Algunos días dormían en la fábrica, aquellos en los que los oficiales por exigencias de la producción debían empezar a las tres de la madrugada, y entonces los niños eran despertados a las dos para que fueran a buscar a los obreros adultos a sus domicilios
Por Eduardo Montagut
La prensa constituye una fuente de información harto interesante para conocer la situación de los trabajadores en distintos momentos de los siglos XIX y XX. En este caso, nos hacemos eco de una noticia de El Imparcial, recogida por El Socialista sobre la visita girada a una fábrica de botellas de la madrileña calle de Canarias por parte de los comisionados de la Junta Local de Reformas Sociales para comprobar si se cumplía la ley sobre el trabajo de los niños. La visita de inspección debió tener lugar a finales de septiembre de 1901.
Al parecer, la fábrica no tenía colocadas las disposiciones de la ley, como estaba mandado por la misma. Pero ese no era el problema principal, ni mucho menos. En realidad, como decía el periódico, los comisionados expresaron que dicha fábrica era un “horror”. ¿Por qué?
En primer lugar, la temperatura, habida cuenta de la actividad que allí se realizaba con una fundición, era altísima, agravándose la atmósfera porque la actividad tenía que seguir un ritmo riguroso establecido que impedía parar. Trabajaban en la fábrica en ese momento veinticuatro muchachos menores de 18 años, y de ellos, dieciséis no llegaban a los 14, y muchos no pasaban de los 11. Empezaban a trabajar a las cinco de la mañana, concluyendo a las cinco de la tarde, y en algunos días quedaba una tanda hasta que concluía el vidrio en la fundición.
Ninguno de aquellos chicos recibía educación alguna, y su aspecto físico era lamentable: delgados, amarillos, de baja estatura, famélicos, junto con su propia vestimenta. Algunos días dormían en la fábrica, aquellos en los que los oficiales por exigencias de la producción debían empezar a las tres de la madrugada, y entonces los niños eran despertados a las dos para que fueran a buscar a los obreros adultos a sus domicilios.
Los comisionados encontraron a uno de los niños herido en un mano por quemaduras. Eso no impedía que trabajase, aunque no llevase ni una venda ni se le había administrado medicamento alguno. El chico les informó que no podía dejar de trabajar para no perder el jornal (2 reales).
Había otro herido de una pierna por un golpe recibido por una herramienta, y conservaba el roto en el pantalón, ocasionado por el golpe. Los comisionados informaron que darían cuenta en la primera Junta local que se celebrase.
Por su parte, Joaquín Dicenta se hacía eco de esta situación como de otras que se estaban conociendo en Madrid en las páginas de El Liberal. Dicenta denunciaba estas condiciones en esta fábrica y otros talleres, y se quejaba de cómo se vulneraba la ley. Si esto ocurría en Madrid donde era más fácil la inspección, se preguntaba qué no ocurriría en las provincias.
Hemos consultado los números 813 y 815 de El Socialista.
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