Prensa católica y propaganda conspiranoica antimasónica

La prensa católica utilizó varias estrategias para difundir su mensaje antimasónico en la constante campaña que se inició en 1932 y alcanzó su punto álgido entre 1934 y 1935.

Por Lucio Martínez Pereda | 15/10/2024

La prensa católica desempeñó un papel crucial en la difusión de la propaganda antimasónica durante la Segunda República española, especialmente en el periodo comprendido entre 1932 y 1936. Los medios de comunicación afines a la Iglesia desarrollaron una intensa campaña antimasónica desde 1932, con un doble objetivo: presentar a la República y la masonería como aliadas en su intención de destruir la Iglesia Católica y vincular las decisiones parlamentarias que le perjudicaban a supuestos dictados de la masonería internacional. Para conseguir ambos objetivos presentaron a la República como un régimen manipulado por las logias masónicas y afirmaron que las decisiones del parlamento obedecían a los dictados de la masonería internacional. Como soporte básico en esta estrategia emplearon el modelo de teoría conspirativa procedente de «Los Protocolos de los Sabios de Sión» para vincular la masonería con una conspiración judía organizada para destruir el cristianismo.

Los periódicos

La campaña antimasónica también formó parte de una estrategia de la derecha religiosa para combatir las medidas de modernización y laicización impulsadas por la República, utilizando la prensa como principal vehículo de difusión de sus ideas.

Los periódicos católicos más importantes en este objetivo fueron ABC, Informaciones, La Nación, El Debate, El Siglo Futuro y el El Correo Catalán. El Debate, periódico próximo a la CEDA, sostenía- pese a que ya se había demostrado su falsedad en 1922- la autenticidad de «Los Protocolos de los Sabios de Sión». La Editorial Católica, propietaria de El Debate, lanzó revistas antimasónicas como «Los Hijos del Pueblo» y «Gracia y Justicia». En el diario carlista Correo Catalán escribía Juan Tusquets Terrats el sacerdote jesuita y feroz antisemita , principal divulgador en España de los Protocolos, que puso en marcha Ediciones anti sectarias, elaboró listas de judíos y masones junto a su secretario el sacerdote Joaquín Guiu y fue uno de los colaboradores de la OIPA- Oficina de Información Antimarxista.

La Oficina se encargó durante la guerra civil de clasificar toda la documentación incautada por el ejército de Ocupación cada vez que se entraba en una localidad republicana. La OIPA mantuvo colaboraciones internacionales con varias instituciones anticomunistas europeas: el AntiKomintern de Berlín, el Instituto de Investigación Científica de Varsovia, la Institución antimarxista Maître Aubert de Ginebra y la National Herstel en Holanda.

La Entente Internationale contra la Troisiéme Internationale (más tarde llamada Entente Internationale Anticomuniste o EIA), fundada por Theodor Aubert en Ginebra en 1924 sirvió para modelo de la OIPA. La Entente fue fundada por un acuerdo alcanzado entre los militares rebeldes españoles y el régimen nazi en una reunión secreta de la Conferencia Internacional Anticomunista organizada en Múnich en noviembre de 1936 por la Anti-Komintern. El objetivo era crear un frente único anticomunista europeo de colaboración internacional. Las colaboraciones permitieron a la OIPA intercambiar información, estrategias y material de propaganda con otras organizaciones anticomunistas europeas, fortaleciendo así su capacidad para llevar a cabo actividades de contrapropaganda tanto en España como en el extranjero.

La Oficina de Investigación y Propaganda Anticomunista

La Oficina de Investigación y Propaganda Anticomunista jugó un papel importante en la represión de la masonería durante el franquismo: La OIPA fue oficializada el 20 de abril de 1937- mediante un decreto reservado- con el objetivo de «organizar la correspondiente contra propaganda tanto en España como en el extranjero». La Oficina se encargaba de recoger, analizar y catalogar material incautado a las logias masónicas y otras organizaciones consideradas enemigas del régimen. Este material se utilizaba para escribir expedientes y tener información sobre individuos vinculados a la masonería, lo que facilitaba su persecución y represión por todo tipo de tribunales. Pero la OIPA también contribuyó a la construcción de la narrativa del «enemigo interno», en la que la masonería era considerada uno de los «seculares y más peligrosos enemigos de nuestra Patria» La Oficina ayudo a sentar las bases para la posterior creación del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo en 1940.

La OIPA formaba parte de una estrategia más amplia que incluía la «depuración de bibliotecas» y la manipulación del pasado y el presente para consolidar la retórica del nuevo régimen. Su trabajo, previamente asentado ideológicamente por los abundantes artículos de la prensa católica, contribuyó a la «masonización» de cualquier elemento que atentara contra el régimen, justificando así las correspondientes políticas represivas.

La prensa católica utilizó varias estrategias para difundir su mensaje antimasónico en la constante campaña que se inició en 1932 y alcanzó su punto álgido entre 1934 y 1935. Se intensificó en momentos específicos. Tras la aprobación de la Ley de Congregaciones Religiosas en mayo de 1933, la medida legislativa fue presentada como resultado de la acción de diputados masones. Después de la Revolución de Asturias, se acusó a la masonería de ser su instigadora . Durante y tras la victoria de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933 los textos en la prensa religiosa de derechas reactivaron su intensidad. Esta campaña propagandística de larga continuidad, extendida por la prensa católica contribuyó significativamente a la creación de un clima de opinión hostil hacia la masonería y la República, preparando el terreno para justificar la posterior represión de los masones durante el franquismo. La CEDA, en su campaña electoral de 1933, utilizó esta propaganda para movilizar a sus bases, distribuyendo millones de octavillas y carteles que vinculaban a la masonería con el comunismo y el separatismo. Esta campaña sirvió para consolidar los estereotipos antimasónicos, influyendo en el electorado al presentar a los masones como enemigos de la patria y de la Iglesia Católica, pero también asentando esos estereotipos para que posteriormente fueran empleados por el estado franquista

Los Sermones y los obispos

Los obispos desempeñaron un papel crucial en la campaña antimasónica desencadenada por la prensa católica durante la Segunda República en España. Utilizaron su autoridad e influencia para difundir estos mensajes a través de cartas pastorales, sermones y declaraciones públicas. La predicación se convirtió en un medio clave para propagar a través de sermones dominicales en las iglesias los discursos pronunciados en actos de propaganda antirrepublicana y en los artículos de la prensa diaria católica.

Esta propaganda fue especialmente intensa en contextos donde la Iglesia tenía una fuerte influencia comunitaria. Además, los sacerdotes participaron en actos políticos y religiosos donde se reforzaban las ideas antimasónicas, contribuyendo a crear un clima de desconfianza hacia la masonería. Los mensajes reforzaban la idea de que la masonería era una amenaza para la Iglesia y el Estado, vinculándola con el comunismo y otras ideologías percibidas como enemigas de la patria. Esta integración de distintos Enemigos de la Patria se manifestó presentando en los discursos religiosos la lucha contra la masonería como parte de la defensa de los «principios básicos de nuestra nación y existencia histórica»: la defensa de la familia cristiana y la oposición a leyes como la del divorcio. Los sermones y discursos religiosos enfatizaban la idea de que la República y la masonería compartían el objetivo común de destruir a la Iglesia Católica.

Las homilías contribuyeron a crear una narrativa de victimismo religioso, presentando las medidas laicistas del gobierno como ataques directos a la fe y la tradición. Los sermones buscaban producir una «comunidad emocional» victimista, uniendo a los fieles en torno a la idea de una persecución religiosa orquestada por masones y republicanos. Los sacerdotes aprovecharon el calendario litúrgico, especialmente la Semana Santa, para interpretar los acontecimientos políticos en clave de resistencia al nuevo marco legal republicano. Durante las campañas electorales, especialmente en 1933, desde los púlpitos de las iglesias se respaldaban mensajes que vinculaban la supuesta prohibición de las cofradías con el gobierno republicano y la masonería. Las homilías promovían desde el teologismo político la idea de que la soberanía de Dios estaba por encima de cualquier marco legislativo secular, presentando las leyes republicanas como ataques a la religión. Se aprovechaba la influencia de los sacerdotes y la religiosidad popular para movilizar a los fieles contra la República, utilizando el discurso antimasónico como una herramienta efectiva de persuasión política.

Los sermones religiosos utilizaron los siguientes elementos para vincular la masonería con la República:

1. Teoría de la conspiración: Se presentaba a la masonería como parte de una conspiración más amplia, basada en «Los Protocolos de los Sabios de Sión», para destruir el cristianismo e imponer una dictadura mundial

2. Destrucción de la Iglesia Católica: Se enfatizaba la idea de que la República y la masonería compartían el objetivo común de destruir a la Iglesia Católica

3. Influencia en la legislación: Se acusaba a la masonería de ser la autora intelectual de leyes anticlericales, como la Ley de Congregaciones Religiosas de 1933

4. Control del gobierno: Se presentaba al gobierno republicano como un «gobierno de masones» comprometido con los comunistas rusos

5. Corrupción de la juventud: Se acusaba a la masonería de promover la «Escuela Única» (educación laica) para convertir a los niños y jóvenes en revolucionarios

6. Antipatriotismo y venganza histórica: Se describía a la masonería como una fuerza antiespañola que había influyendo en los desastres del país a lo largo de la historia. Se presentaba la acción de la masonería como una venganza por la expulsión de los judíos en 1492. Estos elementos se entretejían en los sermones para crear una imagen de la masonería como una fuerza maligna y antiespañola, estrechamente vinculada con la República y responsable de los males que afectaban a la nación y a la Iglesia, responsable también de la decadencia histórica y degeneración política de España. La masonería había sido responsable del apoyo a Napoleón en su conquista de España, había participado en la llegada al poder del liberalismo durante el reinado de Isabel II, en la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas por una conspiración de las logias subvencionada por el «judaísmo internacional» , su labor fue fundamental en la financiación de la Escuela Moderna de Ferrer y la provocación de la Semana Trágica de Barcelona, en la instigación de la huelga general de 1917, en el fin de la monarquía de Alfonso XIII, en la proclamación de la Segunda República descrita como «hija de la masonería», en las medidas de política laicista dictadas por el Estado Republicano, en la aprobación de la Ley de Congregaciones Religiosas en mayo de 1933, presentada como resultado de la acción concertada de diputados masones, en la organización e instigación de la Revolución de Asturias de 1934, el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936, la introducción del comunismo en España, el “fraccionamiento separatista de la patria», la intención de convertir a España en una «Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas», El plan para «destrozar el ejército» y convertir a los niños y jóvenes en revolucionarios a través de la «Escuela Única».

Según esta propaganda la Ley de Congregaciones Religiosas de mayo de 1933 era obra de la masonería. Se presentaba la ley como parte de un plan más amplio de la masonería y la República para destruir a la Iglesia Se acusaba a la masonería de ser la autora intelectual de la ley, que prohibía a las órdenes religiosas ejercer la gestión de centros docentes. Se afirmaba que la ley era resultado de la acción concertada de los diputados masones en el parlamento: la habían aprobado siguiendo consignas políticas procedentes de las logias. La ley era una «venganza» de la masonería contra la Iglesia, y en su acción seguía el modelo conspirativo establecido en Los Protocolos. Esta narrativa buscaba vincular directamente las decisiones legislativas republicanas con supuestos dictados de la masonería, presentando a los diputados como meros ejecutores de un plan orquestado en las logias para atacar a la Iglesia Católica y sus instituciones.

En las teorías conspiranoicas antimasónicas puestas en circulación por la prensa católica la masonería fue presentada como parte de un complot junto con socialistas, marxistas, y a veces judíos, para destruir la España católica y tradicional. Esta propaganda sirvió para movilizar a la población contra las fuerzas republicanas y progresistas. Se fusionaba la identidad católica con la identidad nacional, sugiriendo que ser buen español implicaba ser católico y, por ende, antimasón. Posteriormente durante la Guerra Civil, la retórica antimasónica sirvió para justificar la rebelión militar y la posterior represión en la retaguardia franquista. Se promovía la idea de que la guerra era una cruzada contra las fuerzas que querían destruir la «verdadera» España, entre las cuales la masonería jugaba un papel crucial.
La creación de este enemigo común ayudó a consolidar el apoyo hacia los “nacionales” al instaurar miedo y odio hacia un grupo que supuestamente operaba desde las sombras para manipular la política y la sociedad españolas: sirviendo así como instrumento propagandístico para justificar, primero el golpe de estado contra la republica y después la represión franquista.

La campaña antimasónica tuvo un impacto significativo en la opinión pública española movilizando apoyo a los sectores opuestos a la República, creando una percepción distorsionada de la masonería presentándola como una organización coherente y disciplinada, contraria a la realidad de sus divisiones internas. Se extendió la idea de que la masonería y la República trabajaban juntas para destruir la Iglesia Católica. Se generó un clima de temor y desconfianza que fomentó la percepción de un «enemigo interno» amenazante para la sociedad. Estas circunstancias fueron empleadas para crear un ambiente de miedo difuso pero eficaz que sirvió posteriormente para Justificar y legitimar la posterior represión contra los masones durante la Guerra Civil

Los manuales escolares

Todos estos elementos de propaganda antimasónica transmitida por la prensa católica fueron los contenidos que tras la victoria franquista se incorporaron en los materiales educativos de la escuela española: Manuales de historia, libros de lectura, conferencias y catecismos incluían contenido antimasónico, convirtiéndose en un componente importante del currículum educativo. El antimasonismo se incorporó como un concepto explicativo central en algunos libros de texto de historia. Se utilizaba para interpretar los eventos históricos recientes, especialmente en relación con la Segunda República. Los manuales escolares presentaban a la República como un “régimen masónico antiespañol” que había traicionado la esencia patriótica de la tradición nacional.

Un ejemplo destacado es el libro “Nociones de Historia de España”, publicado en 1940 por el sacerdote jesuita Enrique Herrera Oria. De los 10 subtítulos dedicados a la Segunda República, 3 tenían contenido explícitamente antimasónico: ”El gobierno de masones y comunistas”, ‘Reunión de masones en París”, “Plan del Gobierno masónico comunista, la época del terror”. El “Catecismo Patriótico Español” del padre Menéndez Reigada, fue impuesto como texto oficial en todas las escuelas por orden del Ministerio de Educación Nacional en marzo de 1939: identificaba a la masonería como uno de los siete enemigos de España, junto con el liberalismo, la democracia, el judaísmo, el capitalismo, el marxismo y el separatismo. En los hogares escolares de Auxilio Social se impartían charlas semanales que incluían temas como «Lucha contra las internacionales: la masonería, el materialismo histórico-marxista, la Guerra de Liberación». Se presentaba a la masonería como una fuerza destructiva y se la acusaba de estar detrás de eventos históricos negativos y conspirar contra los intereses de España. Se vinculaba a la masonería con otros «enemigos»: esta propaganda escolar a menudo asociaba la masonería con el comunismo, el judaísmo y otras ideologías consideradas contrarias al régimen. En los textos escolares la masonería se describía en términos oscuros y amenazantes, asociándola con otros “enemigos” como el comunismo y el judaísmo. Esta propaganda buscaba manipular psicológicamente la percepción de los niños, inculcando una visión negativa y conspirativa sobre la masonería desde una edad temprana.

Después

El trabajo propagandístico realizado durante la República asentó entre la opinión pública de la retaguardia franquista un conjunto de consignas antimasónicas que persistieron durante la Guerra Civil. Durante el franquismo, las publicaciones antimasónicas fueron financiadas principalmente por el régimen y sus aliados. Dos editoriales clave, Ediciones Antisectarias y Ediciones Toledo, desempeñaron un papel crucial en su difusión. Estas editoriales publicaron numerosos textos que atacaban a la masonería, vinculándola con conspiraciones judeo-masónicas y comunistas. Además, la prensa controlada por el régimen también jugó un papel importante en la financiación y difusión de esta propaganda, utilizando recursos estatales para promover sus mensajes.

Además de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, que jugó- como vimos anteriormente- un papel central en la campaña antimasónica durante la Segunda República en España, Fue utilizado para construir una narrativa conspirativa que vinculaba a la masonería con una supuesta conspiración judía destinada a destruir el cristianismo e imponer una dictadura mundial. Este texto, aunque era una falsificación creada por los servicios secretos zaristas, fue presentado como evidencia documental por figuras como Tusquets.

Otros libros y documentos se utilizaron en la campaña antimasónica en España durante la Segunda República:

1. Las obras de Francesc Ferrari Billoch que incluyen títulos como “La Masonería al Desnudo” (1936) y “¡Masones, así es la secta!” (1937), centrados en desenmascarar supuestas conspiraciones masónicas.

2. “Marxismo, judaísmo y masonería”: un folleto publicado por Nazario López en 1936 que vinculaba estas ideologías como amenazas conjuntas.

3. “Bajo el yugo de la masonería judaica”: un ensayo de Victorio Justel Santamaría publicado en 1937 que abordaba la influencia masónica y judía.

4. Fernández Almuzara: Escribió “Evangelio de la Nueva España”, donde incluía a la masonería entre los enemigos de la nación.

5 . Nazario López y Victorio Justel Santamaría publicaron folletos y ensayos que vinculaban a la masonería con el marxismo y el judaísmo.

6. Boletines de Eduardo Comín Colomer: Director del Boletín de Información Antimarxista, que también trataba temas antimasónicos.

Lo que quedó

Todos los elementos puestos en circulación por la prensa y las editoras de la Iglesia española se mantuvieron vigente durante el franquismo. Su influencia estuvo definida por las siguientes 10 características :

1. Creación de un enemigo interno: La propaganda generó una imagen de la masonería como un «enemigo interno» peligroso, lo que contribuyó a crear un clima de temor y desconfianza entre la población.

2. Justificación de la represión: Al presentar a la masonería como una amenaza para España y el cristianismo, la propaganda sirvió para justificar las medidas represivas del régimen contra los masones y otros opositores.

3. Deslegitimación de la Segunda República: Se estableció una fuerte asociación entre la masonería y la República, presentando a esta última como un «régimen masónico antiespañol», lo que ayudó a desacreditar el sistema democrático anterior.

4. Consolidación de estereotipos: la campaña propagandística logró asentar firmemente en la opinión pública de la derecha la imagen del masón como enemigo de la patria.

5. Simplificación de la realidad histórica: se presentó a la masonería como una organización monolítica y coherente, ocultando sus divisiones internas reales, lo que facilitaba su demonización.

6. Integración en la narrativa educativa: la propaganda antimasónica se incorporó a los materiales educativos, incluyendo libros de texto de historia, lo que permitió transmitir estas ideas a las nuevas generaciones.

7. Refuerzo de la ideología del régimen: el discurso antimasónico se adaptaba fácilmente a diferentes contextos y ceremonias político-religiosas, reforzando los valores y la ideología del franquismo.

8. Creación de una teoría conspirativa: se fomentó la idea de una conspiración internacional en la que la masonería, junto con judíos y comunistas, buscaba destruir España y el cristianismo.

9. Legitimación del alzamiento: la propaganda ayudó a justificar el golpe de Estado y la Guerra Civil como una acción necesaria contra las fuerzas masónicas que supuestamente controlaban la República.

10. Persistencia del estereotipo: la eficacia de la propaganda hizo que la imagen negativa de la masonería se mantuviera durante mucho tiempo, incluso sin necesidad de renovar constantemente los argumento.

Esta influencia en la percepción pública- resultado de una campaña intensa y sostenida que utilizó múltiples medios de comunicación y se extendió a diversos ámbitos de la sociedad, desde la prensa hasta la educación- creó una imagen distorsionada y negativa de la masonería que perduró sin ningún cambio durante todo el régimen franquista. Una interpretación que- repetida sin ninguna modificación en algunos medios ultraderechistas de bulos históricos- todavía se mantuvo y mantiene ( lo último no lo tengo claro) hasta fechas muy recientes.

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