Voces palestinas: Traumas que habitan en los hospitales

Este ataque ha sido devastador y ha afectado a todos los aspectos importantes de mi vida. Extraño mi casa y estoy deseando volver a verla. Perdí mi universidad, que fue destruida por los ataques israelíes.

Por Tania Lezcano | 30/04/2024

Seguramente algunos de los testimonios más terribles que llegan desde Gaza lo hacen de la mano de profesionales sanitarios, que se ven desbordados y aterrorizados ante el genocidio. Para esta nueva edición de Voces palestinas hemos elegido la historia de Nada Almadhoun, una estudiante en su último año de Medicina que además es artista. De hecho, su primer artículo para We Are Not Numbers (WANN) versaba sobre un nuevo cuadro que reflejaba su mundo de abstracción.

En el que nos ocupa, publicado el pasado 12 de marzo, relata su experiencia al ofrecerse como voluntaria para ayudar en el hospital Nasser de Gaza: los traumas de algunos pacientes, reencuentros inesperados y también pérdidas dolorosas.

Mi único sueño: poner fin a estas masacres

El 1 de enero de 2024, mientras personas de todo el mundo celebraban el Año Nuevo, los habitantes de Gaza daban gracias a Dios por seguir con vida después de 88 días de agresión sin tregua y largos días de masacres devastadoras. Estoy viviendo el sexto o séptimo ataque en mi vida. Han sido tantos que he dejado de contar. En cualquier caso, este último es único. Es el ataque más furioso al que he sobrevivido hasta ahora y espero seguir sobreviviendo.

En la segunda semana del ataque salí de mi casa y no la he vuelto a ver. No tengo ni idea de si ha sido destruida o no, porque no llega información de mi antigua zona, que ha sido tomada por las fuerzas israelíes. A la prensa no se le permite entrar en áreas que han sido invadidas por los tanques israelíes y, de todos modos, no tendría seguridad si entrara. En esta situación, finalmente, me di cuenta del significado del viejo dicho: Hogar, dulce hogar.

Dos semanas después, al estar en mi último año como estudiante de medicina, comencé a trabajar como médica voluntaria en el Complejo Médico Nasser. Vi cientos de casos de crisis. Un día me encontré de repente con una antigua compañera de clase, Lina, que estaba internada en el hospital como víctima de la guerra. Su casa había quedado destrozada con la familia dentro. Ingresó en el hospital Al-Shifa de Gaza con múltiples heridas, incluida una pérdida temporal de memoria, que recuperó al cabo de dos semanas. Su principal lesión fue en la médula espinal, lo que le dificultaba caminar.

Una de las pacientes con las que traté, Reema, tiene solo 10 años, pero el fuego le robó la inocencia de su infancia. Estaba en su casa mientras dormía tranquilamente. De repente, se vio envuelta en llamas debido a un bombardeo en la casa de su vecino. La primera vez me asusté al ver la carne quemada y las inflamadas ronchas rojas. Cada vez que la veo para una cita de seguimiento, me hace la misma pregunta: «¿Cuándo será normal mi cara?». Su duda resuena sin respuesta en mi propia mente. Ojalá pudiera ofrecer una imagen del futuro, pero el espejo se niega a ser amable. Cada visita es la misma danza de esperanza mezclada con la cruda realidad.

Otro paciente con el que traté fue Emad, un hombre casado de unos treinta años. Era el padre cariñoso de dos hijas inocentes. En otro tiempo un titán de la construcción, ahora estaba confinado a las estériles paredes blancas del hospital. Su casa fue bombardeada y se derrumbó sobre él. Esto había dejado huella no solo en su cuerpo (una sinfonía destrozada de huesos rotos y sueños destrozados), sino también en su espíritu. La hemiparesia (debilidad muscular en un lado del cuerpo), un cruel giro del destino, lo había encadenado a una silla de ruedas, silenciando la risa antes estruendosa que llenaba su casa. Su mente, un campo de batalla constante, luchaba entre el amor feroz por su familia y el miedo asfixiante al futuro. ¿Él, el sostén, la roca, se convertiría en una carga?

La agresión me enseñó el significado de tener que despedirme repentinamente de mis seres queridos. Durante el ataque, mi familia y yo nos mudamos con mi tío a un apartamento que supuestamente era seguro. Él tenía una hija, Tala. Jugábamos a las cartas diariamente durante el ataque para aliviar nuestro estrés. Un día le dije a Tala que después de la agresión la extrañaría porque ya no viviríamos juntas. Un mes después, Tala ingresó en cuidados intensivos debido al envenenamiento por el fósforo que utilizaba el ejército israelí. Como resultado de este envenenamiento, Tala murió. Yo no lo esperaba y la extrañaré siempre.

Foto tomada por Nada Almadhoun mientras asistía a una cirugía como médica voluntaria en el Complejo Médico Nasser

Este ataque ha sido devastador y ha afectado a todos los aspectos importantes de mi vida. Extraño mi casa y estoy deseando volver a verla. Perdí mi universidad, que fue destruida por los ataques israelíes. Perdí mi sueño, ya que se suponía que este año me graduaría oficialmente para ser médica. Mis colegas y yo nos estábamos preparando para la graduación, pero Israel lo hizo imposible. Perdí a familiares cercanos a mí. Actualmente solo tengo un sueño: que se ponga fin a estas masacres y se permita a los palestinos y palestinas vivir sin tener que afrontar el miedo a ser bombardeados todos los días.

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