Palabras para un fin del mundo

La principal novedad que ofrece el documental es la de echar por tierra la versión oficial sobre la muerte del escritor de “La tía Tula”, ofrecida por el falangista Bartolomé Aragón, que no era ni su discípulo, ni mucho menos su amigo

Por Angelo Nero

Miguel de Unamuno fue, sin duda uno de los más destacados intelectuales de su época, tan admirado entre los suyos que llegó a ser propuesto para la presidencia de la República, esa República que el defendió desde su escaño en el congreso, desde la Universidad de Salamanca, en la que era rector, y en sus numerosos escritos. Este grande de la Generación del 98, que sintió una gran decepción con la República que había sofocado la Revolución de Octubre del 34 a sangre y fuego, y que se entregaba a luchas partidarias mientras se fraguaba la rebelión militar, que había sufrido destierro por sus críticas a la dictadura de Primo de Rivera, y que había proclamado la República en Salamanca, desde el mismo balcón del ayuntamiento, se convirtió en uno de los mayores críticos del gobierno de Azaña. Esa enemistad declarada con el presidente de la República, y la deriva de su gobierno, que Unamuno creía errada, lo hizo apoyar, en un primer momento a los militares sublevados, a los que declaró como representantes de la defensa de la civilización occidental, aunque pronto entraron en contradicción sus convicción filosóficas y morales, cuando, uno a uno, fueron asesinados sus amigos, Carlos Prieto, alcalde de Salamanca, el pastor protestante Atilano Cuco, el diputado socialista José Andrés Manso, o su discípulo Salvador Vila.

El resultado, tan bien relatado en la película “Mientras dure la guerra”, de Alejandro Amenábar, fue ese famoso discurso del 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca: «Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.» En el que daba réplica a las palabras del escritor falangista José María Pemán, y del profesor Francisco Maldonado, que atacó violentamente al nacionalismo catalán y al vasco, describiéndolos como “cánceres en el cuerpo de la nación”. La intervención de Unamuno, a la sazón rector de la universidad, tuvo la airada interrupción del fundador de la Legión, Millán-Astray, al que respondió: “acabo de oír el necrófilo e insensato grito: “¡viva la muerte!” Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más.”

Unamuno tuvo que abandonar la Universidad entre abucheos y brazos en alto de los falangistas, y le salvó ir acompañado de Carmen Polo, la mujer de Franco, pero ya no volvió ni a la universidad ni a las calles de Salamanca, y pasó sus últimos meses, falleció el 31 de diciembre de ese año, recluido en su casa, en un arresto domiciliario no declarado, con guardias apostados a sus puertas.

“Mientras dure la guerra”, estrenada en 2019, recoge todos estos hechos, pero en 2020 veía la luz otra película, esta vez documental, que indagaba todavía más en los últimos días del escritor que estuvo a punto de conseguir el Premio Nobel de Literatura, y que fue vetado por el gobierno de Adolf Hitler, quedando desierto en el año 1935. En el excelente film dirigido por Manuel Menchón, que en 2015 ya había retratado el exilio del escritor bilbaíno en su exilio en Fuerteventura, dónde fue desterrado por Primo de Rivera, en “La isla del viento”, se dibuja un completo fresco de la situación política generada a raíz de la proclamación de la Segunda República, y del fuerte compromiso que Unamuno tuvo con ella, recuperando imágenes de gran valor como las que recogen el regreso multitudinario a Salamanca, a su regreso del destierro canario.

Tan importante como la recuperación de fotografías y filmaciones de la época, es la de sus cartas y escritos como el que pronunció en la proclamación de la Segunda República, reivindicando a los comuneros: “El nieto de Fernando VII, descendiente de los Austrias y los Borbones, ha querido rehacer otro Imperio, y de nuevo las Comunidades de España, los comuneros de hoy, se han alzado contra él, y con el voto han arrojado al último Habsburgo imperial. España ha dejado del otro lado de los mares, con su lengua, su religión y sus tradiciones, Repúblicas hispánicas, y ahora, en obra de íntima reconstrucción nacional, ha creado una nueva República hispánica, hermana de las que fueron sus hijas.”

También el documental de Manuel Menchón resalta el compromiso antifascista de Miguel de Unamuno, su participación en la fundación del Comité Antifascista, en 1933, ante las llegadas al poder de Adolf Hitler y Benito Mussolini, su desprecio por figuras como Millán-Astray, que querían importar esa autoritarismo que terminaría por desangrar Europa, así como la admiración por personajes como José Rizal, héroe de la independencia filipina.

Pero sobretodo, la principal novedad que ofrece el documental es la de echar por tierra la versión oficial sobre la muerte del escritor de “La tía Tula”, ofrecida por el falangista Bartolomé Aragón, que no era ni su discípulo, ni mucho menos su amigo, la ultima persona que lo vio con vida, y que pudo haber tenido que ver con su muerte, y que recogió, presuntamente sus últimas palabras: “España se salvará porque tiene que salvarse”. Esas palabras bien pudieron ser inventadas por Aragón, no así las que dejó escritas, poco antes de su muerte: ““Si me han de asesinar como a otros, será en mi casa”. Lo cierto es que el falangista abandonó la ciudad tras la muerte de Unamuno, y en su entierro su féretro fue custodiado por destacados miembros de la Falange, como señala su nieto en el documental: “Se presentaron falangistas en el velatorio, cogieron el cadáver y se lo llevaron sin más, sin permiso, y tras ello vino la manifestación fascista. Se apoderaron de él hasta el final, no solo del cuerpo, presentándolo poco más que como un fascista”.

“Palabras para un fin del mundo” también hace hincapié en el “bibliocausto”, en la quema masiva de libros en varias ciudades de España, después de saquear bibliotecas, librerías y universidades, como la organizada el 30 de abril de 1939, en Madrid, recogida en el diario Ya: “El Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados. (…) Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al sol.”

Para Manuel Menchón, el director del documental: “la historia no es una canción pop que repites y ya. La historia se cierra en una dictadura. Y en una democracia, cuando hay documentos, hay que reescribir la historia, sobre todo cuando quienes la han contado son los ganadores”.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.