Vivir y morir en un almacén: el futuro ya está aquí

les recomiendo que dediquen una hora de ese tiempo que ahorran en las compras al comercio local, al de su barrio, para que vean “Life and Death in the Warehouse”

Por Angelo Nero

No pretendo hablar desde ninguna altura moral -hace años que dejé el apostolado-, al declarar mi boicot militante a plataformas como Amazon, Glovo o Deliveroo, que han introducido un modelo laboral realmente agresivo para una clase trabajadora ya muy precarizada y con los derechos menguando a la par de los sueldos, así como han fomentado un consumismo, especialmente entre las clases populares ya explotadas, que ha calado de una forma alarmante en los jóvenes. “Perro no come perro”, dice la popular expresión para señalar que la mayoría de los carnívoros no se alimentan de su propia especie, pero parece que “perro explota a perro” o, cuando menos, poco le importa sostener un modelo de explotación en el que los de su misma clase sean abocados a una esclavitud del siglo XXI.

Para aquellos que todavía no sean conscientes de este pernicioso sistema de las plataformas de compras on-line, que ha convertido a Jeff Bezos en la segunda fortuna mundial, y en uno de los símbolos supremos del éxito del capitalismo -el éxito para el 1%, y el fracaso para el 99% restante, claro-, les recomiendo que dediquen una hora de ese tiempo que ahorran en las compras al comercio local, al de su barrio, para que vean “Life and Death in the Warehouse”.

Vida y muerte en un almacén”, como la han titulado aquí, dirigida por Joseph Bullman y escrita por la guionista Helen Black, nos introduce en la historia de Megan (Aimee-Ffion Edwards, la actriz galesa protagonista de series como “Skins” y “Peaky Blinders”), que llega ilusionada a un gran centro logístico de distribución de compras on-line, contratada como una de las supervisoras. Allí se encuentra con una antigua compañera de clase, Alys (Poppy Lee Friar, también en series como In My Skin o Eve), una trabajadora ya veterana, que ya ha ascendido en el escalafón de los operarios.

Pero el entusiasmo inicial no tardará en esfumarse, conforme se vaya dando cuenta de las condiciones de trabajo de los “asociados”, eufemismo con el que la empresa denomina a los trabajadores precarios que tienen que mantener jornadas agotadoras, compitiendo entre ellos para que les llamen al día siguiente.

La guionista Helen Black investigó arduamente sobre el modo de operar de estas plataformas, y se inspiró en hechos reales para escribir el guión: “Comprar hoy es una cultura de ‘tengo que tenerlo’, en la que podemos pedir algo en línea y recibirlo por correo al día siguiente. Solíamos estar contentos con pedir artículos y esperar unos días para que se entregaran, ahora, el personal de los almacenes está al borde del abismo debido a esta nueva cultura.”

Ese abismo es el que refleja el film, que se nos antoja un futuro distópico, sin darnos cuenta de que el futuro ya está aquí. Escenas tan delirantes como en la que se le interroga a Alys porque estuvo cinco minutos más de lo habitual en el baño, ya son el pan de cada día en muchas empresas. “También queríamos mostrar que Alys y Megan son del mismo entorno, vivieron en la misma calle cuando eran niñas y, sin embargo, estas dos mujeres comunes terminan oponiéndose, ambas tratando desesperadamente de mantener sus trabajos.” Señala nuevamente la guionista que pone el acento en la necesidad de conservar el empleo, aunque sea a costa de la renuncia a los derechos adquiridos a lo largo de décadas de luchas obreras.

La bajada de rendimiento de Alys, motivada por su embarazo, ocupa el centro de la trama, mientras Megan es presionada por su supervisor, Danny (Craig Parkinson, al que recordamos por Line of Duty), para que no baje la media de su equipo, ya que para el sistema no existen trabajadores, sino estadísticas.

El drama muestra cómo todo esto puede derrumbarse y cómo no hay ‘concesión’ en el sistema para cosas ordinarias como la maternidad, a pesar de que las mujeres han luchado por estos derechos a lo largo de la historia.” Advierte Helen Black.

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