Nacidas en llamas. La emancipación de la mujer en el origen del socialismo

Por Eduardo Montagut

En unas breves líneas intentaremos aportar algunas cuestiones para acercarnos a la cuestión de la emancipación de la mujer en el seno del socialismo.

El socialismo utópico comenzó a interesarse por las mujeres, al reconocer la necesidad de la independencia económica de las mismas. Pero, por otro lado, los socialistas utópicos no fueron especialmente críticos con la división sexual del trabajo. En todo caso, su preocupación por la sujeción de las mujeres tuvo un gran impacto en su momento. Charles Fourier llegó a decir que la situación de las mujeres era un indicador clave a la hora de conocer el nivel de progreso y civilización de una sociedad. Otro aspecto que trató el socialismo utópico fue su crítica al celibato y al matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticias e infelicidades.
Flora Tristán dedicó en su obra Unión Obrera (1843) un capítulo a estudiar la situación de las mujeres. La autora mantenía la idea de que todas las desgracias del mundo provenían del olvido y del desprecio que habían sufrido los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer. Flora Tristán defendió la importancia de la educación de las mujeres para el progreso de las clases trabajadoras por su influencia sobre los hombres como madres, hijas y esposas.

El marxismo ofreció una nueva interpretación sobre el origen de la opresión de las mujeres y una estrategia consiguiente para su emancipación. Friedrich Engels explicó en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) que el origen de la sujeción que sufrían las mujeres no debía buscarse en causas biológicas, sino sociales, es decir, en la aparición de la propiedad privada y su apartamiento de la producción. La emancipación de las mujeres pasaría por su retorno al mundo laboral y por obtener la independencia económica. Pero el apoyo a la incorporación de la mujer al trabajo generó en ciertos pensadores y sectores del socialismo muchas críticas. Algunos se oponían al trabajo asalariado de las mujeres para protegerlas de la explotación, con no pocas dosis de paternalismo y, también porque consideraban que podía aumentar el número de abortos y la mortalidad infantil. Pero el principal argumento para desentenderse de la emancipación femenina provenía del supuesto aumento del paro masculino, así como del descenso de los salarios al incrementarse la oferta de mano de obra cuando la mujer entrase en el mercado laboral. Auguste Bebel, en su obra La mujer y el socialismo denunció que no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos, además de defender la necesidad de abrazar también la causa de las trabajadoras, como común a la de toda la clase obrera.

Aunque las socialistas apoyaban fervientemente la lucha por el reconocimiento del derecho al voto, también consideraban a las sufragistas como enemigas de clase por su origen burgués.

Por su parte, las mujeres socialistas constataron que para muchos de sus camaradas de lucha y para las direcciones de los sindicatos y primeros partidos socialistas la cuestión femenina no era prioritaria. Eso provocó que comenzaran a organizarse dentro de las organizaciones, reuniéndose para discutir sus problemas. En este sentido, la figura de Clara Zetkin es fundamental. Creó una revista -Igualdad- y organizó una Conferencia Internacional de la Mujer en 1907. En la Segunda Conferencia, celebrada en 1910, consiguió que se aprobase la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Poco a poco, el socialismo europeo incorporó la lucha por la emancipación de la mujer a sus programas políticos y sindicales, pero no sin algunas reticencias y dificultades.

Otro aspecto interesante a remarcar en el seno del socialismo fue la postura que las mujeres socialistas tuvieron hacia las sufragistas. Aunque las socialistas apoyaban fervientemente la lucha por el reconocimiento del derecho al voto, dada la importancia que el socialismo otorgaba y otorga a la lucha política frente a la opción anarquista, también consideraban a las sufragistas como enemigas de clase por su origen burgués, y las acusaban de olvidar la situación de las obreras. Por otro lado, la fuerza del mensaje y la infraestructura del movimiento sufragista atraían a muchas obreras, por lo que uno de los objetivos de las socialistas fue intentar romper ese entendimiento.

 

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