Por Javier DG
Al salir del Juzgado, bajo una fina lluvia
caída sobre trajes caros,
pude ver de cerca, por primera vez,
la silueta de un hombre
que fue maestro de un milagro.
Su impoluta figura de armario clásico style
desaparece de forma paulatina
en un coche teñido de azul oscuro,
como el plomizo cielo
del que empieza a caer.
Pero antes, con gesto de mirada hierática,
parece escuchar de reojo y con calma
el canto de unos pájaros viejos enjaulados
en un producto financiero
llevado al esperpento.
En ciento veinte segundos de aparatoso desfalco
y estafas cosidas en silencio con su Fondo Monetario,
bajo el auspicio de amigos infiltrados entre Cajas
y ladrillos, la culpa se difumina desde los pies
hasta la afilada nariz,
dejando en suspenso el atributo de un gesto
cómplice y vacío de cualquier matiz,
que en otros tiempos nos mostraba
un hombre con sonrisa, pero nunca como ahora,
una sonrisa sin banquero.
Se el primero en comentar