Una paz sin diálogo

Por Daniel Seijo

8 abril de 2017 una fecha llamada a marcar la historia de nuestro país. Jean-Noel Etcheverry fundador de la agrupación ecologista Bizi! y detenido el pasado 16 de diciembre por su supuesta vinculación a la organización terrorista ETA, ha señalado ante la opinión pública esa fecha como la del último paso previo para encarar la total disolución del movimiento terrorista vasco Euskadi Ta Askatasuna (País Vasco y Libertad).

Un paso más en una hoja de ruta hacia la paz, en el que la postura del gobierno español ha sido la del inmovilismo durante estos últimos cinco años sin violencia. Una línea de actuación atrincherada en la negativa a asumir cualquier tipo de responsabilidad en la mesa de negociación, y en las sucesivas actuaciones policiales que en medio de un proceso de paz, parecen más encaminadas a dinamitar a la sociedad civil abertzale que a facilitar el camino para la total disolución de la organización terrorista. Un proceso que se afianzada únicamente en una sociedad civil que sigue firme al mando del mismo, pese a las continuas negativas de los gobiernos español y francés para erigirse como interlocutores ante la organización terrorista ETA.

Curiosamente, quienes durante décadas no dudaron en modular sus discursos o en tomar asiento en primitivas negociaciones ante los asesinos prometiendo «generosidad, mano tendida y espíritu abierto», hoy son los mismos que muestran una incomprensible pero tajante negativa ante la perspectiva de asumir el cometido de quién en un proceso de paz tiene el deber de representar a un estado con un conflicto armado dentro de sus fronteras. Desde el decimoquinto congreso del Partido Popular Vasco, Mariano Rajoy hacía mención al comunicado de ETA, poniendo de nuevo el acento de su discurso en la negativa del gobierno español a entablar cualquier tipo de diálogo con la organización terrorista, y señalando la persecución policial como la única decisión política capaz de poner fin al conflicto «Esta posición que mantenemos nosotros es la justa, la democrática, la que preserva la dignidad de las víctimas del terrorismo y, por si a alguno no le llegaran esos argumentos, es también como el tiempo está encargando de demostrar, la mas eficaz para la disolución definitiva de ETA. Es es lo que tengo que decir sobre esto» Una vía la de la negativa al diálogo que utiliza la voz de las víctimas para justificar una decisión exclusivamente política, y que no parece encontrar justificación en una sociedad vasca profundamente comprometida con la normalización de la convivencia política y social de un pueblo, que todavía hoy arrastra profundas cicatrices fruto de la violencia.

El diálogo resulta ahora más importante que nunca, cuando se hace patente que son muchas las cicatrices que sobrevivirán a la banda terrorista.

Cinco años después de que ETA anunciase en un comunicado de apenas dos minutos y medio el “cese definitivo de la actividad armada” sin condiciones, el último conflicto armado de Europa continua incomprensiblemente estancado entre la pasividad gubernamental, y la desesperada intentona por parte de los asesinos para edulcorar la derrota como una última vía de expiación, para quienes años después al fin parecen percatarse de lo absurdo e innecesario de todo el dolor provocado. Un dolor reflejado en las 849 víctimas mortales por los atentados de la banda terrorista, en los presos, en los torturados, pero también en las familias y en la impotencia de todos aquellos que durante décadas, han visto como la amenaza de las armas frustraba cualquier esfuerzo de debate en Euskadi.

Con el desarme de ETA, el fin de la violencia terrorista en nuestro país se dibuja como una realidad inevitable cercana, pero haría mal el estado al confundir la disolución de la banda terrorista con el final del propio conflicto vasco. La inexistencia de una hoja de ruta consensuada y un futuro desarme que todo indica no podrá producirse de forma verificada y ordenada, por la negativa del gobierno español a erigirse como interlocutor en el proceso de paz, suponen una nefasta señal para el futuro de una sociedad en donde las heridas abiertas son numerosas, y todavía son muchos los que en uno y otro bando parecen mostrarse incapaces de sobrevivir al cambio de mentalidad para una convivencia sin tensiones. El diálogo resulta ahora más importante que nunca, cuando se hace patente que son muchas las cicatrices que sobrevivirán a la banda terrorista. El peso del estado debe encontrarse al lado de una sociedad civil que no puede sumar al dolor de los muertos, el peso de construir la paz en solitario.

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