1001

a finales de los años 50 comienzan a surgir protestas organizadas, pequeñas Comisiones Obreras que surgen al calor de un conflicto y desparecen cuando el conflicto se soluciona, o cuando es reprimido y aplastado

Por Francisco Javier López Martín

Se acaban de cumplir 50 años de la detención de la cúpula de las ilegalizadas Comisiones Obreras. Aquel sábado 24 de junio de 1972 unos cuantos sindicalistas venidos de muchos rincones de España fueron detenidos en el convento de los oblatos de Pozuelo de Alarcón.

Eran días de clandestinidad, según cuentan sus protagonistas y para llegar a una reunión había que pasar por varias citas intermedias en las que te iban dirigiendo hacia el lugar de reunión. La más mínima sospecha de estar siendo seguido obligaba a no asistir a la reunión para evitar una detención masiva de todos los reunidos.

Efectivamente, no todos los convocados estaban en la reunión, pero aún así la cosecha de detenciones fue numerosa y muy importante. Allí estaban, en la Coordinadora General de las CCOO, el famoso Marcelino Camacho, un joven abogado llamado Nicolás Sartorius, un cura obrero de la construcción llamado Francisco García Salve. Eduardo Saborido, Fernando Soto y Paco Acosta, llegados desde Andalucía. Miguel Ángel Zamora que venía de Zaragoza, Juan Muñiz Zapico en representación de Asturias. Desde Euskadi llegó Pedro Santiesteban y desde Valladolid Luis Fernández Costilla.

Diez detenidos, los Diez de Carabanchel, que tuvieron que esperar en la cárcel año y medio para ser juzgados. Cada juicio tiene un número y aquel recibe el número 1001. Aquel capicúa de buena suerte no la tuvo tanto. El mismo día que comienza el juicio en las Salesas los terroristas de ETA cometen el atentado contra Carrero Blanco, mano derecha de Franco, Presidente del Gobierno franquista. Como consecuencia del atentado, las condenas se endurecieron hasta sumar 162 años de cárcel. Pero eso ya podremos contarlo en otro momento.

Estamos hablando de la detención y juicio de unas personas cuyo delito consistía en ser trabajadores que se organizaban, con otros trabajadores, para conseguir mejorar las condiciones de trabajo y el respeto a los derechos laborales.

Allí había comunistas, junto a socialistas, anarquistas, cristianos, carlistas, algún que otro falangista y muchas otras personas sin ideología definida pero que tenían claro que sólo en libertad y en democracia los derechos podrían ser defendidos y respetados.

Esto ya venía de lejos. Tras el aplastamiento de la clase trabajadora organizada en UGT y CNT, durante la Guerra Civil y tras la dura y terrible represión de la postguerra, hay que esperar a finales de los años 50 para que comiencen a surgir protestas organizadas, pequeñas Comisiones Obreras que surgen al calor de un conflicto y desparecen cuando el conflicto se soluciona, o cuando es reprimido y aplastado.

Luego esas CCOO se convierten en estables, se organizan en los polígonos industriales, se coordinan con otros tajos, se reúnen en sectores y convocan reuniones intersectoriales, forman coordinadoras territoriales o nacionales, como la que cayó aquel día.

Unas Comisiones Obreras que se presentan a las elecciones sindicales convocadas por el franquismo y las ganan. Comienzan una andadura de reuniones, negociaciones, convenios colectivos, hasta que los sectores anquilosados del franquismo pierden la paciencia y deciden la ilegalización de las CCOO, la detención de sus dirigentes, el aplastamiento de todos los vestigios de libertad que pudieran haberse generado en las empresas.

Llama la atención la juventud de los dirigentes detenidos en el convento de Pozuelo, que rondan los 30 años. Llama la atención la tremenda solidaridad que despiertan más allá de nuestras fronteras y dentro de las mismas. El apoyo mundial al sindicalismo libre en España y el apoyo a las familias de los detenidos en nuestro propio país.

En tiempos tan inciertos como los que nos ha tocado vivir podemos mirar con orgullo y con tremenda confianza hacia aquellos días de hace 50 años, cuando un franquismo en declive, pero no por ello menos dañino y peligroso, no acababa de morir y cuando la democracia no estaba escrita, ni decidida, ni se oteaba en el horizonte.

Podemos mirar con orgullo a aquellos que fueron a la cárcel, sin haber cometido acto violento alguno, sin haber atentado contra nadie, por el solo hecho de haberse atrevido a reclamar libertad y derechos. Mirar con orgullo a quienes siguieron adelante, manteniendo vivo el movimiento sindical hasta conseguir su legalización, la libertad sindical un 27 de abril de 1977.

Durante año y medio el tiempo que va del 24 de junio de 1972 al 20 de diciembre de 1973, no podemos perder la oportunidad de reivindicar a los 10 de Carabanchel, como dirigentes de las CCOO de entonces pero, sobre todo, como patrimonio de toda la clase trabajadora que es capaz de organizarse para defender sus derechos.

Porque ese es el reto que tenemos por delante, ante los trabajos precarios, el deterioro ambiental que amenaza nuestra supervivencia, el retroceso de las libertades y los derechos, la crisis global en la que nos encontramos instalado. El reto de organizarnos, fortalecer la solidaridad para que nadie se quede en la cuneta, buscar la unidad en torno a lo esencial y respetar la pluralidad de nuestras ideas, la diversidad de nuestros problemas sectoriales concretos.

Aquellos 10 de Carabanchel aceptaron el desafío y asumieron libremente su responsabilidad. Ahora nos toca a nosotros continuar su camino, porque, salvadas las diferencias marcadas por el tiempo, ahora somos nosotros los golpeados por nuevos Procesos 1001.

Se acaban de cumplir 50 años de la detención de la cúpula de las ilegalizadas Comisiones Obreras. Aquel sábado 24 de junio de 1972 unos cuantos sindicalistas venidos de muchos rincones de España fueron detenidos en el convento de los oblatos de Pozuelo de Alarcón.

Eran días de clandestinidad, según cuentan sus protagonistas y para llegar a una reunión había que pasar por varias citas intermedias en las que te iban dirigiendo hacia el lugar de reunión. La más mínima sospecha de estar siendo seguido obligaba a no asistir a la reunión para evitar una detención masiva de todos los reunidos.

Efectivamente, no todos los convocados estaban en la reunión, pero aún así la cosecha de detenciones fue numerosa y muy importante. Allí estaban, en la Coordinadora General de las CCOO, el famoso Marcelino Camacho, un joven abogado llamado Nicolás Sartorius, un cura obrero de la construcción llamado Francisco García Salve. Eduardo Saborido, Fernando Soto y Paco Acosta, llegados desde Andalucía. Miguel Ángel Zamora que venía de Zaragoza, Juan Muñiz Zapico en representación de Asturias. Desde Euskadi llegó Pedro Santiesteban y desde Valladolid Luis Fernández Costilla.

Diez detenidos, los Diez de Carabanchel, que tuvieron que esperar en la cárcel año y medio para ser juzgados. Cada juicio tiene un número y aquel recibe el número 1001. Aquel capicúa de buena suerte no la tuvo tanto. El mismo día que comienza el juicio en las Salesas los terroristas de ETA cometen el atentado contra Carrero Blanco, mano derecha de Franco, Presidente del Gobierno franquista. Como consecuencia del atentado, las condenas se endurecieron hasta sumar 162 años de cárcel. Pero eso ya podremos contarlo en otro momento.

Estamos hablando de la detención y juicio de unas personas cuyo delito consistía en ser trabajadores que se organizaban, con otros trabajadores, para conseguir mejorar las condiciones de trabajo y el respeto a los derechos laborales.

Allí había comunistas, junto a socialistas, anarquistas, cristianos, carlistas, algún que otro falangista y muchas otras personas sin ideología definida pero que tenían claro que sólo en libertad y en democracia los derechos podrían ser defendidos y respetados.

Esto ya venía de lejos. Tras el aplastamiento de la clase trabajadora organizada en UGT y CNT, durante la Guerra Civil y tras la dura y terrible represión de la postguerra, hay que esperar a finales de los años 50 para que comiencen a surgir protestas organizadas, pequeñas Comisiones Obreras que surgen al calor de un conflicto y desparecen cuando el conflicto se soluciona, o cuando es reprimido y aplastado.

Luego esas CCOO se convierten en estables, se organizan en los polígonos industriales, se coordinan con otros tajos, se reúnen en sectores y convocan reuniones intersectoriales, forman coordinadoras territoriales o nacionales, como la que cayó aquel día.

Unas Comisiones Obreras que se presentan a las elecciones sindicales convocadas por el franquismo y las ganan. Comienzan una andadura de reuniones, negociaciones, convenios colectivos, hasta que los sectores anquilosados del franquismo pierden la paciencia y deciden la ilegalización de las CCOO, la detención de sus dirigentes, el aplastamiento de todos los vestigios de libertad que pudieran haberse generado en las empresas.

Llama la atención la juventud de los dirigentes detenidos en el convento de Pozuelo, que rondan los 30 años. Llama la atención la tremenda solidaridad que despiertan más allá de nuestras fronteras y dentro de las mismas. El apoyo mundial al sindicalismo libre en España y el apoyo a las familias de los detenidos en nuestro propio país.

En tiempos tan inciertos como los que nos ha tocado vivir podemos mirar con orgullo y con tremenda confianza hacia aquellos días de hace 50 años, cuando un franquismo en declive, pero no por ello menos dañino y peligroso, no acababa de morir y cuando la democracia no estaba escrita, ni decidida, ni se oteaba en el horizonte.

Podemos mirar con orgullo a aquellos que fueron a la cárcel, sin haber cometido acto violento alguno, sin haber atentado contra nadie, por el solo hecho de haberse atrevido a reclamar libertad y derechos. Mirar con orgullo a quienes siguieron adelante, manteniendo vivo el movimiento sindical hasta conseguir su legalización, la libertad sindical un 27 de abril de 1977.

Durante año y medio el tiempo que va del 24 de junio de 1972 al 20 de diciembre de 1973, no podemos perder la oportunidad de reivindicar a los 10 de Carabanchel, como dirigentes de las CCOO de entonces pero, sobre todo, como patrimonio de toda la clase trabajadora que es capaz de organizarse para defender sus derechos.

Porque ese es el reto que tenemos por delante, ante los trabajos precarios, el deterioro ambiental que amenaza nuestra supervivencia, el retroceso de las libertades y los derechos, la crisis global en la que nos encontramos instalado. El reto de organizarnos, fortalecer la solidaridad para que nadie se quede en la cuneta, buscar la unidad en torno a lo esencial y respetar la pluralidad de nuestras ideas, la diversidad de nuestros problemas sectoriales concretos.

Aquellos 10 de Carabanchel aceptaron el desafío y asumieron libremente su responsabilidad. Ahora nos toca a nosotros continuar su camino, porque, salvadas las diferencias marcadas por el tiempo, ahora somos nosotros los golpeados por nuevos Procesos 1001.

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