Agustín Rueda, militaba en los Grupos Autónomos Anarquistas, cuando fue detenido en 1977, acusado de al que se le acusaba de haber pasado unos explosivos por la frontera, y desde prisión no dejó de luchar, ya que fue uno de los impulsores de la COPEL
Por Angelo Nero
“Pedimos a gritos que viniera un médico, pero no obteníamos respuesta. Agustín tenía todo el cuerpo negro de los golpes recibidos. En un momento dado, que yo creo calcular que se correspondía con las dos de la tarde, me empezó a decir que no sentía los pies. Le empecé a realizar masajes para intentar reactivar la circulación sanguínea, pero era inútil, ya que cada vez la insensibilidad iba en aumento y poco a poco dejó de sentir las piernas. Sobre las tres y media, de rodillas para abajo no sentía nada. Fue el momento en que llegaron los dos médicos de la prisión, llamados Barigón y Casas, que entraron en la celda y a los que expliqué los síntomas que padecíamos. Sacaron unas agujas largas y empezaron a clavárselas a Agustín en los pies. No había reacción. Fueron clavándoselas cada vez más arriba y cuando llegaron un poco más arriba de las rodillas dio muestras de sentir los pinchazos. De rodillas hacia abajo no sentía absolutamente nada. Los sanguinarios médicos se incorporaron y uno de ellos le dio una patada en las costillas a Agustín, diciéndole: “Eso es de la humedad del túnel”. Y como vinieron se fueron, dejándonos en las condiciones en que estábamos. Media hora más tarde nos tiraron, a través de los barrotes de la celda, como el que tira cacahuetes a los primates, unas pastillas para el dolor, abandonándonos a nuestra suerte. Agustín fue consciente durante todo ese tiempo de su real situación. En las horas que pasaron me dijo en varias ocasiones que sabía que se estaba muriendo. Tenía mucha sed, por lo que constantemente procuraba darle de beber en su boca y le mojaba los labios constantemente. […]Sobre las 10 de la noche ya apenas podía articular palabra, sentía mucho frío, su mirada cada vez estaba más y más perdida. A eso de las diez y media de esa noche bajaron dos desconocidos acompañados de funcionarios carceleros, abrieron nuestra celda y pusieron a Agustín dentro de unas mantas y se lo llevaron a rastras, como si de un objeto se tratase. Nuestras protestas no sirvieron de nada. Sólo nos dio tiempo a apretarnos las manos. Ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver. Jamás olvidaré ese momento.”
Así relató el preso anarquista Alfredo Casal Ortega, la agonía de su compañero Agustín Rueda, producida un 14 de marzo de 1978, como resultado de las torturas de las que ambos, así como cinco compañeros más, fueron objeto, por parte de funcionarios de la cárcel de Carabanchel, después de que una delación revelara la existencia de un túnel de unos cuarenta metros, que los presos habían excavado para fugarse.
Agustín Rueda, un proletario consciente de su clase, nacido en Sallent de Llobregat, en 1952, había comenzado a militar en la clandestina Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la histórica central anarcosindicalista, y en 1973 ya había sido encarcelado en la cárcel Modelo de Barcelona, tras su detención en una manifestación en protesta por las malas condiciones de vida de la colonia industrial de Sallent, donde vivía. A su salida de prisión, cumplió con el servicio militar obligatorio, y en 1976 se estableció al otro lado de la frontera catalana, en Perpinyà, donde estableció contacto con los cenetistas exiliados.
Con la muerte del dictador, la CNT había iniciado una rápida reconstrucción en todo el estado, pero era en Cataluña donde exhibía todo su potencial, y por eso celebró allí, en febrero de 1976, la Asamblea de Sants, que pretendió ser un punto de encuentro del dividido movimiento anarcosindicalista. Los mitines y asambleas de la CNT comienzan a ser multitudinarios, en Mataró, en Madrid, en Valencia, y culminan en Barcelona, en julio de 1977 con un mitin en el que participa la histórica dirigente anarquista Federica Montseny, que reúne a más de doscientas mil personas, a la que siguen unas Jornadas Libertarias en las que se estima que llegaron a participar alrededor de medio millón de militantes y simpatizantes. El régimen heredero del franquismo ya comenzaba a diseñar la transición con tintes gatopardistas, “que todo cambie para que no cambie nada”, y desde las cloacas del estado urdieron el Caso Scala, un atentado de falsa bandera, en el que, curiosamente, la CNT puso las víctimas y los condenados.
Paralelamente surgían grupos libertarios, como los Grupos Autónomos Anarquistas o la Federación Ibérica de Grupos Anarquistas (FIGA), partidarios de la acción directa, que cometieron numerosas expropiaciones en bancos, y que fue liderada por Alejandro Mata Camacho, que sería condenado a 33 años de cárcel por cinco delitos de robo con intimidación y como promotor de otro delito de depósito de armas de guerra, y que ejerció como letrado para el grupo parlamentario de Podemos, en 2018.
En esta línea libertaria estaba encuadrado Agustín Rueda, se apunta a que militaba en los Grupos Autónomos Anarquistas, cuando fue detenido en 1977, acusado de al que se le acusaba de haber pasado unos explosivos por la frontera franco-española, y desde prisión no dejó de luchar, ya que fue uno de los impulsores de la Coordinadora de Presos En Lucha (COPEL), “ inspirado en el Groupe de information sur les prisons, creado en 1971 en el Estado francé spor iniciativa del filósofo Michel Foucault”. Entre las demandas de la COPEL estaban la Amnistía General, la abolición de la tortura, la supresión del régimen de aislamiento, una sanidad y alimentación digna, el fin de la censura, y otros puntos en la mejora de las condiciones carcelarias. Durante dos años la Coordinadora de Presos mantuvo en jaque al estado, con numerosos motines, como el organizado en la cárcel de Carabanchel el 18 de julio de 1977 en el que ochocientos presos se subieron al tejado de la prisión, desafiando a los antidisturbios.
El 14 de marzo de 1978, tras el descubrimiento del túnel en la cárcel de Carabanchel, el Jefe de Servicio “ordenó a varios funcionarios que se interrogase a algunos presos, a esos mismos que durante los últimos días se les había visto moverse con cierto nerviosismo, a esos que normalmente oponían mayor resistencia para acatar el reglamento penitenciario de toda la vida y que incluso a alguno de ellos se le había sorprendido a veces exponiendo extravagantes ideas: que si había que cambiar las condiciones de la prisión, que si las cárceles, tal y como funcionan, no sirven para regenerar a las personas, sino para embrutecerlas; que si no sé qué sobre una tal COPEL, y cosas por el estilo, entre ellas, insistentemente, que había que salir de allí como fuese y vivir en libertad”, según la crónica que, un par de años más tarde, escribiría la periodista Joaquina Prades en el diario El País.
Alberto Casal Ortega, militante de la FIGA, fue uno de los primeros en entrar en la “perra chica”, como llamaban al lugar abovedado y circular que había sido utilizado para ejecutar con el garrote vil, y que tenía cerca tres celdas grandes con barrotes en lugar de puertas, que solo habían sido utilizadas por los que esperaban ser “ajusticiados” en tiempos aún recientes del franquismo, y después pasaron también por aquel infierno sus compañeros Jorge González, José Luis de la Vega, Juan Antonio Gómez Tovar, Miguel Angel Melero, Felipe Romero y Pedro García Peña, saliendo de allí con múltiples contusiones, fracturas y hemorragias. Pero la peor parte se la llevó Agustín Rueda, ya que falleció a las seis horas, después de una terrible agonía, tras la tremenda paliza, tal como quedó reflejado en la autopsia: “las lesiones fueron producidas por un grupo de agresores, que usaron un objeto contundente alargado, de tipo blando, como puede ser una porra, y un objeto duro, de menor tamaño. Se puede afirmar que no es posible, excepto con una especial destreza, ocasionar tantas lesiones externas respetando las estructuras óseas subyacentes.”
A pesar de que el director de Carabanchel, Eduardo Cantos Rueda, el subdirector Antonio Rubio, el jefe de servicios Luis Lirón de Robles y los nueve funcionarios que participaron en su muerte fueron procesados por un delito de homicidio, fueron puestos en libertad condicional por orden del entonces ministro de justicia del gobierno de la UCD, Landelino Lavilla, en 1979. En 1988 la Audiencia Provincial de Madrid condenó al director y al subdirector del centro penitenciario, y a cinco funcionarios a diez años de prisión, y a los otros tres a penas menores, asimismo condenaron a dos años de prisión a los médicos José Luis Casas y José María Barigow, aunque ninguno llegó a permanecer tras las rejas más de ocho meses.
Agustín Rueda fue otra de las muchas víctimas de la transición sangrienta, que compartió uno de los pilares fundamentales del franquismo: la represión.
Chicho Sánchez Ferlosio le dedicó la canción ¿Hay libertad?, escrita poco después de su muerte.
Amigo Luís Llorente, que fuiste preso ayer;
escúchame Felipe; Santiago, entérate:
bajad de esos escaños forrados de papel,
que Agustín Rueda Sierra murió en Carabanchel.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Si cuatro de uniforme te empiezan a pegar.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Tendido está en el suelo y no contesta ya.
Bonita democracia de porra y de penal;
con leyes en la mano te pueden liquidar.
Y a aquél que no lo alcanza de muerte un tribunal,
lo cogen entre cuatro y a palos se la dan.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Lo sacan de la cárcel para ir al hospital.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Agustín por buscarla, miradlo como está.
También el grupo navarro Barricada, en su álbum “Rojo”, editado en 1988, rendía homenaje al militante anarquista asesinado durante la transición, con el tema “El último vagón”:
Mil novecientos setenta y ocho
mes de marzo en cualquier lado
pudo amanecer gris.
Correrá a coger el ultimo vagón
La violencia anduvo vestida de uniforme
en una celda de Carabanchel
desayuno demasiado temprano quiso dejar claro
quien es quien, quien es quien, quien es quien
y la justicia cada vez mas vieja papeles perdidos
en alguna mesa un simple error
de imprudencia rueda rueda en la rueda.
Correrá a coger el ultimo vagón
vivirá en el ultimo vagón
saben tapar bocas pasando la guadaña de manera lenta y cruel
nunca sabrá nadie la angustia de esas horas
antes de coger el ultimo vagón, el ultimo vagón, el ultimo vagón
y la justicia cada vez mas vieja papeles perdidos
en alguna mesa un simple error
de imprudencia rueda rueda en la rueda.
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