Por Manuel Tirado @manologandi
Leo en la prensa que el Ayuntamiento de A Coruña va a dedicar una calle de la ciudad a Marcela y Elisa, que al parecer fueron las primeras lesbianas que se casaron en España a principios del siglo XX y las únicas que lo hicieron, además, aunque parezca insólito, por la Iglesia. Resulta difícil imaginar que en 1901 dos mujeres pudieran contraer matrimonio por el rito cristiano, pero una vez conocida la historia de estas dos mujeres, sabemos que llevaron a cabo una estratagema muy usada a lo largo de la historia por otras mujeres para subvertir el orden social: el travestismo.
Al parecer, para lograr ser unidas en santo matrimonio, una de estas dos maestras gallegas, en concreto Elisa, tomó hábitos varoniles y se presentó como Mario en la rectoral de San Jorge, donde explicó que quería abrazar la religión católica y casarse con Marcela. Cuando se destapó la verdad y todos supieron que dos mujeres habían sido capaces de burlar a la Iglesia y subvertir los roles de género para refrendar su amor por el rito cristiano, se armó un revuelo inmenso y toda la prensa, tanto local como nacional, aireó el asunto con toda clase de detalles al estilo de la prensa del corazón de hoy en día.
De “burla sacrílega” lo calificó El Suceso Ilustrado y de “escándalo asquerosísimo” El País. Evidentemente tampoco podían faltar las opiniones más vinculadas a la iglesia, desde donde se tachó a las dos mujeres de enfermas y propusieron meterlas en una manicomio para que fueran tratadas de esta “enfermedad”. Típico. Los tiempos parecen que no han cambiado.
Pero como digo, no es la primera vez a lo largo de la historia que una mujer se disfraza de hombre para lograr sus objetivos y así alcanzar el reconocimiento social que demandaba. Marcela y Elisa lo hicieron por amor, otras lo hicieron para medrar y conseguir sus propios objetivos en una sociedad patriarcal que les impedía desarrollarse como seres humanos en cualquier faceta de la vida.
El travestismo femenino fue algo bastante común entre los siglos XV y XVII, o al menos es de esta época, de la que se conocen más casos fundamentados. La fuente principal de los estudiosos sobre el tema proviene de las biografías y de las confesiones que las mujeres hacían ante los tribunales de justicia cuando eran sorprendidas en atuendo masculino, e incluso de los numerosos casos de travestismo femenino que podemos encontrar en multitud de obras literarias. Está claro que si el travestismo femenino fue un tema bastante utilizado por los escritores de la Edad Media y el Renacimiento es porque casos similares ocurrían en la realidad. Así tenemos constancia de ello por personajes como Ana Félix en El Quijote, Viola en Noche de Reyes de Shakespeare o Catalina de Erauso, entre otros ejemplos.
El caso de Catalina de Erauso es quizá el más conocido. Una señora de Guipúzcoa, que allá por el año 1589, decidió fugarse del convento en el que sus padres la habían recluido para que se hiciese monja y tomando atuendo masculino, embarcó rumbo a América para luchar contra los enemigos de España. El cargo militar de Alférez se lo impuso el mismo Rey, siendo el Papa Urbano VIII, como premio a su gran valor, el que le diera licencia para andar por el mundo con hábito varonil. Eran, por lo tanto, razones románticas, económicas e incluso sexuales las que hacían que alguna que otra mujer se revelara contra la sociedad falocéntrica en la que vivía, sumergiéndose de lleno en ella, es decir, tomando atuendo de varón.
Emilia Pardo Bazán se travistió para acceder a la universidad. También muchas mujeres escritoras tomaron nombre de varón para publicar sus libros (Cecilia Böhl de Faber, Charlote Bronte, entre otras) y osaron escribir en un mundo en el que carecían de derechos o, como Elisa y Marcela, trataron de vivir su historia de amor de la manera que ellas quisieron y pelearon por abrirse paso en un mundo que no las entendía. No le faltaba razón a quien dijo que el amor es la base de cualquier revolución.
Con el travestismo femenino, las mujeres de antaño, revelándose contra la premisa del Deutoronomio «Non induetur femina veste virile» (No se le permita a la mujer vestir de varón), buscaron realizar como hombres las cosas que no se les permitía hacer como mujeres. Estas mujeres se revelaron contra una sociedad donde el hombre era el señor y dueño, convirtiéndose en falsos hombres y llevando a cabo sus deseos.
Desgraciadamente las mujeres lesbianas tuvieron que pagar un altísimo precio por la visibilidad y todavía hoy, en pleno siglo XXI, lo siguen haciendo. La lucha continúa. Por este motivo hay que dar la enhorabuena al Ayuntamiento de A Coruña y a Marea Atlántica. Los Ayuntamientos del cambio están haciendo una labor encomiable a la hora de recuperar la memoria y restablecer la deuda con ciertos colectivos olvidados a drede por los partidos del Régimen del 78.
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