No soportaba a los militares pero pensaba, como mucha otra gente, que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua.
Por Daniel Cecchini / Socompa
El miércoles pasado se cumplieron 45 años de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld. Lo recordamos con una charla de 2008 con Francisco Solano López, dibujante y socio de múltiples aventuras editoriales con el creador de “El Eternauta”. Fue una de las últimas entrevistas que Francisco dio antes de su muerte, el 12 de agosto de 2011, a los 82 años.
Nota del autor: En octubre de 2008, cuando Francisco Solano López cumplía 80 años y seguía dibujando con las mismas ganas que en su juventud, lo entrevisté para la revista Caras y Caretas. Fui a verlo a su departamento en el barrio de Once, donde conversamos durante más de tres horas sobre su nombre y su parentesco con el mariscal paraguayo, su carrera como historietista, su relación con Oesterheld, su visión de las diferentes partes de El Eternauta, su exilio, su vuelta y sus ganas de seguir haciendo. La entrevista, publicada en noviembre de ese año en papel con el título “Donde manda dibujante no manda mariscal” nunca fue publicada digitalmente. Decidí recuperarla tal como la escribí entonces, para ponerla en la web a través de Socompa. Aquí va.
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Todo es posible. Incluso que alguna vez un dibujante y un guionista se confabulen para contar la historia de un general derrotado en una guerra injusta que, en el momento mismo de su muerte, sueña con que un siglo más tarde alguien que lleva su propio nombre – y que dibuja – se confabulará con un guionista para contar la historia de otro hombre, un hombre que, sin ser general ni haberlo soñado nunca, se ve obligado también a librar incontables batallas resistiendo una invasión extraterrestre. Será la improbable historia del mariscal Francisco Solano López soñando que otro Francisco Solano López, dibujante, se confabula con el guionista Héctor Germán Oesterheld para contar la historia de Juan Salvo, El Eternauta, un hombre que resiste tan heroicamente como él. Todo es posible, pero aquí y ahora es el Francisco Solano López dibujante quien conversa.
Dicen que los nombres marcan a las personas. ¿Cómo se siente llevando el mismo que el mariscal?
Nunca me sentí molesto. Hay una razón familiar, porque mi bisabuelo era el menor de los hermanos de Francisco Solano. Tengo una anécdota de infancia, de ésas que uno no recordaría si no se las hubieran contado, con respecto al parentesco. Yo era un dibujante precoz, desde los cuatro o cinco años, y a los ocho me seleccionaron para un concurso de dibujo para alumnos de las escuelas de la Capital Federal. Se hacía en el salón de actos del Instituto Bernasconi, y allí me llevaron mi tía y la directora del colegio. Se encontraron con otras maestras y, en el momento de las presentaciones, alguien dijo: “Bueno, acá tenemos a un descendiente de la familia del mariscal del Paraguay”. Entonces, una de las maestras me preguntó: “¿Así que vos sos descendiente del mariscal?”, y yo le contesté que había ido ahí a un concurso de dibujo, no a darme corte con mis parientes.
En la Guerra de la Triple Alianza el mariscal tuvo que enfrentar a enemigos mucho más poderosos que él, algo parecido a lo que le ocurre a Juan Salvo en El Eternauta.
¡Claro! Realmente no se me había ocurrido, pero es cierto que, en fin, tiene ese toque del destino. Y lo que le ocurrió al pobre mariscal -disculpe que lo trate así, un poco familiarmente – (ríe) es que, en cima de la epopeya, la masacre y la desgracia del pueblo paraguayo, tuvo que cargar con sus propios errores, porque se equivocó mucho. Creo que porque era un hombre joven y, esto dicho así como en familia, el padre, mi tatarabuelo, lo preparó para el poder, pero lo preparó un poco consintiéndolo… A los 20 años era general, era ministro de Guerra, a los 25 fue a Europa como diplomático representante del país ofreciendo lo que Paraguay podía ofrecer en esa época: yerba mate, productos forestales, pero también para firmar acuerdos comerciales y contratar la instalación de un astillero, el telégrafo, un ferrocarril. Su padre había puesto muchas expectativas en él para industrializar al Paraguay.
Hablando de expectativas paternas, ¿cuáles eran las que Oesterheld y usted tenían cuando decidieron hacer El Eternauta?
No lo abordamos pensando “vamos a descubrir la América de las historietas” sino a partir de una idea tácita y simple, la de experimentar con héroes de historieta que fueran argentinos. Oesterheld y yo nos conocimos en los ’50 en Editorial Abril, colaborando en Misterix, que era la revista estrella de la época, con una tirada semanal de 220.000 ejemplares. Héctor era un guionista muy respetado que hacía dos historietas de mucho éxito: El Sargento Kirk, dibujada por Hugo Pratt, y Bull Rocket, que dibujaba yo. Eran dos héroes norteamericanos. A partir de ese éxito, Héctor pensó en tener una editorial propia, con la orientación que él quería darle, y nos invitó a Pratt, a mí y a algunos otros a hacer historietas con su propio estilo.
Así nació Editorial Frontera…
Así es, y ahí me propuso trabajar con protagonistas argentinos. Uno era Rolo, el marciano adoptivo, que era una historieta de ciencia ficción pero donde Rolo era el maestro de la escuela, el presidente del club del barrio, el líder de la barra del café…
Todo un vecino con inserción en la comunidad.
Exactamente. En una de las revistas, Hora Cero; en la otra, que se llamaba Frontera, hicimos otro personaje que se llamaba Joe Zonda, un cabecita negro mendocino, de Chacras de Coria, que había aprendido a hacer de todo por correspondencia, desde armar radios hasta pilotar aviones. Estos personajes coexistían en las revistas con héroes de western o con Ernie Pyke, que era un corresponsal de guerra. Es decir, Oesterheld ofrecía una variedad de propuestas a los lectores, no les quería meter una línea nacional a la fuerza, como la sopa. Eran dos revistas mensuales pero, como la idea andaba muy bien, nos propuso hacer una semanal, para competir con Misterix. Allí, en el Suplemento Semanal de Hora Cero, salió por primera vez El Eternauta, y al poco tiempo Misterix había bajado de 220.000 a 40.000 ejemplares semanales, el resto lo habíamos capturado nosotros. A mí personalmente, y creo que lo mismo a Héctor, me divertía mover esos personajes con características típicas de los héroes aventureros pero con tics propios de la nacionalidad, de las relaciones y de los dichos argentinos.
Se han hecho lecturas políticas de casi todas las partes que integran la saga de El Eternauta. En el caso de la primera, ¿hubo una intención deliberada de parte de ustedes?
El original salió a la calle en 1957, pero no puede hablarse de intencionalidad política sino, en todo caso, de un producto de la casualidad y del inconsciente colectivo que anidaba en nuestras personalidades, se manifestaba en nuestro trabajo y que, a su vez, se encontraba con la sensibilidad y cierta manera de captar el relato que podían tener los jóvenes de la época. Porque la existencia de una dictadura militar, de persecusiones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas.
En cambio, la segunda parte, de 1976, tiene un contenido político manifiesto.
Yo había vuelto de Europa cargado de compromisos para una editorial inglesa y trabajaba con un equipo de dibujantes, porque la exigencia era muy grande, y estaba un poco saturado. En medio de esa situación, un editor que trataba de recomponer el espíritu de la vieja editorial Frontera, con Oesterheld como guionista, me llamó para sumarme al proyecto. Héctor había seguido a sus hijas en la militancia en Montoneros e incluso había integrado el comité ejecutivo del diario Noticias, donde también había publicado una tira diaria, La guerra de los Antartes. Desde esa posición, cuando le ofrecieron hacer la continuación del El Eternauta hizo un eternauta montonero.
¿Y usted cómo lo veía?
No me gustaba. No soportaba a los militares pero pensaba, como mucha otra gente, que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua. El resultado fue catastrófico y lo vemos hoy, a Oesterheld lo asesinaron y hoy nos faltan 30.000 muchachos que serían la base para que todo nos fuera mucho mejor. Pero no están, no existen los desaparecieron. Los sobrevivientes no alcanzan.
Usted tuvo que irse del país.
Sí, pero rescatando la vida de Gabriel, mi hijo, que también era montonero y había caído preso. Fue en un momento donde, si estaba legalizada la detención, se podía optar por salir del país. Yo, que tenía trabajo en el exterior, fui y les dije: “Si ustedes me entregan a mi hijo, yo mañana me voy con él y no vuelvo más”. Y nos fuimos a España.
Allí ese hijo rescatado se convirtió en su guionista.
Gabriel escribía, poesía y cuentos. En Madrid recuperó las ganas de escribir, porque estaba preso le requisaban todo lo que escribía hasta que dejó de hacerlo. Volver a escribir fue para él una catarsis y yo pensé que la mejor manera de ayudarlo era transformar sus cuentos en narraciones gráficas. Así Nacieron Ana e Historias tristes.
Usted ha dibujado innumerables personajes e historias, con guionistas argentinos y extranjeros, pero siempre siguió reincidiendo con El Eternauta, a pesar de la ausencia de Oesterheld. En la última, El Regreso, con guion de Pablo Maiztegui, la acción se sitúa cuarenta años después de la primera y también permite una lectura política.
Pienso que en el desarrollo de la historia se trasluce una metáfora simplificada de lo que era el menemismo, el neoliberalismo argentino y latinoamericano, a través de la actividad de los Manos como personajes dirigentes un poco en las sombras. Esa fue la idea. Y todavía tenemos pendiente el cierre del círculo, el reencuentro de El Eternauta, ya rescatando a su hija, una muchacha bajo la protección de uno de los dirigentes de los Manos. Y la chica y el padre se reúnen con sus amigos para poder encontrar a la madre, a Elena. Lo que da lugar a otra serie inacabable de relatos que pueden estar a cargo del propio Eternauta o de Elena, que también puede contarlo que le pasó.
¿Los va a hacer usted?
No creo, tengo ganas de hacer otras cosas y además, por lo que veo, todos los dibujantes argentinos de historietas quieren hacer El Eternauta. Tal vez sea hora de dejar que lo hagan…
Y usted, Solano, ¿a quién tiene ganas de dibujar?
-A José Hernández, quiero hacer el Martín Fierro.
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