Aunque la reacción se vista de revolucionaria, reaccionaria se queda

La lucha de clases y el feminismo llevan años haciéndonos ver que la familia es una imposición funcional al sistema capitalista, y que no tiene sentido que nuestros lazos con las personas se deban a la consanguineidad y los apellidos.

Por Mariana Robichaud

Parecía que ya íbamos avanzando y que estábamos, poco a poco, logrando desterrar las ideas más conservadoras y tóxicas del amor romántico, pero resulta que nos llega un mensaje dañino y peligroso cargado de tradicionalismo tratando de hacerlo pasar por una crítica a la falta de cuidados y al individualismo, y parece que caemos.

El individualismo es un valor inherente al sistema capitalista y al modelo social que supone, eso es innegable. Es, de hecho, necesario para asegurar el funcionamiento de dicho modelo productivo, tanto para que funcione a nivel de base (el sistema económico en sí) como para justificar su existencia, y es que, sin normalizar el egoísmo, sería muy complicado naturalizar un modelo económico y social que se basa en la competencia en todos los sentidos de la palabra, y al que le resulta necesario para sobrevivir el mantener desunidos a sus integrantes -ya decía la infame Thatcher aquello de que no existía la sociedad y que simplemente éramos individuos-.

El fin de semana pasado éramos muchas las que contemplábamos casi atónitas un amago por hacer uso de este argumento, de esta crítica al individualismo propio del sistema en el que vivimos, para tratar de idealizar y romantizar un supuesto pasado mejor. Ya sabemos cómo suele acabar esto. De algún modo, y sin dar una explicación coherente o lógica, se intenta hacer creer que el amor romántico, ese que constantemente rebatimos y desmontamos, es la solución, la contraposición a este problema. No es que usar anécdotas personales de forma puntual, para ilustrar una situación, carezca de sentido en absoluto, pero lo que sin duda no tiene ni pies ni cabeza es glorificar un modelo relacional basándose en un caso del que no se da detalle alguno. No existe un modelo perfecto de relación. No se puede caer en el error de valorar las relaciones por su duración y no por el trato que se da en estas. No tiene nada de especial ni de revolucionario pasar toda una vida con una persona, casarse y tener hijos, así como no tiene nada de malo tampoco. Es una opción sin más, si bien lo cierto es que esta es la que muchos han considerado como la única adecuada y que tratan de volver a imponer, basándose en ideales conservadores, machistas e incluso religiosos: hombre se casa con mujer, hombre trae dinero a casa y mujer cuida de niños y del hogar.

Lo cierto es que todas y todos estamos de acuerdo en que tenemos que trabajar por eliminar las conductas tóxicas que pueden darse en las relaciones, que los cuidados deben ser mutuos, que la reciprocidad y la empatía han de ser la base de todo, que la comunicación es esencial, pero también sabemos que nada de esto garantiza el perfecto funcionamiento de una relación ni, mucho menos, la duración de la misma. Idealizar lo que dura una pareja, por el simple hecho de durar, sin tener en cuenta las circunstancias, carece de sentido y, sin duda, seguir promoviendo la idea de que las relaciones de pareja son las más importantes, que se debe seguir juntos pese a todo y que la familia es lo más importante son, al fin y al cabo, ideas profundamente retrógradas.

La lucha de clases y el feminismo llevan años haciéndonos ver que la familia es una imposición funcional al sistema capitalista, y que no tiene sentido que nuestros lazos con las personas se deban a la consanguineidad y los apellidos. Es una idea liberadora, porque nos demuestra que las relaciones que establecemos, del tipo que sean, pueden y han de basarse en lo que es sano para todas las partes, que no tiene sentido el anteponer a unas personas concretas por compartir apellido o ADN, y es que no son pocas las relaciones abusivas y tóxicas que se dan en el seno de la familia y que, a menudo, atentan directamente contra la integridad de las personas. Nadie, absolutamente nadie debe pensar que está obligado a mantener lazos con personas que no les hacen bien. Y qué decir de los mitos del amor romántico, esos que el feminismo lleva años luchando por desmontar. No necesitamos de medias naranjas para estar completas, no vamos a seguir promoviendo la dependencia emocional que durante tanto tiempo se ha dulcificado. A las mujeres se nos ha impuesto el sacrificio por la relación por encima de todo, la dedicación plena y absoluta que nos ha llevado a olvidarnos de nosotras mismas y no cuidarnos. Es todo esto, en su conjunto, lo que habíamos naturalizado anteriormente y que ahora parecíamos comenzar a cuestionar y rebatir. Es todo esto lo que nos mantenía atadas y subordinadas.

Esta idealización nostálgica que trata de volver a hacerse hueco, además, se centra siempre en lo mismo, en la pareja y la familia, en tratar de vender una imagen tradicional que cada vez tiene menos sentido, pero, ¿acaso ese individualismo no afecta también al resto de relaciones? ¿A qué se debe la fijación por el modelo afectivo-sexual y de familia propia de otros tiempos? ¿Por qué centrarnos en las parejas en lugar de poner el foco en que el capitalismo nos hace egoístas? Se diga de forma explícita o no, lo evidente es que estos mensajes a todas nos han recordado a un discurso propio de misóginos y conservadores que responde a formas de pensar ancladas en el pasado, y que en el pasado deben quedar, y he aquí donde radica el peligro de asimilar este tipo de mensajes. Hay que tener cuidado no solo con lo que se dice, sino, en especial, con lo que no se dice de forma explícita. No es casualidad que este tipo de mensajes nos recuerden a tiempos anteriores que, sin duda, no eran mejores.

Sabemos de sobra que todas las relaciones necesitan de esfuerzo, de trabajo, de respeto, y que esto puede darse en una relación de 50 años o de 5 meses, y ambas son válidas. Es terriblemente falaz argumentar que el matrimonio o el tener una única pareja en la vida impliquen que esas relaciones sean intrínsecamente mejores. Pretender hacer ver que las relaciones más duraderas son el ejemplo a seguir, a pesar de todo lo que ocurra, es una idea peligrosa. Y sí, la estabilidad es agradable, la seguridad nos gusta, pero enamorarse no es algo que controlemos y cuya duración podamos imponernos a nosotras mismas. A veces todas las partes implicadas hacen todo lo posible y eso no garantiza la durabilidad de una relación. A veces la gente está muy enamorada y los sentimientos simplemente cambian, porque los sentimientos no se controlan, porque no podemos obligarnos a sentir de forma permanente lo que sentimos por alguien.

Nada de esto quiere decir, en absoluto, que por ello debamos relacionarnos sin responsabilidad afectiva. Significa, sin más, que lo importante es ser sinceros tanto con nosotros mismos como los demás, y hacer las cosas con tacto y con cuidado, trabajar por las relaciones, sí, pero sin permitir que nos condicionen unos estándares sociales u otros, y librándonos de esa dañina idea de que el amor todo lo puede. Recordar esto último no es pesimista, sino que es necesario para que sepamos que, a veces, intentamos todo lo que podemos y no funciona, y duele, sí, pero es sin duda más doloroso forzar las cosas, engañarnos a nosotras mismas y, de esta forma, hacernos daño a nosotras y a los demás. Lo que dure, duró, y que dure poco no implica necesariamente ni un fracaso, ni faltas de ganas ni de compromiso.

El amor incondicional es dañino. Valorar las relaciones por su duración, sin tener en cuenta los detalles, no tiene sentido. El amor existe y se manifiesta de muchas formas. Mantener relaciones, a pesar de las adversidades, a veces no es realista, y genera un dolor que no estamos obligadas a soportar. Tenemos derecho a valorar lo que consideramos mejor, a decidir. Presionar a las personas para seguir siempre con sus relaciones, independientemente de lo que ocurra en ellas, es peligroso. Si vamos a quedarnos con una idea, quedémonos con que el amor romántico no es lo opuesto al “amor líquido”, ni es su solución. La solución pasa por combatir el individualismo y por tener siempre empatía. Si vamos a reivindicar los cuidados, hagámoslo de verdad, y no tratando de vender ideas reaccionarias camufladas.

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