Pasión de truhanes

Por Jesús Ausín

Había una vez, en un lugar tan cercano que podía estar aquí mismo, un cabrero que cuidaba de un rebaño que no era suyo. El cabrero, todas las mañanas sacaba las cabras al monte a pastar, cuidaba del rebaño, atendía a las parturientas y compraba el pienso con el que por las noches completaban la dieta de los animales. También se encargaba de ordeñarlas, de hacer los quesos y de vender la leche restante a la central lechera de la localidad.

El rebaño que cuidaba el cabrero como si fuera suyo, era en realidad de varias personas. Cada una de ellas aportaba sus cabras y algo más. Uno de los dueños era agricultor. Él era el que aportaba el grano con el que, otro de los dueños del rebaño, confeccionaba el pienso. También aportaba cabras a este rebaño comunal el dueño de la central lechera que compraba la leche que no utilizaban para hacer los quesos. Completaban la propiedad del ganado el carnicero del pueblo que se encargaba de vender la carne de los cabritos que tanta fama tenían en la zona, el dueño de la tienda de productos artesanos que se encargaba de poner a la venta el riquísimo queso de cabra cuya fama había traspasado fronteras y el cartero del pueblo que tenía los animales como medio de completar el salario. Todos los ganaderos, salvo el cartero, tenían relación comercial entre ellos, y a la hora de echar las cuentas sobre el rebaño, debían sumar al aporte del ganado, el capital puesto en especies. El agricultor por las semillas, el molinero por el pienso que fabricaba con los cereales y las plantas forrajeras que mezclaba con el grano, el de la central lechera por la uperización de la leche y el gasto en envases y embalajes. El carnicero, al igual que todos los anteriores, aparte de las cabras, aportaba el valor de su trabajo en la venta de la carne. El único que se enfrentaba en exclusividad a los gastos de alimentación y venta de los productos que sacaban del rebaño era el cartero. Gastos que descontaban de la producción de leche y de la venta de corderos a la hora del reparto de beneficios en función del número de animales de cada dueño. Entre todos, además, pagaban el salario al pastor que también debían descontar de la producción del rebaño.

El pastor era sobrino de Cleofás, quién había dedicado toda su vida a cuidar cabras, y que a su muerte, nadie se explicaba cómo sus hijos habían podido comprar un rebaño de más de dos mil ovejas. Fue el propio Cleofás el que tras comunicarles que padecía una enfermedad grave, aconsejó a los dueños de las cabras que contrataran a Deogracias, el pastor actual.

Habían pasado unos meses desde la muerte de Cleofás cuando el molinero descubrió que Deogracias robaba y vendía parte del pienso que aportaban al rebaño de cabras a sus primos, los hijos del antiguo pastor Cleofás. En lugar de denunciarle a los demás ganaderos, hizo un trato con él. Se llevaría el 25 % de lo que Deogracias sacaba de la venta de lo robado y además, firmaría que en cada entrega el aporte de pienso era un 10 % más del que en realidad era. Más tarde el agricultor descubrió que el molinero les engañaba incrementando la factura del pienso en un 10 %. En lugar de advertir a los demás, le propuso incrementar los kilos entregados para hacer pienso en un 15 % sin que en realidad aumentaran las entregas.

Por otra parte, el vendedor de quesos, que sabía los litros de leche que entregaba a la Central para su envase, le dijo al carnicero que Deogracias apuntaba siempre una centena de litros de más de los entregados a la lechera. En lugar de descubrir el pastel, reunieron al pastor y al de la central y les propusieron reducir el apunte de número de quesos que salían de la leche para compensar los litros de más que apuntaban como entregados a la central lechera, declarar muertos algunos corderos y repartir las ganancias de lo expoliado en cinco partes.

Llegado el momento de cuadrar cuentas, el cartero se percató de que los números habían cambiado con respecto a años anteriores y que su parte del reparto se había reducido notablemente. Sospechaba que Deogracias, por el tren de vida que llevaba y porque ya era vox populi que el antiguo pastor Cleofás les robaba, estaba haciendo trampas con la contabilidad, pero no quiso decir nada hasta hablar con los demás ganaderos.

El agricultor y el molinero, que sabían que Deogracias estaba robando en el pienso y aunque desconocían el robo también en la leche, el queso y los lechazos, pero por sus ganancias ilícitas suponían que también era así, se hicieron los tontos e inventaron una explicación para convencer al cartero. El grano de la última cosecha era más pequeño a consecuencia de la sequía, y por eso habían necesitado más y más forraje para confeccionar los mismos kilos de pienso. El cartero salió de la reunión con ambos sospechando que también estaban metidos en el desfalco. Y se fue a hablar con el resto de socios. Les advirtió de sus sospechas, pero nuevamente, como los anteriores, por miedo a que se descubriera su pastel le dijeron que ellos creían que la explicación de la merma del grano era plausible y que estaba viendo fantasmas donde no los había.

Al cartero no le quedaba ya duda de que todos le engañaban y se fue a las autoridades a denunciar a Deogracias para que este “cantase” sobre los demás.

Un año después, los cinco estafadores se habían quedado con las ovejas del cartero y este había sido sentenciado a una cuantiosa multa impuesta por calumnias y por haber mancillado el honor de los cinco truhanes.

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Pasión de Truhanes

A raíz de la publicación por el diario ginebrino “La Tribune de Gèneve” de una información en la que asegura que «Juan Carlos estaba escondiendo 100 millones en Ginebra» provenientes de Arabia Saudí en una transferencia realizada el 8 de agosto de 2008 por el Ministerio de Finanzas de ese reino medieval, el grupo parlamentario de Unidas Podemos en cooperación con ERC han planteado una comisión de investigación en el Congreso que el PSOE rechaza porque, según los medios del régimen, los letrados de las Cortes ya declararon sobre la inviolabilidad del rey.

En el periódico francés “Le Monde” podemos leer a consecuencia de la noticia anterior que en el centro de este escándalo financiero se encuentra “la que fue amante” («Au centre de ce scandale financier qui fait trembler la maison royale, se trouve celle qui fut l’amante du vieux roi « émérite », âgé de 82 ans : Corinna Larsen») del rey emérito Corina Larsen quién recibió en 2012 una “donación” de 65 millones de dólares que encendió todas las alarmas del fisco suizo. Según Corina Larsen fue un regalo del entonces rey de España, realizado según explica su abogado Robin Rachmell para mostrar el afecto hacia ella y su hijo «une forme de donation pour elle et pour son fils, pour qui il avait de l’affection».

Muchos han sido los escándalos (financieros y de otra índole) del ex-patrón del Bribón. En este artículo de El Nacional.cat podemos leer que en 2018 la propia Corina Larse destapó que el rey se había llevado una comisión de 80 millones de euros por hacer de intermediario en la concesión a varias empresas españolas para construir el AVE a La Meca. En este mismo espacio se señala que el periodista monárquico Jaime Peñafiel escribió en el periódico “El Mundo” lo siguiente: «En 1973 se produce la gran crisis del petróleo. Franco, conocedor de las buenas relaciones que el Príncipe Juan Carlos tiene con las monarquías del Golfo, le pide que hiciera gestiones ante el rey Faisal bin Abdulaziz y el soberano saudí le prometió que a España no le faltaría nunca petróleo. En agradecimiento, Franco autorizó a Don Juan Carlos a recibir una comisión de unos céntimos por cada barril de crudo procedente de Arabia Saudí. Era la primera vez que cobraba una comisión. Este acuerdo, o prebenda, lo respetaron Adolfo Suárez y Felipe González»

En Diario 16, podemos leer que Corina Corinna Larsen «denunciará a Juan Carlos I en los tribunales de Londres. La acusación: unas supuestas amenazas y el acoso que la empresaria dice sufrir desde el año 2012, cuando salió a la luz su relación con el rey emérito […] La “amiga entrañable” del monarca asegura que agentes del CNI (los servicios de inteligencia españoles) la sometieron a una extorsión para que no revelara altos secretos de Estado» Un escándalo más. Como este que publica El Confidencial el viernes 6 de marzo en el que se asegura que «la investigación sobre la fortuna oculta de Juan Carlos I atribuye un papel clave a un primo lejano del Rey, Álvaro de Orleans-Borbón y Parodi Delfino, que siempre se había mantenido en un discreto segundo plano.» En el se asegura que el pariente del rey emérito es propietario de una planta de materiales de construcción en Venezuela a través de una sociedad de Barbados que, a su vez, está administrada por una fundación de Liechtenstein.

Toda esta información, que es un poco pesada, está puesta aquí no porque quiera opinar del Rey emérito y de sus escándalos, lo que a pesar de apetecerme no voy a hacer porque no me gusta jugar con fuego. Está puesta aquí porque es información publicada, alguna de ellas en medios extranjeros, y que quizá querido lector tú no conozcas, debido al “silencio informativo” al que someten el tema los pomposos “amantes de la libertad de prensa” del régimen español.

Toda esta información lo que me sugiere es que las entrañas del estado están cimentadas en un gran saco de mierda. Muchos, los letrados de las cortes primero y después toda esta retahíla de cortesanos que aplauden los vestidos de un rey que va desnudo, opinan que el artículo 56 de la tan manida Constitución hace que el rey esté fuera de toda jurisdicción y que no se le pueda juzgar por nada. Quizá, conociendo el paño que ahora conocemos de los Padres de la Constitución era eso lo que pretendían. Sin embargo hay dos cosas que este artículo deja claras. Una que el rey es inviolable, desde que es rey. Antes de ser rey no lo es y por tanto si deja de serlo, tampoco. Y segundo, lo que dice expresamente el punto 3 del artículo 56 es que «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2» Es decir que de sus actos responde siempre alguien ya que el rey reina pero no gobierna (artículo 64: Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso).

Es claro a ojos de cualquiera que no tenga prejuicios que estos actos se refieren al día a día de las funciones del rey y no a cometer asesinatos, cohecho, robo, o cualquier otro acto tipificado como delito por el Código Penal español. Porque de no ser así, podría el rey perfectamente ejercer el derecho de pernada ya que su inviolabilidad le permite hacer lo que le venga en gana. Usted, querido lector, ¿realmente cree que el rey pude hacer legalmente lo que le venga en gana? ¿Permitiría usted que el rey le pegara un tiro a alguien adrede? ¿Permitiría que sus hijas tuvieran que pasar por la cama del rey obligadas? Entonces ¿por qué debemos suponer que si nos robara, que si desfalcara al fisco o que si no cumpliera la ley como todos los demás ciudadanos, está exento de pasar por los tribunales? ¿O es usted de los que opina que la gravedad de un delito se mide en quién lo comete y en su valoración moral y no en lo que dice la ley?

Con todo, lo que esta situación sugiere vista a lo largo del tiempo,  es que efectivamente la gravedad de los delitos está no en el papel de lo que estipula la ley, sino en el personaje que los comente. A Puigdemont, que les ha dejado en ridículo ante la Unión, la fiscalía le está buscando trampas hasta en las gominolas que se pudiera haber llevado sin pagar cuando era niño. Otros como los chavales de Altsasu fueron condenados por un delito que solo vieron quiénes les juzgaron y los del ardor guerrero que estarían felices si pudieran meter entre rejas a todos los catalanes y vascos. Quienes se olvidan o no pueden pagar el IVA trimestral son sancionados severamente, mientras a los que evaden la pasta a paraísos fiscales se les da la oportunidad de regularizarlo.

Todos los estados tienen puertas traseras que se saltan la legalidad para hacer el trabajo sucio contra los que suponen un peligro para el propio estado. En España, las cloacas del estado se han dedicado fundamentalmente a controlar y eliminar adversarios políticos y a ocultar los trapos sucios de algunas instituciones.

Aquellos cuyos ancestros hicieron fortuna en el régimen corrupto del eunuco fascista, siguen manejando las tramoyas de esta mala función que es la política española.

Si lo que dijo Peñafiel en El Mundo es cierto, y este tipo es un monárquico convencido con lo que no tenía ninguna “causa” para mentir, está claro que todo este lodo viene de aquellos polvos del franquismo. En un “rey golpe a golpe” de Patricia Sverlo se relata como el rey que llaman emérito vino a España con una maleta vacía y polvo en los bolsillos. Según The New York Times, la fortuna del rey alcanzaba en 2012 los 2.300 millones de euros. No está nada mal para quién llegó sin nada y ha cobrado del Presupuesto público unos 8 millones de salario en cuarenta años de reinado.

Todo este tinglado será un peldaño más en los numerosos escándalos del rey demérito. La fiscalía parece estar investigando porque desde Suiza se ha levantado la liebre. Pero no confío en que esa investigación llegue a buen puerto. Porque en España, como en el reino del cuento que ilustra este artículo, todos tienen mucho que perder, no solo el pastor y todos los implicados tratan de defender el status quo.

Leía el otro día, que las monarquías solo caen por dos cosas. O porque los poderosos no se fían del monarca porque su estupidez pone en peligro su patrimonio, o porque el monarca no se fía ya de los poderosos y pretende sustituirlos. No creo que aquí se den ninguna de las dos.

Salud, feminismo, REPUBLICA y más escuelas (públicas y laicas).

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