Manos ausentes

Puño en alto

Ya se acerca el día.

Ya queda menos para que llegue ese día tan soñado en que una madre con su hijo en brazos -por fin- serán alzados hacia el cielo, gracias a las miles y miles de manos que lucharán unas contra otras, brazos en tensión que se esforzarán al máximo por ser ellos quienes aguanten el gran peso de esa pareja desconocida, ambos con caritas inocentes. Ella tiene el pelo marrón oscuro, un poco rizado. En su cara puede verse una media sonrisa y es que, aunque no lo demuestre, está muy feliz por ver que aún hay esperanza en este mundo.

¿Qué no merece una madre y un hijo? Vivimos en tiempos de crisis -y que tire la primera piedra aquel que no haya vivido en tiempo de crisis, pues- donde la humildad y la humanidad brillan de vez en cuando, como brotes de luz que entran por los resquicios de una persiana que tiene pequeños huecos donde la pasta esta rota. Vivimos tiempos difíciles -y que tire la primera piedra el que no haya vivido tiempos difíciles, pues- donde hay miseria, hambre, pena, soledad, oscuridad. Si no fuera por esos pequeños rayos de luz que entran, podríamos creer que estamos perdidos en este mundo en el que parece que a nadie le importa nada, un mundo donde parece que se nos ha perdido aquello más grande que tenía el ser humano: la humanidad.

Benditos rayos de luz que llegan como la esperanza para este mundo que está en decadencia.

Sonríe mujer, sonríe fuertemente, no pierdas la esperanza.

Como iba diciendo. Se acerca el día.

Casi puedo verlo como si estuviera ahí, presente, como si fuera ahora mismo cuando está ocurriendo y no el futuro. Acércate, quiero que tú también lo veas.

Es lunes 10 de junio de 2019, Rashira hace por fin ese viaje que tanto dinero le ha costado. En casa ha dejado a su esposo y a su hijo mayor, ella viaja sola con su pequeño niño que se llama Amir. Hace frío, todavía no se ven los primeros rayos de sol pero seguro que pronto aparecen por el horizonte. Sí, esos rayos tiene que aparecer tarde o temprano. Rashira está temblando de frío, pero tiembla aún más de miedo. Abraza fuertemente a su pequeño, lo tiene envuelto -sujeto a su cintura y cuello- en una pañoleta que ya se ha rasgado un poco por la mala calidad del tejido. Pero no te preocupes, Amir no podría caerse de su pecho ni aunque cientos de manos intentaran arracárselo. Por si acaso, ella lo abraza con todas sus fuerzas.

Hay mucho viento. El agua de algunas olas, empieza a entrar. Se ha mojado sus zapatos. Le tapa la cara al pequeño Amir para que no coja frío, pero será en vano.

El temblor se hace más grande.

Rashira se imagina por un momento que cientos de brazos salen del agua para sujetar esa barca, para que deje de tambalearse, para que deje de moverse tanto entre las olas salvajes.

Rashira se imagina por un momento que la multitud que los empuja es tan grande que ni siquiera el agua puede verse, que sus zapatos no se mojan, que Amir no pasa frío.

Rashira se imagina que son llevados a una orilla sanos y salvos por cientos de brazos que, a pesar del cansancio, no han parado hasta lograr que ellos estén sanos y salvos. Sanos y salvos.

¡Qué inocente, mi querida Rashira!

La gente empieza a gritar. Gritos y llantos. Viento. Apenas se distinguen las voces. Espera, sí, escucha un momento: “¡Queremos vivir, queremos vivir!” ha dicho una niña pequeña que mira el horizonte esperando que aparezcan los primeros rayos del alba.

Pero los rayos no aparecen.

Lo siento pequeña.

Lo siento Rashira.

¿Dónde están esas miles y miles de manos que luchaban unas contra otras para alzar al cielo a una madre con su hijo?, te preguntas.

¿Dónde están esos brazos en tensión que se esforzaban al máximo por ser ellos quienes aguanten el gran peso de esa pareja desconocida con caritas de inocentes?, reflexionas desconcertado.

¿Han huido? ¿A dónde? ¿De quién han huido?

Sí, para esa última pregunta tengo respuesta: huyen de la razón, del sentido común.

La Virgen del Rocío en ningún momento se caerá al suelo porque los cuerpos de unos contra otros impiden que haya un solo hueco por el que esa estatua pueda rozar el suelo.

Ya sabes, es lunes 10 de junio de 2019. Te prometo que no te he mentido.

Claro que Rashira va en una patera con su pequeño.

Claro que la patera se ha volcado.

Cada día pasa.

Claro que cada día hay una madre con su hijo que no sabe a dónde ir, que no sabe qué darle de comer, que no sabe qué va a pasar con su futuro.

Claro que cada día hay cuerpos con caras de inocentes esperando ser salvados por miles y miles de manos, las cuales no hace falta que las alcen al cielo, no, no les hace falta tocar el cielo, les basta con llegar a una orilla sanos y salvos.

Claro que, cada día, esas manos nunca llegan.

Lunes, 10 de junio de 2019.

“¡Viva la Virgen del Rocío!”, se escucha al unísono entre cohetes, llantos de alegría y velas encendidas.

La Virgen del Rocío es llevada por las calles de su poblado a hombros de cientos y cientos de almonteños y otros extraños que se han acercado al ver el espectáculo. Algunos de ellos incluso pelean por ser el primero en tocar ese manto bordado de color de oro, otros lloran porque están demasiado lejos y no puede rozar esa piel de cerámica tan fría y delicada que forma la cara y las manos de la virgen. Se empujan, luchan porque todos quieren llevarla a hombros. Todos quieren alzarla al cielo.

La Virgen del Rocío en ningún momento se caerá al suelo porque los cuerpos de unos contra otros impiden que haya un solo hueco por el que esa estatua pueda rozar el suelo.

La Virgen del Rocio es alzada al cielo, dando la impresión de que vuela, gracias a esas miles y miles de manos y brazos forzosos que sudan y jadean, soportando ese peso sobre sus cansados cuerpos.

¡Ella sí que tiene suerte!, por favor, no se lo digas a Rashira.

Lunes, 10 de junio de 2019, a no muchos kilómetros de distancia, en la orilla del mar aparecerá Rashira con su pequeño Amir, envuelto en una pañoleta pegado a su pecho, ambos muertos, gracias a todas esas manos ausentes.

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