Por Javier DG
Dinastías perpetradas
en un oscuro rincón
de la Soberanía.
Nacidas en cualquier país
que se anime a cambiar
gente por marionetas.
Dentro de este mundo
o pintadas en oblea,
crecen bajo la sombra
de un Dictador
y el obtuso régimen burgués
lacado y puesto guapo
entre bambalinas
de una hegemonía perdida
junto a revistas
de telenovela.
Producto
que se compra
con dinero robado a Emilio*,
recortando salud
y bienestar
con acero Toledano,
hoy, hecho añicos.
Valores
que apelan al miedo
envuelto en papel de regalo
ante la jeta de rostros
ajenos al ruido cotidiano.
Retratos de óleo seco.
Duele la concordia.
Sangra la libertad.
La igualdad
de la Carta Magna
muere a garrotazos
para repartir el botín
entre audiencias, besamanos,
bodas
y banquetes,
refresco de tapices
adheridos en la piel
de quien los bendice.
Tradición. Veleidad.
Triste monarca
educado por Fontán,
parido en el taller
de una ficticia democracia
violada
con permiso de sus dueños.
Entes de cartón,
mequetrefes infectados
a la sombra
del andamio
desmontado en la fachada
del Estado.
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