Alfonso Domingo: “Como dice uno de los personajes de A tumba abierta: la vida es un blues, una canción triste que hay que cantar con alegría”

Entrevistamos al escritor Alfonso Domingo, a propósito de su novela A tumba abierta, donde nos ofrece una exhumación alternativa a la que se realizó con el dictador Francisco Franco, tal vez más honrosa, y mucho más divertida que la que realmente se llevó a cabo.

Por Angelo Nero | 1/09/2024

¿Qué pasaría si cuando se procediera a la exhumación de la tumba del dictador, Francisco Franco, esta se encontrara vacía? Este es el punto de partida de A tumba abierta, una novela escrita por el polifacético escritor, periodista y documentalista segoviano Alfonso Domingo, donde el protagonista descubre que está en un bando al que no debería pertenecer, el de los vencedores, y tras investigar en su pasado y en el de un país que no siempre ha contado bien su historia, decide acometer un acto de justicia poética. Por sus páginas pasarán presos republicanos, niños robados, delincuentes de guante blanco, curas reaccionarios y policías burlados, todo en un trilher de acción salpicado con un humor negro que empieza desde el minuto cero de la Operación Chaplin.

Tu libro se publicó un año antes de la exhumación y reubicación de los restos de Franco, ¿qué te animó a escribir A tumba abierta, cuando esto todavía era una hipótesis? Y, por otra parte, ¿qué opinión tienes de cómo se realizó, finalmente, la exhumación real y la polémica que generó su traslado?

El libro lo empecé unos años antes de la exhumación, pensando que algún día tendría que ocurrir, y como si fuera un deseo literario de que se cumpliera. De hecho, siempre he dicho después que fui el primer español que exhumó al dictador, aunque fuera en la ficción. Respecto a cómo se hizo, yo no hubiera dado el protagonismo a la familia Franco, eso me pareció un despropósito. No se merecían esa consideración para quienes había vulnerado todo y se habían aprovechado de los españoles. Aplaudí que se hiciera, pero se hizo de manera lamentable y exhibicionista, de cara a la galería. En fin. La mía, la de la novela, era mejor.

El punto de partida es el descubrimiento del protagonista de que es un bebé robado, lo que pone patas arriba su mundo, y le hace concebir este acto de justicia poética, ¿crees que este crimen, que ha afectado a decenas de miles de familias, sigue siendo una asignatura pendiente de nuestra democracia?

Desde luego, eso no se ha acabado de resolver, y además continuó esa horrenda práctica, ese abuso, hasta unos cuantos años después de la llegada de la democracia. Como tantas cosas, es una asignatura pendiente.

Como acostumbras a hacer en tus novelas, me imagino que hay detrás un trabajo de documentación y de investigación previo, además, en este caso, te habrás tenido que asesorar en la parte técnica de la historia, ¿has encontrado muchas dificultades para tejer todos los hilos de la trama?

Bueno, tuve amigos que me ilustraron sobre algunos puntos técnicos, como las grúas, poleas, anestesias, scaners, virus informáticos y demás. Pero no fue demasiado complicado, aunque desde luego constituyó un reto urdir una trama verosímil, con humor y personajes creíbles en cada apartado delictivo.

Es verdaderamente entrañable el encuentro entre el protagonista y Nicolás Sánchez-Albornoz, condenado a trabajos forzados en la construcción del Valle de los Caídos por su militancia antifranquista, de donde se fugó junto a Manuel Lamana, ¿te reuniste con Nicolás para documentarte para tu novela? Y ¿cuál fue su reacción una vez publicada esta?

Sí, claro, Nicolás es un buen amigo, una persona entrañable, que sabe mucho, es muy divertido. Me ha presentado varias novelas y documentales, tenemos una relación maravillosa, le veo cada poco, siempre aprendo algo. A sus 98 está muy lúcido. Y claro, me contó cosas sobre Cuelgamuros, aunque él estuvo en las oficinas y durante unos pocos meses. Tenía que cuadrar los estadillos de vituallas y alguna vez hemos bromeado porque todo lo que se reflejaba en ellos era falso. Si fuera verdad, los presos hubieran comido como príncipes, pero una vez más, la corrupción era lo normal en el franquismo. Por eso Nicolás dice que, en ocasiones, no te puedes fiar ni de la documentación, sí de los testigos. Y sí, el libro le encantó, me lo presentó en Madrid, quién mejor que él.

“Siempre he pensado que Berlanga y Valle Inclán hubieran hecho buena pareja. Si les unes a Buñuel, haríamos una trinidad perfecta”, dice el protagonista de A tumba abierta. ¿Crees que el libro tiene el influjo satírico y esperpéntico de esta trinidad en sus pinceladas de humor negro?

El humor negro fue la única manera que tuve para superar esta historia, en la que lo peor fue tener que visitar dos veces aquel horror del Valle de los caídos, la basílica y demás. Es, además, una declaración de intenciones. Y pensaba en esa triada de genios al escribir ese esperpento, desde luego. No es que no me lo tomara en serio, es que era la única manera de abordarlo, reírme de todas esas ínfulas fascistas. Nicolás Sánchez-Albornoz se rio un rato con la novela, siempre ha destacado ese humor negro como el abordaje necesario para el tema.

La iglesia, que mantuvo bajo palio a Franco durante 40 años, ha sido la más reacia su exhumación, también ha sido cómplice de muchos casos de bebés robados, ¿todavía no ha llegado la democracia a la iglesia para que asuma su parte de culpa en los crímenes del franquismo?

Me temo que no, que no asumirá eso, como los abusos sexuales, y en fin, tantas cosas. Apunta también lo de la inmatriculación de iglesias que no son de su propiedad. Pero no soy un experto en la iglesia católica española. Tal vez algún día lo hagan, aunque lo dudo. Son miles de años de dominio sobre las conciencias, no van a admitir errores o abusos, cuando además son los encargados de la salvación de sus fieles. Paradojas. Quiero pensar y estoy seguro que hay católicos de buena fe, buena gente, solidaria. Pero la jerarquía es otra cosa.

No parece inocente que Alfredo, el protagonista de tu historia, sea abogado, y que su padre fuera juez, ¿también hay cierto ajuste de cuentas con esa justicia que durante cuarenta años, ha mantenido la impunidad del franquismo, incluso cuando se le demanda desde fuera desde nuestras fronteras, como ha pasado con la Querella Argentina?

Bueno, sí hay una especie de justicia poética, ya que la Justicia con mayúsculas al franquismo no se ha hecho (solo cosas parciales) y me temo que no se hará. Así que yo la hice en la novela y riéndome.

Ahora que finalmente se ha exhumado al dictador, ¿quedan muchas asignaturas pendientes con respecto al franquismo o deberíamos, como suelen decir los sectores más conservadores de nuestra sociedad, dejar de abrir viejas heridas?

Habría que cerrarlas de una vez, exhumando las fosas pendientes, eliminando apologías (que no es que resurgen con la ultraderecha, sino que siempre han estado allí, larvadas) y en fin, todo el tema de las incautaciones, los niños robados, etc, etc. Pero no se va a hacer, me temo, porque vienen tiempos oscuros, y la gente de izquierdas y progresista se ha liado en ocasiones en aventuras absurdas y ha dejado el campo abonado a los herederos del franquismo. Aunque aquí es un tema específico, asistimos a una ofensiva de las fuerzas retrógradas en todo el mundo. El populismo de la extrema derecha intentando aplicar soluciones de fuerza con la emigración, las guerras que asolan a diversas partes del mundo, con genocidios que no son capaces de parar la comunidad internacional, en fin, tantos y tan complejos problemas, el calentamiento global que nos puede llevar a la catástrofe. La verdad es que hay que hacer un ejercicio de optimismo diario cada mañana al levantarse.

Para finalizar, nos gustaría saber en que proyectos andas metido ahora mismo…

Acabo de publicar una nueva novela, La memoria habitada (Eolas ed), un libro de narrativa sobre la infancia de un niño en un pueblo de Castilla en los años 60, donde se enlazan recuerdos y ficción, personajes, realismo mágico y saga familiar con mi abuelo Valentín, herrero, como uno de los protagonistas principales. Y sigo escribiendo, novela, ensayo, obras de teatro, guiones. La escritura es lo único que me salva un poco en este mundo convulso, en mi búsqueda de verdad y belleza. Y los amigos, claro. Sin olvidar el blues. Ya sabes, como dice uno de los personajes de A tumba abierta: la vida es un blues, una canción triste que hay que cantar con alegría.

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