Marcelo Garciandía, otra víctima olvidada

El vehículo tenía seis impactos de bala, y cómo no, la versión oficial señalaba al propio Garciandia. Según la Guardia Civil, la víctima habría intentado huir del control de las UAR, “haciendo caso omiso de las señales de alto verbales y con linternas, y de los disparos de intimidación”.

Por Lander Iruin / Zorrotz

Nunca está de más recordar aquellos casos en los que el foco mediático actual no se detiene para quitar el polvo a los acontecimientos que un día fueron portadas de numerosos periódicos. Son casos que se han evaporado con el tiempo, nombres que ya nadie recuerda y acontecimientos que algunos los definirían casi como anecdóticos, sin detenerse siquiera a analizar el poso de sufrimiento que ha dejado cada uno de ellos. En Euskal Herria tenemos a cientos de familias a las que desde las instituciones y ciertos sectores sociales y políticos, se ha insistido en ocultar. Son víctimas, pero no tan víctimas. Como si el umbral del dolor tuviera un medidor, y estas familias no llegaran al mínimo exigible para ser tan consideradas como el resto. A día de hoy, tras décadas exigiendo justicia y reparación, se les sigue omitiendo. Directamente no existen. Nadie les ha pedido perdón por el sufrimiento que han padecido. No hay actos solemnes, ni brillantes placas que recuerden sus nombres. Oficialmente, sus testimonios y demandas no valen nada, con lo que eso supone: siguen sin formar parte del relato.

Uno de esos casos es el de Marcelo Garciandia. Era natural de Alegia, de 37 años y padre de 2 hijos y una hija. Era trabajador de la empresa “Calderería del Oria” y también era conocido por su afición a la pelota. La noche del 16 de octubre de 1982, ya de madrugada, montado en su Citroen Dyane-6 se dirigía por la carretera nacional, y a la altura de Lasarte, decidió parar su coche.Se bajó para limpiar el parabrisas, ya que con el vaho le era imposible tener visibilidad. Garciandia aprovechó el parón, para alejarse unos metros del coche y orinar. Al volver a introducirse de nuevo en el coche, un individuo de los GAR de la Guardia Civil le apuntó de frente y a corta distancia con el arma, y comenzó a dispararle. Garciandía consiguió arrancar y alejarse unos metros, pero el Guardia Civil siguió disparando desdea atrás del coche, realizando siete disparos más, provocando así que el vehículo del joven se saliera de la calzada unos metros más adelante. Las balas afectaron a brazos y antebrazos, hemitórax, espalda y parietal derecho. El vehículo tenía seis impactos de bala, y cómo no, la versión oficial señalaba al propio Garciandia. Según la Guardia Civil, la víctima habría intentado huir del control de las UAR, “haciendo caso omiso de las señales de alto verbales y con linternas, y de los disparos de intimidación”.

Tras estos hechos, la Guardia Civil registró su casa “debido a tener fundadas sospechas de que el herido pudiera estar implicado en actividades a favor de la organización terrorista ETA”. Tras no encontrar nada que involucrara a la víctima con ETA, la Guardia Civil empezó a reconstruir relatos y a contar diferentes versiones.

Cuando mataron a Garciandía, acababa de terminar la primera generación de la guerra sucia (ATE, Batallón Vasco Español, Triple A), que se cerró en 1981 con la detención de Iturbide y Zabala el 5 de marzo, y se estaba a punto de poner en marcha el GAL, cuyoinicio se dio con el secuestro y el posterior asesinato de Lasa y Zabala en octubre de 1983. El atentado contra Garciandia ocurre justo después de una etapa de reestructuración por parte del Estado en la lucha paramilitar contra ETA. En los años 1978-1981, tras la nueva reorganización, sobre todo eran mercenarios los que trabajaban conjuntamente con el Estado. Existían tres tipos de redes con las que colaboraba: la sudamericana, la neofascista italiana y la francesa, a las que también habría que añadir la red de extremistas españoles como los guerrilleros de Cristo Rey. Es aquí donde el Batallón Vasco Español toma una fuerza considerable en las reivindicaciones, y son Cherid y los hermanos Perret quienes llevan el control general de las acciones. En esos 3 años, en Ipar Euskal Herria asesinaron a 6 personas e hicieron desaparecer a otra (Naparra). También hubo un intento de secuestro y 4 atentados más, pero sin víctimas. En Hego Euskal Herria, durante los años 1979-1980 estos grupos armados acabaron con 22 personas, y en la mayoría de los casos, su objetivo principal eran personas o bienes del entorno de la izquierda abertzale.

Pero tras el fin de la primera generación del terrorismo de Estado, se inicia un rediseño de la estructura antiterrorista. Se deja de lado la colaboración con elementos externos como los mercenarios, y es la propia Guardia Civil quien ordena y actúa directamente en las acciones contra militantes vascos, generalmente bajo el mando de Galindo. Los hombres de Galindo e Intxaurrondo, se convierten en un símbolo de la lucha antiterrorista para algunos. Un símbolo completamente jerarquizado que durará 4 años.

A muchos se les olvida o pretenden hacer olvidar, que el terrorismo de Estado ha tenido varios disfraces, protagonistas y etapas. Que ha sido el terror con el que tenían que vivir las 24 horas del día muchísimos militantes independentistas desde la muerte de Franco hasta finales de los 80, con una estructura y un control completamente sistematizado, en forma de siglas oficiales o no oficiales, con acciones concretas o indiscriminadas. Refugiados, sus allegados, simpatizantes de Herri Batasuna, euskaltzales, hosteleros, activistas sociales… todos ellos son víctimas, directas o indirectas, de un Estado que nunca pedirá perdón por los monstruos que llegó a crear en “defensa de la democracia”.

Volviendo al caso de Garciandia, hubo una pequeña victoria. Se trató del primer juicio en Gipuzkoa en el que se juzgó y condenó por homicidio a un Guardia Civil. Los hechos se juzgaron 3 años después de su muerte, en 1985, en la Audiencia Provincial de Gipuzkoa. El juicio se convirtió en un auténtico circo, ya que compañeros de Manuel Guerrero Álvarez abarrotaron la sala vestidos de paisano y profiriendo vivas a España y aplaudiendo a dos testigos dela defensa cual partido de fútbol. Típica muestra de honor a la patria. Juan Maria Bandres, por aquel entonces abogado de la acusación particular, tuvo que escuchar constantes gritos y abucheos como “¡tú defiendes a los asesinos!”.

Manuel Guerrero fue condenado a la pena de seis años de prisión y al pago de una indemnización que sumaba cinco millones de las antiguas pesetas, como autor de la muerte de Marcelo Garciandía. La sentencia lo declaró culpable de un delito de homicidio. De acuerdo con las tesisexpuestas por el fiscal y la acusación, la sentencia consideró un hecho probado que Manuel Guerrero disparó de frente contra Garciandia, cuando este volvía a introducirse en su coche tras su breve parada. Eso sí, pronto llegaría la salida de la cárcel delcondenado, ya que 4 años después, el 30 de junio de 1989, a Manuel Guerrero le concedieron el indulto.

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