Transfusión 78

 

No es posible comenzar una andadura democrática sobre la base del miedo, de unas instituciones que no lo son, controladas por los mismos que controlaban con la dictadura.

Por Jesús Ausín

 

No es que fuera un lugar especialmente lúgubre. La casa estaba parcialmente soleada y aunque expuesta al casi diario cierzo que llegaba puntualmente casi todos los días para atormentar espíritus, enfriar cuerpos y descentrar mentes, dentro era más habitual tener la sensación de que fuera el tiempo era cálido y apacible que reconocer que el gélido aire hacía que en el exterior la vida fuera casi insoportable.

 

La vida transcurría con cierta normalidad. Los habitantes de la casa, salían a trabajar, cocinaban, dormían, reían, lloraban, jugaban, se relacionaban e incluso había momentos de felicidad que les hacía olvidar el lugar inhóspito en el que les había tocado vivir, dónde las salidas eran casi imposibles si no era estrictamente necesario por miedo a los sabañones, las toses, neumonías e incluso congelaciones si no se tenía cuidado. Los momentos buenos hacían olvidar, quizá con demasiada facilidad, que aquello no era una casa, sino prácticamente una prisión en la que el guardián era el viento gélido del norte. Sólo cuando tenían la suerte de abandonar el lugar para realizar algún viaje lejos de allí, se daban cuenta de su situación tortuosa. De la perrería que era habitar un lugar como el suyo. De la libertad que se podía respirar en aquellos lugares dónde el clima era mucho más suave y benigno, dónde no había necesidad de salir con siete capas de abrigo, gorro, guantes y bufanda permanente ni tener extremadamente cuidado cuando se cruzaba cada calle o se doblaba cada esquina, por miedo a que el hielo pudiera acabar con tu vida o dejarte lisiado para siempre.

 

Como digo, dentro la vida parecía tan normal que al mirar por la ventana y ver lucir el sol, incluso sabiendo lo que te esperaba fuera, la primera impresión era siempre de calidez y placidez. Pero el mal estaba incrustado no solo en el exterior por el aire, sino en las propias paredes. La diferencia notable de temperatura entre el exterior y el interior, había hecho crecer por dentro del yeso un moho extremadamente peligroso para las vías respiratorias. Un cardenillo que crecía invisible, pero firme en la cámara de aire que había entre la pared exterior y el ladrillo tabiquero de las habitaciones. Tan invisible que cuando empezaron los primeros problemas de asma con el hijo pequeño del matrimonio, todos pensaron que el chico había nacido débil y que son cosas que pasan. Cuando posteriormente los problemas para respirar llegaron a una de las hijas, la mosca, empezó a rondar sobre sus cabezas y cuando, con los años todos los hijos y el marido tenían episodios, cada vez más frecuentes de ahogamiento, que les hizo tener una máquina de aerosoles en casa, comenzaron a tener claro que el problema era la casa.

 

Pero, a pesar de toda la dureza, de todos los malestares, de las enfermedades respiratorias, aquella era su tierra. Un lugar que amaban por encima de todas las cosas, incluso de su salud, y que por tanto se negaban a abandonar. 

 

Una vez que tuvieron claro que era la casa lo que les ponía enfermos, tuvieron que decidir si la tiraban de arriba abajo o la reformaban. Los miedos, la inseguridad, el frío del lugar y el tiempo que llevaba edificar una nueva casa, sin refugio, mientras tanto, les hizo inclinarse por la reforma sin abandonar el hogar. Así lo primero que hicieron fue construir en el exterior una pared de piedra, a unos diez metros de la vivienda, que rodearía en parte las caras norte y noroeste, de cuatro metros de alta que rellenaron con tierra de forma que  el viento tomara altura al soplar y pasara por encima de su hogar. La segunda medida que tomaron fue la de rodear toda la morada con material plástico que rellenarían con lana térmica para evitar el frío. Una vez acabadas las paredes exteriores, vaciaron todas las habitaciones, por turnos y pintaron por dentro todo el interior.

 

Eso hizo que durante algunos años, se acabaran los problemas respiratorios. Pero el mal seguía oculto y creciendo dentro de la cámara. Pocos años después, en una primavera, comenzaron de nuevo los primeros síntomas de asma, que se pasaron al llegar el verano. Pero volvieron en la siguiente primavera. Ahora afectando a más miembros de la casa y por más tiempo. Seguían teniendo miedo a derribar su hogar y quedarse a la intemperie mientras construían una nueva. Aunque los hijos, ya mayores, optaban mayoritariamente por esa opción. Los padres murieron y los hijos tuvieron hijos. Algunos de ellos sin problemas respiratorios. Los que habían sido hijos y ahora eran padres, enfermos casi todo el tiempo, seguían apostando por el derribo. Los nietos, ahora hijos, por nueva pintura o simplemente no hacer nada. 

 

Ninguno de los nietos se daba cuenta de que el moho seguía creciendo dentro y que cada vez las enfermedades respiratorias irían a más.

 

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Transfusión 78

 

Los que habitualmente hacéis el esfuerzo de leer estas opiniones tan personales que escribo, más que nada para desahogarme, sabéis que soy bastante dado a los refranes. Hay uno que dice que “cada uno cuenta la feria como le va”. Y es lógico porque cada individuo tiene una visión distinta de las situaciones y más si esas están almacenadas en el recuerdo. Quizá por eso, no podría echarle en cara nada a quién a la muerte de Franco, ya tenía edad suficiente como para ser consciente del momento, la situación y el lugar en el que vivíamos. Lo que ya me parece un despropósito es que personajillos que tienen cuarenta o cuarenta y cinco años, que apenas tenían edad para no llevar pañales y pantalones cortos, me quieran contar a mí lo que fue la transición. Y no es que me lo quieran contar sino que además me quieran convencer de que se hizo lo mejor para España (siempre que oigo esto, automáticamente sé que quién lo dice es de esos que presume de la cultura del esfuerzo que en su caso consiste en que papá o un amigo de papá le abriera las puertas del cielo o los que dicen no ser ni de izquierdas ni de derechas que siempre son de derechas).

Mi primer recuerdo de la transición me retrotrae a una cocina con un aparador en el que una televisión estaba todo el día arengando a la gente a votar “SI” en el referéndum para la reforma política, a Suarez pudiendo “prometer y prometo”, el anagrama de la UCD y el voto al centro para cerrar definitivamente las dos Españas. Luego vendría la noche electoral del jueves 28 de octubre de 1982 (para ser franco esto del día y la hora lo he tenido que mirar en la red), los 202 diputados, la enorme ilusión, la esperanza de un cambio radical, el champán en la puerta de la escuela del pueblo, convertida en Peña, y el convencimiento del cambio de la historia del país.

A partir de ahí, todo son desilusiones, mala hostia, cabreo, repugnancia y sentimiento de indefensión (la corrupción del PSOE, la OTAN, las reformas laborales, las de pensiones, el conocimiento de las relaciones de Golfález con Carrero Blanco, …) hasta el 15 de mayo de 2011, dónde después de la decepción de ver que a la hora indicada éramos cuatro en Banco de España, la calle se acabó llenando de una fiesta del pueblo en la que reclamábamos pan, justicia y libertad.

Entremedias, se mezclan carreras delante de los grises en una ciudad como Burgos dónde el franquismo ha estado siempre tan arraigado, el miedo al cruzarte con gentuza con la cabeza rapada que te paraban y te acababan dando una paliza si llevabas una camiseta o sudadera con la cara del Che, una pegatina en la carpeta del instituto con la bandera republicana, una de la CNT o cualquier otro símbolo contrario al franquismo o las arengas sobre una mesa o en las escaleras del IES Diego Porcelos de Burgos, del que fue Secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granados, con el que coincidí en mi primer curso de BUP cuando él estaba acabando el ciclo del antiguo plan de estudios, posiblemente en PREU.

Lo que me dice la memoria es que entonces teníamos mucho miedo. Recuerdo que en mi casa, las pocas veces que se hablaba de política, se hacía con el temor de que a la muerte del Eunuco cobarde, hubiera otra guerra. Señal de que las heridas no se habían cerrado. Recuerdo que a los franquistas reconocidos, como Lopez Rodó, Licinio de la Fuente o Blas Piñar, se les daba poca cancha en la tele y ninguna en la radio (al menos en Radio Castilla que es lo que yo escuchaba). Fraga, era un reconvertido y aún así tenía pocas apariciones en comparación con Suarez, la UCD, Alzaga, el PSOE, Golfález, Guerra, Landelino Lavilla, Garrigues Walquer, que son los personajes que más me vienen desde la profundidad del recuerdo de aquellas fechas.

Si hay algo que tengo claro es que, en aquella época ser franquista era políticamente ser un apestado. Porque la mayor parte de los franquistas decían haberse vuelto demócratas en la UCD (por algo sería) y los que seguían con el racarraca siempre presente como Fraga no contaban con el apoyo del pueblo (que como ahora hacía lo que decía la tele) como demuestran los 16 diputados de 350 en el 77 y los 10 en el 79. Sólo cuando la UCD acabó hecha pedazos porque Suarez se tomó su papel de demócrata en serio y quiso volar lejos de la mano del rey, los franquistas vieron el peligro de alejarse demasiado del Régimen dictado por Franco y comenzaron su deriva neofranquista que les ha llevado a dónde se encuentran ahora desde AP y luego el PP.

Por eso, y siempre desde mi visión actual, porque ahora sé, lo que entonces ignoraba, que el “Todo está atado y bien atado” no era la última fanfarronada del dictador genocida, sino un plan totalmente documentado e intencionado, sé, que se podía haber derribado la casa y no parchearla con pintura que se ha acabado cayendo y que nos ha devuelto a una casa inhóspita con una fachada de cartón piedra muy bonita pero con unas mazmorras interiores dónde se cometen todo tipo de vejaciones de derechos, actitudes fascistas por doquier, indefensión, desistimiento, corrupciones, impunidad, cohechos, prensa adepta y toda clase de tropelías propias de cualquier dictadura. Franco y el demérito consiguieron lo que nunca antes se había conseguido: la cuadratura de un círculo.

Tengo claro que jamás se puede mirar la historia con los ojos de la coeternidad. También, que mi visión es muy subjetiva y que puede no coincidir en casi nada con la de otros quintos y contemporáneos. Pero lo que nunca puede ser verosímil es que se hizo lo mejor para los españoles y que no había otra forma. Ninguna casa infectada de chinches puede volver a habitarse sin antes fumigar. En ninguna cuadra se puede volver a meter cerdos sin antes desinfectar. Ninguna casa puede construirse sobre unas paredes endebles sin cimientos. La ruptura era necesaria, porque la purga de la posguerra fue un genocidio en masa que eliminó a la mayor parte de los opositores y lo que es peor, introdujo el miedo en los huesos del resto. No es posible comenzar una andadura democrática sobre la base del miedo, de unas instituciones que no lo son, controladas por los mismos que controlaban con la dictadura y manejada desde las mismas instancias que manejaban al dictador.

 

El último suceso ocurrido con la renovación del Tribunal Constitucional sólo puede entenderse desde la visión del delincuente que se sabe impune que no solo te roba la cartera, sino que además espera a la llegada de la policía para reírse de ti. El grado de impudicia ha llegado a tal nivel que ya no hay ni disimulo.

 

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

 

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