Opinión | ¿Aunque sea a ciegas?

Por Eduardo Nabal

“Mira que te he querido, a tientas…”

 

Partiendo de las documentadas, interesantes y exhaustivas reflexiones, más o menos recientes  y venidas de diferentes partidos o grupos de izquierda en forma de diversos artículos,  sobre la interseccionalidad de los ejes de opresión me gustaría hacer una matización en las que, asumiendo como ciertas  y acertadas estas  proposiciones, añadir un punto de duda o inquietud más que serio a sus conclusiones. Lógicamente el colectivo LGTBIQ no conseguirá unos derechos reales si no logra un avance social y político de base más allá de leyes que maquillan, al fin y al cabo, la desestructuración social que solo permite “salvar el pellejo” a un sector privilegiado del colectivo LGTBI, como ciudadanos “responsables” . Basta con ver el tan mastodóntico como inocuo World Pride neoliberal que se gesta en Madrid este Junio bajo un Ayuntamiento que se autoproclama “de izquierdas” y “del cambio”, cuando los resultados de su gestión a nivel de políticas sociales y de juventud son, en el mejor de los casos, continuistas con las de la derecha o la socialdemocracia derechizada.

 ¿Han acabado ya las políticas homofóbicas de izquierdas o se masca una silenciosa neutralidad, cuando no unas políticas de género que como mucho llegan al feminismo y de aquella manera?

El otro día en unas jornadas feministas, un alto cargo de la sección LGTB de Podemos  tuvo la osadía de descalificar al llamado “Orgullo Indignado” con la frase “No ha servido para nada”. Afortunadamente una activista trans en activo presente en la mesa la desmintió, algo que tal vez ella no se esperaba. Porque el Orgullo Indignado, o las muchas plataformas críticas que han surgido ante la comercialización de la Manifestación del 28 y toda la semana en torno a ella,  ha impedido, entre otras cosas, el despido de trabajadores de otras etnias,  ha conseguido el empoderamiento dentro de las minorías, la visibilidad de las personas trans etc.  Las fiestas del 28 de Junio  resultaron ser las de la concordia, aquellas en las que todos los políticos (exceptuando obviamente los del Partido Popular ligados a la Iglesia Católica) portaban la misma pancarta “Igualdad real ya”. De pronto esas enormes diferencias políticas y sociales que impiden el Pacto se diluyen en un acto festivo-reivindicativo en el que por mal que suene, para unos y otros, “somos el mismo colectivo” o “casi el mismo”. Poca cosa.  Es decir, yo no niego que la justicia redistributiva deba acompañar a la lucha LGTB, al contrario, pienso que unas leyes contra la homofobia o por el matrimonio y menos aún unos semáforos “igualitarios”, no disminuirán ni han erradicado ni la violencia ni la desigualdad dentro de nuestro colectivo en sentido general, pero si dudo que las personas que ostentan hoy por hoy nuestra representación política en los foros institucionales o no  lo tengan todo tan claro, sea cual sea el color político con el que se presenten. Porque el feminismo y el antirracismo tienen muchos mas tiempo de rodaje y han calado mucho más profundamente en las conciencias izquierdistas por la transformación social que la lucha LGTBI, sigue siendo así. De ahí mi pequeña pero inquieta discrepancia con estos postulados. Si para la “amiga lesbiana” del representante de la mayor fuerza política a la izquierda del PSOE (lo que es cada vez más fácil) el “orgullo indignado” y lo “queer” no sirven para nada el futuro del colectivo LGTB está en un fiestón-carrozón en que las grandes decisiones, siempre en forma de leyes y no de lucha en las calles, deben quedar siempre en manos de los que negocian estos pactos y encabezan las macromanifiestaciones.

Vivimos un momento de muchas paradojas, algunas interesantes otras dolorosas. El aumento de la violencia requiere una amplia solidaridad y redes de apoyo pero ¿vemos todavía en  los espacios de izquierda una clara conciencia hacia lo LGTB o más bien la anhelamos, la deseamos? Nos indignan, y cada vez con más razón,  las políticas gays de derechas y los discursos acomodaticios pero ¿han acabado ya las políticas homofóbicas de izquierdas o se masca una silenciosa neutralidad, cuando no unas políticas de género que como mucho llegan al feminismo y de aquella manera?  Cuando Foucault y otros teóricos/as y activistas posteriores plantean un “No al futuro” a la política con mayúsculas, no solo dicen que han sentido mayor seguridad en los grupos y movimientos sociales que en los grandes partidos (algo que les ha pasado también y de otra forma a las mujeres de una y otra orientación sexuales), sino que la ausencia de apoyos por parte de un sector de la izquierda y la política de mínimos de la izquierda al uso hacia las sexualidades no normativas a lo largo de la historia pasada y, en cierto sentido, hasta presente, les han llevado a caminos donde la desconfianza puede ser hasta un interesante valor político.

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