tiempo a raudales.

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