¿Cuantos hombres hay dentro de Pepe Viyuela? Como si fuese una matrioska, nos va descubriendo todos los caminos que ha recorrido para encontrarse
Por Angelo Nero
Pepe Viyuela es más que un realmente una de esas personas inquietas, que están buscando constantemente su lugar en el mundo, haciendo preguntas al viento, arriesgándose a mirar al abismo, sin importarle si delante tiene un teatro abarrotado de risas o el silencio de un desierto, tiene, más que una cara simpática, que también, cara de buena gente, de aquellos que no ocultan sus heridas, si no que las muestran para el que descubras que las tuyas son idénticas, no le importa viajar hacia el pasado para encontrarse con nosotros, pero su mirada mira hacia el futuro, hacia la esperanza de un horizonte mejor, como el que soñaba su abuelo Gervasio.
Mi primer recuerdo de Pepe Viyuela es el del pastor Ulloa, al que le fulminaba un rayo en uno de esos ejercicios de poesía de Julio Medem, Tierra. “He soñado que estaba muerto y no me importaba nada”, decía en su brevísimo papel, que parecía escrito para un licenciado en filosofía como él. Luego vinieron sus papeles en “El milagro de P.Tinto”, y “Mortadelo y Filemón”, y hasta yo, que de adolescente había alimentado mi melancolía con sesiones de cine-club con Fassbinder y Truffaut, descubrí que la mejor arma para enfrentarse al mundo era la risa. Hasta consiguió que me enganchara a una serie como “Aída”, y le cogiera cariño a aquel tendero de barrio, un poco ingenuo y bonachón.
Aunque el actor riojano es, sobretodo, puro teatro, con un buen inventario de obras en su carrera, en la que no falta el inmortal Esperando a Godot, de Samuel Beckett, o el Rinoceronte, de Ionescu. En un escenario es donde Viyuela crece varias tallas, como suele pasar con los humildes, a los que no les importa que ese escenario sea el del Teatro Real, o el de una jaima en un campo de refugiados saharauis.
¿Cuantos hombres hay dentro de Pepe Viyuela? Como si fuese una matrioska, nos va descubriendo todos los caminos que ha recorrido para encontrarse, hasta en ese oficio de poeta en el que ha dejado versos tan bellos como este: “Ahora que sobrevivo sin tus ojos / sencillamente porque / no estás aquí para mirarme / recurro a mis bolsillos / y descubro que guardo en ellos / todavía el calor / de alguna de tus manos.” Son varios los poemarios que tiene en su haber y hasta una novela “Bestiario del circo: el vientre de la carpa”, con un prólogo de Andrés Aberasturi.
Podría seguir haciendo un inventario de todos los Pepe Viyuela que han pisado escenarios, paseado por pantallas, escrito versos, o incluso mostrar su compromiso social y político, y seguro que quedarían muchos por contar, pero del que ahora quiero hablar, quería hacerlo ya al principio del artículo, pero me he tropezado con su biografía y no he podido resistirme a esbozarla, del que quiero hablar es del protagonista de “Un viaje hacia nosotros”, una de esas películas que te miran a los ojos y hablan también de tu historia, de tantas historias invisibles, que este país se ha empeñado en esconder.
El director malagueño Luis Cintora, al que los caminos de la vida lo llevaron desde Mongolia, donde dirigió su primer documental “Nómadas sobre ruedas”, hasta Perú, donde se sumergiría en las causas y consecuencias del conflicto armado que asoló este país en los ochenta, en “Las huellas de Sendero”, que tendría continuidad en “Te saludan los cabitos”, también se hizo preguntas sobre sus raíces, para descubrir que su abuelo materno había estado preso en la antigua fábrica textil de La Aurora, en Málaga, convertida en campo de concentración.
Pepe Viyuela también había perdido el rastro de su abuelo Gervasio en un campo de concentración, en Francia, después de haber combatido en las milicias anarquistas en los frentes de Belchite y del Ebro, “a quien nada le hacía imaginar, cuando nació en Madrid a principios del siglo XX, que acabaría siendo un refugiado por motivos de la Guerra Civil.” Cintora le propuso un viaje, recorriendo los mismos escenarios en los que su abuelo se batió contra el fascismo, en la línea del frente y en la línea de la derrota, cuando, junto a 700.000 españoles, tuvo que cruzar la frontera para huir de la barbarie franquista. A Viyuela ese viaje, que era hacia el interior más profundo de su matrioska, hacia sus raíces “Le pareció una gran idea, pero puso una condición: que también tratáramos la situación de las personas refugiadas en la actualidad», según contó el propio Cintora.
“Ese devenir de los acontecimientos que le llevó a él a ser refugiado se reproduce constantemente. Ayer nos tocaba a los españoles, pero hoy les toca a los saharauis, sirios, afganos. Hay poblaciones en un estado permanente de trashumancia o que han perdido su tierra y, en su momento, no pensaban que aquello pudiera llegar a ocurrirles”, asegura Pepe Viyuela, que emprendió un viaje que comenzó en Madrid, y tirando del hilo de la memoria, caminó por los escenarios de aquella guerra en la que todos perdimos, los que la sufrieron entonces y los que sufren sus efectos ahora, ochenta años de silencio después.
En el documental Viyuela se adentra en las ruinas de Belchite, escuchando el eco lejano de las bombas, o en el cementerio de Berriozar, donde se encuentra con otro de sus antepasados, que sufrió cautiverio en el terrible penal de Ezkaba, para cruzar la frontera, como en aquel trágico éxodo de febrero de 1939, caminos que se había imaginado tantas veces, cuando comenzó a ponerse en el papel de “detective de la memoria” en archivos militares y en viejos libros, con la ayuda de compañeros de viaje como Emilio Silva. “Desde lo individual se puede acceder a lo universal, y la vida de alguien absolutamente anónimo a quien no conoce nadie puede servir para hacer reflexionar hoy sobre un problema que nos atañe a todo.” Asegura el actor, poeta y payaso nacido en Logroño.
El propio viaje les llevará a lugares que deberían estar señalados en los libros de texto españoles, donde la derrota republicana se encontró con insolidaridad francesa: Argelès-sur-Mer, Gurs. Pero esto no será una estación de llegada, porque los hilos de la memoria hacen que Pepe Viyuela miren hacia el presente, y hagan una conexión de aquellos refugiados que buscaban el auxilio de Europa, con los que hoy se juegan la vida en el estrecho, escapando de otras guerras igual de injustas que aquella.
Y entonces surge el diálogo, el del que entiende que aquel drama del 39 y los que se vienen produciendo desde entonces, no son tan diferentes, y así viaja hacia el sur, hacia esa ansiada puerta de Europa, a la que llaman los que no les queda otra que dejar su tierra, huyendo de las bombas, de la miseria, del hambre. Se sienta frente a ellos y les escucha, como si escuchara a su abuelo Gervasio, con respeto. Son un puñado de testimonios, que podrían ser infinitos, pero que también viajan hacia nosotros, a los que todos los días nos levantamos con noticias de naufragios y de guerras, sin hacer absolutamente nada, insensibles al pasado, al presente y al futuro. ¿Que podemos hacer nosotros, ante la magnitud de sus tragedias? Quizás lo que hace Pepe Viyuela, sentarse frente a ellos y escucharles.
El film, da igual que haga spoiler, porque mis palabras son insuficientes para mostrar todo lo que este trabajo ofrece, tiene su penúltima -última no es, porque a Viyuela todavía le quedan muchos caminos que recorrer- en los campos de refugiados de Tinduf, en la Hamada, en el lugar más inhóspito del desierto del Sáhara, donde habita su otra familia, y donde cada uno de nosotros, habitantes del estado español que los condenó al exilio, tenemos una deuda que saldar. Pepe Viyuela salda una parte de ella, con más dignidad que el presidente del gobierno, como mejor sabe: haciendo reír a los niños que sueñan con una tierra que les ha sido arrebatada, y a los mayores que han crecido como exiliados, y que han perdido la esperanza en la paz.
Cómo señalaba en una entrevista a la revista Makma: “El mundo de los payasos tiene mucho que ver con ese no-lugar que habitan los inmigrantes, por ejemplo, esa población flotante internacional que sobrepasa los setenta millones y que están desposeídos de todo, que son los grandes perdedores, víctimas, criminalizados, a los que se persigue por sistema porque no son bienvenidos en ningún sitio. En ese sentido, mi payaso se nutre de ese lugar de los que no tienen nada”.
En este mundo sobran fronteras, y seguimos necesitando más payasos.
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