Un deseo para 2019: recuperar la anormalidad para combatirla

Por Jordi Ortiz i Lombardía

Como siempre, la proximidad de fin de año invita a expresar deseos para el año nuevo. A menudo esos deseos no apelan necesariamente a nuevos hitos originales o inéditos, sean personales o colectivos, sino que se conforman con revertir situaciones o agravios arrastrados durante los anteriores trescientos sesenta y cinco días. En esta línea, el principal deseo que proyecto para 2019 es desterrar de nuestra cotidianidad algo que se ha venido cultivando extensivamente durante los pasados doce meses: la normalización de la barbarie que, de tantas maneras y con tantos instrumentos diferentes, nos priva a diario de derechos, soberanías y de la vida misma.

Así pues, el propósito es poder recuperar un marco mental que nos hemos ido dejando hurtar progresivamente desde los primeros minutos de la era de la posverdad, y de manera mucho más acelerada durante este infame 2018. Quisiera reconquistar aquella mirada desde la cual no es normalizable la regresión en materia de libertades y condiciones de vida que sufrimos. Estamos rodeados de una anormalidad que no es aceptable, ni excusable. Mucho menos, eludible. Nuestra posición es tan débil que cualquier camino de esperanza o de resiliencia pasa, en primer lugar, por volver a reconocerla como tal. Negarnos a normalizarla para disponer de un básico punto de apoyo desde donde denunciarla y combatirla.

La lista es bastante larga…

Inmigrantes intentando cruzar el Estrecho de Gibraltar. / Efe

Durante el año 2018 hemos seguido normalizando que el Mediterráneo sea una tumba en lugar de un «puente de mar azul», como lo cantara Lluís Llach hace tres décadas…

Que el racismo institucional añada el vector del color de la piel a la guerra de clases…

Que la Unión Europea de la libre circulación de mercancías y servicios levante más de mil kilómetros de vallas (séis muros de Berlín) para prohibir el paso de personas…

Que la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas sean disciplinas olímpicas en las escuelas de negocios y en los tratados de comercio internacional…

Que el crecimiento económico infinito sea dogma de fe a pesar de la evidencia científica del agotamiento de los recursos materiales del planeta…

Que el cambio climático sea siempre el invitado de piedra en las cumbres del capitalismo global…

Que las guerras del empobrecido Sur sean el mejor negocio de exportación para el enriquecido Norte…

Que la desatada violencia de género en el ámbito social degenere en más violencia judicial e institucional…

Que los feminicidios sean cápsulas de actualidad efímera y la sororidad sea «la palabra del año» mientras que sus expresiones prácticas son un silencio mediático…

Que las izquierdas dimitan de defender programas políticos de radicalidad transformadora en las democracias liberales representativas mientras el fascismo gana escaños en los parlamentos a base de recolectar descontento desclasado…

Que se judicialice la política y se politicen los tribunales…

Que haya presos políticos sin condena y ladrones reconocidos y confesos, despolitizados y en libertad…

Que aumente la gente sin casa y las casas sin gente…

Que la gentrificación barricida vacíe de vecindades las ciudades y al mismo tiempo llene los bolsillos de una industria turística con ínfulas de una economía colaborativa que no lo es…

Que se criminalice el vendedor ambulante pobre y negro que ocupa con una manta un metro cuadrado del espacio público, y en cambio se bendiga al mercader rico y blanco que compra calles enteras…

Que la propiedad privada sea el vértice de un Estado de derechas, no de Derecho, que la protege por encima de los derechos fundamentales a una vivienda digna, al trabajo o a la vida de según quien y según que renta…

Que los modistas neoliberales que recortan la educación y la sanidad pública para hacer un traje a medida de los intereses privados y de lobbies concertadores se atrevan a hablar en pasado de la crisis con las tijeras aún en la mano…

Que sea violencia quemar un contenedor y no lo sea ahogar a jóvenes con contratos basura…

Que el corte de una carretera por una protesta sea incómodo pero la paralización de todo un país por la indiferencia resulte confortable…

Que… que… que…

Normalizar la barbarie de este desorden económico, político, social y ecológico sería una rendición de tal magnitud como lo sería aceptar que todos nuestros futuros deseos de año nuevo se encontraran en uno solo: un orwelliano e infinito.

¡Feliz 1984!

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