Auténtica Cuba | La verdad incómoda

Por Carmen Sereno @SpiceKarmelus

Llevaba cerca de 3 semanas recorriendo la isla en el destartalado Kia Picanto de llantas baratas y ruedas al borde del pinchazo que había alquilado a precio europeo; por eso, cuando me topé de frente con aquel cartel promocional, no pude evitar sorprenderme. Y tras la sorpresa, llegó la indignación.

Auténtica Cuba, rezaba el anuncio. Había sido estratégicamente colocado a la entrada de la carretera que llevaba al cayo -la única de pago en toda la isla, curiosamente- y mostraba a dos jóvenes de cuerpo atlético y piel bronceada, ojos claros y pelo como el oro, dándose un baño de felicidad en las paradisíacas aguas cristalinas del Mar Caribe.

Un montón de preguntas acudieron a mi cabeza en ese momento.

¿Dónde estaban esos enormes pasquines anticapitalistas, castristas y nostálgicos que ya me había acostumbrado a ver por todas las carreteras de la isla y que formaban parte intrínseca del paisaje? ¿Porqué en esa zona la propaganda política había sido convenientemente sustituida por la turística? Y sobre todo, ¿qué carajo tenían que ver esos dos alemanes, franceses, suizos, o lo que fueran, con la Auténtica Cuba?

Pero para responderlas, tuve que volver al principio.

Cuba no es fácil, aunque de buenas a primeras todo parezca maravilloso. Algunos llegan a Cuba con el bolsillo lleno de euros y una fotografía idílica en el imaginario. Playas hermosas y ron añejo. Fruta tropical y música. Alegría. Ritmo pausado. Y todo es cierto. Y entonces, desde la arrogancia que abraza la comodidad del primer mundo, repiten como una aberrante salmodia aquello de que los cubanos son pobres, pero felices. Y encuentran majestuosa la decadencia en la que viven, y hasta les parece meritorio que hayan sabido conservar intacta su esencia a lo largo del tiempo. Porque algunos llegan a Cuba con su mentalidad descaradamente capitalista, y todos los edificios en ruinas, todos los coches desvencijados de la época de la Guerra Fría y todas las odas al Ché que impregnan de doctrina patria la geografía, les parecen la quintaesencia del lugar. Eso, el primer día. El segundo, a lo sumo. Pero al tercero, una vez superados el jet lag y la tontez compasiva, algunos, que son descaradamente capitalistas y no tienen ni pajolera idea de lo que significa el comunismo, ya están hasta los huevos del ritmo pausado, de la música, de los cadillacs que van a pedales, de que les pidan un pesito en cada esquina y de la cantinela propagandística del bloqueo. Así que, tras alguna que otra experiencia turística habanera de rigor (un mojito en la insulsa y abarrotada Bodeguita del Medio, por ejemplo), algunos huyen despavoridos hacia la otra Cuba, la Cuba de Varadero, Iberostar y Meliá, la Cuba apolítica y sin historia, la de los jóvenes de ojos claros y bolsillo holgado que se tuestan al sol del Caribe mientras un mulato pluriempleado les ameniza las vacaciones a base de piña colada gratis o clases de salsa. Sin importunar. Y siempre con una enorme sonrisa. Porque, no lo olvidemos, son pobres pero felices. Y están agradecidos de que vayamos a dejarnos nuestra pasta a su isla. Y así, tras siete días acostados en la misma hamaca, esquivando los cocos que caen de las palmeras como única preocupación existencial, algunos vuelven de Cuba con la sensación de que aquello es un auténtico paraíso que sin duda recomiendan como destino vacacional.

CUBA-EEUU

Pero esa Cuba narcótica y con olor a crema solar no es la Cuba de verdad, aunque un cartel haya hecho creer a algunos que sí. Esa Cuba de ensueño se la ha tenido que inventar alguien para poder sobrevivir a esa cosa injusta llamada embargo. Porque eso es básicamente lo que intenta Cuba desde 1962, sorteando como puede las penurias de su cotidianidad, entre edificios que se caen a trozos, cortes de electricidad diarios, escasez de alimentos que todavía retrotraen a un período llamado especial, calles sin asfaltar y una deplorable falta de recursos generalizada. Ni siquiera esa hermosa estampa de una Habana Vieja colonial, limpia e inmóvil como en una postal -por la que, por cierto, se paseaba un sonriente Obama no hace mucho- tiene algo que ver con la auténtica Cuba. Eso algunos no lo saben -diría que Obama tampoco, por mucho que ahora presuma de acercamiento-. Se marcharon sin atreverse a salir de los confines que marcaba su guía de viajes Lonely Planet. Tuvieron miedo de acercarse a la realidad de la auténtica Cuba, la embargada, la revolucionaria, la pasional, la caótica, la sucia, la culta, la infame, la linda y perdida, la histórica, la infeliz, la esperanzada. La pobre Cuba. La Cuba pobre. Y se asomaron sólo desde la distancia. Sólo desde su zona de confort con todo incluido. No pisaron sus polvorientas calles, no condujeron por sus desastrosas carreteras ni contemplaron otro paisaje que no fuera la rutina ficticia de unresort de 5 estrellas. Algunos llegaron a Cuba y se marcharon sin haber conocido a ningún cubano. Sin saber cómo viven, qué comen, a qué sabe el café que toman a diario, o qué diantres significan palabrejas como templar, resolver, joda, ocuentapropistas. Sin saber qué les preocupa, qué les inquieta, qué piensan en realidad de Fidel o de Raúl, porqué les brillan los ojos cuando hablan del Ché o de José Martí. O cuánto esperan de Estados Unidos. Si es que esperan algo.

Algunos se fueron y seguirán yéndose de Cuba sin conocer su historia, tal vez sólo juzgándola por sus apariencias, o por lo que otros les han contado antes, abrumados por consignas que no logran entender y atemorizados por la efusividad de unas gentes con las que no logran empatizar. Se fueron y se irán sin conocer la auténtica Cuba y sin haberse preguntado ni tan siquiera si en realidad detrás de cada sonrisa no se ocultará tal vez un anhelo inconfesable de que en Cuba cambie todo para que todo siga igual.

Escrito por Carmen Sereno @SpiceKarmelus

Ilustración por Javier F. Ferrero @SrPotatus

1 Comment

  1. Sin palabras Carmen!!! Es mi destino para este verano. Y como bien me conoces voy a conocer a la gente, empaparme de lo que desean y entender la lucha por la que cada día pasan. Me alegra saber que hay gente como tú. Que escribe así y que sabe lo que dice y porqué lo dice. Eres grande carmen. Como la gente de la que hablas.

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