El empeoramiento de las condiciones de vida que sacude a la mayoría de la población desde hace décadas ha sido el efecto derivado de las medidas de ajuste auspiciadas por la UE, aunque en última instancia refleja el resultado de la dinámica ordinaria de funcionamiento del modo de producción capitalista. La única alternativa viable para frenar la degradación de las condiciones materiales pasa por la organización autónoma de los trabajadores al margen de las instituciones del capital.
Por Mario del Rosal y Javier Murillo
Los resultados de las recientes elecciones en Italia abren paso a la conformación de un gobierno nacional integrado por una coalición de partidos de derecha, encabezada por el partido ultraderechista Hermanos de Italia. El esquema se repite en relación a los resultados electorales en Suecia de hace unas semanas, aunque las diferencias entre ambos países son más que evidentes[1].
Hay muchos factores que explican estos resultados. Desde luego, el propio sistema electoral italiano, diseñado con base en las circunscripciones territoriales, que no establece una relación proporcional entre el número de votos y los escaños conseguidos por cada partido -especialmente en aquellas circunscripciones que eligen un candidato uninominal. La propia deriva de muchos de los partidos socialdemócratas en Europa, que tras haber mostrado las limitaciones de sus políticas en las últimas décadas, han perdido el apoyo de una porción significativa del electorado. Y la enésima división de los partidos de izquierda, incapaces de presentar una coalición con apariencia de solidez, a diferencia de los partidos del espectro político opuesto.
No obstante, el objetivo de esta columna, más que ofrecer un análisis completo y profundo de las causas que explican estos resultados electorales, es el de intentar comprender dos de sus rasgos más significativos y que, en cierta medida, pueden encontrarse en otros procesos electorales europeos celebrados recientemente: la baja participación por parte del electorado y el crecimiento en votos por parte de los partidos de extrema derecha[2] .
Aumento de la abstención
Por una parte, los niveles de abstención han alcanzado máximos históricos, superando el 36% del total del electorado (un 9% más que en las últimas elecciones de 2018). Además, en un país caracterizado por los grandes desequilibrios regionales, el hecho de que hayan sido los ciudadanos del sur los que mayormente no hayan acudido a votar es muy representativo: en las regiones más pobres, la caída en la participación ha rozado el 15%. La baja participación en las urnas no es una novedad sino que responde a una tendencia que arranca con el estallido de la crisis de 2008[3] .
¿Cómo entender esta desafección por las elecciones? El pueblo italiano no encuentra una respuesta a sus problemas económicos en las instituciones por lo que no ve ninguna salida en ellas. No es una casualidad que las regiones en las que la abstención ha sido más alta sean las más pobres del país: el porcentaje de población en riesgo de pobreza alcanza el 47,2% en Campania, el 43,8% en Basilicata, el 41,6% en Calabria y el 34,8% en Puglia[4].
De cualquier modo, la situación económica para la mayoría de la población italiana es compleja y se ha deteriorado ostensiblemente desde hace más de una década. Con la productividad en claro retroceso, solo se han conseguido cubrir las exigencias de rentabilidad recrudeciendo la presión sobre las rentas del trabajo. Como muestra el Gráfico la participación de los salarios en la renta total ha quedado sometida a una aguda involución durante este periodo. Además, el salario real promedio acumula una caída del 3,8% desde el 2009 hasta la actualidad[5], perfilándose así una tendencia estructural que trasciende el deterioro del poder adquisitivo asociado al reciente episodio inflacionario. Durante este mismo periodo, la tasa de desempleo ascendió desde el 7,9% hasta el 9,5%. Aunque sin duda son los jóvenes quienes más acusan esta situación, soportando una tasa de desempleo del 22,3% en 2021, una de las más elevadas del continente europeo y muy por encima de la media de la eurozona (13,8%)[6].
Apoyo a la ultraderecha
El segundo rasgo significativo ha sido el creciente apoyo a los partidos de extrema derecha, lo que también ocurrió en las recientes elecciones suecas celebradas hace unas semanas, si bien en este último caso los índices de participación fueron elevados. La situación descrita de deterioro económico genera un caldo de cultivo propicio para la proliferación del discurso xenófobo de los partidos ultraderechistas. Además, estos partidos han sacado rédito del creciente euroescepticismo que está calando entre la población italiana desde hace décadas. Solo un 16% de la población apoya el diseño actual del proyecto, mientras que únicamente un 39% valora positivamente la pertenencia a la UE (es el socio cuya población muestra menos apego al proceso de integración). Además, una cuarta parte de la población ha empeorado su imagen sobre la UE durante el último año[7].
Atendiendo al recorrido reciente de la economía italiana estos resultados no resultan extraños. El poder adquisitivo de los salarios está estancado desde la entrada al euro y la respuesta por parte de las instituciones comunitarias a la crisis del 2008 quedó asentada sobre el sacrificio de las condiciones de vida de la mayoría de la población. Además, en los últimos años se ha implementado el Plan Nacional de Recuperación como condición necesaria para acceder a los fondos de recuperación europeos y, a pesar de quedar integrado por reformas estructurales de calado, su puesta en marcha se aprobó sin que se produjera apenas debate parlamentario.
A pesar de que durante la campaña electoral ha atenuado su discurso, el partido Hermanos de Italia se ha mostrado crítico con el funcionamiento de la UE -al igual que Demócratas de Suecia, el partido de extrema derecha del país escandinavo-, canalizando de este modo cierta parte del euroescepticismo que ha germinado entre la población italiana.
Conclusión
Por lo tanto, dos de las claves que explican los resultados de las elecciones italianas, a saber, baja participación y creciente peso de los partidos de extrema derecha, hunden sus raíces en el deterioro económico que sufre la mayoría de la población del país. El empeoramiento de las condiciones de vida que sacude a la mayoría de la población desde hace décadas ha sido el efecto derivado de las medidas de ajuste auspiciadas por la UE, aunque en última instancia refleja el resultado de la dinámica ordinaria de funcionamiento del modo de producción capitalista. La única alternativa viable para frenar la degradación de las condiciones materiales pasa por la organización autónoma de los trabajadores al margen de las instituciones del capital.
[1]Una de las diferencias es que en el caso italiano el ascenso del partido de extrema derecha que ha obtenido más votos ha sido fulgurante, mientras que en el sueco fue paulatino. En el siguiente artículo se puede encontrar información detallada sobre este último caso: https://jacobin.com/2022/09/sweden-democrats-far-right-collapse-racism-elections
[2] Por ejemplo, son reseñables la histórica abstención que azotó a Francia en las elecciones regionales de 2021 así como el ascenso de la extrema derecha en este mismo país.
[3] Todos los datos del párrafo proceden del Ministerio de Interior de Italia.
[4] Los datos proceden de Eurostat.
[5] Fuente: AMECO. Los últimos datos disponibles son de 2021.
[6] Fuente: Eurostat.
[7] Según los datos del último Eurobarómetro publicado por el Parlamento Europeo relativos a 2020.
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