Por Javier DG @olduvay22
Entre bancadas prestadas por el marqués de Távara,
en nuestro Congreso,
antaño convento de clérigos menores,
flotan la mantilla de Susana y el Gas de don Felipe.
Su ropa, disfraces de un otoño pasado,
desprenden mohín en la entraña de la militancia
para abrir una magia que les devuelva el poder
si es posible, antes del alba.
Recuerdan a los hombres viejos de Miguel Hernández
y la denuncia que Unamuno hizo de los poderes
sin representación que gobiernan hoy
sirviéndose del Parlamento.
Cuán cimitarra y alimañero,
hundido el rostro en el río de la memoria,
boca arriba, en colisión
con una cascada de sonidos inconclusos
y el galeote en boga de combate,
el macareno y sus socios de la gestora
vacían la bolsa del incauto mirlo blanco.
Al reclamo de familia de prosapia y alcurnia,
de gran utilidad y provecho para mellar en la Corte,
entre barones embridados por la troika consorte,
entra en escena el desuellacaras,
el ojo de Sauron que protege a la banca
mientras a la entrada, Daoiz y Velarde,
fundidos con el bronce de los cañones
arrebatados a Marruecos,
oirán la tarde de investidura
crujir su interior a la hora menguada, ese momento
dispuesto para tirar desperdicios y excrementos
cubiertos de barro. A saber:
corrupción, cautelas, contratos de alcanfor,
sedes registradas, discos duros multifunción.
Añicos.
Paseos al atardecer por la lonja del Monasterio:
conseguidores bañados en gomina y
consejeros alucinados con el black power.
Preferentes volando.
Aplauso en mítines.
Venta de hogares a los fondos buitre
y en cada frontera
que se escurre entre los dedos,
la nueva troika española
susurra al oído del Leviatán europeo:
“aquí los tienes, son para ti.
Gente corriente.
La abstención única
es la llave que pediste
para hacer más grande la brecha,
para dominarlos a todos…
y que nadie proteste”
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