Mi deseo en tu piel

Por Daniel Seijo

“Empezando por una locución cualquiera, de las más sencillas, corrientes y de mayor empleo…. Las hojas del árbol están verdes; Iván es un hombre; Zhuchka es un perro, etc. Ya aquí (como lo señalaba genialmente Hegel) hay dialéctica : lo particular es lo general [..] Por consiguiente, los contrarios (lo particular es contrario de lo general) son idénticos: lo particular no existe más que en su relación con lo general. Lo general existe únicamente en lo particular, a través de lo particular. Todo lo particular es (de un modo u otro) general. Todo lo general es (partícula o aspecto, o esencia) de lo particular. Todo lo general abarca solo de un modo aproximado, todos los objetos aislados. Todo lo particular forma parte incompleta de lo general, etc., etc. Todo lo particular está ligado, por medio de millares de transiciones, a lo particular de otro género (objetos, fenómenos, procesos), etc. Ya aquí hay elementos, gérmenes, conceptos de la necesidad, de la relación objetiva en la naturaleza, etc. Lo casual y lo necesario, el fenómeno y la esencia están ya aquí, puesto que al decir: Iván es un hombre, Zhuchka es un perro, esto es una hoja de árbol, etc., rechazamos una serie de rasgos como casuales, separamos lo esencial de lo aparente y oponemos lo uno a lo otro. «

V.I. Lenin

«La creación del derecho a la “identidad de género” crea un “choque entre derechos” en el que los derechos exigidos por un grupo de personas (transgénero) pueden poner en peligro los derechos de otro grupo (mujeres)”. Por tanto es inaceptable que “los grupos de mujeres y feministas no estén invitados a consultar sobre tales cambios legales, como si no tuvieran nada relevante que decir a pesar del hecho de que los varones pueden, bajo dicha legislación, obtener el derecho a ser reconocidos en la ley como “mujeres”.«

Sheila Jeffrey

«El feminismo tiene una tradición de más de tres siglos, ha configurado una genealogía propia e, imbricado con los discursos propios de cada momento histórico, ha generado sus propias señas de identidad. Por tanto, aunque la teoría queer tenga indudablemente raíces en el pensamiento feminista contemporáneo sobre el sexo y el género, no puede venir a suplantar esa tradición de pensamiento que se retrotrae mucho más atrás de las «tres últimas décadas».»

Luisa Posada Kubissa

Resulta asfixiante enfrascarse una y otra vez en una estéril batalla contra los mismos postulados neoliberales, repeler e intentar contraargumentar con mayor o menor pericia, los insultos, el acoso y las campañas de desprestigio personal y colectivo que el quintacolumnismo individualista y egocéntrico que carcome como un virus el interior de la izquierda política española y occidental, arroja continuamente contra todos aquellos que a lo largo de las últimas décadas se han resistido a sucumbir a la caída del muro, la desesperanza y la sumisión ante el supuesto fin de la historia. Resulta asfixiante, pero vital.
La trampa de la diversidad y su método performativo, ha supuesto en manos del liberalismo una estrategia sumamente efectiva con la que se ha logrado desintegrar y neutralizar todos aquellos rescoldos de resistencia colectiva todavía existentes tras la caída del muro de Berlín y el colapso de gran parte de los sistemas socialistas. El altermundismo, al renunciar a la clase social todavía agazapado y debilitado por la aparente derrota del comunismo, pronto se mostró incapaz de articular una espina dorsal con la que lograr unificar una respuesta global al capitalismo y esto finalmente lo llevó a ser guiado a su fragmentación y progresiva desaparición de la escena política por medio de las más diversas instituciones capitalistas, que únicamente tuvieron que analizar y usar en su propio beneficio los rasgos diferenciales presentes en su seno. Sucedió con el ecologismo, el antirracismo, la lucha en la comunidad LGTBI y sucede hoy también con el feminismo, una teoría política que en los últimos años había logrado estructurar un frente amplio de contestación social con sobrada capacidad para avanzar en la transformación material del sistema.

Debemos entender el movimiento feminista además de como una teoría social y política, como un conjunto heterogéneo de movimientos culturales, sociales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y la eliminación de la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres a través del patriarcado, una forma de organización social cuya autoridad se reserva únicamente al sexo masculino. Una vez logramos procesar esta realidad, nos vemos en disposición de comprender el potencial subversivo del feminismo y por ende la preocupación liberal y reaccionaria ante los recientes y notorios avances de dicho movimiento político a nivel global. El feminismo, al igual que el marxismo, logra identificar certeramente los resortes del sistema y estructurar una alternativa viable a las contradicciones materiales del capitalismo y su dominación patriarcal. No es de extrañar por tanto que la violencia, la difamación e incluso el terrorismo, sean moneda de pago habitual por parte de las instituciones del poder contra nuestras compañeras en todo el mundo. A día de hoy, exigir igualdad y respeto al cuerpo de la mujer, sigue siendo una actividad penada y castigada de las más diversas formas en sociedades y culturas de medio mundo. En demasiadas ocasiones, incluso con la muerte.

La opresión de las mujeres no va a desaparecer de un plumazo porque se identifiquen como hombres, ni la ablación de clítoris, ni los matrimonios forzados, la imposición del hiyab, las violaciones, el control reproductivo o el terrorismo machista, van a cesar únicamente por variar la percepción que de sí mismas tienen sus víctimas

A lo largo de los años 60 y 70, el feminismo decide plantear una alianza colectiva con la intención de luchar contra la discriminación de un sistema de sometimiento colectivo estructurado a través del capitalismo y el patriarcado contra las mujeres y la comunidad LGTB, la lucha contra la desigualdad, el acoso sexual, la violencia de género, la discriminación y la brecha salarial, suponen puntos de encuentro que permiten a las mujeres caminar unitariamente durante largo tiempo con otros colectivos afectados por la desigualdad generada por el patriarcado.

Desde finales de la dictadura, el movimiento feminista y las reivindicaciones de la comunidad homosexual y transexual en el estado español, parecen caminar de la mano. El apoyo firme y activo de diversas organizaciones feministas, así como el alto desarrollo teórico y organizativo de sus integrantes, permite que el avance en las conquistas sociales resulte imparable en nuestro estado, otorgando a sendos colectivos además de una mayor visibilidad social y política, fehacientes y materiales conquistas que hacen de España un ejemplo a nivel global en materia de igualdad. La ampliación y articulación del movimiento feminista en torno a la lucha de las mujeres homosexuales, los hombres y mujeres bisexuales y las personas transexuales, no significa en aquel momento tensión o ruptura alguna entre luchas que poco a poco van forjando voces propias que enriquecen el debate y se nutren unas a otras. El discurso de transformación feminista y sus tácticas de acción directa contra la discriminación institucional y estructural, consigue estructurar una unidad de acción que poco a poco amplia el movimiento y abre claramente las puertas a la necesidad de una transformación material con la que lograr poner fin a la dominación patriarcal.

Las calles se llenan, los asesinatos machistas son sistemáticamente contestados y repudiados en las calles, se pone fin a la impunidad de la dialéctica de la cultura machista en los medios, los parlamentos e incluso en las calles. El acoso callejero o laboral, las violaciones, los techos de cristal e incluso la discriminación en las instituciones, emergen repentinamente del oscurantismo en el que se habían embutido para su sibilino funcionamiento y son enfrentadas e incluso en algunos casos superadas por el cada vez mayor poder político del movimiento feminista en alianza con amplias minorías de nuestra sociedad. Incluso el 8 de marzo, Día de la mujer trabajadora, recupera un fuerte sentimiento de clase y un espíritu transformador que lleva a muchos compañeros a un replanteamiento de la masculinidad patriarcal, al tiempo que mano a mano con las compañeras feministas, se avanza en el desafío al sistema global del patriarcado que sustenta al capitalismo.

En esas nos encontrábamos hasta que esa unidad de acción se ve claramente amenazada por la aparición en la política española de la Teoría Queer, una corriente teórica desarrollada principalmente en el entorno universitario a partir de 1990 y que camina paralelamente al triunfo del neoliberalismo y la imposición de una visión idealista del mundo. Asentando su visión de la sociedad como una suma de individuos atravesados por identidades, teóricas como Judith Butler abogan abiertamente por una sociedad y unos métodos de lucha claramente individuales. En pleno proceso de agregación colectiva, hace su puesta en escena una vez más el Mr. Potato neoliberal para aplicar la clasíquisima táctica del divide y vencerás.

Las feministas no solo no tienen nada en contra de las personas transexuales, sino que las mujeres transexuales llevan décadas formando parte del movimiento feminista y avanzando en la conquista de derechos tangibles para ambos colectivos

La articulación identitaria que acostumbra imponer el neoliberalismo en los más diversos escenarios de contestación social, incluye una variedad de categorías ciertamente inabarcable: el sexo, la raza, la religión, la nacionalidad. Todas estas categorías pueden ser usadas como potenciador de lo casual, como negación de lo común y esencial. A ellas se les asigna un valor que atraviese a los individuos y les otorga identidades cambiantes y múltiples en un mundo incierto implementado por la propia estructura capitalista. En una realidad en la que resulta complicado identificarse, uno puede optar por su Dios o incluso su santo particular, su barrio, su género, su raza, su equipo de fútbol o por un partido político para abandonarse a una absurda competición entre oprimidos, en la que sus preferencias sexuales, ser miembro de un grupo yihadista, una pandilla, un grupo supremacista, una hinchada de fútbol o un círculo político, puede propiciarle una efímera sensación de pertenencia y la ilusoria capacidad para pretender modificar la existencia material de las cosas. Todo mientras el sistema patriarcal y capitalista logra oportunamente sacar rentabilidad política y habitualmente económica de la diferencia.

Tal y como se pregunta Daniel Bernabé en su libro «La trampa de la diversidad», ¿estamos diciendo con esto que por la representación de la diversidad es algo perjudicial para la izquierda? No. Lo que decimos es que, mientras estos conflictos de representación estén dentro del mercado de la diversidad, dentro del ámbito y la reglas neoliberales, generalmente resultarán dañinos tanto para la izquierda como para los colectivos interesados y muy beneficiosos para la derecha -y la agenda neoliberal-. La manera de interpretar la sociedad que estamos observando, articula gran parte del movimiento queer en nuestro estado y se aleja completamente de análisis materialista. Se trata únicamente de una categorización idealista que niega las relaciones que estructuran a la sociedad capitalista y se centra únicamente en una suma de miradas individuales atravesadas por diferentes identidades elaboradas a gusto del consumidor. Cada individuo puede desarrollar de esta forma una visión única, pero a todas luces contraproducente para el cuestionamiento de las bases materiales de la opresión que suponen el verdadero camino para la emancipación de la mujer y la clase trabajadora.

La visión social de Butler y de gran parte de los defensores de la Doctrina Queer, niega el materialismo y centra su análisis en la primacía del espíritu y los actos performativos frente a la naturaleza. Para los seguidores de esta versión neoliberal de la existencia, el mundo no es sino una construcción social estructurada por el lenguaje humano y por tanto niegan con ello las relaciones de clase y de producción que estructuran a la sociedad capitalista y al patriarcado. Butler niega de esta forma que la opresión de la mujer tenga una base material sólida y de extraordinaria fuerza. Es ahí en donde surge la divergencia irreconciliable con el feminismo.

Al argumentar que todo parece resultar fruto de una construcción social independiente de la realidad material, se abre de forma directa la puerta a la práctica supresión material del concepto mujer y la creencia queer rompe definitivamente con los postulados materialistas y con el feminismo radical, entendiendo este como aquel que directamente se dirige a la raíz de la opresión patriarcal-capitalista. Tradicionalmente, el feminismo ha atacado al género como un sistema de dominación cultural masculina que a través de las diferencias morfológicas externas, genitales masculinos y genitales femeninos, impone a hombres y mujeres un conjunto de funciones y características que no son naturales, sino que se aprenden e interiorizan mediante una socialización diferenciada por razón de sexo. Bajo esta estructura de dominación patriarcal, los hombres han sido tradicionalmente vistos como guerreros, líderes o empresarios, mientras que las mujeres se han visto a su vez relegadas al papel de amantes y amas de casa, únicamente destinadas a proporcionar cuidados de forma no retribuida en el seno familiar. Es precisamente a través del diagnóstico de la opresión de género que el feminismo ha podido analizar y revertir realidades como la división sexual del trabajo, la explotación sexual o la exclusión de las mujeres en las instituciones públicas. Se trata por tanto de un instrumento de dominación patriarcal que toda feminista busca llegar a suprimir.

El hecho de que la categoría mujer asignada al sexo biológico pueda no representar puntualmente a todas las mujeres, no invalida que la mujer como hembra humana suponga y deba suponer el sujeto político del feminismo

La teoría queer en este punto, niega que sexo y género sean realidades distintas, afirmando que sobre el cuerpo de la mujer únicamente operan prejuicios culturales que pueden y deben ser fácilmente mutables a través de las ideas y el lenguaje. El sexo es por tanto una construcción social y ser mujer pasa a suponer una mera performance, un deseo individual. Se confunde claramente en este punto el «ser» con el «sentir».

Pero desde una visión materialista, la cultura no es un fenómeno arbitrario y accidental, sino que surge de la base material y la interacción de los seres humanos con la naturaleza. La materia es lo primario y nuestras ideas y nuestros sentidos operan como conexión de nuestros cuerpos con el mundo material, nuestra forma social de interpretar el mundo supone la expresión de nuestra interacción con la naturaleza. La clara apuesta por el idealismo de la teoría queer que afirma que el sexo es una mera construcción social, contradice no solo nuestra experiencia, sino hasta la propia biología que afirma claramente que no solo los sexos son reales, sino que su papel en la reproducción humana y en tantos otros aspectos de la realidad, funcionan independientemente de nuestra interpretación de los mismos. Si operamos bajo la premisa de que el sexo supone también un constructo social, argumentamos inseparablemente que el género, la identidad sexual y mismo la orientación sexual, no están marcados por la biología, erradicando con ello la distinción entre género y sexo y abogando claramente por una construcción individual de la identidad. Bajo está premisa claramente líquida, un individuo puede elegir no solo identificarse, sino ser, hombre o mujer, atendiendo únicamente a sus propios sentimientos y su percepción individual de lo que supone ser una u otra cosa. Sin reglas aparentes más allá de la individualidad de cada persona, incluso la fluctuación de pareceres pasaría aparentemente a ser una opción plenamente aceptable. Si el sexo es un mero acto performativo, no existen realidades fijas o verdaderas.

Para los seguidores de esta versión neoliberal de la existencia, el mundo no es sino una construcción social estructurada por el lenguaje humano y por tanto niegan con ello las relaciones de clase y de producción que estructuran a la sociedad capitalista y al patriarcado

Esta acción ilusoria que pretende cerrar en falso las diferencias entre personas bajo tácticas de guerrilla de autoayuda, supone poco menos que una estafa, una trampa, la nada. La opresión de las mujeres no va a desaparecer de un plumazo porque se identifiquen como hombres, ni la ablación de clítoris, ni los matrimonios forzados, la imposición del hiyab, las violaciones, el control reproductivo o el terrorismo machista, van a cesar únicamente por variar la percepción que de sí mismas tienen sus víctimas. Este planteamiento teórico, no hace sino colocar a la mujer oprimida en una situación en la que debe culpabilizarse por no lograr escapar por su propia cuenta de una estructura real de opresión que los defensores del liberalismo queer niegan. El patriarcado construye y constituye tanto a la sociedad como a los individuos, negar esto en aras de meras conquistas estéticas en una sociedad con más de 1000 mujeres asesinadas desde 2010 y en el que se denuncian una media de entre 4 y 5 violaciones diarias, supone sino un acto misógino, sí una clara muestra de la desviación neoliberal e individualista en ciertos sectores sociales, académicos y políticos.

Está desviación cara a la política meramente identitaria y los postulados neoliberales, se construye sobre la base de pequeñas narrativas subjetivas que recuperan el concepto de género y los estereotipos relativos al hombre y a la mujer contra los que tradicionalmente lucha el feminismo, para dotar al individuo de una identidad propia en un mundo cambiante y contradictorio, características que por otra parte se buscan también en el propio individuo, para llegar a ser un ser líquido, fluctuante en sus propias consideraciones. La individualización sustituye a la lucha de masas y bajo la conciencia individual, se produce la ruptura entre la conexión del sexo biológico, la identidad de género y el deseo sexual. En lugar de buscar alcanzar la comprensión de la relación dialéctica entre el individuo y lo universal, se renuncia a lo universal y se eleva lo individual y lo accidental al nivel de principio, así un niño que se maquille, juegue con muñecas y lleve tacones o el pelo largo, puede convertirse en mujer únicamente con desearlo, sin necesidad de acreditar una disforia de género o iniciar proceso alguno de cambio en la apariencia sexual. Con ello, lejos de erradicar la estructura de género, reforzamos sus estereotipos como una herramienta central en la construcción de la realidad y la identidad sexual.

Cada individuo puede desarrollar de esta forma una visión única, pero a todas luces contraproducente para el cuestionamiento de las bases materiales de la opresión que suponen el verdadero camino para la emancipación de la mujer y la clase trabajadora

El feminismo históricamente ha luchado precisamente contra esos supuestos condicionantes intrínsecos e inmutables de la masculinidad y la feminidad que determinarían nuestro comportamiento y nuestro ser, si bien el ser humano nace con un cuerpo sexuado, no pasa nada porque nuestros comportamientos, gustos y actitudes no se correspondan con el rol de género que socialmente hemos construido y otorgado a lo que supuestamente debe ser un hombre o una mujer, no sucede, ni debería suceder nada por salirse de esa norma socialmente pautada y construida y ni el comportamiento, ni mucho menos el cuerpo tiene razón alguna para ser corregido por ello. No existe desajuste alguno entre un comportamiento determinado y el sexo biológico, ni los comportamientos que se salen de los estereotipos de género suponen de forma alguna una identidad de género que deba inscribir a un niño como niña por vestirse de rosa o a una niña como niño por jugar al fútbol con sus amigos. Quienes piensan que el nacer con un determinado sexo debe llevar implícito determinados comportamientos, son quienes realmente comparten con los sectores más reaccionarios de la sociedad la creencia y la fe ciega en la existencia de cerebros rosas y azules, algo totalmente inaceptable en una sociedad mínimamente avanzada.

Por supuesto, existen personas con disforia de género, personas que sienten que ha nacido con el sexo equivocado y deciden transicionar al mismo a través de una terapia hormonal y una operación de reasignación de sexo que supone un proceso duro y complicado que para nada tiene que ver con la orientación sexual o el salir del armario. Las feministas no solo no tienen nada en contra de las personas transexuales, sino que las mujeres transexuales llevan décadas formando parte del movimiento feminista y avanzando en la conquista de derechos tangibles para ambos colectivos, por ello a día de hoy y gracias a la lucha conjunta del feminismo y el colectivo transexual, el tratamiento quirúrgico para la reasignación de sexo es costeado en el estado español por la Seguridad Social y se ha facilitado plenamente el cambio de nombre en el registro civil. Es bajo la etiqueta de lo «trans» que el transgenerismo a través de la doctrina queer, ha intentado apropiarse de la lucha de colectivos como las lesbianas, los gais o los transexuales y ha desarrollado una teoría que afirman que el sexo masculino y femenino es socialmente asignado y no un hecho biológico, por lo que este respondería a una realidad anterior a la social, una realidad interior que lamentablemente no se encarga de analizar en profundidad la doctrina queer.

Asentando su visión de la sociedad como una suma de individuos atravesados por identidades, teóricas como Judith Butler abogan abiertamente por una sociedad y unos métodos de lucha claramente individuales

Cierto es que la identidad de una persona es un asunto muy delicado en el que juegan un papel importante factores biológicos, psicológicos y sociales, resultaría absurdo por tanto acusar a alguien de tener una «conciencia equivocada» porque su identidad no coincide con sus órganos reproductivos, pero una gran mayoría de los humanos si se pueden asignar al nacer al sexo femenino o masculino y esta realidad material nos permite establecer claramente si una persona es hombre o mujer. El hecho de que esto no suceda así en ciertos casos, no supone que esto sea una «ficción cultural» sin conexión material con nuestro cuerpo. El hecho de que la categoría mujer asignada al sexo biológico pueda no representar puntualmente a todas las mujeres, no invalida que la mujer como hembra humana suponga y deba suponer el sujeto político del feminismo. Todavía hoy, quienes nacen con vagina en las más diversas sociedades, son discriminadas por ello mucho antes de que puedan llegar ni siquiera a plantearse cuál es su identidad de género o si esta se ajusta a su sexo. Es la biología y la relación del cuerpo de la mujer con la realidad material lo que la supedita a la dominación masculina y es por ello que las condiciones materiales de millones de mujeres en todo el mundo siguen necesitando articular un sujeto claro que desde el feminismo les permita avanzar en la mejora de sus condiciones de vida y en la emancipación social y personal. El feminismo ha luchado durante largo tiempo por las protecciones legales basadas en el sexo. Los derechos de las mujeres, establecidos en la Convención de 1979 sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, CEDAW, y los acuerdos internacionales posteriores, se basan precisamente en el sexo, definido por la ONU como “las características físicas y biológicas que distinguen a los hombres de las mujeres”para garantizar derechos como el aborto, los derechos maternos y reproductivos o realidades como los espacios solo para mujeres, ámbitos claramente necesarios debido a la amenaza generalizada de las diversas formas de violencia física y sexual del terrorismo machista.

Se olvidan por tanto quienes pretenden legislar a través de la “Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género” que las políticas de reconocimiento sin más, basadas en función de sentimientos o deseos individuales, no solo no muestran disposición alguna de cara a lograr avanzar en las conquistas materiales de las minorías que dicen defender, sino que además, lejos de cuestionar la jerarquía sexual, tienden a favorecer al mejor situado en esa misma jerarquía. Es por ello que expresiones como «personas gestantes» lanzadas desde el entorno queer para referirse a las mujeres, los ataques en redes sociales o posibles situaciones como el libre acceso a los vestuarios femeninos, las casas de acogida o las cuotas reservadas para mujeres en diferentes ámbitos sociales por parte de hombres que según su propia autodeterminación y sin que nadie se lo pueda discutir, se autodefinen como mujeres, hace que el feminismo se encuentre en alerta ante un proyecto de ley que conlleva la clara eliminación de las categorías antropológicas, varón y hembra y supone por tanto una victoria para los enemigos de la igualdad real y efectiva. No se trata de que tengamos nada en contra de las personas transexuales o transgénero, sino de enfrentar una teoría y una posible ley que la respalde, desde la que se analiza el sexo como una mera construcción cultural que desdibuja totalmente los problemas de las mujeres. Una mujer racializada, una mujer con diversidad funcional, una siria, española, afgana o estadounidense, pero también una persona que ha nacido mujer y que se identifica como hombre, tienen como denominador común que han nacido con sexo femenino y por ello se les ha asignado un lugar distinto al sexo masculino en las organización de nuestras sociedades. Todas ellas, en mayor o menor medida, han soportado el peso material de la opresión patriarcal mucho antes de ser consciente de su propia existencia en el seno de sus sociedades.

Debemos entender el movimiento feminista además de como una teoría social y política, como un conjunto heterogéneo de movimientos culturales, sociales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres

La negación de esta realidad por esta «nueva izquierda» amparada en la teoría liberal queer, podría incluso llegar a ser considerada como claramente misógina, pero no solo eso, sino que si los sexos no existen, tampoco lo hace la atracción sexual hacia el mismo sexo, por lo tanto estamos erradicando de un plumazo la heterosexualidad y la homosexualidad, que no pasan sino a suponer una ficción cultural. Quedan por tanto claras las profundas implicaciones de una teoría y una futura ley que basa sus apoyos sociales en la clara confusión que muchas personas desarrollan entre la causa transexual y el transgenerismo.

Si esta ley sale adelante, la idea de la supremacía masculina habrá demostrado ser más duradera que la concepción más tradicional y retrógrada del sistema patriarcal, logrando el sistema de explotación de la mujer adaptarse a la nueva realidad cambiante del neoliberalismo. La separación estricta de los sexos en la realidad material y biológica, habría amenazado recientemente los interés del patriarcado para mantener a la mujer como una fuerza reproductiva, sexual y de trabajo gratuito, además de resultar de todos modos innecesaria como forma de crear distancia o para marcar un estatus menor para las mujeres. Es por ello que las políticas identitarias profundizan en el origen del estereotipo de mujer sumisa, obediente, complaciente y dispuesta, para consolidar a través del lenguaje y la performatividad y no a través de la realidad material y biológica, lo que supone ser mujer. Hoy al poseer el poder de aprobar leyes para dominar a las mujeres y operar con ello a través de un instrumento destinado a mantenerlas apartadas del poder real, se pretende erradicar por completo el sistema de división sexual bajo la falsa promesa de justicia social e igualdad, promesa que no esconde sin embargo otra cosa que la realidad de una diferenciación mayor de los colectivos y sujetos sociales afectados, que refuerzan su identidad a costa de renunciar al poder de transformación colectiva.

Al dirigirse a sujetos oprimidos y con un escaso poder material y económico, quienes desde las instituciones defienden el reconocimiento por encima de la redistribución, facilitan que esas minorías incapacitadas para demandar un trato justo y efectivo en la vida material, se encuentren habitualmente con que aunque las leyes digan proteger la igualdad efectiva, esto se quede poco más que en papel mojado. Al romper un movimiento como el feminista, muchas mujeres y muchas personas del colectivo transexual se verán en un futuro incapacitados para luchar colectivamente, viendo como esos nuevos derechos identitarios se transforman simplemente en algo ilusorio que podrá existir sobre el papel, pero que raramente se materializará en la vida real y que sin duda alguna se encontrará muy alejado de la lucha redistributiva del poder y las condiciones materiales que encaraban unitariamente en el seno del feminismo.

El rechazo frontal contra los avances de las mujeres y feminismo político, ha sido rápido y severo, a medida que las mujeres obtenían poder político y avanzaban cara a la igualdad material, el patriarcado ha reaccionado con indignación y rabia, lanzando un ataque a su unidad. El feminismo burgués, que busca revertir el sujeto político del feminismo y su estructura más básica, ha lanzado a lo largo de los últimos años diversos ataques frontales a la línea del feminismo a través de la explotación sexual o reproductiva, la política de cuotas o el más reciente, la propia teoría queer. En el fondo un postulado tan reaccionario en sus planteamientos como el conservadurismo patriarcal que simplemente esconde sus cerebros rosas y azules bajo una falsa capa de modernidad y respeto a las minorías. Bajo ese encubrimiento, se esconde una acción política que lleva directamente al cese de las políticas de igualdad para las mujeres, el fin de las leyes de paridad, las listas cremallera o la igualdad real en diversos ámbitos de nuestra sociedad. Nos encontramos por tanto ante un sistema hipócrita que dice proteger la igualdad y la libertad, pero que penaliza a las mujeres por su sexo biológico, aunque reniegue del mismo.

La trampa de la diversidad y su método performativo, ha supuesto en manos del liberalismo una estrategia sumamente efectiva con la que se ha logrado desintegrar y neutralizar todos aquellos rescoldos de resistencia colectiva

Es el populismo político atendiendo a los continuos ataques del fascismo y la derecha reaccionaria contra el feminismo, el que parece haber decidido salirse por la tangente con un relato que abandona las posiciones más radicales de las compañeras, esas que se sitúan claramente en una posición materialista y redistributiva, para adoptar posiciones directamente liberales y otorgar de este modo «el permiso» a amplias bases sociales para odiar y combatir al feminismo más radical que decide oponerse a tales concesiones. Usando a las compañeras como chivo expiatorio para profundizar en la supuesta transversalidad electoral, hoy diferentes partidos presentes en el arco parlamentario parecen renunciar a la base social y política situada más a la izquierda, para curiosamente abrazar dogmas neoliberales que tan bien han encajado en partidos como Ciudadanos. Se pretende desde amplios sectores imponer un feminismo burgués e identitario como la salida natural a las reivindicaciones de las mujeres, olvidando con ello que existe ya en nuestro estado una salida diametralmente opuesta radical y material para la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres.

Las políticas identitarias se oponen a la lucha por la justicia social y promueven la vuelta a lo más profundo de la alegoría de la caverna, la elección de la píldora azul, la ensoñación y la búsqueda de un mundo feliz a través de la pseudorevolución, frente a la unidad colectiva y la transformación material de la realidad. Tras los numerosos insultos, las amenazas e incluso las agresiones físicas, se esconde una clara campaña articulada para desde la latente misoginia derrocar no solo al feminismo radical y a la concepción materialista del mundo, sino a cualquier opción transformadora que puede contestar al dominio capitalista-patriarcal. Por ello, el posicionamiento claro y sin ambigüedad y el apoyo mutuo con las compañeras feministas, no se trata solo de un acto de solidaridad, sino de una clara postura antiliberal. Un movimiento a todas luces revolucionario y contestatario, frente a un nuevo contraataque del neoliberalismo.

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