Entrevistamos al guionista y director de cine español Max Lemcke, autor del documental “Billy”, que da voz a algunas de las víctimas de Billy el Niño.
Por Angelo Nero
Son muchas las víctimas de los estertores del franquismo y de la transición sangrienta, a las que recordamos cada año, cuando se cumple uno más de su muerte: Yolanda González, Martín Caparrós, Gustau Muñoz, Pedro Álvarez, Germán Rodríguez… porque sabemos que el olvido es una segunda muerte, tan terrible como la primera, aún sabiendo que las víctimas son muchas más que las que perdieron la vida a manos de las fuerzas de seguridad del estado o de las bandas de ultraderecha, a menudo con oscuras conexiones entre ellas, y son muchas más porque detrás de la larga lista de muertos, hay otra todavía más larga de heridos, encarcelados y torturados. Recordamos, porque ejercitar la memoria es también un ejercicio de resistencia a la historia oficial.
Recordamos a las víctimas, pero no tanto a los verdugos, a los brazos ejecutores que tan bien sirvieron al antiguo régimen que el nuevo no quiso prescindir de sus siniestros servicios. Uno de esos verdugos, cuya crueldad hizo que su nombre fuera recordado, fue Antonio González Pacheco, Billy el Niño. El director Max Lemcke recuperó su historia en el documental “Billy”, en el que da voz a algunas de sus víctimas.
Billy el Niño fue un personaje legendario del Far-West, un forajido al que tomaron su alias para nombrar a un oscuro policía de la Brigada Político Social. ¿Quisiste ironizar en la película con la enorme distancia que separa al mítico pistolero y al mediocre torturador?
Evidentemente tiene toda esta ironía en la búsqueda de poner en entredicho la apropiación indebida del mito, de Pacheco, que con su chulería y su violencia, siempre se le atribuyó esta denominación del mítico forajido del western, de las películas de nuestra infancia. De hecho, así arranca la película, como si fuera un western, buscando una posición irónica entre lo que era el mote que Pacheco utilizaba, o que le pusieron, frente a todo lo que nos ha llegado a través del cine, y de la mitología del lejano oeste de este personaje, de Billy el Niño. Claro que intentamos plantear esa ambivalencia.
En tu documental haces una amplia radiografía de la represión en el tardofranquismo, que continuó en la transición, y que se extendió desde las fábricas hasta las universidades, mostrando una imagen muy alejada de la que dibujaron de un país que en los sesenta y los setenta se abría al turismo y comenzaba a ser aceptada en los organismos internacionales. ¿La represión se acentuó para que el régimen no perdiera el control de las calles y pudiera pilotar la transición?
Si, a través de la violencia se intentó ejercer ese control, no solamente durante la dictadura, que es obvio, si no también durante la Transición, que es prácticamente a donde se dirige nuestra película, a hablar de toda esa violencia que se dio en un periodo en el que ya había acabado y empezaba un periodo democrático, o pre-democrático, donde la violencia fue exacerbada, exagerada y obscena, por parte de los mecanismos del estado, de un estado que ya se decía democrático. Fíjate que estamos haciendo esta entrevista hoy, que se celebra la Fiesta de la Constitución, una Constitución por la que lucharon, yo no que era todavía muy joven, otros, y que al final fue una lucha marcada por un periodo muy sangriento, fíjate solamente en los hechos que sucedieron en las comisarias, en Madrid, o en el centro de torturas de la Policía, los hechos de Vitoria y otros en el País Vasco, y en otros puntos del estado donde la violencia estaba a la orden del día. Esta democracia, que nos fuimos ganando a sangre y fuego, fue un poco de esta manera, consumada a través de un acto de una gran violencia.
En la historia de Billy el Niño se ve una continuidad entre el aparato policial del franquismo y el de la democracia, pero también la impunidad con la que se cometieron algo más que excesos policiales -a pesar de lo que decía Martín Villa de “Al fin y al cabo, lo nuestro son errores, lo suyo son crímenes”-, que fueron denunciados hasta después de la transición, y que parte de la sociedad española, como pasó con la tortura, asumió como un mal menor. ¿El mirar hacia otro lado, era el precio obligado a pagar para que se asentara la democracia?
Yo no sé si era el precio a pagar, soy muy joven cuando ocurrieron estos hechos, sin embargo, me parece que a toda la gente de mi generación, y lo he comprobado con generaciones posteriores a la mía, prácticamente no sabe, no conoce que pasó en este momento de nuestra historia. No solamente que aquellas lluvias trajeron estos lodos, si no que aún hoy en día seguimos arrastrando esos problemas coyunturales que no se han resuelto, ni en la Transición ni posteriormente. Cuando nos encontramos todavía, con que los jueces de este país paralizan las instituciones, porque son fascistas, igual de fascistas que eran aquellos otros jueces, es que estamos hablando de que estas instituciones nunca se han limpiado. Puede ser que se hayan limpiado un poco, pero no todo, ya vemos que pasa con la policía, donde están los altos cargos de hace unos años, muchos de ellos han sido juzgados, pero siguen estando ahí, como el comisario Villarejo.
El problema es que no solamente hubo esa continuidad entre la época fascista y la pre-democrática, si no es que todavía hay una continuidad en las instituciones, los jueces siguen siendo fascistas, la policía sigue siendo fascista, entonces ¿cuándo vamos a tener la oportunidad de tener un país democrático, plenamente democrático, con unas instituciones democráticas, con unos partidos democráticos, con una derecha democrática, que respete la democracia, que respete la constitución, que respete las normas que nos hemos impuesto todos? Bueno, pues está por ver, porque todavía tenemos estos problemas enquistados, y que no son ya problemas del pasado, de la Transición. La Transición acabó, pero hay están, por ejemplo, un grupo de jueces que deciden no renovar el Consejo General del Poder Judicial porque no les sale de las narices, porque se empeñan en que el país es suyo. El país lo tienen intervenido una serie de señores, y de grupos que siguen queriendo decirnos como tenemos que vivir.
Las voces de Javier Navascués, Azucena Rodríguez, Gus Alvarez, Lidia Falcón, Josefa Rodríguez o Francisco Rodríguez Veloso, y así hasta sumar una veintena de víctimas de Billy el Niño, son desgarradoras, al recordar los golpes y las humillaciones a las que fueron sometidos, que, en la mayoría de los casos, dejaron profundos traumas. Nos dibujan a un verdadero psicópata, que muchas veces ni tan siquiera perseguía una confesión, sino doblegar física y psicológicamente al torturado. ¿Qué es lo que más te impactó cuando recogiste estos testimonios?
De los testimonios de la gente que pasó por todo eso, lo que más me impactó, es que, a pesar de haber pasado tanto tiempo, seguían traumatizados. Hubo gente que no pudo hablar, hubo gente que nos pidió que no insistiéramos, que todavía no podían decir nada, y luego había otra gente que salió en el documental, como Chato, luchadores eternos, perpetuos, curtidos en todos los golpes que les dio la vida, que tenían esta fiereza, y esa visión amable de lo que había que contar y que seguir diciendo sobre lo que había pasado. Lo que era demoledor era darte cuenta que lo que había pasado aquí nos unía en el museo de los Horrores, en una línea directa, con lo que había pasado en Argentina, en Chile o en la Alemania nazi. Todos esos métodos, en el fondo, tuvieron un elemento común que era el intentar doblegar, exterminar a una parte de la población. A lo mejor aquí no se consiguió exterminar del todo, no en esa época, se exterminó antes, pero de donde venían las ideas primigenias era la misma: el intentar eliminar al contrincante, al diferente, al que quería cambiar la imagen del país, que no lo iban a permitir.
Acaba de aprobarse, no sin resistencia de la derecha, la Ley de Memoria Democrática, que también ha sido contestada por numeroso colectivos memorialistas. ¿Ha traído esta ley algún tipo de reparación a las víctimas de González Pacheco?
No. Ninguna. Porque las leyes, en el fondo, pueden mejorar la vida de los ciudadanos, pero no pueden resarcir esto si no tienen, realmente, una firmeza absoluta. Si hay parte del Congreso que está en contra, y le parece aberrante, y a parte de la sociedad también, estamos siempre jugando a lo mismo, a que hay dos Españas, que no reconocen los crímenes de unos contra otros. Claro, en el fondo, mejor que nada es, el problema que tenemos va más allá de las leyes, es el problema de reconocernos como país, y como ciudadanos que tenemos que vivir en el mismo territorio. Pero hay una parte de nosotros que sigue considerando al resto como enemigos, o sigue considerando que aquello no pasó, o que no fue para tanto, y mientras esto persista, no va a haber el respeto a todas aquellas personas que sufrieron, y sufrieron muchísimo.
Porque, en el documental, estamos hablando de gente muy joven, que empezaban a vivir una vida de una cierta libertad, aunque no vivían en libertad, pero lo intentaban, y luchaban por unos ideales tan básicos como puede ser escuchar la música que quieres escuchar, hablar de lo que quieres hacer o leer los libros que te apetece, no era ni siquiera, aunque algunos podrían tener la idea de cambiar el estado y hacer una gran revolución, pero en el fondo, casi todos eran simples jóvenes que tenían unos ideales, y que hablaban de ellos y que tiraban unos pasquines y que organizaban alguna manifestación. Y a esa gente joven les torturaron como si fueran asesinos en serie, como si fueran lo peor de la raza humana, sometiéndoles a unas torturas impresionantes, que nadie puede imaginar que un ser humano pueda infringir a otro.
Evidentemente no hemos sido capaces, ni a través de las leyes, ni tan siquiera hemos hecho el esfuerzo, como sociedad, como país, de reconocer ese dolor. Y estamos hablando de estas víctimas concretas, de la Transición, ya no hablemos de las víctimas de la guerra civil, de todos los bandos, que también hay que reconocerlos, lo que pasa es que un bando fue más hijo de puta que el otro, y duró mucho más tiempo, y su manera de exterminar iba mucho más allá. Como sociedad no hemos sidos capaces de reconocer ese dolor, y de respetar a las víctimas y de homenajearlas. Y hacemos películas, escribimos libros, damos conferencias, pero, en el fondo, como sociedad, hemos dado un poco de lado a todas estas experiencias terribles.
“Billy” es todavía, a día de hoy, una película incómoda, porque señala a un estado que mantiene víctimas de primera, que merecen todo tipo de reconocimiento, de justicia, incluso de compensación económica, y víctimas de segundo, para las que soy hay olvido y silencio. ¿Son estas víctimas una de las grandes asignaturas pendientes del estado español?
Tenemos esa asignatura pendiente, en cuarenta años, la de reconocer el dolor causado a toda la población civil que no tenía que haber sufrido esos horrores, y no hemos sido capaces ni tan siquiera de hablarlos, de conocerlos. Seguro que ni tú ni yo, ni la generación de mis hijos, han llegado a estudiar ese periodo de la historia más reciente de nuestro país, ni en las escuelas ni en las universidades. ¿Qué nos pasa? ¿Qué problema tenemos por hablar del horror que pasó? Lo que pasa es que hay una parte de la sociedad que no quiere hablar, porque son cómplices de ese horror. Yo no digo que si no ganara el otro bando hubiera sido distinto, aunque me reconozca de izquierdas, soy absolutamente crítico con los regímenes comunistas y socialistas en el mundo, pero hay que reconocer lo que pasó aquí, y hay que hablar de ello. Hay que reconocer a las víctimas, a los hombres y mujeres que lucharon y que murieron por unos ideales, pero no solo por ellas, si no también por nosotros, para que podamos avanzar y dejemos una sociedad mejor a nuestros hijos, a nuestros nietos. Mira en la situación en la que estamos ¿es mejor que hace 30 años? Seguramente no. En cosas estamos incluso peor.
Estamos hablando de los años setenta, de una época dolorosísima, luego en los ochenta todo dio un vuelco, pero ahora tenemos a gente reivindicando el franquismo, ¿Cómo se puede reivindicar eso?. Creo que puedes ser de derechas pero honrado, pero no puedes justificar el franquismo, y tenemos ese problema, que no somos capaces de reconocer el horror del que venimos, y lo celebramos. Que celebramos hoy en día, la Constitución, un régimen monárquico que inhala, como si fuera el espíritu santo, al franquismo, el juancarlismo viene así. El régimen del 78, que festejamos, viene del franquismo, y hay una continuidad absoluta, que no se produce solo en ese periodo, sigue hasta nuestros días.
VOX no surge porque, de repente, aparece la derecha que está escondida, no, viene de la continuidad lógica de todo ese movimiento de extrema derecha que ya estaba implícito en el Partido Popular, y todo ese continuismo sigue presente en la judicatura, en la policía, en las empresas, en el estado, y no nos lo quitamos de encima nunca. ¿Porqué juzgaron a Garzón? Porque quiso echarle mano al franquismo, y se lo cargaron por eso, y a cualquiera que quiera hablar de eso. Porque en España no podemos hablar de lo que ha pasado en los últimos ochenta años.
Yo a mis hijos les hablo de lo que fue el franquismo, pero es la única información que tienen, porque no se la van a dar en la escuela, ni en la universidad, ni en la televisión. Pero esto no debería ser así, debería estar en la educación, en las instituciones, todos deberíamos saber que hubo una guerra civil terrible, una represión, una dictadura, que para llegar a la democracia también hubo muchos crímenes por parte de miembros del estado. Y después, el propio estado, ya con el Partido Socialista, seguía cometiendo crímenes, así que hay que hablar de todo. El Partido Popular también manipuló a la policía para que hiciera determinadas cosas. Pero hay que hablar de todo para saber, de donde venimos, donde estamos y quién queremos ser. Por eso hacemos documentales así, para poder hablar de ello, y reconocer lo que ha pasado. No podemos avanzar sin saber lo que ha pasado, nos quedamos dando vueltas.
El franquismo es difícil de entender si no se ha vivido, pero es verdad que hay que hablar de él para no volver a repetirlo.
Yo tengo un ejemplo que explica el porqué es tan difícil de hacerlo entender y que no se tome a la ligera el asunto. Es lo que ocurrió en un colegio de Aravaca, un barrio de Madrid.
En un Colegio Público ubicado en un edificio privado, propiedad de los jesuitas, llega el día que hay que renovar el contrato y los jesuitas no quieren. El Colegio pasa a ser Privado, con conocimiento de los padres de los alumnos y cambia e tipo de enseñanza. Todo con conocimiento de los padres de alumnos, y quienes no quisieron el cambio tubo que sacar a su hijo del colegio.
El tipo de educación iba a ser la educación nacional-catolicista que se daba en el franquismo.
A mitad de curso mas de la mitad del alumnado terminó en el psiquiatra.
Este caso en su día salió en los periódicos.