Narcóticos para un conflicto en Oriente

Se supone que los tiempos deberían haber cambiado, pero si uno comete el error de adentrarse en los comentarios de TikTok de alguna de las escenas de Warfare, se topará con no poca gente que celebra los crímenes en Oriente Medio.

Por Juan Doporto | 10/05/2025

Cuando me enteré de que Alex Garland (Ex Machina, Civil War…) iba a asociarse con un veterano de los SEAL estadounidenses (Ray Mendoza) para revisitar el conflicto de Irak, reconozco que me puse algo nervioso. Por una parte, quería que mi yo amante del cine bélico como experiencia adrenalítica se desatara; pero, por otra, tenía miedo de que Garland y Mendoza se fusionaran en una especie de simbiosis cataclísmica sin espacio para terceros, una debacle post 9/11 reñida con las verdaderas víctimas de la matanza. Es entonces cuando se me viene a la mente el discurso de Michael Moore en la gala de los Oscars 2003. Unos pocos aplausos contados, en duelo, durante unos segundos, contra la arrolladora presencia de un abucheo general, poco partidario del ataque que, dirigido por el oriundo de Flint, estaba recibiendo el entonces presidente de los Estados Unidos, George Walker Bush.

Se supone que los tiempos deberían haber cambiado, pero si uno comete el error de adentrarse en los comentarios de TikTok de alguna de las escenas de Warfare, se topará con no poca gente que celebra los crímenes en Oriente Medio como si fueran mundiales de fútbol y que aúpa a sus soldados – muchos de ellos enviados a morir por absolutamente nada – como si fueran una versión pseudopacifista de Maradona y Pelé.

Pero, frente a la incertidumbre, solo se puede hacer una cosa: afrontarla con toda la decisión que a uno mismo le permita la curiosidad. Escéptico cuanto podía haber sido, fui al cine negándome a mí mismo que el director de Civil War, la película más neutral del año pasado, se revelara contra su propia propuesta, inundando la pantalla de imágenes abominablemente heroicas, componiendo una sinfonía de frisos que retrataran la guerra como un rito de iniciación, el paso de la adolescencia a la edad adulta para maníacos. El resultado no tardó en formularse en mi mente: sentimientos encontrados. Una coreografía de ejercicios militares que te va calando a un ritmo intermitente que, desde la primera escena en el barracón al son de Call on Me, de Eric Prydz, te niega cualquier ademán de sonrisa y te sumerge en la asfixia de un asedio sádico y descontrolado de granadas de mano, extremidades amputadas y vísceras por toda la pantalla.

He aquí donde radica el problema; la ruptura de la promesa de imparcialidad, sustentada en la premisa fílmica de ordenar la historia según, únicamente, los recuerdos de los soldados que estuvieron aquel 2006 ocupando una tierra que no era suya. El ultrarrealismo de Mendoza y Garland se convierte en un arma de doble filo en el momento en que se erige como homenaje a las compañías que intervinieron en el combate, olvidando casi por completo a los inocentes que vieron sus hogares reducidos a cenizas, a sus familias exterminadas o sus tierras siendo epicentro de encarnizados y desalmados combates dignos de la barbarie de siglos pasados. Porque puede resultar genial y conmovedor ver a héroes nacionales perdiendo la cordura entre explosiones y compañeros agonizantes; eso es lo que cualquier espíritu crítico tildaría de reclamo comercial. Está claro que no iban a mostrar a todo Ramadi sumido en el caos, al fin y al cabo, es una historia real, pero sería coherente con el discurso el haberse negado a vender Warfare como un epitafio al comportamiento de Estados Unidos en Oriente Medio.

La película no es probelicista, pero tampoco es neutral. Como memorias de un soldado, puede que sea de las mejores de la década. Tampoco se parece al supuesto antibelicismo de Eastwood en American Sniper (gracias a Dios) o al de la espantosa Seal Team Six: The Raid on Osama Bin Laden, ya que, al menos en Warfare, sus directores sintieron algo de vergüenza, aunque de forma un poco inconsciente, al describir lo que se vivió en Irak, y no demonizando en exceso a una gran mayoría de la población que no conocían.

La parte positiva es que, dramas políticos aparte, quedó una película impresionante, reformulando la receta que durante años ha bombardeado nuestras salas, abnegando de una acción que podía resultar espectacular, pero que deshumanizaba a los antagonistas sin cuestionarse absolutamente nada.

Puede que, después de todo este tiempo en barbecho, el discurso de Michael Moore, sus guerras ficticias, su crítica a la globalización y su memorable “¡Shame on you, Mr. Bush!”, sirvan para resignificar la idea que el cine tiene de la terrible guerra, y para que el americano promedio que se echa las manos a la cabeza con el incidente del Columbine, pero que celebra el despliegue de tropas en el golfo Pérsico y Afganistán, recapacite, y deje de pronunciar nombres como Teherán y Bagdad como Wolfgang Schrödl y Tim Eiermann lo hacían con la cocaína en Narcotic.

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