A veces agradezco que me saquen de mi zona de confort, para darme cuenta de que todavía tengo capacidad de sorprenderme, de que todavía hay muchos universos que descubrir, y el “Tercer cielo” de Rocío Márquez y Santiago Gonzalo, Bronquio, sin duda, es uno a los que merece la pena viajar
Por Angelo Nero
A pesar de haber crecido con la historia de que mi abuela María había sido novia en su juventud del cantante Antonio Molina, tengo que reconocer que la sangre nunca me ha tirado hacia el flamenco. Creo que puedo contar con los dedos de una mano los pocos directos relacionados con el género a los que he asistido, y el único que me dejó huella fue el que protagonizó Estrella Morente junto a Dulce Pontes, en Pontevedra, hace más de una década. Ni Camarón consiguió emocionarme. La fusión del flamenco con el rock me llamó la atención alguna vez -no sé si cuenta, pero mi primer concierto fue uno de Medina Azahara-, con el “Omega” de Enrique Morente y Lagartija Nick, o con “La leyenda del espacio” de Los Planetas, donde el flamenco colisionó con la psicodelia. Pero realmente en mi geografía musical no había ningún punto que marcara uno de esos lugares en los que quieres refugiarte cuando te golpea la locura cotidiana. Hasta este sábado, en el que Rocío Márquez sacudió los cimientos de mi imaginario particular, para hacerse un hueco en él, y mostrarme que estos cimientos eran menos sólidos de lo que creía.
Descubrí ya hace un tiempo a Rocío Márquez gracias a la “Nana a medias” del documental -imprescindible para saber de nuestra Memoria- “Pico Reja, la verdad que la tierra esconde”, de Remedios Malvárez, que me llevó también a adentrarme en el universo poético, narrativo y, sobretodo, profundamente humano, de Antonio Manuel, al que tuve la suerte de entrevistar dos veces para nuestro medio, NR. Y cuando vi un cartel en las calles de Pontevedra anunciando el concierto de Rocío Márquez y Bronquio, me dije que no me podía perder ese espectáculo, aunque, a priori, ni el flamenco ni la electrónica forman parte de mis preferencias musicales.
A veces agradezco que me saquen de mi zona de confort, para darme cuenta de que todavía tengo capacidad de sorprenderme, de que todavía hay muchos universos que descubrir, y el “Tercer cielo” de Rocío Márquez y Santiago Gonzalo, Bronquio, sin duda, es uno a los que merece la pena viajar.
Un escenario minimalista nos sorprendió en el Pazo da Cultura, flanqueado por dos enormes telones blancos, y con tan solo la mesa de mezclas del jerezano Santiago Gonzalo, alias Bronquio, que curiosamente también viene de una escena muy alejada del flamenco, el hardcore-punk, donde lideró grupos como Gipsy Aliens o Yegua. Bronquio es un auténtico generador de tormentas, creando atmósferas electrónicas con las que logra crear canales para dialogar, como en este caso, con el flamenco de Rocío Márquez.
En la oscuridad surge voz luminosa de Rocío con “Paraiso, cuantos cuerpos por venir”, una milonga con la que la cantante onubense avanza por el escenario, “si me levantas el pelo verás mi frente marcá por la navaja del tiempo”, arrastrándose como una sirena doliente fuera del agua, abriendo brechas en las sombras, y cuando te das cuenta esa voz ya te está recorriendo la piel, para colonizarte. “Beats, percusiones y jaleos que nos golpean en el pecho como un desfibrilador y ya estamos flotando, en poco más de tres minutos, en un espacio exterior”, así describía David Pérez el comienzo del “Tercer cielo”, en el Mondo Sonoro, y, ciertamente, tras el primer tema, yo ya estaba flotando en ese espacio, sin importarme hacia donde me llevara.
Rocío se arranca por bulerías con “Exprimelimones”, dibujando un fresco lorquiano que colorea la paleta de sonidos de Bronquio, que nos confirma que el dialogo entre ellos no viene de una colisión entre planetas distintos, sino de un elaborado trabajo de investigación sonora, para entender el lenguaje del otro, y así poder crear uno nuevo, haciendo, además, un guiño a Lorca, “El duende exprime limones de madrugada. Las artes y los países tienen ángel, musa y duende”.
“Niña de sangre” termina de empujarte por el tobogán, por si aún tenías alguna reserva, por verdiales, con una invitación a prenderle fuego a la butaca, y a sumarte a la verbena, “Venga fiesta y alegría / baila hasta romper el suelo”, con el que hasta se atreven a juguetear con unos teclados barrocos Y por si esto no fuera suficiente, señalar el excelente diseño de luces que, en cada momento, saben sacar el mejor provecho de los movimientos felinos de Rocío sobre el escenario, con un capote capaz de hechizar a un Mihura, y que pone de manifiesto otro de los grandes aciertos del espectáculo: el vestuario.
Rocío se pone en pie, para colonizar todo el escenario y en el cielo de la boca nos explota la su “Agua”, una suerte de tango electrónico “miro tus ojos / por saber si / yo soy el reflejo / de lo que fui”, en el que la onubense nos muestra de que, además de una excelente “cantaora” es una notable “bailaora”, que es quién de convertir el palacio de congresos en un tablao flamenco.
Se atenúan las luces para invocar el espíritu de Lorca, con su “Nana de Sevilla”, que surge de la garganta de Rocío como un desgarro: “Este galapaguito / no tiene mare; / lo parió una gitana, / lo echó a la calle.” El ecoar de los versos de otro poeta, Luís García Montero “Qué solitaria vivo / en este corazón / donde hace frío” nos vuelve a arañar las venas, con “La Piel”, una seguiriya de que en el álbum tiene tres cortes.
A este tema surgido en la penumbra que le sigue un garrotín luminoso, ese palo flamenco cuyo origen señalan en el folclore asturiano, “Un ala rota”, uno de los temas destacados del disco de Rocío Márquez y Bronquio, que acompaña un fantástico videoclip dirigido por Joaquín Luna, y donde hay un guiño a la banda sevillana de rock psicodélico Smash, que popularizó “El garrotín” a principios de los años setenta. A propósito de esto, me vienen a la mente, tal vez por la época, los vinilos de jazz-rock andaluz que todavía conservo de Vega y Guadalquivir, o de Mezquita, precursores del rock sinfónico en aquella tierra, que todavía conservo. “Un ala rota” termina con Rocío girando como un derviche, antes de desaparecer entre los telones albos.
Aquí surge un espacio para que Bronquio se entregue a la psicodelia con “El mengue y la zarabanda”, mientras Rocío muda de vestuario y reaparece, como una sacerdotisa de antiguos ritos paganos, para cantar “En un papel bien doblado / igual que una droga / cara guardaste un día mi nombre / y ahora es festivo en mi casa”, y vuelve a inundarnos las venas con “Droga cara”, como si su voz fuese una aguja, mientras mantiene el bombeo de nuestro corazón con la percusión de un pandero. “Que de mi amor tú te mueras, / que de muerte plena vivas, / quiero ser quien soy de nuevas, / voy a parirme a mí misma”, remata la letra, de esta canción, mientras Rocío se sube a la mesa de Bronquio para regalarnos la rondeña de “Empezaron los cuarenta, el tema con el que comenzó esta aventura de Rocío y Bronquio.
Con una rumba arrebatadora, “De mí”, nos advierten de que nuestros corazones desbocados no van a encontrar sosiego, en un tema destacado de su álbum, en el que colabora Livia (41V1L), con la que Bronquio grabó el álbum “Sea lo que sea” -Y cuya voz interpreta en este directo el mismo Santiago Gonzalo-. Esta es una canción en la que vuelan los cuchillos, en la que el amor abre profundas heridas, “ahora que tu foto he congelado, y que tus labios se han sellado, rezo para que vengas a mí”, canta Rocío, al otro lado del telón, mientras sobre este se proyecta su sombra, bailando. Uno de los momentos más bellos y emocionantes de todo el espectáculo.
Regresa Rocío de la mano de Luís García Montero, “Por recoger tus huellas, / ha caído la nieve / sobre la acera,” en el segundo corte de la seguiriya “La Piel”, a la que le pisa los talones el desempleado de la soleá “Prefiero mejor la muerte”, que ya cantaba Manolo Caracol, en el que la onubense vuelve a brillar, como criatura de luz que es, envuelta en un vestido de mariposa, “Peor que la soledad / es mirarte frente a frente / y no poder sacar / este miedo tan presente / Y hasta fui capaz de cubrir mi piel de hielo / Para que pudiera calar la pureza hasta mis huesos”. Para terminar con la desgarradora debla “Grande”, uno de esos momentos donde el duende brilló con más intensidad, hasta que en aquel rincón del mundo no había nada más que la voz de Rocío Márquez.
Encarando el tramo final del concierto, Rocío vuelve a subirse a la mesa de mezclas para entonar un pregón flamenco, ese cante de los vendedores ambulantes andaluces, con el tema “Mercancía”, musicando el poema de la jaecense Carmen Camacho, y con ritmo de tangos, todo un alarde de sensualidad aderezada con la electrónica elegante de Bronquio. “vendo el canto que estremece el viento, monedas al aire sin cara ni cruz, estatuas hartas de soportar templos”… y del pregón, se arrancó por bulerías, con “Mmmm”, que le añade un toque de misticismo al concierto, ya que es una adaptación del “Tarde te amé” de Las Confesiones de San Agustín, combinadas con “Toda ciencia trascendiendo” de San Juan de la Cruz. Imposible no subir al Tercer cielo…
El tercer corte de “La Piel”, con una impresionante puesta en escena, al colocarse Rocío el telón como tocado, y el sonido de una guitarra flamenca surgida de la mesa de Bronquio, nos deja el corazón chiquito, y no vuelve a galopar hasta que las percusiones electrónicas de “El corte más limpio”, nos hagan volver a correr a la pista de baile, en una fiesta que, aunque no lo sabíamos, estaba llegando a su fin. Aunque el fin regresaba al principio, al querido Antonio Manuel, con sus versos: “Me atormentas porque sabes / que nunca te haría daño. /Fuiste a cortar los rosales / y te cortaron las manos.”
Una pequeña sesión de techno, en la que Rocío nos confirma que aún estando quieta su cuerpo habla, comunica, llena el escenario, más que si estuviese danzando los desenfrenados ritmos de un Bronquio desatado.
Y, como broche de oro, “La marca”, una toná con letra de Antonio de Mairena, “Aquel que se va, / va diciendo en el silencio: / ¡Qué grande es la libertad!”, con la que Rocío atraviesa el tercer cielo como un cometa fugaz que nos arrasa los jirones del corazón en los que han abierto huella sus canciones.
Cuando nos levantamos de nuestras butacas, para aplaudir hasta que nos dolieron los huesos, se habían movido los marcos de nuestra geografía musical, el flamenco y la electrónica, con una alquimia capaz de hacer burla del espacio y del tiempo, me habían llevado al tercer cielo…
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