Vivir el amor en el capitalismo

Pablo M. Arenas López

La vida, tal y como la concebimos en la moderna sociedad capitalista, está orientada hacia una forma de vivir en y por el consumo. El consumismo, es la forma de vivencia que todo lo devora, que nada deja fuera de su alcance y que, cuanto más materia, vida y personas consuma, mayores deshechos deja a su alrededor. El amor, principio fundamental de la fuerza humana que es la respuesta al problema de la existencia humana, ha sido devorado por la sociedad de consumo. El capitalismo consumista se extiende a todas las facetas de la vida cotidiana, está intrínseco en su naturaleza que, como si de un cáncer se tratase, invade todo aquello que toca, y no tiene otro fin que el de aniquilar toda forma de vida, de pensamiento y de acción.

Erich Fromm entendía el amor como esa fuerza vital propia del ser humano, la capacidad superior de dar lo mejor que la persona tiene para los demás. Planteando el problema de la existencia humana, entendió que, al nacer, vivimos en un estado de separación con la naturaleza, y que dicho estado generaba angustia y desesperación. La respuesta a ese estado de negatividad no podía ser otra que el amor, la unión con otras personas. Pero, al igual que todos los aspectos de la vida cotidiana, el amor requiere una serie de actitudes para ser llevada a la práctica. En su obra “El arte de amar”, Fromm nos expone que la practica de este arte requiere de disciplina, concentración, paciencia, preocupación, y conocimiento. Disciplina a la hora de ejecutar el amor; concentración para no distraernos de nuestra actividad; paciencia, pues el amor no se puede articular de forma rápida ya que requiere tiempo; preocupación, ya que el amor es una actividad y requiere estar activos constantemente; y, conocimiento, pues es necesario saber cuales son las necesidades y las preocupaciones de la otra persona.

Al definir que es el amor, la pregunta que se plantea seguidamente es transcendental: ¿es el amor producto del individuo, intrínseco a él? o, por el contrario, ¿es más una experiencia vivida en lo social? Las corrientes teológicas del idealismo -su culmen se haya en la escolástica- afirman que el amor es producto del individuo, puesto que el ser-individuo es infinito, el amor es origen de la existencia propia del ser. La crítica resulta evidente: si el amor es la respuesta a la condición de separación humana, no puede tener otro origen que no sea la existencia de otro ser-humano. Es, por tanto, una experiencia única y exclusivamente social, que tiene como punto en común, el reconocimiento del otro como un igual y el hacerlo objeto de nuestro amor.

Con la práctica del consumo, y el creciente proceso de individualización, el hombre posmoderno ha adoptado su modo de vida al de las relaciones de producción capitalistas

Con tanto, en la posmoderna sociedad, el amor ha sufrido diversas trasformaciones, o en palabras del propio Fromm, desintegraciones en su esencia. Hablar de amor, en nuestra sociedad de consumo, equivale a compararlo al ideal de amor romántico. El amor romántico no deja de ser parecido al amor de padre a hijo, al amor fraternal entre hermanos, o al amor entre amigos. Amor reducido a un único punto es, por tanto, un amor que ha quedado secuestrado a merced de la concepción del amor romántico, y que, en su esencia, se encuentra el deseo. Basta suprimir amor romántico por deseo, y el resultado de la ecuación seguirá siendo el mismo. La diferencia entre amor y deseo estriba en la duración del mismo, al no tratarse de una cuestión puramente cualitativa, el deseo y, sobre todo, el deseo de otros humanos se concibe como el consumo de personas.

Con el desarrollo de la sociedad capitalista, la producción sobrante de artículos salidos de las grandes empresas requería de una salida que fuera útil, que estuviera destinada a todas aquellas personas capaces de adquirirlas. Así fue como se pasó de una sociedad de producción, con una vida dedicada al trabajo y cuidado de hijos, a una sociedad de consumo y desapego al amor. El capitalismo se ha transformado desde que Marx lo describió por 1867. Quizás, fuese Zygmunt Bauman quién mejor describiera como actúa el nuevo capitalismo en su famoso libro Modernidad Líquida en el que se expone la idea de que la modernidad líquida es la época en la que todo pasa rápido, veloz; en la que el capitalismo ha pasado de ser pesado, a un capitalismo ligero, en la que la relación entre el capital/trabajo ha generado un divorcio. El capital se ha adaptado a las necesidades del proceso globalizador, expandiéndose por todo el planeta. Si antes, el capital estaba condenado a mantenerse fijado en un lugar determinado, ahora vuela ligeramente. El capitalista posmoderno ya no reside en ningún sitio concreto, ahora su lugar es todo el planeta. Hoy en Nueva York y mañana en Pekín, el capitalista es capaz de mover todo su capital de un lugar a otro sin inconvenientes algunos. Basta ver el hecho de la cantidad de empresas multinacionales que cambian de sede, cierran sus fábricas, y las trasladan a otro lugar con tanta facilidad que ni tan siquiera los propios Estados son capaces de parar este tren que va a alta velocidad. En cambio, el trabajador ha sufrido todas las consecuencias del divorcio entre el capital y trabajo, ya que al no poder moverse con la misma velocidad que con la que lo hace el capital, está condenado a aceptar las condiciones de vida impuestas en su lugar de residencia. La característica básica del capitalismo posmoderno, o capitalismo líquido como afirma Bauman, es que ha permitido mover al capital mientras que la masa obrera ha permanecido inmóvil. Eso ha traído diversas consecuencias, tales como el debilitamiento de los sindicatos en cuestión de derechos y condiciones laborales, ya que, al estar divorciados, no tienen a nadie contra quien luchar, a nadie que exigirle nada. Únicamente pueden arrodillarse y pedir ser escuchados.

Consecuencia última es que las condiciones de vida de los hombres se han adaptado al modelo económico posmoderno. Con la práctica del consumo, y el creciente proceso de individualización, el hombre posmoderno ha adoptado su modo de vida al de las relaciones de producción capitalistas. Si su forma de vida se ve enfocada al consumo. Este se expande a todas las facetas de la vida, de tal suerte que, capaz de trasformar la conciencia de los hombres, ha socavado al amor. Si el amor implicaba paciencia, disciplina, y conocimiento, una forma pesada de amor, el nuevo amor será ligero, desapegado. El posmoderno capitalista se guarda de mantener relaciones humanas que lo aten a cualquier lugar, o a cualquier persona. En cambio, practican una suerte de desapego por cualquier persona que le permite seguir manteniendo la velocidad y el ritmo constante. El consumo de personas, al igual que el consumo de bienes, está basado en la fragilidad de los vínculos humanos, y la cantidad de personas que pasan por nuestras vidas. El amor ahora muere en el mismo instante de ser consumido, se convierte en un residuo, y como todo sistema de producción, genera deshechos humanos. Por ello, es habitual que, a día de hoy, cada relación mantenida es experimentada con mayor insatisfacción, pues necesitamos una cantidad mayor de consumo de personas para no sentir una profunda frustración. Cuando Karl Marx analizó la relación humana con el amor, entendió que el amor debe ser algo reciprocó ya que sí amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia.

Toda la masa de personas excluidas del amor, hechos residuos ahora, responden con la misma fuerza al concepto de marginado, desposeído, apátrida, y refugiado, en otras palabras, desgraciados. Desposeídos de la capacidad de consumo, mantienen una relación ambivalente con la posesión pues, están poseídos del deseo de consumir. Los marginados son los más perjudicados por la práctica del consumo, ya que, desposeídos de capital y de expectativas de futuro, son objetos de sospechas por aquellos poseedores de bienes de consumo y vistos como sujetos no merecedores de amor. Únicamente, les queda rebajarse a una vida condenada por el alcoholismo o la drogadicción. Es la condición condicionante de dominación. Una vida que parece ser “no ser merecida de vivir”, excluidos de los espacios públicos, vistos como cucarachas portadoras de enfermedades y, alejados de cualquier futuro emancipador. Así viene surgiendo, en los últimos años, las comunidades cerradas: bloques de edificios en mitad de las ciudades, amuralladas, vigiladas con seguridad, que sospechan de todo aquel que pueda entrar. Únicamente tienen permitida su salida. El propio Bauman, definió este hecho como “mixofobia” esto es, el miedo al que es diferente, al marginado, al paria, al desgraciado. Por su parte, la clase dominante, mantiene su statu quo imperante con recelo, mientras que acepta de buena gana a aquellas personas que son poseedoras de bienes de consumo. La “mixofilia” es la aceptación de entre iguales, de consumidores.

Los marginados, doblemente desposeídos, masa excluida en el capitalismo posmoderno, se ha convertido en el residuo generado por el sistema de producción posmoderna. Producción de personas destinadas a ser consumidas. Junto a ello, en nuestras sociedades, parece surgir la idea del amor a uno mismo, amor que no quiere decir otra cosa que el reconocimiento de ser objeto de amor a otro. El consumista posmoderno carece del amor a uno mismo, en cuanto se revindica como objeto de amor de sí mismo, la nueva fórmula del hedonismo. Tales fórmulas son fácilmente reconocibles en los eslóganes de muchas marcas comerciales “Amaté”, “Daté vida”, fórmulas que no reivindican otra cosa que el individualismo narcisista. Frente a ello, la masa excluida hace un intento desesperado por subirse al carro del nuevo hedonismo consumista, pero al carecer de los medios necesarios, siguen estando excluidos del proceso de individualización que, a su vez, se mantiene como un privilegio de unos pocos frente a otros muchos.

En los últimos años, ha venido apareciendo la figura del single, aquella persona que práctica el desapego total con el amor, declarándose la naranja entera de la relación. Su principio fundamental está basado en el hecho de la individualización, unida a un proceso de liberalización de las relaciones humanas. Liberalización que viene pareja con la privatización de los procesos económicos en nuestra sociedad. El single vive su día a día sumido en una profunda identificación de sí mismo, que está liberada de disciplina, concentración, paciencia, preocupación, y conocimiento; en otras palabras, de todo lo que implique amor. En el blog hombremoderno.es, el single aparece como la persona que se encuentra liberada de todo lo que tradicionalmente se consideraba negativo, todo aquello que ataba a una persona y le impedía desarrollarse como tal.

Que tu ocio dependa de la otra persona es, muchas veces, un fastidio. La existencia de una pareja significa, entre otras cosas, una difícil planificación de tu ocio. Adaptar tus planes a los de ella puede resultar complicado o, incluso, fuente de conflictos, ya se trate de reservar en un restaurante o disfrutar de un fin de semana fuera de la ciudad. El ‘single’ tiene la oportunidad de hacer exactamente lo que quiere cuando quiere, sin tener que rendirle cuentas a nadie que no sea a sí mismo (Hombremoderno.es).

El posmoderno capitalista se guarda de mantener relaciones humanas que lo aten a cualquier lugar, o a cualquier persona.

En la famosa serie televisiva “Cómo conocí a vuestra madre”, el personaje Barney Stinson toma el papel del perfecto single posmoderno, un exitoso abogado practicante del desapego amoroso que, cada noche, va en busca de mujeres con las que mantener relaciones sexuales. Como perfecto single posmoderno, deja atrás toda una ristra de deshechos. Las mujeres con las que ha consumado las relaciones son vistas como basura, deshechos tiradas por él una vez usadas para no volver a ser vistas nunca más. Una visión del single que corresponde con la ideología dominante en el capitalismo: hombre, blanco, de clase alta y soltero.

Las prácticas sociales del hombre single están destinadas al desapego por todo aquello que lo retenga en un lugar determinado, o con una persona determinada. Las nuevas formas de relacionarse por las que el single posmoderno se identifica son los chats, el uso de las redes sociales, que les permiten mantener, por un lado, la distancia necesaria para no sentirse enraizado con nadie, y por otro, la capacidad de liberación justa para terminar una relación cuando venga en gana. El single moderno experimenta un miedo al amor, miedo que solo puede ser traducido como miedo a todo aquello que lo deje con una pesada carga emocional con alguien, y que ya no desea nada más que vivir su individualidad día a día. Desde la distancia de la pantalla del móvil o el ordenador, despersonificando a la persona, la usa y deshecha como quien usa una maquinilla de afeitar porque ya no le sirve. En cuanto la conversación torna a un punto incomodo, el posmoderno single no tiene reparos en tirar al cubo de la basura a la persona que está al otro lado del móvil, y éste no tendrá ningún reparo en hacer lo mismo con él. Es habitual que este tipo de relaciones sea fugaces, tan cortas como un parpadeo y genere, día a día, mayores inseguridades, desconfianzas y resentimientos.

Si el capitalismo ha destruido la esencia del amor, la única solución posible es la construcción de un amor revolucionario. Decía Marx, que la burguesía trae consigo la semilla de su propia destrucción. Aplicando estas palabras del autor, podemos decir que el amor single, el amor posmoderno -todas ellas etiquetas de una misma cosa- trae consigo la semilla de su propia destrucción: la destrucción de la humanidad. Si el creciente proceso de individualización ha conseguido socavar la esencia de las relaciones humanas, lo único que se podría esperar es que se diera por terminado el propio concepto de humanidad. Individuos sumidos en su hedonismo individualista, buscan desesperadamente la satisfacción de sus deseos, practicando el consumo propio, por él y para él. La practica del amor revolucionario requiere la dosis de constancia necesaria contra la forma de vida capitalista. Ser revolucionario hoy en día significa ser conscientes de todas nuestras practicas sociales, mantener una actitud crítica, y una voluntad de trasformación de la realidad. Los problemas globales requieren de soluciones globales. La pérdida de la voluntad de unión, incluso en el entorno político, ha sido consecuencia última del proceso individualizador. El revolucionario no puede hacer otra cosa, sino que oponerse de forma tajante a la individualización de la humanidad, lo que llevaría a la destrucción de la misma. Por tanto, el amor revolucionario es inevitable. Lo que queda por ver es cómo articular de forma global este amor para restaurar la esencia de la humanidad. Estamos ante un juego de suma cero.

Referencias bibliográficas:

  • Bauman, Z. (2015). Amor líquido. Fondo de Cultura Económica de España: Madrid.
  • Bauman, Z. (2016). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica de España: Madrid.
  • Fromm, E. (1956). El arte de amar. Harper: México.
  • Hombre Moderno. Consultado: 10 de julio de 2018. Disponible en http://www.hombremoderno.es/eros/motivos-para-ser-single-a08/

3 Comments

  1. Hola Pablo M Arenas, siguiendo la línea de tu artículo e identificado con el tema Amor, iniciemos con una Guerra de Amor (en el interior del ser, para su reencuentro como ser humano) nos debemos un encuentro para compartir mutuamente sobre ello, vivo en Granada… esperando dialogar personalmente.
    Hasta pronto.

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