Entrevistamos al poeta leonés Nacho Diez-Santos, quien ha publicado recientemente su primer poemario ‘Notas de un sueño’.
Por Sol Gómez Arteaga | 3/11/2024
El día 24 de octubre, coincidiendo con el Día de las Bibliotecas, presentas en la Buhardilla de la Biblioteca Padre Isla de León, tu ciudad natal, tu primer poemario “Notas de un sueño”, editado al cuidado de la editorial de San Román de la Vega “Marciano Sonoro”, que forma parte de la colección “Poéticas del Desencuentro”. ¿Por qué la elección del título “Notas de un sueño”?
La razón es de lo más pedestre: lo leí en alguna parte y me gustó. No recuerdo dónde, pero sí que, en su origen, era «apuntes» y no «notas». Pasó a ser «Notas de un sueño» luego de comentarlo con mis padres y sugerirme ellos que utilizara «notas» en lugar de «apuntes», pues la polisemia de la palabra, sus acepciones musicales en particular, podían enriquecer el título. Me parece un buen título por cuanto señala la voluntad de escrutinio entre la poesía, mi poesía en este caso, y el continente onírico, siendo la primera la exploradora y cartógrafa del segundo.
La ilustración que aparece en la portada es una puerta vieja de color azul, desteñida por el tiempo y la intemperie, abierta hacia adentro, enmarcada en un dintel. ¿Qué significa esa portada dentro del poemario?
La imagen de una puerta abierta simboliza la invitación —asimismo, la tentación— a cruzarla, a entrar al corazón del libro y, por ende, a mi corazón o, cuando menos, al de mi yo poético. Es también una referencia al verso de Blake, el que nombra las puertas de la percepción. Huxley vio la llave de estas puertas en los alucinógenos. Yo pienso, por mi parte, que, si existe dicha llave, esta se halla en los sueños y, en cuanto paloma de sus manifestaciones, en la poesía. Además, «puerta» y «portada» comparten la misma raíz y esto me pareció ingenioso —cuando no lo es en absoluto—.
En la párvula reseña de vida del poemario que firma Isamil9 leo: “Apasionado de la literatura en general y de la poesía en particular”, ¿quiénes son los poetas o autores de cabecera en los que te has inspirado para escribir este breve, pero intenso poemario?
Son muchos. Un escritor es la suma de todas sus lecturas —aunque sea mucho más que eso—. No obstante, uno siempre tiene su primer espada. El mío es incontestablemente Salinas. No voy a hacer un elogio de su poesía, porque su virtud es consabida, pero sí querría decir que su obra marcó un antes y un después en mi manera de escribir. Presagios y, sobre todo, La voz a ti debida abrieron mis ojos a la poesía moderna. Hasta entonces, yo me entretenía imitando a Bécquer, a Darío y a otros poetas finiseculares —seguramente, de ahí venga mi olor a rancio—. Desde que lo conocí, a Salinas, me he confesado y me confieso su epígono. Por decir alguno más sin extenderme demasiado, diré que también figuran en mi santoral Cernuda, Ángel González o los hermanos Machado, inagotables todos.
Amor, desamor, cicatrices, sombra, desierto y hasta un bosque frío y oscuro en el corazón de tu noche aparecen en tus versos. ¿Cuáles son los temas de tu poemario?
Los temas que tratan mis poemas, no dejando de ser personales, coinciden con los canónicos o prototípicos de la literatura universal, quiero decir aquellos que llevan siendo irrenunciables aquí y en la China, hoy y en el principio de los tiempos. Me refiero a la inspiración en sí, el misterio creativo, el amor imposible, el correspondido, el miedo a la soledad o la resistencia al olvido.
Leer “Notas de un sueño” a solas, pero también escucharte recitar tus poemas en público es una experiencia emocional de gran hondura que nos traslada a resonancias poéticas de autores del siglo pasado como el ya mencionado Salinas, Rosales o Panero. Encuentro, además, en el poemario un par de sonetos (“Notas de un olvido” y “Breve semblanza”), una elegía, varios poemas con rima asonante que me hacen pensar en una forma de escritura poética de corte clásico o atemporal. ¿Cómo definirías tu estilo?
Mi estilo es un estilo «mesopotámico» en el sentido de que nace y crece entre dos aguas, quiero decir entre dos concepciones, una clásica, otra romántica de la poesía. Al tiempo que persigo la misma idealidad y lirismo de los grandes poetas románticos españoles e hispanoamericanos a los que admiro (Julio Flórez, Reissig, Casal…), intento forjar un carácter propio, una actitud, unas maneras singulares. Para ello, no dejo de leer a los poetas del 27, a los del 50 y a los ultramarinos. Cada lectura nueva es un nuevo martillazo que afila más y más el punzón con que escribo.
En el primer poema del poemario, titulado “Arte poética”, en el intento de definir el verso te identificas con el “verso del alma, soterrado, nocherniego, familiar, tuyo, susurro en la sombra, filial y niño”. ¿Desde cuando escribes? ¿Qué te mueve a ello o incita a hacerlo? ¿Cuál crees que debería ser la función de la poesía en particular y de la escritura en general en la sociedad en la que vivimos?
Lo siento por el clisé, pero diré que escribo desde siempre. Desde niño me ha gustado la escritura creativa, tratar de expresar mis ideas y sentimientos de manera personal. Otra cosa es desde cuándo me tomo en serio como escritor. La respuesta es que desde hace muy poco. En concreto, desde que he publicado este libro. Todos los poemas anteriores se podrían considerar ejercicios de retórica. Lo cual me da el pie para mi segunda respuesta.
Para mí, escribir es un entretenimiento. Lo hago esencialmente para distraerme. También para divertirme. Puedo pasar horas enfrascado en un solo verso y semanas enteras en una estrofa. Esto debe de ser porque la poesía tiene algo de puzle. No obstante, no queriendo parecer demasiado prosaico, añadiré que, aun siendo en esencia un pasatiempo, existe un gozo muy real en la búsqueda y el hallazgo de la belleza, en —como dijo Gautier— concentrar lo infinito en lo finito. Lograr esta tarea es sumamente satisfactorio, pues toda creación, no solo la poética, es un esfuerzo prometeico, es decir, un hacerse dios. ¿Quién no lo desea?
En cuanto a la función de la poesía, la respuesta no es fácil. Supongo que conformarse con las adversidades de su tiempo, que es, ni más ni menos, lo que ha hecho desde siempre. Resistir, aguantar, continuar sirviendo a los pocos que la estiman, aun siendo todos los que la necesitan. De la escritura en general no me atrevo a opinar. Soy demasiado pequeño todavía. Por decir algo, diré que impedir —o retrasar, cuando menos— que nos diluyamos del todo en el torrente de la posmodernidad.
El poema titulado “Filigrana”, que a mí me evoca a Ángel González: “Nunca más nadie/, ni antes ni después de tu haber sido/, pudo, podrá/ decir, crear mi nombre como tú/ (…) veladamente dedicado a tu abuela paterna, está relacionado con la elección de tu nombre y, por consiguiente, con tu identidad. Háblanos del germen o trasfondo de ese poema para NR.
Tiene mucho de González, en efecto, ese poema. Por lo menos en el estilo. Y sí, está, como muy bien dices, veladamente dedicado a mi abuela paterna, que fue quien insistió a mis padres para que me llamaran como me llamo y, tozuda ella, lo consiguió.
El poema tiene dos causas, una mediata, su pólvora, y otra inmediata, su gatillo. Ambas pueden ser interesantes de escuchar —aunque esté mal que yo lo diga—, pero por no alargarme de más, voy a contar solamente la mediata.
Mi nombre era también el del tío de mi abuela, con quien vivió durante sus años de bachillerato en Bilbao —el padre de mi abuela era guardia civil destinado en un pueblo de León, donde no había instituto—. Él era sindicalista de la ferrovía y por esto fue represaliado y encarcelado después de la guerra. Mi abuela tenía entonces 19 años. Mi tío bisabuelo, Ignacio, enfermó en la cárcel y murió a causa de ello. Este hecho marcó profundamente a mi abuela, razón por la que decidió que yo, con mi nombre, que era el suyo, fuera su recuerdo viviente. Esta es la historia, triste historia como otras muchas, en muy sucinto resumen.
Lo que tú quieras añadir a esta entrevista.
León sin Castilla es una maravilla. Es broma. Mejor pon de mi parte, ya que antes mencionaste a Rosales, que si alguien se ha quedado sin lectura y busca una nueva, La casa encendida es siempre una buena opción. Leerla o releerla, ambas dos. «Mi vida es un carta sin dirección y, sin embargo, escrita para siempre». De esto es capaz un buen poeta.
“Pero a poco andar te asustas y huyes
y te veo escapar
por los trigos del día,
a flor de una guitarra
o el cáliz de una boca.
Te vas y me abandonas
sin más rostro ni voz y sin más sueño.
Sin más sueño, como un niño desnudo
a merced de un enjambre de miradas”.
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