¿Podemos realmente salvar el planeta?

«Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol» 

Martin Luther King

Por  Paula Albornoz

Este pequeño espacio que ocupamos en el universo parece haber estado al borde del colapso ya en varias oportunidades. Seguro todos y todas encontrarán este listado de hechos fácilmente reconocibles: un meteorito que acabó con casi todas las criaturas terrestres, la Peste Negra, un par de bombas atómicas, e incluso una profecía maya hace ocho años. De hecho, escribo estas palabras encerrada en mi casa en medio de una pandemia. Casi podría decirse que nos hemos acostumbrado a contemplar el fin del mundo llegando lentamente hacia nosotros y nosotras, como oscuras nubes de tormenta. Sin embargo, las posibilidades más reales de apocalipsis están a solo diez años de distancia, y pocos y pocas parecen tomar conciencia de su veracidad y gravedad. Quizá ya estén enteradas/os, o quizá no, de que el año pasado 11.000 científicos y científicas de todo el mundo firmaron una carta publicada en la revista BioScience advirtiendo sobre las causas y consecuencias del cambio climático, que podrían volverse irreversibles para el 2030 si no se toman medidas drásticas en la presente década. ¿Conocen alguna medida en favor del planeta y la humanidad tomada por algún gobierno recientemente? Sinceramente, yo no…

          De todas formas, no quiero decir con esto que todas y todos los habitantes de la Tierra decidimos ignorar la gravedad de la advertencia y continuar nuestras vidas como si nada ocurriera. Las pruebas de que la crisis climática es real y despiadada están a la vista: incendios forestales en todos los rincones del mundo (sin ir más lejos, en mi tierra, Argentina, actualmente contamos con focos de incendios intencionales en 11 de las 23 provincias, provocados con la intención de extender las fronteras agropecuarias, inmobiliarias y económicas), inundaciones, especies extintas, aumento del nivel del mar y enfermedades nuevas. Es por ello que son principalmente las generaciones más jóvenes, las que en 2030 apenas estarán llegando a los 20 o 30 años de edad, las más preocupadas e involucradas en los movimientos sociales cuyo objetivo es frenar la crisis climática.

          Es posible que la cara más visible del movimiento de jóvenes por el planeta sea Greta Thunberg, la joven sueca de 17 años que creó la consigna “huelga escolar por el clima”, una huelga estudiantil que implica faltar a clase cada viernes para ir a reclamar por un futuro mejor y acciones medioambientales urgentes. Mas ella no es la única: Emma Lim, joven canadiense de 18 años, prometió “no tener hijos hasta estar segura de que mi gobierno asegurará un futuro para ellos”. Leah Namugerwa es una activista de 16 años que demanda la prohibición de las bolsas de plástico en Uganda y celebró su cumpleaños número 15 con una convocatoria para plantar 200 árboles. También en Argentina “Fridays For Future” tiene su sede, al igual que otras organizaciones internacionales tales como “Climate Save Movement” o “Jóvenes por el clima”, que participan en marchas, crean ollas populares veganas y presentan proyectos de ley en el Congreso.

El sistema capitalista que nos lleva a consumir y desechar diariamente, que piensa que nuestras vidas y nuestro planeta son descartables

          Es innegable que cada día hay más individualidades que encuentran imposible ignorar la avalancha catastrófica de problemas que puede traernos el cambio climático irreversible: con que solo un grado de la atmósfera terrestre aumente, alcanzaría para traer consecuencias devastadoras al medioambiente, la salud y los seres vivos en general. No obstante, creo que es también allí donde radica uno de los obstáculos para que esta lucha llegue a buen puerto: la individualidad. ¡Ojo! No estoy criticando para nada al movimiento ni a los jóvenes que lo integran (de quienes soy parte) sino a ciertas consignas simplistas que son las que más suelen trascender, aunque no sean tan representativas. Un ejemplo puede ser la consigna “hazte vegano/a” o “go vegan” en inglés, cuyo trasfondo es complejo y fundamental; la industria ganadera es la principal causa de gases de efecto invernadero en el mundo, causados por el metano presente en las heces de las vacas. Además, en todo el globo se queman y talan bosques para extender la frontera ganadera, debido a la creciente población mundial que equivale a demanda creciente de productos de origen animal. Que también crezca la demanda de productos vegetarianos o veganos es un cambio positivo en el mercado, más no modifica el hecho de que la industria ganadera siga existiendo, poderosa e impune. Después de todo, la milanesa vegetariana de Burger King les sigue dando ganancias sin quitar ninguna hamburguesa vacuna del menú. Siguen ganando.

          Una consigna primordial que los medios no suelen mencionar en sus notas es la de demandar políticas reales a los gobernantes de turno. Los y las jóvenes son plenamente conscientes de que más allá de los cambios individuales, es importante tener políticas de Estado que, por ejemplo, protejan nuestros bosques y humedales, prohiban el uso de agrotóxicos o reduzcan las emisiones de carbono de cada país. O, como propuso Leah en Uganda, se prohíba a nivel nacional el uso de bolsas de plástico, tan tóxicas para nuestros océanos. Pero hoy me pregunto, ¿hasta qué punto pueden las políticas de cada país causar un impacto real en la lucha contra el cambio climático?

          Me parece que hay un punto tan obvio que suele ser pasado por alto. El sistema. El sistema capitalista que nos lleva a consumir y desechar diariamente, que piensa que nuestras vidas y nuestro planeta son descartables, que antepone los intereses de unos pocos sobre la supervivencia de la mayoría. Pues es el 1% de la población mundial, la más rica, claro está, la que genera el 97% de las emisiones contaminantes en todo el mundo. Así es: ese 1% es el responsable de la crisis climática, de una juventud que se siente desolada y desesperada por salvar su futuro. Mientras vivamos en un sistema capitalista, ese sector seguirá destruyendo todo a su paso hasta que no quede nada más que la certeza de que el verdadero fin ha llegado.

¿Quiero decir con esto que los cambios que hagamos individualmente son inútiles? Para nada. Cada persona cuenta. Cada activista es fundamental. Cada pequeño o gran cambio que podamos realizar será relevante: desde el cambiar una bolsa de plástico por una de tela, hasta movernos lo más que podamos solo caminando o en bicicleta, o usando transporte público en vez de un vehículo particular. Además, participar en marchas, protestas, firmar peticiones, participar en proyectos y difundir información es muy importante para lograr dos cosas: que cada vez más gente se una y conozca lo que está en juego, y que los y las gobernantes sepan que el medioambiente no es un tema que nos dé igual, y exigimos que se lo proteja. Demostrar que no nos da igual lo que hagan con nuestros ecosistemas y nuestras vidas, y más aún, demostrar la fuerza que tenemos: somos, literalmente, la mayoría.

Volviendo a la pregunta que da título a este artículo, ¿podemos realmente salvar el planeta (y así, a nosotras/os mismas/os)? ¡Por supuesto! Pero mientras vivamos en un sistema capitalista y una minoría de la población tenga el control sobre nuestras tierras, nuestros océanos y nuestra salud, lo más probable es que sigamos cosechando pandemias donde deberíamos estar plantando árboles…

 

¡No lo permitamos!

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