«El dólar es nuestra divisa, pero es vuestro problema».
John Connolly (Secretario del Tesoro de Nixon), 1971.
Por Mario del Rosal y Javier Murillo
Desde enero hasta noviembre de 2022, la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) ha llevado a cabo una enorme subida de sus tipos de interés. Del 0,25% vigente a principios de año ha pasado al 4%, lo que significa que ha multiplicado el coste del dólar por dieciséis. No se había visto una escalada tan rápida desde el shock de Volcker de los primeros años ochenta, cuando el entonces gobernador de la autoridad monetaria norteamericana puso en práctica las recetas monetaristas más radicales con el pretexto de afrontar el episodio inflacionista del momento. Unas recetas que acabaron con la inflación, pero a costa de provocar una recesión mundial de enorme calibre que golpeó brutalmente tanto a América Latina como a los países más vulnerables y endeudados de África y Asia.
La Fed ha lanzado ahora esta política monetaria restrictiva con el pretexto de acabar con la creciente inflación que amenaza su economía. Y lo ha hecho de modo completamente unilateral, es decir, sin tener en consideración las consecuencias sobre los demás países. O, mejor dicho, con la intención de emplear el poder que le concede su moneda para exportar su inflación al resto del mundo, puesto que su papel como emisor soberano de la divisa que funciona como dinero mundial le otorga ese privilegio.
El efecto inmediato de esta subida de tipos ha sido la depreciación de gran parte de las demás divisas frente al dólar, algo que se observa claramente en la siguiente gráfica, en la que analizamos los casos del euro, la libra esterlina, el renmimbi chino, la rupia india, el yen japonés, el real brasileiro y el peso mexicano.
La mayor rentabilidad ofrecida por los bonos norteamericanos y las expectativas de apreciación subsiguiente del dólar han incrementado la demanda del billete verde a costa de otras monedas, tanto de países centrales (caso del euro, el yen o la libra) como de países semiperiféricos (caso del renminbi o la rupia india). La depreciación de estas divisas incrementa el coste de las importaciones para estos países, lo que coadyuva a aumentar los precios internos. Por el contrario, para Estados Unidos supone el abaratamiento de sus compras al exterior, lo que contribuye a aliviar sus problemas inflacionarios. Esto es especialmente grave debido a que los alimentos, las materias primas y los hidrocarburos se transan en dólares, de manera que las facturas de estas commodities esenciales suben para todo el mundo excepto para el emisor de esa moneda. Y lo es más aún en América Latina, ya que es una de las regiones del mundo (junto con India, Indonesia o Egipto, entre otros) que tiene mayor proporción de sus importaciones denominadas en dólares (ver, por ejemplo, Boz et al. (2020): “Patterns in Invoicing Currency in Global Trade”, IMF Working Paper 20/126).
Ante esta situación, los países afectados podrían aplicar diversas políticas económicas destinadas a regular y controlar la entrada y salida de capitales, la volatilidad de sus tipos de cambio y la evolución de sus tasas de interés. Sin embargo, la subordinación de sus dirigentes a los intereses del capital financiero, que impone una ortodoxia económica contraria a las necesidades de la clase trabajadora, hace que acaben poniendo en marcha el mismo tipo de política monetaria restrictiva que el hegemón norteamericano. Y no lo hacen por ser una medida razonable de lucha contra la inflación o la devaluación de sus monedas, sino porque es el único camino considerado aceptable por el poder imperialista y sus instituciones gestoras.
Esto ocurre tanto en los demás países centrales como en la semiperiferia y la periferia. Entre los casos que analizamos en este texto, podemos ver cómo el Banco Central Europeo (BCE) ha subido sus tipos de enero a noviembre de 2022 desde el 0% hasta el 2%. El Banco de Inglaterra, por su parte, los ha multiplicado por 12, llevándolos desde el 0,25% hasta el 3%. El Banco Central do Brasil los ha aumentado del 9,25% hasta el 13,75%, es decir, un 50%. Y lo mismo ocurre en el caso del Banco de México, que los subió un 80% en ese mismo periodo, desde el 5,5% hasta el 10%.
Precisamente, el real brasileiro y el peso mexicano parecen dos excepciones parciales a esta dinámica de depreciación generalizada frente al dólar. Sin embargo, debemos tener en cuenta que las políticas restrictivas aplicadas en ambos casos han llevado las tasas de interés a niveles mucho mayores que los países centrales y la semiperiferia asiática, lo que puede ayudar a explicar la menor debilidad de sus monedas. Algo que, sin embargo, supone un enorme lastre tanto para sus respectivas dinámicas de acumulación como para la situación material de sus trabajadores.
Hay dos países, entre los que estamos analizando, que no se han sumado a la tendencia generalizada de subida de tipos de interés: Japón y China. El primero no se ha movido del -0,10%, tasa que mantiene desde febrero de 2016 en un desesperado intento por sacar a su economía de la atonía en la que se encuentra desde hace décadas. Y China, por su parte, no sólo no ha aumentado sus tasas, sino que las ha reducido mínimamente desde el 3,70% hasta el 3,65%. En parte, esto ayuda a entender la mayor debilidad relativa mostrada por sus tipos de cambio, incluso en el caso de una economía con una balanza comercial tan extraordinariamente superavitaria como la china.
En cualquier caso, la subida generalizada de tipos de interés en casi todo el mundo es, sin duda, una buena noticia para la banca, el capital financiero, los rentistas y los especuladores, que podrán proteger e, incluso, multiplicar sus patrimonios. Sin embargo, es nefasto para la clase trabajadora mundial, puesto que, aparte de perjudicar a los deudores en beneficio de los acreedores (y la inmensa mayoría de los asalariados se encuentra en la primera categoría, no en la segunda), tiene como objetivo provocar una recesión para reprimir la demanda solvente y, con ello, reducir la tensión sobre la oferta. Los trabajadores nos encontraremos, por tanto, no sólo con un encarecimiento de nuestras deudas hipotecarias y personales, sino con un nuevo agravamiento de la crisis económica que provocará aumentos en el paro, más represión salarial, recortes en los servicios públicos, etc. En definitiva, una nueva vuelta de tuerca en el proceso de explotación de la fuerza de trabajo que el capital impone en un fútil intento por solventar los crecientes problemas de rentabilidad que azotan al modo de producción capitalista.
Otro efecto notable y preocupante de la revaluación del dólar es el que se produce sobre las reservas internacionales de los bancos centrales emisores del resto de divisas. Como vemos en la siguiente tabla, tanto los países centrales (Japón y Reino Unido) como la semiperiferia asiática (China e India) y latinoamericana (Brasil y México) han experimentado fuertes mermas en este sentido. La única excepción es el caso de la zona euro, que ha incrementado ligeramente sus cifras a lo largo de este año.
Estos recortes responden a la necesidad a la que se han visto abocados muchos de estos bancos centrales de comprar su propia moneda en los mercados internacionales para tratar de sostener su valor ante el dólar. Esto no solamente distorsiona su política monetaria y empeora su posición financiera internacional, sino que es prueba evidente de la dependencia que todos estos países siguen teniendo en relación con la moneda estadounidense.
En resumen, observamos con claridad que tanto la subida de tipos de interés aplicada por la Fed como la subsiguiente apreciación de su moneda tienen consecuencias muy perjudiciales para el resto de los países por tres razones. Primero, por el debilitamiento que provoca en sus monedas y el consiguiente agravamiento de sus procesos inflacionarios. Segundo, por la recesión que provocará el aumento de sus tasas de interés. Y, tercero, por la mengua de sus reservas oficiales, que mermará su capacidad para sostener sus respectivas monedas en el futuro.
Además de estos lamentables efectos del imperialismo monetario estadounidense, otra consecuencia terrible para la semiperiferia y la periferia mundial es el aumento que producirá en el servicio de su deuda externa. Sobre todo, para África. La apreciación del dólar —moneda en la que está denominada gran parte de la financiación exterior obtenida por estos países— y la subida de los intereses de esa deuda se unen al alza de los precios de muchos alimentos, generando un terremoto económico con consecuencias potencialmente catastróficas.
Comentábamos al principio de este texto que el shock de Volcker de los años ochenta del siglo pasado provocó la nefasta crisis de la deuda externa en América Latina y África, dando el pistoletazo de salida a la década perdida y a lustros de empobrecimiento relativo. La situación actual, aun con características distintas, resulta de igual modo un claro ataque contra la clase trabajadora mundial, tanto la de los países centrales como en la semperiferia y la periferia. El manejo a voluntad de la moneda mundial por parte de la potencia imperialista estadounidense según sus propios intereses no sólo es un anacronismo autoritario propio de la estructura de poder del sistema capitalista mundial actual, sino que muestra con claridad la imposibilidad de pretender una salida a los problemas provocados por el propio capitalismo que no pase por el cuestionamiento frontal e incondicional de sus premisas.
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