Por Jesús Ausín
Entre paredes que un día fueron blancas, un somier de cemento. Sobre él un jergón maloliente que apenas sirve para quitar el frío del hormigón que lo soporta. Un lavabo herrumbroso y una taza de váter de bordes negros, sin tapa y sin intimidad, es todo lo que Julio tiene como hogar desde hace un par de meses.
Se pasa las horas muertas sentado sobre la fina tela de fibras que hace de colchón, lamentándose, llorando y despotricando sobre la vida.
Nunca pensó que ser inocente no se valorara. Porque él es inocente. No ha hecho nada de lo que se dice en la denuncia. Un auto que han redactado faltando a la verdad, inventando cosas y poniendo palabras y golpes que él nunca daría ni a su peor enemigo.
Julio está preso, en espera de juicio. No lo detuvieron en la calle. Ni siquiera asistió a la manifestación que, según el auto, es el origen de su detención. Lo fueron a buscar a casa. A las siete de la mañana. Justo cuando salía hacia la carnicería en la que trabaja. Él los dejó pasar amablemente. Sin mediar palabra, le empujaron contra la pared, le destrozaron el salón, y su habitación. Despertaron a los niños y los sacaron de sus camas. Dijeron que buscaban explosivos y propaganda política. Su mujer lloraba. Los niños lloraban y se abrazaban muertos de miedo en un rincón del salón. Gritaban, ¡Papá, papá! ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando, papá? ¿Qué quieren estos señores? Porque eran policías pero iban de paisano. Se le acusa de haber causado daños a un vehículo policial con un cóctel molotov y de intento de homicidio, le espetaron a su mujer ante las súplicas de esta.
Era martes. El había salido del puesto 37 del mercado de Morartalaz donde trabaja. Se dirigía a casa, tranquilo, dando un paseo como todos los días para despejarse de las horas que pasa metido tras el mostrador. A lo lejos sonaban sirenas de la policía. La carretera de Valencia queda allí mismo y es el camino que cogen las lecheras para llevar a los detenidos a la Comisaría. Ni siquiera se percató de la situación. Al llegar al puente sobre la N-III que accede a la Sierra Toledana, vio correr a lo lejos a unos jóvenes. También se fijó, que abajo, en la vía de servicio, había paradas varias lecheras, una estaba en llamas, y muchos policías fuera de los vehículos. Llegó, miró, y continuó su camino hacia su domicilio en la calle Mendívil. Frente al Bankia de Dr. Lozano, junto a un contenedor de escombros, vio una mochila. Estaba encima de los cascotes. Le pudo la curiosidad. Cuando se dio la vuelta, paró un coche de policía. Era invierno y a esas horas hay poca gente por la calle. Solo él. Le preguntaron si la mochila era suya. Contestó la verdad, que no. Le pidieron el carnet, le preguntaron de dónde venía y a dónde iba. Se llevaron el carnet un par de minutos al coche, se lo devolvieron y le dejaron marchar. Tres días después, el viernes, le detuvieron en casa.
El abogado de oficio que le asistió en la Comisaría de Moratalaz le dijo que le acusaban de haber tirado una botella de gasolina ardiendo a una furgoneta policial el martes 19 de noviembre de 2019. Le acusan de intento de homicidio porque la furgoneta estaba en marcha y alcanzó a la que trasladaba a uno de los militantes del grupo católico por la unidad de España y la supresión de las autonomías que llevaban a la comisaría, como testigo, tras una manifestación celebrada ese día en el centro de Madrid. Allí estaba también la mochila del contenedor. Dijeron que era suya. También le acusan de resistencia y agresión a la autoridad en el momento de ser detenido. Dicen que tiró por la escalera a uno de los policías cuando le estaba esposando. El policía ha presentado un parte de lesiones. Un esguince en un dedo de la mano y un moretón en la frente. El abogado le dijo que esas lesiones no concuerdan con alguien que ha rodado escaleras abajo.
Curiosamente, Julio, se hizo famoso en el mes de abril de ese año porque le entrevistó la televisión en su trabajo. El programa de Buenafuente. Allí le preguntaron a quién iba a votar en las elecciones de ese mes. Dijo que a VOX. Por cambiar.
Desde que el PP, Ciudadanos y VOX están en el Gobierno, el ambiente en la calle es tenso. La gente va con miedo. Sus clientas contaban cosas en la carnicería. Y él siempre pensó que algo habrían hecho porque los inocentes no tienen nada que temer.
Ahora se consume en una celda de castigo porque no puede soportar estar encerrado y empujó a uno de los funcionarios penitenciarios para salir corriendo. Su intención era que le pegaran un tiro. Está psíquicamente destruido porque él no ha hecho nada y la cárcel es para los culpables. Un estigma del que no podrá librarse nunca.
Retrofranquismo
Clemente Bernard es un documentalista y fotógrafo navarro de mi generación. Se ha especializado en documentales basados en la vida cotidiana de personas reales. Fotografió con crudeza a los jornaleros andaluces. Realizó una serie de instantáneas sobre los ritos funerarios en el País Vasco o sobre el Chiapas tras la revolución del Comandante Marcos. Retrató con realismo la situación de las mujeres saharauis en los campos de Argelia. Es un tipo comprometido que refleja la lucha por la supervivencia de los pobres, los marginados y sobre los conflictos del mundo.
Clemente Bernard ha sido condenado a un año de cárcel, a pagar las costas del juicio y a 2880 euros de multa, según dice la sentencia por un delito de descubrimiento y revelación de secretos por colocar una cámara y un micrófono, ocultos en un edificio público como lo es la Cripta del Monumento a los Caídos de Pamplona. Con ello, este comprometido documentalista quería dejar constancia de la ilegalidad de un acto de apología del franquismo que se iba a celebrar en dicha cripta. Actos que están prohibidos por la Ley de Memoria histórica y que se celebran con total impunidad.
España tiene un cáncer llamado franquismo. Un sistema que no fuimos capaces de extirpar durante la vida del dictador (ya se encargó él de acabar con todos aquellos que pudieran suponer un peligro para el régimen) y que, con una actuación timorata y de engaño después de la muerte del sátrapa fascista, acuarteló a sus tropas en el invierno de los años ochenta para que rumiaran su venganza y llegado el momento, con el insufrible ególatra megalómano Aznar y la connivencia del partido Socialista Obrero Español, emponzoñaran las instituciones con su mierda ideológica y convirtieran a la pantomima del setentayochismo en un franquismo 2.0.
¿Qué tipo de estado es aquel en el que las Fuerzas de Seguridad del Estado, en lugar de proteger a los represaliados, protegen a los torturadores?
Contaba el presidente de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica, Emilio Silva, como el día que la Audiencia Nacional, a petición de la Justicia argentina, llamó a declarar a los comisarios “Billy el Niño” y Jesús Muñécar para preguntarles si querían ser extraditados a Argentina, él estaba repartiendo fotocopias de una revista que explicaba quién eran esos tipos. Allí vio como Billy el Niño llegaba a declarar en un coche policial, que le hacía de taxista, y se marchaba en el mismo coche cuya puerta había sido abierta en plan “servicio” por un funcionario de la Audiencia. Mientras eso ocurría, a Emilio, le acorralaron tres agentes, según el mismo cuenta, le sacaron a empujones hasta llevarle a un callejón (menos mal que estaba por allí Alejandro Torrús de Público), le metieron un rodillazo en la espalda y le denunciaron por hostigamiento. En el mismo instante, y allí cerca, la policía multaba a varias víctimas del franquismo por gritar frente a la AN.
¿Qué tipo de estado es el que tiene una justicia que tiene una doble vara de medir dependiendo de la ideología de los denunciantes?
En la manifestación Laica del 17 de agosto de 2011, un pequeño grupo de manifestantes nos quedamos cortados frente a la fachada del Ministerio de Hacienda en la calle Alcalá a unos metros de la madrileña Puerta del Sol (los concentrados allí ilegalmente que venían a ver al Papa, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, nos impedían llegar a Sol dese la calle Carretas y el paso se hacía con cuentagotas). En la fachada del Ministerio había unas cuantas personas con banderas españolas que nos llamaron rojos, ateos y se acordaron de nuestras madres. Cuando algunos de los que íbamos en la manifestación laica se lo recriminaron, la policía cargo contra nosotros, no contra los que insultaban, impedían el paso o mostraban símbolos fascistas.
El mes pasado el juzgado n.º 1 de León ha absuelto a dos guardias civiles acusados de obligar a unos clientes de un bar en Carrizo (León) a cantar el Cara el Sol mientras introducían balas en sus bocas. Dice el Juzgado que no hay pruebas suficientes por que la supuesta víctima “no goza de los requisitos de credibilidad y verosimilitud” y hay “indicios de resentimiento o venganza”.
Todos estos sucesos, que a la gente como el protagonista de la historia que ilustra este artículo, puede parecerle algo sin importancia o simplemente casos aislados, sin embargo, da justa medida de lo que es esta pantomima de cleptocracia oligárquica y profranquista.
¿Qué tipo de estado es el que tiene una justicia que tiene una doble vara de medir dependiendo de la ideología de los denunciantes?
¿Qué tipo de estado es aquel en el que las Fuerzas de Seguridad del Estado, en lugar de proteger a los represaliados (torturados, asesinados, desaparecidos) protegen a los torturadores?
¿Se fiarían ustedes de una policía política de una dictadura comunista? ¿Por qué es distinto para policías de ideología fascista? ¿Puede un fascista proteger las leyes democráticas cuando no cree en ellas? ¿Puede ser policía o juez alguien que no cree en la libertad, la igualdad y la democracia?
Empiezo a sentir los peligros de vivir en este país y a tener miedo. Hasta de escribir.
Salud, feminismo, república y más escuelas (públicas y laicas).
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