Por Manuel Tirado
Es triste, pero es verdad. A pesar de la Ley de Memoria Histórica, a pesar de la lucha de miles de asociaciones de todo el país que pugnan por la reparación y la justicia de las víctimas del franquismo, seguimos paseando por calles con nombres de asesinos y nuestros hijos e hijas siguen asistiendo a colegios con nombres de señalados golpistas franquistas.
Que algunos colegios en Andalucía todavía lleven el nombre, por ejemplo, de José María Pemán, un hombre que como escritor nos puede parecer mejor o peor, pero que fue un claro defensor de ideas muy machistas, apoyó el régimen de Franco desde el mismo momento del golpe militar del 18 de julio de 1936 y luego se hizo máximo responsable de la depuración de maestros de la República, es cuanto menos un insulto a la propia profesión docente.
Seguro que algunos preclaros hijos de la reconciliación patria y defensores de la concordia del 78 (casi todos ahora militando bajo las siglas del PP) me saldrán con el demagógico argumento de que el nombre de los sitios no es lo importante, que da igual cómo se llame un colegio, una calle o una plaza. Pero, la verdad, es que el nombre de las cosas es muy importante.
El nombre es el primer signo de identidad, la primera impresión que nos llevamos y la primera información que nos ofrecen de alguien o algo. Lo que no se nombra parece no existir
Miren, soy profe de lengua en un instituto de secundaria y cuando explico en clase el concepto de “nombre” siempre utilizo la definición habitual y creo que la más común de todas. Cuando explico qué es un nombre, siempre digo que se trata de la designación que se le da a una persona, animal, cosa, o concepto tangible o intangible, concreto o abstracto, para distinguirlo de otros.
Y precisamente esa última parte de la definición, la de “para distinguirlo de otros”, es la que me lleva a pensar que el nombre conforma a los seres vivos, a las cosas, a los sentimientos, etc… El nombre es el primer signo de identidad, la primera impresión que nos llevamos y la primera información que nos ofrecen de alguien o algo. Lo que no se nombra parece no existir, parece que no tiene entidad física, porque es el propio lenguaje el que conforma esa identidad y si algo no tiene nombre parece que lo único que podemos hacer para conformar una realidad es señalarla con el dedo. Ya lo dijo Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Por eso los nombres son tan importantes.
Cuando en abril de este curso académico leí en la prensa que la comunidad educativa de un cole de Jerez de la Frontera había decido cambiar el nombre de Pemán por el de Gloria Fuertes me di cuenta, que de nuevo la ciudadanía va por delante de las instituciones. A pesar de que tenemos un Ley de Memoria Histórica aprobada en el parlamento tiene que ser la gente la que grite y denuncie que es incongruente tratar de educar en valores democráticos a nuestro alumnado bajo una placa a la entrada del colegio donde aparezca el nombre de una persona que representó todo lo contrario a esos valores de libertad y democracia que debemos inculcar en nuestro alumnado. Yo sinceramente creo que podemos inculcar todos esos valores mucho mejor y con mucho más sentido bajo el nombre de la escritora Gloria Fuertes, que fue el ejemplo de una intelectual que destacó siempre por su obra de valores pacifistas, democráticos y humanistas.
No sé si el cole de Jerez cuando volvamos de las vacaciones habrá cambiado de nombre definitivamente. Supongo que “el papeleo” y la burocracia retrasará la cosa, como suele pasar siempre. Pero el caso del cole de Jerez me sirve para hacer una reflexión sobre las Leyes de Memoria Histórica que ahora están aprobando muchos parlamentos de Comunidades Autónomas.
Señorías, no es suficiente aprobar una ley en un parlamento, sino llevarla y trasladarla a la realidad de la calle. No puede ser que la ciudadanía sea la que tenga que denunciar estos casos. Todavía en Andalucía y en todo el estado hay muchos colegios con nombres franquistas.
Hay que ponerse manos a la obra para cambiar esos nombres que son sinónimo de oscurantismo y dictadura y pasen de una vez por todas al oscuro rincón del olvido. Porque no podemos presumir de leyes de restauración de la Memoria Democrática, mientras la ley no se cumpla en su totalidad.
Que un sitio tenga un nombre y no otro, que una persona se llame de una manera y no de otra, los hace diferentes y al mismo tiempo les da sentido. Que no os engañen. No son sólo nombres.
Me resulta paradójico que sea un progresista el que dé explicaciones a un retrógrado acerca de la importancia de los nombres. Entiendo que son los retrógrados los más conscientes de la importancia de los nombres, como así lo prueba su reacción y actitud ante la posibilidad de cambiarlos.
Sigo pensando que los nombres son – en tanto que símbolos – importantes, pero sólo para unos bajos niveles de consciencia. La importancia de los nombres – el lenguaje como simbología – está en proporción inversa al nivel de conciencia.
El nivel de conflicto que hay en España ref. memoria histórica, nos indica el nivel de conciencia de la sociedad. No tendría inconveniente alguno en que a mi calle la nombraran «la bruja Lola» o la calle del infierno. ¡¡ Claro que ya hace mucho tiempo que salí del infierno !!