Hoy las dirigencias de Sumar y Podemos apelan a la unidad para hacer frente al auge de la extrema derecha. Un voto cuya finalidad es terminar co-gobernando con el PSOE.
Por Oriol Sabata
Desde hace unos meses asistimos a una pugna entre las dos principales corrientes de la nueva socialdemocracia española representadas en Podemos y Sumar. No se debate sobre ideas ni programas concretos, la cuestión central tiene que ver única y exclusivamente con las listas. Es decir, una sucia pelea por cuotas de representación de cada partido. Una situación lamentable que evidencia el pésimo estado del campo reformista.
Sin embargo, cabe destacar que esta dinámica no es nueva. Desde su surgimiento al calor del Movimiento 15M, Podemos ha actuado, de facto, como una agencia de colocación. Ha terminado siendo un nido de oportunistas que vieron en el nacimiento de este nuevo partido el pretexto perfecto para vivir de la política. Los hechos son conocidos: prometieron «asaltar los cielos», aseguraron que venían a terminar con el bipartidismo y «la casta» y terminaron siendo la muleta de la vieja socialdemocracia encarnada en el PSOE.
En 2014, tras los buenos resultados obtenidos en las Elecciones Europeas, Pablo Iglesias aseguraba que los partidos de la «casta», haciendo referencia a PP y PSOE, podían llegar a un pacto en el Congreso para perpetuarse en el poder y mantener el bipartidismo. Unos años más tarde llegó el giro inesperado de guión.
Difícil justificación tenía la de terminar yendo de la mano en 2020 junto a aquellos que aseguraban que iban a hacer frente. Fue un punto de no-retorno que marcó su declive. Renunciaron a construir partido, a ejercer una oposición digna en el parlamento y a movilizar las calles para ganar músculo militante y electoral. Y esto lo han terminado pagando caro. Hoy la realidad golpea a la puerta. Tras hundirse en las municipales, se debaten entre diluirse dentro de Sumar o llevarse otro batacazo electoral si acuden en solitario a la generales del 23 de julio.
Y ahora, con cierta perspectiva, se puede afirmar que no había ningún compromiso político. Podemos fue un mero instrumento para satisfacer aspiraciones personales. Muchos de sus dirigentes, usaron la organización para obtener notoriedad pública y catapultarse para crear sus propios «chiringuitos políticos». Es el caso de Kichi González con Adelante Cádiz, de Teresa Rodríguez con Adelante Andalucía, de Iñigo Errejón con Más País, o de la mismísima Yolanda Díaz con Sumar.
Hoy las dirigencias de Sumar y Podemos apelan a la unidad para hacer frente al auge de la extrema derecha. Un voto cuya finalidad es terminar co-gobernando con el PSOE. ¿Era esto el cambio prometido? El campo progresista dibuja un panorama lamentable, un triste espectáculo en el que además no hay nada de novedoso. Presenciamos una reorganización de fuerzas donde los mismos oportunistas de siempre buscan su butaca abrazando las siglas que sean necesarias. Asistimos a una degradación ideológica sin precedentes por parte de los despojos de la izquierda sistémica.
Ante esta realidad no podemos apostar por el «mal menor». La clase trabajadora de este país debemos romper de una vez con esta dinámica que nos lleva a un callejón sin salida donde se ignoran nuestros intereses y nuestras necesidades materiales. No partimos de la nada. Tenemos memoria, tenemos un recorrido histórico y un cúmulo de experiencias que deben servirnos para poder avanzar sin cometer de nuevo los mismos errores del pasado.
Por ello el 23J hace falta un voto consciente y de clase que deje a un lado los falsos dilemas que predican los gestores del capitalismo. Hay que abrir el camino hacia una alternativa para los trabajadores. Ni una sola papeleta para seguir alimentando y perpetuando el oportunismo político. O abstención activa o voto rupturista.
¿Pero cuál voto rupturista? ¿A quién votar, a los frikis paletos imberbes del Frente Obrero, que creen que España es la URSS de los 40 y apelan a las esencias patrias amenazadas por «el invasor»»; a los «socialdemócratas reales» de El Jacobino que son como el PSOE de los 80; a los «no se sabe qué» del PCTE… Si es que a la «izquierda a la izquierda de Podemos» no hay por donde cogerla.
Puesto que no hay voto rupturista de izquierdas otra opción sería el voto de castigo, pero no hay partido «gamberro» sobre el que concentrar el voto de la izquierda descontenta con la esperanza de que saque aunque sea un solo diputado y por lo menos agite un poco desde las instituciones, un Movimento Cinque Stelle en sus comienzos.
En fin, que pinta bastante negra la cosa.
¿Frente Obrero? otro partido ultraderechista disfrazado de proletario, dirigido por Roberto Vaquero, cuyas aspiraciones en esta vida es poder vivir (y muy bien) como youtuber.
Pues entonces, está claro: abstención activa, puesto que el voto rupturista, sencillamente no existe.
Tus palabras son gloria bendita para el Partido Popular y especialmente para Vox.