Presidenciales portuguesas en el marco del auge de la ultraderecha y el discurso materialista en disputa

 

Por Ricard Jiménez

 

Inmersos en un último confinamiento sanitario, a causa de la pandemia, Portugal continua adelante con los comicios presidenciales del próximo domingo 24. También, y de forma excepcional, las medidas fueron reducidas el pasado 17, permitiendo así el voto por adelantado. En estas, según todos los análisis y sondeos, la reelección de Marcelo Rebelo de Sousa «está asegurada», ya que el actual presidente obtendría un resultado superior al 50%.

Sobre estas poco se ha hecho hincapié en los medios internacionales, con excepción de las excentricidades del ultraderechista André Ventura líder del partido Chega! y la respuesta simbólica promovida por el Bloco de Esquerda, que tuvo su eco incluso en el seno ministerial español. Por otro lado, pese a la aparente «tranquilidad» del «conocimiento» de un resultado reconocido de antemano, surgen nuevas incógnitas, que vendrán marcadas por el impacto de la pandemia en la participación. En este sentido cabe recalcar que el índice de participación en 2016 fue tan solo del 48.6%  de la población, siendo así relevante la distribución del voto que va a conformarse.

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Tras Marcelo Rebelo se sitúan dos potenciales candidatos, ambos sobre el 10%: el mismo Ventura y la ex-eurodiputada del PS Ana Gomes. El crecimiento de Chega!, que puede ser el hecho más sorpresivo para aquellos que  no se hayan inmiscuido en los vericuetos electorales del país luso, según Riccardo Marchi, investigador del Instituto Universitario de Lisboa y experto en la derecha radical «se debe a una insatisfacción del electorado con los partidos tradicionales y en especial con el conservador PSD en crisis desde 2015», partido de donde surge Ventura.

Por detrás, cerrando las candidaturas con un grueso significativo, sobre el 5%, se sitúan el Bloco de Esquerda y el PCP. Estos resultados, con la excepción de un partido que se reivindica abiertamente como marxista-leninista, sigue la tendencia preponderante del panorama europeo, con una ultraderecha incipiente y una izquierda socialdemócrata en paulatino declive o estancamiento.

En este aspecto considero reseñable las reivindicaciones de Joao Ferreira, candidato del PCP, en conversación con el diario Público. Al ser cuestionado sobre el significado de considerarse como revolucionario marxista-leninista desde la posición de candidato electoral en 2021, respondió, de forma tajante que esto es «inserirse en el momento que vivimos y trabajar en una realidad (…) en rechazo de las visiones idealistas desligadas de esta realidad». Tal pretexto en favor del idealismo argumentativo surge, según su punto de vista, «en la idea que tienen algunos protagonistas políticos de que la historia comienza en el momento que ellos entran en escena». Frente a esta dirección de la política hacia los cauces teatrales Ferreira destaca la importancia de reivindicar la visión materialista para «transformar» la misma realidad de la que se parte.

Esta prospectiva discursiva está siendo, también, una de las proyecciones argumentarias que se están desplegando sobre el tablero político en la escena internacional frente al hartazgo clasemediero de la escenografía simbólica.

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En 2020 un tema incipiente en los debates políticos, en el que incluso participaron personajes de calado como Agamben o Zizek, fue que en el contexto de una pandemia mundial «la crisis aumenta la violencia del sistema», como reivindicó Ferreira en el discurso de la presentación de su candidatura. Las divisiones y los conflictos dentro de la población están instigados, convirtiendo a los trabajadores en contra de los trabajadores, a los ciudadanos en contra de los ciudadanos. El racismo, la xenofobia, la extrema derecha y el fascismo se normalizan e incluso se promueven abiertamente desde algunos de los principales centros del poder económico y sus extensiones políticas y mediáticas», continuaba este.

Dichos conflictos se ven instigados, como ha sucedido en Estados Unidos con la ‘white trash‘, por las «marcadas desigualdades en la distribución de la riqueza, en particular en la distribución de los ingresos nacionales entre el capital y la mano de obra». El ascensor social, si alguna vez funcionó, se averió hace tiempo y la rabia surge de la desazón también en Portugal, donde Chega! refiere de forma recurrente a esta clase trabajadora más depauperada, para la que propone soluciones mezquinas.

El liberalismo de izquierdas, frente a tales proposiciones, lanza manidos sermones con presunciones éticas y morales de grandilocuencia impostada, pero más allá de pintalabios rojos, hastags de rechazo y califatos identitarios, las soluciones pragmáticas para una mayoría brillan por su ausencia, o lo que es peor, apuntalan el mismo sistema perecedero actual. En estas llegamos al punto donde Ventura puede dar rienda suelta a un discurso antisistema sin que rechinen hasta las costuras de los algodonados sillones de un academicismo progresista que perdió el horizonte.

 

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