Entrevistamos a Matilde Muñoz, militante antifranquista, con quien conversamos sobre su militancia, la represión y la lucha revolucionaria.
Por Angelo Nero
Comenzaste a militar en la universidad, en la última etapa de la dictadura, que no por ello había suavizado la represión, en 1967 la policía arroja por una ventana al estudiante Rafael Guijarro, en 1969 asesinaba de la misma forma al estudiante Enrique Ruano, ¿Cómo era el ambiente universitario entonces y que te llevó el paso a desafiar al régimen entrando en una organización clandestina?
El ambiente universitario en la Facultad de Políticas y Económicas de la Complutense de Madrid, en 1967, era vital, se respiraban aires de libertad, ganas de saber, un gran activismo político antifranquista. Para los recién llegados, como yo, suponía la posibilidad de conocer, de tomar conciencia de lo que no sabíamos, de lo que era nuestra educación, de empezar a acceder a la cultura (literatura, poesía, cine, pintura), de socializar y poder compartir inquietudes. La organización estudiantil más presente y activa era la FUDE, la que tenía unas posiciones políticas que me parecían las mejores.
Por lo que he leído tu familia era muy conservadora, tu padre incluso era falangista de carnet. ¿Qué ambiente familiar viviste y como se manifestó tu rebeldía ante ante aquella sociedad patriarcal?
Mi padre, falangista y nazi, murió cuando yo tenía 4 años. Mi madre trabajaba llevando el negocio que mi padre le dejó: un almacén de escayola y su distribución. Tenía un hermano mayor al que siempre se le consideraba como el “hombre de la casa”. Con todos sus privilegios. Vivía también los sufrimientos, vejaciones, humillaciones que tenía que soportar mi madre trabajando en un ambiente “de hombres”. Todo ello me causaba rabia, lo consideraba injusto. Mi rebeldía me llevaba a poner en discusión nuestra vida cotidiana y las diferencias en las normas que se aplicaban (tareas domésticas, horarios) y que suponían una enorme discriminación. Y las respuestas eran siempre violentas: palizas y castigos. Cuando tenía 18 años me escapé de casa.
Entraste a militar en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), que aunque provenía del PCE, terminó integrándose en el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), junto al PCE (m-l). ¿Por qué te decidiste a entrar en esta organización, en un contexto de dura represión, y en que consistía la militancia entonces?
La FUDE fue abandonada por el Partido Comunista, y sus militantes abandonaron el PCE. A partir de 1964-65 fue dirigida por el PCE(m-l). En el momento en que el PCE(m-l) lanzó la iniciativa de creación de un Frente, el FRAP, la FUDE formó parte del Frente. Entré en la FUDE porque era la organización más combativa y radical, porque sus militantes me caían mejor. La militancia consistía en discutir las políticas universitarias, las posiciones de las asambleas, la participación en el Sindicato de Estudiantes, en hacer panfletos y distribuirlos, en hacer pintadas, en organizar y participar en las manifestaciones, en defendernos de la policía. Era una organización clandestina, aunque los activistas de la facultad nos conocíamos, no sabíamos quiénes eran los compañeros de otras facultades ni sabíamos cómo estaba estructurada la organización. Yo era una militante de base.
El primer punto programático del FRAP declaraba su intención de “derrocar la dictadura fascista y expulsar al imperialismo estadounidense de España mediante la lucha revolucionaria.” ¿Estabais decididos a emplear cualquier medio a vuestro alcance para conseguir estos objetivos?
Si. Estábamos convencidos de que para derrocar la dictadura fascista era necesaria la lucha revolucionaria, la lucha armada. Y eso estaba claro en los 6 puntos programáticos del FRAP y en su emblema: la bandera republicana con un fusil. Y la historia nos ha dado la razón. La dictadura no fue derrocada, no hubo ruptura sino una transición que dio lugar al régimen del 78.
La primera denuncia vino por parte de tu hermano, y te mandaron seis meses a un convento de clausura. Parece el argumento de una película, pero, entonces era una película de terror ¿no es verdad?
Cuando me escapé de casa (salí corriendo porque me esperaban en el portal con un garrote), mi hermano me denunció a la policía política, porque parece que en la comisaria no le daban tanta importancia. Vinieron y registraron mi habitación, cogieron libros y una libreta de teléfonos. Empezaron a llamar a mis amigos. Muchos de ellos militantes. Así que, junto a los compañeros, decidimos que tenía que volver, porque aquello se estaba convirtiendo en un problema más gordo… Era menor de edad y no podía hacer nada. Me presenté en la comisaria de mi barrio, y expliqué que me había ido de mi casa porque estaba harta de que me dieran palizas y que los libros “prohibidos” me los habían pasado en la universidad, pero ni los había leído porque eran unos rollos… La policía me acompañó a casa y cuando llegamos lo primero que hizo mi hermano fue levantarme la mano, así que los policías dijeron que no me podían pegar y que si lo hacían yo tenía que ir a decírselo a la comisaria… !Me defendieron!. Y el “consejo de familia” decidió mandarme a un convento a Calatayud.
No es una película de terror, es lo que había. Así era. Y la verdad es que lo vivíamos con tranquilidad y sin victimismo.
De vuelta a la universidad te involucras más aún en la militancia, en una época en la que las movilizaciones eran continuas. ¿Actuabais en la clandestinidad o erais más o menos conocidos por el resto de los estudiantes?
De vuelta a la universidad seguí militando, pero también me puse a trabajar, porque mi familia decidió no darme dinero. Así que mi actividad en la universidad disminuyó. En la Facultad se sabía quién era de la FUDE, aunque es verdad que teníamos a muchos simpatizantes y quien lo veía desde fuera no sabía bien distinguir. La organización era clandestina pero nosotros éramos activistas que nos dejábamos ver en todas partes… En 1968 me casé y al año me fui con mi marido a Turín, con una beca de estudios que conseguimos a través de Tierno Galván. En ese periodo viajaba a menudo entre Madrid y Turín, y aprovechaba los viajes para llevar paquetitos de Ginebra a Madrid y viceversa. En uno de los viajes un camarada de Ginebra me preguntó si era del PCE(m-l) y le dije que no. Aunque compañeros de la FUDE se reunían conmigo para discutir la línea y los estatutos del PCE(m-l), nunca me consideraron apta porque era feminista y foquista (defendía la guerra de guerrillas), es decir, pequeño burguesa.
Tu compromiso feminista también te llevó a militar en la Unión Popular de Mujeres, una organización impulsada por el PCE (m-l) y con la que hacías cosas que nadie imaginaba, en un contexto de dictadura, como paralizar desahucios. ¿Era el contacto con las mujeres de los barrios y de las fábricas una buena toma de tierra para poner en la práctica sobre lo que habías teorizado?
En Turín estuve militando en un colectivo feminista (1969-70). Así que cuando regresé de Italia ya era militante del PCE(m-l) y me encargaron formar parte del activo de la UPM en Madrid. El activo era una célula del Partido que dirigía la organización. Éramos cuatro, una de ellas era Juana Dona. La UPM era una organización de mujeres con autonomía. Y clandestina, claro. Nuestro periódico se llamaba Liberación. Lo hacíamos, como las octavillas, pegatinas, carteles, con “vietnamitas”. Teníamos grupos organizados en muchos barrios y en fábricas. Yo militaba en el barrio de Palomeras, allí había un nutrido grupo de mujeres que trabajaban limpiando y fregando también fuera de su casa y que vivían en casitas autoconstruidas (había quien las llamaba chabolas). La especulación edilicia quería expulsar a la gente de sus casas, así que una de las luchas era evitar los desahucios. Tarea de las mujeres. El objetivo de la UPM era la liberación de la mujer, lo que implicaba no solamente luchar por sus reivindicaciones sino también llegar a lo que hoy llamamos empoderarse, tomar conciencia de que su situación no es algo personal sino social, colectivo, político. La experiencia de militancia en la UPM ha sido enriquecedora, muy bonita y muy positiva. Pero la dirección del PCE (m-l) decidió disolverla en la primavera de 1973. Los argumentos: era una organización feminista, había que priorizar la organización de clase obrera. Nunca olvidaré aquella nefasta reunión.
En la dirección del FRAP estaba un antiguo ministro de la república, Julio Álvarez del Vayo y en el PCE (m-l) Raúl Marco y Elena Ódena. ¿Cuál es tu opinión sobre estas tres figuras decisivas para las organizaciones en las que militaste?
El presidente del FRAP era don Julio Álvarez del Vayo. Nunca le conocí personalmente. Por su vida y sus escritos, y a través de testimonios de quienes le conocieron, creo que era una persona excelente. Sí he conocido y frecuentado a Raúl y a Elena. Y nunca hablaré mal de ellos. Con Elena he tenido una relación más conflictiva, aunque siempre he reivindicado que en el secretariado del partido (que era colectivo) había una mujer. A Raúl le he conocido más y he tenido buenas discrepancias con él, pero siempre le he tenido mucho cariño.
La manifestación del primero de mayo de 1973 fue determinante en vuestra organización, por la consigna de defenderse ante la represión. ¿Cuáles fueron los efectos inmediatos de esta decisión? ¿Este fue el germen de la apuesta por la lucha armada para derrocar al régimen por parte del FRAP?
La decisión de defendernos de la policía durante la manifestación del 1 de mayo de 1973 en Madrid fue tomada unánimemente y los militantes y simpatizantes del FRAP acudieron a ella conscientes de lo que suponía. En los enfrentamientos con la policía hubo muchos heridos y un policía de la brigada político-social murió. La represión se desencadenó. Cientos de detenidos. Entre ellos dirigentes de las organizaciones. Yo no creo que fuera “el germen” de la apuesta por la lucha armada para derrocar al régimen. La apuesta estaba ya en nuestro programa.
Ejército popular, lucha armada, terrorismo, grupos de combate, la terminología es amplia, pero la mayoría de las veces está al servicio del relato. Creo que es estéril el debate sobre si una organización es terrorista o es un grupo de liberación, ya que depende siempre desde que altura de la historia se mire, pero ¿Cuál era el modo de actuación del FRAP, y que lo diferenciaba de otros grupos que se enfrentaban entonces a la dictadura con acciones armadas?
Se crearon los grupos de combate integrados por militantes (hombres y mujeres) voluntarios, que llevaban a cabo las acciones que consideraban factibles. Nuestra idea era que las acciones fueran impulsoras de una lucha revolucionaria de masas, no de una minoría. Y era un periodo en el que las luchas crecían y se radicalizaban.
En septiembre de 1973 te detienen, y te llevan a la Dirección General de Seguridad, donde conoces al policía de la BPS Antonio González Pacheco, Billy el Niño. ¿Cómo se produjo tu detención y como fue tu paso por esa terrible centro de torturas de la Puerta del Sol?
Me detuvieron en la calle cuando acudía a una cita del Comité en el que militaba. La zona estaba tomada por la policía y me cogieron con otra camarada. Me metieron en un taxi. Intenté escaparme, pero me agarraron por la falda, que me desgarraron. Llegamos a la DGS, en la Puerta del Sol de Madrid. Allí estaban ya los otros miembros del Comité. Me recibió Billy en Niño a bofetadas. No preguntaba nada, solo pegaba. Y los tres días los pasé pues como todos los que hemos estado allí. Resistiendo y esperando que se acabara. Estuve casi siempre en los despachos de arriba, aguantando. Me aplicaron corriente eléctrica en los tobillos, me tuvieron de pie firme durante muchas horas golpeándome las rodillas cada vez que consideraban que las doblaba… Me propusieron colaborar con ellos a cambio de dejarme en paz, me enseñaron unos grandes álbumes de fotos para que reconociera a gente… Todo salpicado de insultos y vejaciones. Lo peor es que pierdes el sentido del tiempo y del espacio. Te hacían sentir que estabas en sus manos, que se iban a vengar y que podían hacer contigo lo que quisieran. Eran impunes.
Y después de tres días en el infierno, después de pasar por el Tribunal de Orden Público, te mandan a Carabanchel. Muchos de los compañeros y compañeras que he entrevistado, me confesaron que cuando entraban en la cárcel era un auténtico alivio. ¿Tu también eres de esta opinión? ¿Qué fue lo que te encontraste en Carabanchel?
Llego a la cárcel de Carabanchel el 4 de septiembre de 1973. Las mujeres estábamos en un módulo pequeño que llamaban “el psiquiátrico”. Dos pisos, celdas grandes comunes y celdas individuales, un patio muy pequeño, un comedor con una televisión en blanco y negro. Desde el segundo piso se veía la calle, un solar y las casas de Eugenia de Montijo. Y llegar fue un verdadero alivio. No había celdas de aislamiento, así que la llegada suponía encontrar enseguida a las compañeras, recibir abrazos, ropa limpia, poder ducharse…. Las presas políticas estábamos junto a las no políticas, todas mezcladas incluso en las celdas. Todas las políticas éramos del FRAP. Teníamos todo en común: el dinero, la comida, los jabones… En nuestra comuna había también presas no políticas, encarceladas por drogas, asaltos a mano armada, robos, prostitución. Las madres estaban en otro edificio y pasábamos por su patio para ir a comunicar. Allí estaba una mujer enfermera condenada por hacer abortos. En la cárcel pasábamos todo el día muy activas: gimnasia, seminarios, charlas con las no políticas, reuniones…. Y cantábamos, dos compañeras tocaban la guitarra…Lo peor era el frio que hacía.
Al salir de prisión, una beca en Turín te permite hacer de correo de la organización, e incluso llegaste a hacer entregas en Ginebra, donde estaba el comité ejecutivo del PCE (m-l), ¿Cómo viviste esa etapa en el extranjero, asumiendo mayores compromisos con la organización?
Salí de la cárcel a los seis meses con la libertad provisional. Para la militancia había un periodo de cuarentena antes de retomar de nuevo contacto. Encontré trabajo, me alquilé una habitación. Llegado el momento de reiniciar la actividad política, el Partido me encargó ir a Italia. Me dieron un pasaporte falso y con trenes llegué a Milán. Allí tenía una cita con el camarada que me esperaba. Tenía que ocuparme de coordinar toda la actividad de la organización del Partido, del FRAP, de la solidaridad, de las relaciones con otros partidos y organizaciones, con la prensa, con las personalidades…
El 27 de septiembre de 1975 el régimen asesina a tres camaradas del FRAP, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y también a dos militantes de ETA, en la que sería la última ejecución del franquismo. ¿Cómo viviste aquellos dramáticos días de septiembre y que efectos tuvo sobre vuestra organización?
Cuando empezaron las peticiones de pena de muerte para muchos de los procesados políticos, en Italia hicimos una campaña importante de solidaridad con los presos políticos. Fue un gran esfuerzo de todos los militantes y simpatizantes para frenar la represión del régimen. Una campaña dirigida a todos los italianos, a todos los partidos políticos, a todas las organizaciones, a la prensa, y que recibió gran apoyo y solidaridad. En el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos que formamos, estaban personalidades del Partido Comunista, del Partido Socialista, de los Brigadistas Internacionales de la guerra, de los Partisanos, y personalidades como Elio Basso, Sandro Pertini, Pietro Nenni, Rafael Alberti y María Teresa León. Logramos romper con la línea del PCE que pretendía aislarnos. Durante un mes y coordinando a las diferentes organizaciones, logramos que todos los días hubiera una manifestación delante de la Embajada en la Plaza de España. Pasolini interrumpió el rodaje de su última película para venir a firmar a la mesa que recogía la solidaridad con los procesados y la petición de no aplicar la pena de muerte. El 27 de septiembre de 1975 Franco mandó fusilar a tres camaradas del FRAP y a dos de ETA. La noticia la supe volviendo en tren desde Bolonia a Roma. Fue terrible. Esa misma tarde las organizaciones de izquierdas habían convocado en Roma una manifestación nacional en solidaridad con Portugal. Me llamo Renzo Rossellini para que fuera a hablar al palco en la Plaza del Pueblo. La plaza estaba llenísima de gente y la indignación y la rabia contra la dictadura franquista era incontenible. Afonso dedico su Grandola Vila Morena a nuestros compañeros. Cuando terminé mi emocionada intervención, una gran parte de los manifestantes marcharon hacia la Embajada. La policía intentó reprimirlos y hubo horas de guerrilla urbana en el centro de la ciudad.
Los fusilamientos tuvieron un impacto tremendo en toda la organización. Y al mes siguiente murió Franco, murió matando, como había empezado su dictadura. Y toda la situación cambió muy rápidamente.
El FRAP, en un momento dado, llegó a ser una organización con una implantación grande en varias zonas del estado, no solo en Madrid. En Vigo, desde donde escribo, me consta que sus militantes eran muy activos, de hecho, en esta ciudad nacieron Sánchez Bravo y Humberto Baena, al que se le sigue rindiendo homenaje todos los años. ¿Es posible cuantificar la militancia del FRAP?
No puedo cuantificar la cantidad de militantes del FRAP. No lo sé. Lo que puedo decir es que, si en número de militantes no éramos los más numerosos, si éramos los más activos.
Hay un estudio, “FRAP, Memoria oral de la Resistencia Antifranquista”, de Mariano Muniesa, publicado en 2015, que recoge muchos testimonios de sus militantes. ¿Es esta una buena aproximación para los que quieran saber más de esta organización? ¿Qué otras lecturas nos podrías recomendar?
No hay muchos trabajos sobre nuestra historia. Sin duda recomendaría el libro de Riccardo Gualino, Una temporada en España. Riccardo era militante del PCE(m-l) y durante 40 años mi compañero, mi marido, el padre de mis hijos y una persona muy muy valiosa.
La represión se cebó con el PCE (m-l) y con el FRAP, en el franquismo, y en el posfranquismo, así como con otras organizaciones a la izquierda del PCE, ¿Había un plan diseñado por los arquitectos de la Transición para que la izquierda más combativa desapareciese?
La transición fue muy difícil para nosotros y para mi también personalmente. Cuando volví a España en 1976, con Riccardo, pude recuperar mis documentos. Fui amnistiada. Pero Riccardo, que ya era mi compañero de vida, en cuanto italiano, seguía teniendo vigente una orden de expulsión desde 1969, tras estar casi cuatro años en la cárcel. Estando en Madrid y militando los dos, le detuvieron tres veces, una de ellas estuvo desaparecido 10 días. Y cada vez le expulsaban. Seguíamos viviendo clandestinamente. Decidimos tener un hijo y nos tuvimos que ir a parir a Italia, porque yo estaba casada y no queríamos que nuestro hijo resultara automáticamente como hijo de mi primer marido. Le reconoció Riccardo y yo resultaba como “madre que no quiere ser nombrada”. Intentamos legalizar su situación, pero fue imposible. Los aparatos del Estado eran los mismos. En 1981 Riccardo se enfermó gravemente y decidimos volvernos a Italia. Solo después, con la aprobación de la ley, pude divorciarme, casarme con él y reconocer a mi hijo, que ya tenía cuatro años. En 1982, tras ganar las elecciones el Partido Socialista, logramos que le retiraran la orden de expulsión.
Continuaste militando en el PCE (m-l) hasta que en 1981 te fuiste a vivir a Italia. Después de una militancia tan intensa, en un tiempo en el que esa militancia se pagaba con la tortura y con la cárcel, incluso con la vida, ¿Cómo ha sido tu vida después? ¿seguiste involucrada en el activismo?
Estoy muy orgullosa de mi vida y de mi militancia. He aprendido mucho, y la experiencia me ha servido en la vida y en el trabajo. Puedo decir que he hecho siempre lo que he creído justo, que he combatido para cambiar radicalmente este sistema. Y aunque creo que fuimos derrotados, no hemos sido vencidos. He seguido con mi militancia y activismo en los movimientos sociales y en el feminismo. Y ahí sigo.
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