El virus que aceleró el cambio

Por Manuel Hernández Lorca

Cómo el capitalismo, necesitado de esta situación y al igual que los virus, mutará súbitamente

La RAE define el término súbito como ‘’Impulso brusco e inesperado que mueve a hacer o decir cosas del mismo tipo; sin preparación, sin discurrir o pensar.’’

Si recordamos el atentado contra el WTC del 11S y las consecuencias en todos los ámbitos que después vinieron, podemos decir que precipitó un cambio súbito en el mundo tal y como lo conocíamos. Lo mismo podemos decir de la crisis financiera de 2008 y sus réplicas en Europa en 2012 y 2013. Ambos acontecimientos como tal son origen y una de las causas del repliegue que vivimos en todo el mundo occidental, Oriente Medio, Latinoamérica y Asia. El 11S, la crisis de 2008 y los acontecimientos que de ello se precipitaron en las dos primeras décadas del siglo XXI influyeron en la llegada de la ola de atentados en gran parte del mundo, causaron austericidio, aplastamiento económico y social de países como Grecia, Italia o España. También trajeron a Podemos, a Syriza, a la Lega, a Trump, a Bolsonaro y a Le Pen. Alumbraron el Brexit. Condujeron a inestabilidad internacional y un cambio en el paradigma económico y geopolítico imperante desde la Guerra Fría. Es la propia Historia, donde hay veces que ciertos acontecimientos se erigen como catalizadores en sí mismos de una situación y cambio que ya se daba progresivamente. Hay momentos en los que la Historia da un acelerón y todo se desarrolla de manera precipitada, súbita, sin tiempo para que la mayoría de la clase trabajadora pueda reaccionar al mismo nivel que sus élites políticas y económicas.

Esto es lo que parece se está viviendo en países, naciones o territorios de más de medio mundo (y a medida que avanzan las horas se suman más). El 8 de diciembre de 2019 salta la noticia de que se había descubierto una extraña neumonía en un paciente de la ciudad china de Wuhan. A partir de ahí, viene todo lo demás. Coronavirus, COVID-19, SARS-COV 2…

Países enteros sometidos al estado de alerta, excepción o alarma. Metrópolis de millones de habitantes y sus respectivas poblaciones confinadas, clases de cualquier nivel educativo suspendidas en medio mundo, eventos sociales, deportivos o económicos cancelados.  Miles de negocios cerrados y economías enteras frenadas en seco. Volatilidad bursátil y caos financiero, incertidumbre en la mayoría de clase trabajadora del mundo.

No se exagera si analizando las primeras consecuencias de la propagación del coronavirus COVID-19 en forma de pandemia se dice que nos enfrentamos a un cambio del mundo que conocíamos. No se trata de ser alarmista ni agorero, sino simplemente de informar para que la clase trabajadora conozca las consecuencias y la magnitud de lo que tenemos enfrente. No es el apocalipsis como ciertos medios del capital se empeñan en difundir pero si un ‘’fin del mundo’’ tal y como lo conocíamos hasta ahora, de la misma forma que otros grandes acontecimientos en la Historia precipitaron cambios estructurales y profundos en las condiciones materiales y sociales de la clase trabajadora, cambios en las superestructuras que se derivan del sistema socio-económico imperante.

Hay un aspecto fundamental y que está relacionado estrechamente con la magnitud de un problema patológico de este calibre, los sistemas sanitarios de los diferentes territorios y su capacidad de resistencia. Cuando el COVID-19 empezó a propagarse por la ciudad china de Wuhan (provincia de Hubei), se produjeron con absoluta celeridad las primeras medidas por parte del gobierno de China: cuarentena total de la ciudad y otros focos de expansión del virus. Además, algo que llamó mucho la atención desde la visión occidental (al menos en tiempos de paz) fue la construcción de un hospital en apenas 10 días para evitar el desborde del sistema sanitario de los principales focos de contagio en Wuhan. La rapidez y rotundidad de las medidas tomadas por el gobierno chino cuando apenas llevaban cientos de infectados por el coronavirus suscitaron profundas críticas desde Occidente, algo que de momento se ha demostrado eficaz y efectivo para parar con éxito la propagación del virus. China ha registrado cero contagios locales nuevos los días 19 y 20 de marzo de 2020.  Punto clave para este éxito es la forma de entender el Estado en China, que ha resultado fundamental a la hora de acabar con la propagación, al menos de momento, del coronavirus. Hay países afectados en prácticamente todo el resto de Asia pero es el sudeste asiático, en concreto Japón y Corea del Sur, los países más afectados y también los que parecen estar frenando el contagio más rápidamente (en el caso de Surcorea incluso sin medidas restrictivas ni confinatorias).

En el caso de Europa es Italia la que supone ya el principal foco epidémico del COVID-19 en todo el mundo, habiendo superado preocupantemente a China en el número de muertos (China tiene 1.400 millones de habitantes e Italia 60 millones). La situación en Italia además de preocupante es desesperante. Desde el 10 de marzo se extendió el confinamiento total de la población desde la región de Lombardía hasta el resto del país. Se tuvo que llegar a los 9000 contagiados y casi 500 fallecidos para tomar esa decisión. Lejos de mejorar o de llegar al pico de contagio del COVID-19 la situación sigue agravándose, y lo más preocupante es la alta tasa de mortalidad comparada con otros países debido al colapso del sistema sanitario italiano. Los hospitales están desbordados, empieza a faltar material necesario como mascarillas o respiradores hasta tal punto de tener que elegir por parte del personal sanitario qué enfermos dejan morir y cuáles tienes más posibilidades de ser salvados, como si de medicina de guerra se tratara.

Lamentablemente España no se queda atrás, siendo el segundo país europeo que peor está sobrellevando esta situación, con miles de infectados cada día y decenas de nuevos fallecidos. La capacidad del sistema sanitario público español, mermado desde los recortes impuestos durante la crisis de la eurozona por la UE y aplicados por diferentes gobiernos, se empieza a resentir alarmantemente. Al igual que en otros países: falta de camas, personal sanitario médico y no médico insuficiente o carestía de material necesario. Esto ha llevado al gobierno de coalición a decretar la inmediata puesta a disposición del Estado y las Comunidades Autónomas de la sanidad privada. Una ‘’nacionalización’’ temporal que si se hubiera producido desde hace años la situación actual sería otra. Esta situación deberá servir en el futuro para plantearse la idoneidad de la nacionalización total y definitiva del sector privado de la sanidad (además de otros sectores). También se ha decretado el uso de los hoteles privados por si fuera necesario su medicalización urgente ante la carga del sistema público sanitario. 

Los países peor parados en Europa después de España empiezan a ser Francia y Alemania, cuyo aumento de casos en las últimas horas son alarmantes. En Reino Unido también se está produciendo un aumento significativo de los infectados por COVID-19. Mención especial merece la actuación de Reino Unido bajo el gobierno de Boris Johnson, donde de manera prácticamente criminal ha declarado que prefiere priorizar la salud de la economía a la de su población. Desde un principio asumió la ‘’estrategia’’ de contagio controlado de la población, abandonando a su suerte la mayoría trabajadora de Reino Unido. En los últimos días parece haber dado marcha atrás y tomado tímidas medidas como la suspensión de ciertos eventos masivos y de las clases educativas. Siguiendo la misma estela, el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, afirmó en un discurso televisado que seguirá la estrategia de la «propagación controlada» descartando por el momento cualquier tipo de encierro o medida de contención. Esto solo demuestra, otra vez, que no hay gobierno que desde dentro del capitalismo puedan asegurar las condiciones dignas para las poblaciones obreras de los diferentes territorios. También es preocupante la situación en países como Islandia, Luxemburgo, Suiza, Noruega o Irán, donde sus datos de afectados por COVID-19 por millón de habitantes son demoledores.

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Estados Unidos empiezan a subir exponencialmente los casos, lo que ha llevado al Presidente Trump, en un principio escéptico sobre el virus, a tomar ciertas medidas y recomendaciones ‘’sociales’’. También se ha referido a sí mismo como un ‘’presidente en tiempos de guerra’’ y ha declarado, ante el colapso de zonas médicas del país, que invocará la Ley de Producción de la Defensa; una ley promulgada en 1950 durante la Guerra de Corea y que permite recurrir al sector privado para acelerar el suministro de productos médicos.  Sin embargo son los gobernadores de diferentes Estados los que de momento anuncian diferentes confinamientos como el caso de California, Illinois, Connecticut o Nueva York donde se ha decretado la cuarentena para sus 75 millones de habitantes. Poco a poco se empieza a ver también un aumento de los casos en los países de Latinoamérica, dónde países como Perú, Venezuela o Argentina, han tomado serias medidas de confinamiento para sus poblaciones.

Aunque Europa es ahora mismo el epicentro del COVID-19, en el continente africano también hay un notable aumento de los contagios del virus. Los casos confirmados en África aumentan a una tasa del 26% cada día siendo pocos países los que se libran por el momento de presentar casos de contagio.

En el terreno económico las consecuencias están siendo devastadoras. Se han vivido los mayores cracks bursátiles de la historia en la mayoría de las bolsas asiáticas, africanas, europeas y americanas. La principal bolsa china, el Shangai Composite, acumula semanas de constantes pérdidas (aunque ahora empieza a recuperarse debido a la contención del virus) al igual que el principal índice japonés o hongkonés, el Nikkei y el HangSheng respectivamente. En Europa las pérdidas son aún más profundas; el principal índice español, el Ibex35, ha llegado a caer en una sola sesión el 14% durante el pasado día 12 de marzo. Esto supone la mayor caída desde que existe este índice superando con creces a la caída que provocó el referéndum del Brexit (12%), las caídas en los días negros de la crisis de 2008 o las que se produjeron en los atentados del 11S. Las caídas semanales se siguen produciendo, hasta tal punto, que el principal órgano regulador de la bolsa, la CNMV, se ha visto obligada a actuar prohibiendo ciertos tipos de operaciones bursátiles hablándose ya de la suspensión sine die del Ibex. Del mismo modo, el MIT italiano, el DAX alemán o el CAC francés suman correcciones de entre el 30% y el 40% en apenas semanas. La situación en Estados Unidos es similar, donde el principal índice de Wall Street lleva semanas cayendo y llegó a perder en un solo día el 12,93%, siendo su mayor caída histórica, por encima incluso de la mayor caída durante el Crack de 1929 (12,82%). En Latinoamérica las bolsas también se desploman a niveles de hace años, el BOVESPA de Brasil o el MERVAL argentino acumulan pérdidas aproximadas al 40%. Del mismo modo la principal bolsa sudafricana acumula pérdidas similares.

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La incertidumbre en los mercados, el cierre de fronteras, las prohibiciones de vuelos desde varios países de Europa a decenas de países, el cierre de infinitud de negocios y el freno en seco del consumo o el turismo, siendo países como España o Italia tan dependientes de éste último, hacen de esta crisis bursátil una  extensión hacia la economía real de la clase trabajadora, siendo ésta la más perjudicada durante esta crisis. En China la producción industrial se desplomó un 13,5% en enero y febrero (el mayor descenso en 30 años) y la tasa de desempleo urbano subió al 6,2% en febrero. Las ventas minoristas cayeron un 20,5% en tasa anual y la inversión fija un 24,5 %. En el caso de España multitud de empresas, aprovechando la situación, se disponen a ejecutar ERTE’s, bajas o vacaciones forzadas y mayores abusos aun de las condiciones laborales de los trabajadores. Cadenas de comida rápida como Burger King o McDonald’s, empresas del motor como Nissan, Mercedes o Seat y del textil como H&M o Liwe han anunciado el despido ‘’temporal’’ de miles de trabajadores, con las consecuencias que se derivan para las condiciones vitales de la clase trabajadora, que como siempre, es la que se juega la salud en su puesto de trabajo frente a esta pandemia. Nada más que en alguna región de España unas 1200 empresas (y subiendo) han anunciado su intención de llevar a cabo ERTE’s en sus plantillas, aprovechándose de esta situación. Lo preocupante de esta situación, además del impacto directo que tendrá en la vida de millones de personas, es a lo que se enfrentaran en un futuro. Esos ERTE’s pueden convertirse en despidos definitivos, las grandes empresas podrían usar esta situación para hacer una reestructuración de su organización laboral y poner en un peligro aún mayor a sus trabajadores. Italia ha llegado a prohibir despidos durante 60 días y son otros países del resto de Europa y del mundo los que empiezan a tomar decisiones coyunturales que puedan evitar el descontento brutal a la que esta situación podría llevar a la clase trabajadora de muchos territorios. Por ejemplo en Reino Unido el 80% de los salarios serán sufragados por el gobierno para evitar que los trabajadores sean despedidos (máximo de 2.500 libras al mes).  Siguiendo la línea de proteger a ciertos sectores empresariales se ha anunciado una moratoria de 3 meses para las empresas en el pago del IVA. En el caso español, el último paquete de medidas económicas y sociales aprobadas dejan ver su preocupación casi en exclusiva por las empresas; flexibilizar ERTE’s, moratorias en las hipotecas sin hacer referencia a los alquileres (cuando la mayoría de desahucios se dan en régimen de alquiler), asunción del Estado de aquellas pérdidas que se puedan derivar de los despidos temporales masivos.

Sin embargo, la clase trabajadora está demostrando, una vez más, su coraje y resistencia ante el expolio al que parece ser sometida de nuevo. En muchos lugares de España (y de otros países) los trabajadores están obligando a los empresarios a parar la cadena de producción hasta que se les asegure las condiciones laborales suficientes y dignas para hacer frente al COVID-19. Son los casos de la plantilla de Mercedes en Vitoria o del personal de Vestas en Ciudad Real. En otras muchas empresas y fábricas del Estado está teniendo lugar la organización de los trabajadores y la negativa a seguir trabajando (Rubí, Huesca o ciudades del País Vasco son un solo un ejemplo de tantos). Citando a otros países, en Austria la plantilla de una fábrica de plásticos y espuma llamada Greiner Perfoam GmbH han paralizado también la producción debido a la negativa del empresario a facilitar las mejores condiciones a los trabajadores para aislarse de la infección del coronavirus.

Ya ningún economista o analista político, por liberal que sea, duda que la mayoría de países vayan a entrar en recesión y por tanto la economía mundial. Sorprendente es el hecho de que muchos economistas de escuelas liberales estén solicitando desesperadamente a los Estados su intervención para asegurar la situación de ventaja en muchas empresas. Se pone de manifiesto una vez más las contradicciones que tiene que asumir el capitalismo respecto al Estado burgués, al cual parasita y del que se nutre, siempre favoreciendo los intereses de las burguesías nacionales e internacionales. En el caso de Estados Unidos, Bank of America es el primer banco que se aventura a pronosticar que el país ya está en recesión, y con cifras bastantes demoledoras: calcula que la economía estadounidense se hundirá un 12% en términos de PIB en el segundo trimestre. El Deutsche Bank calcula unas cifras dramáticas para la economía occidental, con entradas en recesión y pérdidas del PIB históricas.

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En el sector de las aerolíneas, con la importancia que tienen para el turismo internacional, se prevé que si la situación se prolonga demasiado tiempo podrían entrar en quiebra en un par de meses, con lo que eso supondría para miles de familias trabajadoras, el turismo y las economías nacionales de varios países.

Por otro lado se encuentra la situación sin precedentes desde hace 20 años del petróleo, donde el barril de Brent ha caído acercándose a los 20$/barril, cuando hace semanas llegaba a los 60$ (sin hablar de los precios hace apenas 4 años). Una situación, que además de agravada por la crisis del COVID-19, tiene su origen en la pugna entre Rusia y Arabia Saudí a cuenta de las recomendaciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Si esto se mantiene lo suficiente en el tiempo, podría suponer la quiebra técnica de países rentistas cuya mayoría de los ingresos proceden del petróleo, como Venezuela o incluso Arabia Saudí.

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En el terreno estrictamente social los efectos a nivel mundial son y serán devastadores. El estado de alarma en España, o los estados de alerta y emergencia en Francia, Italia u otros países de América, Asia y Oriente Medio son ya la norma en decenas de regiones y territorios por todo el globo. Millones de personas ven restringidas sus libertades de movimiento cuando no anuladas. Esta situación de confinamiento en casa encuentra escasas excepciones en la salida para poder comprar alimentos, pasear a mascotas o ir a farmacias. Además, muchos empresarios (como en el caso de España) obligan a ir a los puestos de trabajo a sus empleados poniéndolos en riesgo máximo de contagio. Las consecuencias psicológicas que supone un confinamiento, de momento durante 15 días en nuestro país, pero que se aventura a todas luces insuficiente, pueden ser demoledoras para la clase trabajadora. Son muchos los expertos en psicología que recomiendan desempeñar una forma de rutina en casa para no acabar sufriendo esas consecuencias.

El factor de clase siempre está presente, y esta situación de encierro generalizado tampoco es una excepción. Personas que viven solas en apenas unos pocos metro cuadrados, familiares dependientes que no pueden desempeñar sus funciones vitales sin ayuda, familias con hijos a cargo que presentan problemas psicológicos o, también dentro de la discriminación de género, mujeres que ven como no les queda otra que vivir con sus maltratadores sin poder separarse de ellos debido a la cuarentena. Estas situaciones suponen y supondrán en un futuro cargas psicológicas importantes donde deberemos exigir que se proporcione toda la ayuda necesaria para superar la ansiedad, depresión o estrés que se pueda derivar de una situación sin precedentes en tiempos de paz. Es muy probable que conforme avancen los días se rompa el clima social de sosiego y aparezca un estado de ánimo de mayor incertidumbre, estrés y agitación. De hecho, ya alguna encuesta refleja que más del 50% de la población en el caso de España cree que el coronavirus dejará una sociedad más temerosa.

Si hablamos por ejemplo, del sector educativo todo está siendo un caos (y donde claramente también influye el factor de clase). Debido a la pandemia de COVID-19 las clases a todos los niveles educativos han sido suspendidas, hasta nuevo aviso, en multitud de países y por tanto los niños y jóvenes en edad escolar se ven obligados a hacer un sobreesfuerzo para seguir clases virtualmente. No obstante no todos tienen esa posibilidad o facilidad, sobre todo los hijos de la clase trabajadora. Son ya casi dos tercios de los jóvenes del mundo los que ven suspendidas o restringidas sus horarios lectivos. Más de 1.200 millones jóvenes en edad escolar según la UNESCO y que en los próximos días irá en aumento.

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Otro aspecto donde vemos actuar el factor de clase y de género entrelazados, como de costumbre, es en las trabajadoras de los supermercados de medio mundo, donde en estas semanas reina la histeria colectiva. Sobre todo antes de las medidas de cuarentena, se sucedían las familias enteras comprando compulsivamente, producto de la incertidumbre y del miedo, colas interminables o agotamiento exprés de los productos. Imágenes de supermercados vacíos en Reino Unido, agresiones en las puertas de muchos en Estados Unidos, países de Oriente Medio como Irán o en América Latina. Son las trabajadoras cajeras y los reponedores, que además en la mayoría de los casos son obligadas por la empresa a no llevar mascarilla o material necesario para protegerse del virus, otro de los sectores que más está sufriendo esta crisis a nivel de sobreesfuerzo físico y psicológico.

Se ha de destacar, sin duda, el desarrollo del sentimiento de comunidad que en muchas ocasiones se está viendo generada por esta situación social nueva. Son cientos los casos en todo el mundo de creación de nuevos espacios de apoyo mutuo o solidaridad, como en el caso de España, o de profundización de los ya existentes. Colectivos donde los jóvenes de clase trabajadora se organizan para para ofrecer ayuda en el reparto de material sanitario necesario, de alimentos a los más necesitados o para ayudar en la medida de lo posible a paliar los resultados nefastos de esta crisis.

Sin embargo, un aspecto negativo que empieza a aflorar es la situación donde parte de la población empieza a asumir su rol de ‘’policía delatora’’, abroncando y delatando en muchos territorios a las personas que se saltan la cuarenta obligatoria sin reparar en por qué motivos lo hacen. Está claro que hay que tomarse el confinamiento de manera seria pero no se entiende que cierto sector de la población obrera sí esté obligada a salir y exponerse para ir a desempeñar sus trabajos, obligados y amedrentados por los empresarios, y otra gente (con diversos problemas de ansiedad, estrés y demás) no pueda si quiera salir a una zona despoblada a tomar algo de aire. Una situación preocupante, que de alargarse demasiado las restricciones sociales, puede suponer un verdadero problema a futuros cuando la gente quede marcada por ese espíritu delator y del que puede costar desarraigarse. La solución no se va a encontrar en la represión, castigo y señalamiento, la vamos a encontrar en el apoyo mutuo, donde la clase trabajadora encuentre en la organización una herramienta para poder hacer de esta crisis una oportunidad. Ya estamos viendo como en muchos países empiezan a verse situaciones de abuso de poder por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad o estamentos militares aprovechando la excepcionalidad. No podemos dejar que la represión, la militarización de la sociedad y el castigo sea la norma  en una deriva autoritaria cuando esta situación pase. La excepcionalidad constitucional, en todos los Estados burgueses del mundo, es una medida de contención ante situaciones que vienen mal dadas para el sistema económico capitalista. La función de los cuerpos militares y represivos dentro de un Estado burgués es siempre proteger la propiedad privada y mantener el statu quo de la clase burguesa.

En el aspecto político-parlamentario el bloqueo está siendo total. La mayoría de parlamentos donde el contagio del virus sigue extendiéndose están cerrados o en mínimas funciones. Elecciones suspendidas temporalmente o aplazadas como en el caso de varias regiones de España, la segunda vuelta de las municipales en Francia, primarias demócratas en Estados Unidos, elecciones locales en Reino Unido o parlamentarias en Serbia y Macedonia. Algunos países de América Latina se plantean aplazarlas como es el caso de República Dominicana y otros.

Habrá que ver de qué manera afecta la nueva situación económica a la que ya se presuponía reelección de Trump en Estados Unidos frente  Joe Biden. Algunos estudios demoscópicos ya muestran una disminución notable en la aprobación de la gestión general del presidente. En el caso de España, la situación política se está viendo tensionada por varios frentes: por un lado la extrema derecha de Vox no cesa en su ataque al gobierno de coalición. En el mismo orden, los nacionalismos periféricos (sobre todo el catalán) están siendo bastante duros en sus críticas al gobierno central. Por otro, el reciente escándalo mayúsculo que salpicaba de nuevo a la monarquía borbónica en medio de la crisis por el coronavirus dejó el discurso de Felipe VI como una auténtica afrenta para miles de españoles, que mientras escuchaban el discurso no podían dejar de pensar en el escándalo. Incluso en muchas ciudades y barrios españoles se organizaron caceroladas masivas mientras pronunciaba su discurso. Las pocas encuestas que están saliendo, en el caso de España, denotan un cierto debilitamiento de la izquierda parlamentaria y un crecimiento de la derecha, incluso alguna refleja la victoria electoral del PP por encima del PSOE a consecuencia de la crisis del coronavirus.

Y por supuesto, un aspecto que se está incrementando debido a la situación de excepcionalidad es la aceleración del proceso de desglobalización en muchos aspectos. La pandemia ha hecho evidente (aún más) los límites de la globalización del capitalismo. Es la situación perfecta que esperaban aquellos que buscaban un repliegue identitario hacia adentro, hacia lo nacional. El cierre de fronteras y la alegría que muchos partidos de ideología ultraderechista están manifestando es un ejemplo de ello. En el caso de UE, la suspensión del espacio Schengen de libre circulación es algo que ni las organizaciones políticas más reaccionarias imaginaban hace apenas semanas. El terreno geopolítico se está viendo sacudido de nuevo, poniendo de manifiesto el liderazgo que China está ejerciendo en esta nueva situación. Ayudas económicas para Europa, Latinoamérica o África, toneladas de material donado a los países que peor lo están pasando o asesoramiento médico e investigador para estos mismos. Kits de detección rápida, respiradores o desfibriladores además de personal y ayuda económica que hacen de esto el núcleo de la estrategia geopolítica china frente a otros modelos de imperialismo más agresivo. Mientras la UE y EEUU se cierran y dejan a su suerte a los que siempre han sido sus ‘’fieles aliados’’, la opinión pública internacional empieza a ver en China un país aliado y cuyo protagonismo está siendo considerable en la toma de decisiones para la búsqueda de una vacuna eficaz contra el COVID-19. Además, las tensiones internacionales siguen in crescendo, pues dentro del juego de ajedrez que supone la geopolítica, el ejército chino ha declarado que el COVID-19 podría tratarse de un arma biológica usada por Estados Unidos para mermar el crecimiento económico de China. Las declaraciones de Trump hablando sobre ‘’virus chino’’ no hacen sino empeorar esta situación. En Italia, en muchos balcones, ya suena un himno y no es precisamente el americano o el francés; suena el himno de la República Popular China, con el significado político y simbólico que esto tiene. No hay que olvidar que Italia es el primer país del G7 que firmó un memorándum con China de adhesión al megaproyecto que China tiene previsto para las próximas décadas, conocido como Nueva Ruta de la Seda, el One Belt One Road Initiative (OBORI), y que no sentó nada bien al gobierno estadounidense.

Lo que estamos observando con esta nueva realidad de la crisis del COVID-19, es un claro aceleramiento de varios procesos que ya venían dándose, tanto en terreno económico, político y geopolítico. Una nueva situación que sin duda le ha venido de perlas al capitalismo internacional y de la cual se servirá para intentar resetear su superestructura, dejando en la estacada y sirviéndose de la clase trabajadora internacional. Las diversas crisis que de esto se está derivando ponen de manifiesto que no habrá una salida ordenada ni ventajosa, ni mucho menos, para los y las trabajadoras del planeta. Solo mediante la organización obrera y la resistencia se podrá salir de esta situación sin vernos perjudicados de manera total. Este virus es lo que necesitaba el capitalismo, la excusa perfecta para cerrarse en sí mismo, para mutar hacia su cara más peligrosa alentando los nuevos fascismos que ya se daban por doquier. Lo que está claro es que de nosotros dependerá que dirección tomará el mundo tras esta crisis inimaginable hace apenas semanas, porque está claro que el mundo cambiará súbitamente, como si de la mutación de un virus se tratase.

 

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