Argala

Hoy el nombre de Argala sigue vivo en Euskal Herria. Su figura trasciende las fronteras del País Vasco y se inscribe en la historia universal de los pueblos que luchan contra el colonialismo, el fascismo y la opresión.

Por Dani Seixo | 27/11/2024

«Morir por el pueblo no es morir, es vivir para siempre»

Argala

José Miguel Beñaran Ordeñana, conocido como Argala, nació el 13 de enero de 1948 en Arrigorriaga, un pequeño pueblo del País Vasco. Su vida fue una existencia propia de un militante, un grito de desafío al imperialismo español y un ejemplo de compromiso revolucionario para Euskal Herria. Argala no fue simplemente un miembro de ETA, fue una chispa que incendió la conciencia de una nación en su lucha por la autodeterminación, un hombre que abrazó la revolución con la intensidad de quien no teme morir por ella.

Desde su juventud Argala devoró las lecturas marxistas que alimentaban su sed de justicia social y libertad nacional. En un país sometido por el puño de hierro del franquismo, el joven de Arrigorriaga encontró la organización vasca Euskadi Ta Askatasuna (ETA) un vehículo para sus ideales. No era una militancia vacía ni un acto de rebeldía juvenil, sino la culminación de un proceso de politización profundo. Argala entendió desde el principio que la lucha armada era una necesidad en un contexto de opresión absoluta y asumió su papel como combatiente revolucionario con una mezcla de racionalidad y pasión.

1968 fue un año clave en la vida de Argala. Con el régimen franquista intensificando su represión, los militantes de ETA estaban siendo perseguidos como animales. En ese contexto, Argala se refugió en Oñati bajo el alias de Iñaki. Poco después, en 1970, participó en la famosa “Operación Botella”, un intento audaz pero fallido de liberar a los presos políticos del Proceso de Burgos. Una lucha llena de obstáculos, pero jamás carente de esperanza.

Lejos de rendirse, Argala se exilió en el País Vasco francés, donde no solo encontró refugio, sino también la oportunidad de reflexionar y reconfigurar su tarea militante. Fue en este periodo donde pronunció una de sus frases más icónicas: «Yo discuto con todos, intelectualizo a los militares y militarizo a los intelectuales». Con estas palabras dejó claro que la revolución no es solo una cuestión de balas, sino también de ideas.

En diciembre de 1973, Argala se convirtió en una figura central en la “Operación Ogro”, una acción que marcó un antes y un después en la historia de la resistencia antifranquista. Con precisión quirúrgica, ETA logró acabar con la vida de Carrero Blanco, el todopoderoso presidente del Gobierno español y brazo derecho del dictador Francisco Franco. Más que un acto de venganza, fue un golpe simbólico que dejó claro que ni siquiera las figuras más intocables del régimen estaban a salvo.

La Operación Ogro elevó a Argala al rango de leyenda dentro del movimiento revolucionario vasco. Pero él no buscaba gloria personal, tras el éxito de la operación, volvió al País Vasco francés para participar en la reestructuración de ETA. Fue pieza clave en la creación de ETA militar, fruto de un análisis estratégico profundo que plasmó en el manifiesto conocido como “Agiri”. Para Argala, la lucha no se trataba solo de golpear al enemigo, sino de construir un movimiento capaz de sostener el sueño de una Euskal Herria libre.

El 21 de diciembre de 1978, la vida de Argala fue arrancada de forma violenta. Una bomba colocada bajo su coche en Angelu, probablemente por agentes de los GAL o algún grupo parapolicial ligado al Estado español, puso fin a su vida. Pero la muerte de Argala no fue el fin de su legado, sino el inicio de su inmortalidad como símbolo de resistencia. Euskal Herria, conmocionada y herida salió a las calles para rendir homenaje a su mártir, enfrentándose a un despliegue policial masivo que intentó silenciar ese clamor colectivo.

En su funeral, celebrado en Arrigorriaga, la represión impuesta desde Madrid fue brutal. Más de 4.000 policías sitiaron la zona para evitar que la ceremonia se convirtiera en un acto multitudinario. Pese a ello, el cortejo fúnebre avanzó y el pueblo vasco rindió su justo homenaje a Argala con la dignidad que merecía. Fue un momento cargado de simbolismo: un hombre que había dado su vida por la libertad enfrentaba en su muerte la misma represión que combatió en vida.

Argala no fue solo un guerrillero. Fue un estratega, un pensador y un símbolo de la lucha de los pueblos por su autodeterminación. Su vida nos recuerda que la revolución no es un camino fácil ni glamuroso, sino una senda marcada por el sacrificio y el compromiso inquebrantable. Su muerte a manos de un Estado español que no tolera la resistencia, fue una prueba más de que el sistema teme a quienes se atreven a enfrentarlo sin miedo.

Hoy el nombre de Argala sigue vivo en Euskal Herria. Su figura trasciende las fronteras del País Vasco y se inscribe en la historia universal de los pueblos que luchan contra el colonialismo, el fascismo y la opresión. En cada marcha, en cada grito de independencia, resuena la memoria de Argala como un recordatorio de que la libertad nunca se concede, se conquista.

Hilo: https://x.com/SeixoDani/status/1737794119651479568

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