Zona gris: la ignorada y terrible realidad de vivir en el conflicto ucraniano (2)

De momento todo parece indicar que el conflicto del Donbass no tiene una solución sencilla y sobre todo pronta.

Por Pablo González & Juan Teixeira / Eulixe

La gente depende de la ayuda humanitaria y lo que les envían sus familiares que trabajan en otras regiones, incluidas las rebeldes, pero sobre todo Rusia. Como nos comentan los habitantes locales, es el destino más común, más popular incluso a la propia Ucrania.

Por un lado la situación económica en Rusia es sustancialmente mejor, por otro, las personas procedentes del Donbass son vistas con simpatía, mientras que en el resto de Ucrania son recibidos a menudo incluso con agresividad debido a la resistencia al gobierno de Kiev que existe en el Donbass.

Zaitsevo aun así tiene una situación favorable en comparación a la de otros muchos municipios ya que se encuentra cerca de uno de las cuatro puestos de control, el de Mayorsk concretamente, para cruzar la línea del frente entre las tropas ucranianas y las fuerzas rebeldes de Lugansk y Donetsk. Al estar cerca de una vía importante, hay algo más de atención hacia núcleos así, en otros el olvido y la dejadez son mayores. Precisamente los puntos de control son otro de los puntos de atención de la zona gris.

Los puntos habilitados para el cruce de la línea del frente son utilizados a diario por miles de personas. La gente cruza el frente para visitar a sus parientes, viajar a lugares más lejanos, comprar medicinas o hacer gestiones de cualquier otro tipo. Estos puntos proporcionan una dura experiencia a la mayoría de personas. Para empezar es necesario hacer cola durante horas, incluso días en las fechas más concurridas. Si se tiene la suerte de tener un coche se puede estar dentro mientras tanto, pero muchas personas deben cruzar los varios kilómetros de cola a pie. En verano pasando calor de más de 30 grados, en invierno pasando frío con temperaturas con una media de 10 bajo cero y que en algunas épocas bajan hasta los 25 bajo cero. Sin lugares para resguardarse, sin comida caliente, sin atención de ninguna clase.

Una vez superada la espera los usuarios se tienen que enfrentar a registros y interrogatorios de los soldados de ambos bandos. Es zona de guerra y se nota en la poca amistad y consideración de los uniformados hacia los civiles. Además no pocas veces ocurren accidentes en esos puntos de control. Así en el paso de Mayorsk el 14 de diciembre del año pasado un soldado ucraniano se subió al tejado de un barracón en el que había montado un punto de control de pasaportes y desde allí disparó su arma al aire para según él calmar a la multitud. Al bajar, su arma se disparó y mató a un hombre de cincuenta años. La mujer del hombre sufrió un infarto y murió en el hospital unas horas después. A pesar de la multitud de testigos presentes en el lugar, y periodistas como nosotros llegados poco después, las autoridades ucranianas declararon que la muerte se produjo por fuego enemigo, quitándose de esa manera toda responsabilidad. Fue un caso llamativo, pero no el único. Asesinatos de civiles que quedan impunes suceden periódicamente.

La arbitrariedad de la guerra está presente en cada momento de la vida en zona de guerra. Municipios con miles de habitantes como Avdeevka, Yasinuvata, Gorlovka o Dokuchaevsk sufren bombardeos esporádicos. La gente se ha acostumbrado a ello, pero resulta increíble la tranquilidad con la que se toman hechos que amenazan gravemente su vida. Un ejemplo lo vimos en Yasinuvata. Una familia de jubilados que viven con su nieta, de la cual cuidan mientras los padres trabajan en Rusia, sufrió el impacto de un proyectil en su casa. La suerte según ellos es que el calentador de agua, instalado fuera, fue el que absorbió el impacto. Es la tercera vez que la casa sufre impactos de artillería, y por ahora siempre han evitado los daños personales. Seguirán allí, ya que según dicen, es su hogar y no tienen otro.

Sin embargo, no todos los impactos de artillería acaban igual de bien. De los más de diez mil muertos oficiales que se lleva en el conflicto, de manera oficiosa se hablan de muchos más, más de dos tercios son civiles. El fuego de artillería es precisamente el responsable de la mayoría de las bajas. Como un caso que se produjo en Avdeevka, cuando un proyectil de tanque o cañón autopropulsado entró por la ventana de un bloque de pisos y mató a una anciana y su nieto. Visitando el edificio, se puede encontrar justo en el piso encima al de la tragedia cajas de munición de un cañón antitanque sin retroceso. La guerra es así, a los militares solo les importa la victoria, y si se tiene colocar un cañón en un edificio con civiles dentro, se coloca.

Otras personas han tenido más suerte en ese sentido, sus casas o bien han quedado destruidas, o bien no pueden volver a ellas por motivos de seguridad, pero están vivos. Eso sí, son refugiados en zonas cercanas al frente. Como en el monasterio de Svyatogorsk, donde varios centenares de personas, en su mayoría mujeres con hijos, viven en la incertidumbre, ya que por un lado no tienen a donde ir, por otro no tienen oportunidades laborales. Alena de 34 años de Donetsk es una madre soltera que llegó ya embarazada al monasterio huyendo de los combates de 2014. Desde entonces vive allí sin atreverse a cruzar la línea de vuelta a su ciudad natal. Caso similar es el de Tatiana, que con 40 años ya es madre de 7 hijos. La familia no tiene a donde volver, han perdido su hogar de Donetsk, y tienen escasas esperanzas sobre su futuro.

Ese parece ser el principal problema de mucha gente de la región a la hora de plantearse su futuro, no tienen posibilidad de vivir dignamente en su región de origen, una de las más prosperas antes de la guerra. Tampoco tienen la posibilidad de irse. De esta manera quedan atrapados en un círculo del que les es muy difícil salir. Por todo ello arriesgan sus vidas en la esperanza de que el tiempo mejore su situación de una u otra manera.

De momento todo parece indicar que el conflicto del Donbass no tiene una solución sencilla y sobre todo pronta. Otros ejemplos como los conflictos congelados de Transnistria, Abjasia u Osetia del sur, o el semicongelado del Nagorno Karabaj muestran que la solución militar no va a llegar, y la solución política se puede alargar en el tiempo a decenas de años. Por todo ello la problemática del Donbass y el sufrimiento de su población no parece que vayan a acabar pronto. La gente seguirá viviendo en una zona cada vez más gris incluso más allá de la línea del frente. Al sufrimiento que ya han provocado miles de muertos le seguirá el prolongado dolor que causa toda la situación actual, en la que incertidumbre y la arbitrariedad marcan el día a día de miles de personas que viven y seguirán viviendo en la zona gris del conflicto del Donbass.

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