Veinte años de sufrimiento y destrucción en Iraq

Veinte años después de la intervención y ocupación de Iraq por parte de EEUU y sus aliados, el balance es un auténtico fracaso en todos los aspectos diseñados por los ocupantes.

Por Txente RekondoRebelión

Iraq, “un país relativamente joven en una tierra antigua”. Un pasado donde era el centro de la ciencia, la filosofía, la cultura y la tecnología, una tierra fértil, con grandes recursos energéticos y con una historia y diversidad excepcional. Pero también es, en cierta medida, una expresión de una cadena de contradicciones. Su gran riqueza petrolera contrasta con la actual pobreza de su población; la que en su día fue modelo del desarrollo social y cultural en la región ha sido convertida en una sociedad rota y fragmentada. Todo ello ha impedido desarrollar el verdadero potencial que tiene el país.

El estado iraquí moderno es fruto de una creación colonial del siglo XX, y para algunos “fue demasiado rápido, demasiado artificial, demasiado desigual y demasiado vulnerable a las presiones ideológicas y políticas de actores regionales e internacionales”. A lo largo de esos cien años, ha conocido diferentes formas de gobierno, lanzó invasiones y guerras, sufrió un embargo criminal y un bombardeo sostenido por EEUU y sus aliados, soportó invasiones y ocupación, tuvo diferentes rebeliones internas, miles de refugiados y desplazados están dispersos en más de veinte países diferentes…y como señalan algunas fuentes optimistas, “a pesar de todo ello, Iraq ha sobrevivido durante todo ese tiempo”.

La invasión y la ocupación. Veinte años después de la intervención y ocupación de Iraq por parte de EEUU y sus aliados, el balance es un auténtico fracaso en todos los aspectos diseñados por los ocupantes, menos en uno, condenar a Iraq a volver “a la edad de piedra”, como anticipó un estratega militar norteamericano antes de la invasión.

Los llamados neoconservadores pusieron en marcha un plan con una estrategia y táctica que buscaba entre otras cosas redibujar el mapa de Oriente Medio. Para ello crearon una red de argumentos basados en la supuesta participación de Iraq en los atentados del 11-s y en la presencia de armas de destrucción masiva en suelo iraquí. Ambos soportes resultaron ser claramente falsos. Un abanico de objetivos estaba detrás de ese plan: atraer apoyos hacia los intereses de Washington, aislar a Irán, y apostar por el plan colonial de Israel para Palestina. Además, no querían perder la oportunidad de mostrar al mundo su capacidad de respuesta militar tras los ataques del 11-s.

Pero ese plan estaba plagado de arrogancia y errores de bulto. No logró atraer a la población local, más bien ésta pronto los identificó como ocupantes de su país. La información manejada por EEUU procedía de exiliados alejados hace años de la realidad del país y con una agenda de intereses propia, y el nombramiento del propio Bremer acentuó ese desconocimiento del terreno. Las decisiones de disolver el ejército y la purga de los miembros del partido Baath dejó al país sin buena parte de la infraestructura del estado para su día a día, y enajenó a grandes sectores del mismo. Finalmente, el proyecto político de instaurar una democracia de corte occidental en una realidad política y social alejada de esos parámetros, junto a un gobierno con un modelo similar al libanés, añadió más leña al fuego.

Como señaló un analista, “lo que comenzó como un plan lleno de arrogancia y aspiraciones, acabó como un mar de lágrimas”. La agresión a Iraq desencadenó un vacío que tendría nefastas consecuencias para el país ocupado, pero también para el conjunto de la región, y finalmente para los propios estados invasores. Así, Irán pudo reforzar sus alianzas y peso regionales; el factor sectario, minoritario hasta entonces, disparó la polarización; la imagen de superpotencia todopoderosa de EEUU salió muy mal parada; el jihadismo armado tuvo un nuevo impulso, con graves atentados en Occidente y con el Estado Islámico como última manifestación.

Hoy en día, seguimos asistiendo a una lucha continua entre líderes influyentes, decididos a lograr posiciones privilegiadas para ellos y sus seguidores. A ellos se les une la lucha sectaria, la batalla ideológica, las lealtades e intervenciones extranjeras. Y como resultado obtenemos una lucha sin cuartel entre quienes buscan lograr el poder a expensas de otros líderes, facciones o intereses. Iraq está desgarrado por una serie de divisiones y condicionado por una historia moderna compleja y difícil, “pero sigue en pie y ha sido sorprendentemente resistente”.

A la hora de presentar una anatomía de Iraq, algunos estudios académicos han destacado al menos tres ejes centrales para intentar analizar la actual realidad en Iraq: La importancia del poder, las instituciones del país y la identidad en la vida política iraquí. Y a ello habría que añadir cinco realidades relevantes e interrelacionadas.

En primer lugar, encontramos el dilema del estado medio, donde las características de Iraq le confieren un lugar que no está ni entre los más poderosos ni entre los más débiles. Las decisiones de sus dirigentes en cada momento, para aspirar normalmente a acceder a los primeros, puede condicionar la realidad y el desarrollo del país, así como sus relaciones con los vecinos y el mundo.

El segundo punto sería el papel del petróleo. La riqueza energética del país ha sido clave para el desarrollo social y económico, pero también un claro problema cuando se sitúa en el centro de la injerencia extranjera. La tercera realidad viene ligada con la obstinación de Occidente de imponer un modelo político con “label occidental”, obviando los límites de ese sistema en una sociedad y realidad tan diferente de las nuestras.

En cuarto lugar, está el peso de la historia en la formación del estado y la construcción de la nación. Además del peso de la historia, Iraq presenta una política de clientelismo y corrupción, así como una especie de estado paralelo fruto de la debilidad institucional y de los intereses de los líderes de mantener el apoyo de sus propias redes. El conflicto con el pueblo kurdo y el auge del sectarismo.

Finalmente, está el equilibrio entre el peligro a la fragmentación y la unidad territorial. Un estado sin acabar y dividido, con un entorno regional complejo apuntan a la posibilidad del fin del proyecto iraquí. Sin embargo, algunos puntos en común junto a intereses compartidos han permitido de momento la viabilidad. También es clave en esa línea el rechazo en la esfera internacional al fraccionamiento de Iraq y al surgimiento de nuevos estados en Iraq y en la región.

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