Silvia Traversa: «La dictadura argentina destruyó el aparato industrial que crecía, abriendo las puertas a una importación indiscriminada»

Entrevistamos a Silvia Traversa, abogada, defensora de los derechos humanos.

Por Sol Gómez Arteaga

Silvia Alejandra Traversa es argentina. Licenciada en Ciencias de la Educación. Abogada. Posgrado en gestión de Recursos Humanos. Curso de especialización sobre el trastorno de déficit de atención y autismo. Gestión y control de Políticas Públicas. Gestión de RRHH. Mediadora. 

En su interés incansable por aprender estudia Bioconstrucción (construcción sustentable) de manera autodidacta desde hace unos 9 años. Como defensora de los derechos humanos ella nos habla sin tapujos para Nueva Revolución de la dictadura argentina, que vivió de forma muy cercana.

Cómo se fue fraguando tu compromiso con la memoria histórica de tu país.

En Argentina buscamos fortalecer nuestra identidad como pueblo. Decir esto no es lo mismo que hablar en términos de Estado o Nación. La identidad es eso que nos cohesiona, no nos amontona -porque no es lo mismo “juntos” que “unidos”-, nos posiciona al interior de nosotros como comunidad social y política, el otro es Patria -decimos-, y por eso, luego, es posible posicionarnos como Estado soberano.

Mal podríamos valorarnos si no nos reconocemos.

Desde mi adolescencia, habité un barrio pobre, de personas trabajadoras, donde el esfuerzo era lo cotidiano y nadie hablaba de vacaciones; y lindante a ese barrio había una “villa miseria”, casas hacinadas unas a otras, muy pequeñas, sin servicios públicos, abandonada por el Estado. Hoy esa zona está urbanizada, aunque sigue siendo muy pobre.

La capilla católica no era más que un cuartito de 5m2. Raúl Castro Olivera y un cura cabronazo que venía de vez en cuando, querían reunir a los niños del barrio para la Catequesis. Como yo estudiaba en una escuela católica de María Auxiliadora, era lo más parecido a una catequista, así que me convocó, y empezamos entre el polvo y el sol o la lluvia y el barro. Luego fui capacitándome, claro… Pero es otra historia.

Un período breve de la Triple A, la extrema derecha, que hacía estragos entre opositores. Y luego lo peor, lo espantoso, la dictadura, que fue cívico militar. Y debo decir también, y para mi vergüenza, con algunas intervenciones o silencios de la cúpula de mi iglesia. De las otras no voy a hablar; sería bueno que, así como nosotros pedimos perdón tantas veces, ellas hagan su reflexión.

Muchas escuelas públicas pasaron a ser dirigidas por militares o civiles asociados. Incluso algunas guardaban armas en su interior como si fueran el arsenal de los milicos.

No había manera de entender lo que sucedía para una cabecita de aquella joven catequista, cuyos padres sólo intentaban atar y silenciar. Pero todo se volvió tremendamente extraño…

En fin… Para cuando la realidad se hizo palpable, habían desaparecido sindicalistas de la fábrica Ford, donde trabajaba un tío mío; nos bajaban de los transportes públicos con las itakas empujando el cuerpo -sin importar lo endeble que fueras-; se quemaban libros como si fueran veneno, como si el simple contacto contaminara la razón de una peste peligrosa… Y los periódicos de derecha mostraban supuestos crímenes cometidos por un bando que -a la luz de sus expresiones- contaban con una fuerza paramilitar y un armamento que jamás existió. Eso, mientras en una sala de tortura el grupo Clarín se hacía dueño de la fábrica “Papel Prensa”, la fábrica de papel con que se hacían los periódicos. A la vez, y con esa enorme ventaja económica, el grupo crecía desmedidamente, hasta ser lo que es hoy, un grupo económico dueño de más de cuatrocientos medios en el país -la derecha que sigue teniendo su brazo de campaña y su incubadora de noticias falsas repetidas hasta el hartazgo, incluso en los mismos términos escandalosos.

Como decía, la dictadura destruyó el aparato industrial que crecía, abriendo las puertas a una importación indiscriminada. Se motivaba una falsa identidad cultural prohibiendo la música extranjera, pero prohibiendo también la música nacional de protesta o de denuncia. La censura era una especie de Ministerio más, que atravesaba absolutamente todo, incluso los planes de estudio.

El docente, el sociólogo, el catequista comprometido, el cura que no se callaba, se volvieron enemigos, más que el hombre o la mujer armados, incluso. El control social era imperioso para mantenerse en el poder.

Las Malvinas son argentinas por Historia y por Geografía, incluso desde una posición Geopolítica. El Reino Unido invadió, expulsó a nuestros habitantes e instaló estas personas que se sienten inglesas, pero que habitan un suelo ajeno. Los militares de la dictadura sabían que los tiempos de reclamos internacionales les jugaban en contra, por no ser un gobierno legitimado por las urnas. Y vieron que la Economía había llevado al hambre al pueblo, que estábamos endeudados con el FMI como nunca, y que pronto el reloj de arena mostraría el fin. Así que creyeron que una guerra fuerte y breve los posicionaría victoriosos frente al pueblo y el resto de las naciones.

Esto merece cien horas de descripciones y relatos de coraje, que voy a obviar…

Por entonces, yo era maestra en una escuela construida en un edificio del Patronato Español, en el partido de La Matanza, y nos ordenaban preparar a los niños para un ataque. Estábamos muy cerca de una distribuidora de combustible… Ninguna posibilidad tendríamos si caían bombas. Pero los simulacros nos indicaban que los niños se pusieran bajo sus pupitres, cubriéndose la cabeza… Mis niños estaban en un segundo piso de aquel edificio.

¿En esa coyuntura, con tanta barbarie que te enervaba la piel todo el tiempo, con la desesperación y las prohibiciones, cómo no despertarte?

Así que fui acercándome a un comité del partido de la Unión Cívica Radical para afiliarme. Recuerdo ese día. Los pocos que estaban allí me miraban como a un bicho raro. No había boletas de afiliación siquiera. Y nadie daba su número de teléfono ni mucho menos su dirección. Así se protegían en una América del Sur que continuaba dominada por el Plan Cóndor, un plan sistemático, orquestado desde EEUU para que nadie, en ningún país, pudiera escapar de la represión de los gobiernos militares -de nada servía huir a un país vecino, allí encontrarías tu fin-.

Aquí hago un paréntesis necesario. Estuve afiliada a un partido que fue nacional y popular, e inclusivo. Ricardo Alfonsín enseñó que “el límite es la derecha” y se ocupó de señalar quiénes eran la derecha, los nombró sin eufemismos. Cuando la UCR se entregó, dejó de ser mi partido. Jamás comería de las migas que entrega la derecha a quienes le sirven. Así que en 2015 me desafilié. Desde entonces, junto al diputado nacional Leopoldo Moreau, Carmela Moreau y otros muchos alfonsinistas, integramos con otras fuerzas, el Frente de Todos.

Volviendo a mediados de los 70, considero que cada uno hizo poco, comparativamente con lo que algunos adolescentes hicieron con ese coraje enorme que dan los principios del que no se contamina con la cobardía. No podría dejar de mencionar lo que llamamos “La noche de los lápices”; no porque sucediera en horas de la noche… Para conseguir un boleto estudiantil (ticket de transporte), grupos de estudiantes de 16 y 17 años, de escuelas públicas, comenzaron un reclamo pacífico que concluyó en una feroz represión, secuestros, torturas y desaparición de 340 de esos pibes.

El 16 de septiembre de 1976, grupos de tareas conducidos por el general Ramón Camps secuestraron a Claudia Falcone (16 años), Francisco López Montaner (16 años) -ambos alumnos del Colegio de Bellas Artes-, María Clara Ciocchini (18 años) -ex alumna de la Escuela Normal Superior de Bahía Blanca-, Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años)- ambos de la Escuela Normal Nº 3- y Claudio de Acha (18 años) -alumno del Colegio Nacional de la Universidad Nacional de La Plata. Todos ellos eran militantes de la UES. Pero no fueron ni los primeros ni los últimos estudiantes secundarios secuestrados en la ciudad. Gustavo Calotti, del Colegio Nacional (UNLP), fue llevado el 8 de septiembre. Víctor Triviño, alumno de la Escuela Media N°2 (“La legión”), el 10 de ese mismo mes. A su vez, el 17 de septiembre fueron víctimas de la represión Emilce Moler y Patricia Miranda, ambas de Bellas Artes (UNLP). Lo mismo sucedió con Pablo Díaz – otro estudiante de “La legión” – el 21 de septiembre. Y hubo otros: la extensa lista está integrada por alrededor de 340 adolescentes de todo el país. Ellos continúan desaparecidos.

https://www.comisionporlamemoria.org/archivos/educacion/noche-de-los-lapices/dossier-noche-de-los-lapices.pdf

Silvia Traverso con Taty Almeida, de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora

Durante el Proceso de Reorganización Nacional (PRN), o simplemente el Proceso, tú eras catequista en la Parroquia San Juan Bautista, en la zona de San Justo, provincia de Buenos Aires. Secuestraron y mataron a la hermana y al cuñado del cura y a él lo tenían amenazado. Háblanos de esos años.

En tanto, seguía mi tarea de catequista y el sacerdote era ahora un hombre mucho más comprometido socialmente, un salesiano que trabajaba con niños y jóvenes. Su hermana y el esposo de ella estaban desaparecidos. Sin embargo, Francisco jamás lo mencionaba públicamente. No se trataba de personas armadas, sino del grupo más peligroso para la dictadura: los que pensaban. Pensar, iluminar a otros aportando información, los datos de la realidad que los medios masivos ocultaban, era execrable.

El cura, quedaba a menudo pensativo, con la mirada quieta, fija en un punto. Y uno podía entender que su dolor y su recuerdo buscaban a los de su sangre en algún lugar sin lugar.

Francisco organizaba cada año, viajes a una zona de nuestro país que, en los ´70, era conocido como Reserva de Lipetrén, y ocupaba el Sud-Oeste de la provincia de Río Negro y el Nort-Oeste de la provincia de Chubut. Zonas áridas, de desierto de piedra, donde habían sido expulsados grupos mapuches-tehuelches durante las viejas campañas de otros genocidas. El viento azotaba, el frío de invierno y el calor del verano, la falta de agua, el peor lugar donde ser desterrado a desaparecer.

Piénsenme como una jovencita de padres autoritarios extremos, catequista, que jugaba al handbol con los chicos o los protegía del granizo al terminar la clase. Esa, en medio de semejante caos.

Viajamos casi tres días, en total. Colectivo, tren, llegar a “Ingeniero Jacobacci” y luego, en “trochita” (un tren de trocha muy angosta) hasta Choique. Nos hospedamos como pudimos. Los chicos en un lugar abandonado, sin agua ni electricidad… Yo, con una familia del lugar. Así me cuidaban mis compañeros. Al llegar, supimos que una mujer había muerto de parto, sin atención médica -el primer sopapo de realidad nos recibía-.

No había árboles, ni madera, ni forma de cultivar, o tener animales. Era un páramo sólo iluminado por el sol, o por una luna increíble que parecía tocar la tierra. Y un único almacén general, con muy escasos productos. Pude ver llegar, desde lejos, una “chata” (una camioneta desvencijada) cargada de lana y cueros, y salir del almacén con unos pocos paquetes de harina, grasa y vino. El intermediario disponía el precio de la humillación y del hambre.

En Buenos Aires, habíamos juntado materiales de construcción hasta llenar un vagón, y alimentos, golosinas y útiles para dejar en la escuela-hogar… Apenas llegar, empezamos a movernos. No se trataba de misionar, en un sentido puramente religioso, sino de “militar” derechos civiles. Podría decirse que allí también era “Con un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo”, y fue sobre todo en el pueblo.

En menos de un mes, logramos armar una especie de salón de usos múltiples para la comunidad, en un espacio derruido. Los que no sabíamos de albañilería, llevábamos agua, o hacíamos mate o amasábamos torta fritas. Era preciso colaborar en lo que necesitaban, que era un lugar donde encontrarse y organizar una cooperativa. Frenar los atropellos. Gestar. Años más tarde supe que se hizo realidad. Los mocosos apenas pusimos algunos materiales. Ellos gestaron las transformaciones con sus saberes, con sus principios, con sus propósitos. Política.

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