Los marxistas de Biden

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Por Ástor García

Después de que Yolanda Díaz asegurara hace pocos días que la reforma laboral que impulsa “es tan marxista como la que recomienda el Papa, Biden o la Comisión Europea”, en respuesta a unas ciertamente desternillantes palabras de la CEOE, toca hacer unas breves consideraciones sobre lo que implican las palabras de unos y otra.

La costumbre de tildar de marxista cualquier propuesta encaminada a limitar los derechos – aunque sea poquito – de los empresarios viene de lejos, pero es cierto que últimamente se ha ido generalizando entre la patronal y entre los partidos que más defienden a la patronal. Y quien dice marxismo dice socialismo o comunismo, expresiones todas ellas que le han dedicado al Gobierno desde Inés Arrimadas a Rocío Monasterio, pasando por Isabel Díaz Ayuso.

Estas cantinelas seguramente les vienen muy bien para tratar de amarrar a su electorado, para posicionar contra cualquier propuesta del Gobierno al que quieren sustituir a los sectores de la población que hacen caso a sus intervenciones, pero eso no quita que sean unos argumentos de mierda, con perdón (o no).

Sobre todo, cuando el mismo Gobierno al que tildan de marxista está comprometido hasta las trancas con un proyecto general de renovación del capitalismo español que precisamente le viene de perlas a la patronal, traducido fundamentalmente en tres cosas: ampliar la flexibilidad interna en las empresas en su beneficio, abaratar los costes salariales y cargarle la cuenta de todo ello a los recursos económicos públicos que, mira tú por dónde, salen principalmente de los impuestos directos e indirectos y de las cotizaciones que pagamos los trabajadores.

La patronal y sus apoderados en el Gobierno y en la oposición comparten una misma visión general: hay que salvar al capitalismo de sí mismo, hay que hacer lo que sea para que futuras crisis no den al traste con el sistema del que todos se benefician. Hacen sus teatrillos, levantan la voz, exageran sus diferencias y se acusan mutuamente de todo tipo de cosas feas, pero al final coinciden en lo más importante: ninguno concibe otra cosa que no sea el capitalismo. Unos porque está en ello su propia supervivencia como clase, otros porque han dedicado su vida a defender los intereses de la clase dominante y otros porque han dedicado su vida a traicionar los intereses de las clases explotadas a las que dicen defender.

Sea cual sea su motivación, ninguno de ellos quiere que este sistema se vaya al carajo, a pesar de que cada día nos ofrece ejemplos de explotación, opresión, desigualdad, violencia y miseria que justificarían su demolición hasta los mismos cimientos.

La nueva socialdemocracia que tan bien representa Yolanda Díaz, que considera que para ser aceptada entre quienes tienen el verdadero poder necesita desprenderse de cualquier reminiscencia de lo “rojos” que un día pretendieron ser, llega a veces a extremos sonrojantes. Justificar la presencia de España en la OTAN o utilizar como argumentos de autoridad palabras del Papa, el Presidente de EEUU o la Comisión Europea son sólo la punta del iceberg que deja ver cuan amplias son sus tragaderas.

Cuando estén fuera del Gobierno y el Papa, el Presidente de EEUU o la Comisión Europea ya no molen tanto, a éstos sólo se les ocurrirá decir que lo sienten mucho, que se han equivocado y que no volverá a ocurrir. Pero con ellos y con gente como ellos siempre volverá a ocurrir, porque es el papel y el destino de la socialdemocracia.

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