Por Javier DG @olduvay22
Grisácea línea resplandece esta mañana ante mis ojos.
Junto a la ventana,
mientras sucumbo al reclamo de un desayuno Continental
y aún adormilado junto al zumo de naranja,
veo pasos de un grupo homogéneo escalar por Neptuno
y flotar por la Carrera de San Jerónimo
hacia un destino tejido a escondidas, en la madrugada.
Junto a la pereza por nacer de un sol todavía dormido,
oscilan palabras de colores entre el rojo y el naranja,
entre un revuelo de letras vanas urdidas en contradicción
junto a una rosa de muerte temprana.
Es hora de escuchar al gran Oráculo:
fue José Oliu quien habló de purgar en un aseo
cualquier soplo de una rejuvenecida política y
llegada la hora, montar la ofensiva junto a Villar Mir
como el plan perfecto para enfangar la democracia.
Sí.
Puedo afirmar sin atisbo de duda que ésta,
es mi España.
Pero discrepo de la maleta que se llena en mi país
con sangre de clase obrera y
el vaciado de la bolsa común con tarjetas opacas
y el reflotar de encuestas cocinadas en el barrio de Salamanca.
Reniego de pasaportes. Tarjetas de extranjería.
Niego la razón a personas de dimensión plana
que desde la cúspide de un Presbiterio
anuncian a quien la ofrece, que la dignidad mata.
Ciudadanos de la rosa, Ciudadanos
que echan el lazo a una flor marchita.
Ciudadanos nacidos a rebufo
del patriotismo constitucional aznarista.
Ciudadanos, al fin, creadores de un pacto nocturno
elaborado con dinamita y firmado en la alcoba
del abrazo,
donde los visillos color morado se excluyen
por orden del Oráculo.
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