Además de todas las historias que hay dentro de este libro, la más apasionante de ellas, es sin duda la historia de la propia editorial, desde sus inicios hasta hoy en día, sumando tres millones de libros, más de mil títulos y setecientos autores
Por Angelo Nero
“La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado”
EDUARDO GALEANO
La segunda lectura de un libro siempre es un acto de nostalgia, que nos devuelve a aquel que fuimos en la primera vez que lo leímos, por eso solemos ser indulgentes en estos viajes a nuestro pasado, al que, en alguna medida, hizo una parte del que ahora somos, pero, a veces, también es un acto de amor. Cuando leemos un libro de esos que nos atrapan con la pasión que te lleva a devorar sus hojas, con la fiebre de un amante primerizo, dejándote esa sensación inconfundible de que el libro está escrito para ti, es casi seguro de que, en algún momento u otro de tu vida, volverás a sacarlo del andel de la librería desde donde te mira, para recorrer otra vez sus páginas, ya con un amor más sosegado y reflexivo, madurado por el tiempo.
A veces pasan muchos años, décadas, hasta que algo, o alguien, te empuja a volver a leerlo, otras, como en este caso, basta con poco más de tres años para que regrese a ese inventario de lugares comunes que es el excelente “Apología. Memorias de un editor rojo-separatista”, del tafallés Jose Mari Esparza Zabalegi, para disfrutar otra vez de un compendio de historias y personajes que, de forma innegable, tienen que ver con la persona que soy ahora. Porque Joxemari es el alma mater de Txalaparta, esa arma de construcción masiva, que para mí es mucho más que una editorial, ya que con ella he mantenido la relación más larga de mi vida, más de treinta años desde que cubrí aquel boleto en el diario Egin para hacerme suscriptor, y, sin duda, la relación que más alegrías que ha dado en mi existencia como lector.
Pocos amigos me han aguantado durante estos treinta años largos, en los que, aún en los tiempos en los que la crisis económica también me golpeaba, he mantenido mi fidelidad a la editorial vasca, y los cuatrocientos libros que forman la columna vertebral de mi biblioteca particular, como buenos amigos, me han hecho compañía en las tardes de lluvia, me han aconsejado en los momentos difíciles, hemos discutido sobre tácticas y estrategias, y me han mostrado otras realidades que desconocía por completo.
La “Apología” de Joxemari Esparza, es un recorrido por tres vidas paralelas, la de la editorial y la del editor, pero también la mía. Recordando, por ejemplo, a mi paisano Pepe Rei, uno de los autores más celebrados de los primeros años de Txalaparta, transcribía un fragmento enviado desde la cárcel, donde lo había enviado Garzón: “Me he colocado conscientemente al lado de los que luchan por dejar oír su voz de igual a igual, de aquellos que piensan que ningún hombre es superior a otro hombre y que el futuro solo es posible si hay libertad. Y para procurar llevar adelante mis sueños he elegido la trinchera que está situada justamente enfrente de quienes han convertido el mundo en una mercancía.” Con el injusto cierre de Egin, Pepe Rei puso en marcha Ardi Beltza, y no dude en apoyar la revista con mi suscripción, así como con un nuevo cierre judicial –otra vez Garzón-, a su continuadora, Kale Gorria.
Uno de los motivos por los que he mantenido mi fidelidad a Txalaparta lo apunta Joxemari en una de las últimas páginas de su “Apología”: “Posiblemente sea uno de los catálogos con mayor número de escritores perseguidos, exiliados, torturados y presos. Todos fueron en su día tildados de subversivos, delincuentes, antisociales, violentos o terroristas, y algunos todavía andan en esos lances. A su vez, la mayoría son hoy día reconocidos escritores, líderes indiscutibles, pacíficos ciudadanos, humanistas ejemplares”. La nómina es larga, sólo por nombrar algunos de sus autores internacionales: Eduardo Galeano, Gerry Adams, Gioconda Belli, Che Guevara, Franz FAnon, John Reed, Abdullah Öcalan, Pramoedya Ananta Toer, Marcela Serrano, Manuel Blanco Chivite, Nelson Mandela, Mauricio Rosencof, Omar Cabezas…
Son muchas las anécdotas –algunas de ellas me las recordó comiendo hace unos meses, en mi primera visita a la editorial, en Tafalla- que cuenta Joxemari en este libro, donde no todo el mundo queda bien retratado, como el escritor chileno Luís Sepúlveda, que presumía de haber sido guardaespaldas de Allende, preso de la dictadura, guerrillero, exiliado, y todo resultó falso, desmontado por otra escritora chilena, Isadora Aguirre, que le conocía bien. Sepúlveda fue uno de esos estómagos agradecidos que, desde El País, escribía sobre la cuestión vasca siempre que era necesario. Todo lo contrario, tanto en compromiso como en talento, con el mexicano Paco Ignacio Taibo II, uno de los grandes autores de novela negra de Txalaparta, donde también hay que destacar a otro chileno, Ramón Díaz Eterovic, que nunca me canso de recomendar.
Pero, además de todas las historias que hay dentro de este libro, la más apasionante de ellas, es sin duda la historia de la propia editorial, desde sus inicios hasta hoy en día, sumando tres millones de libros, más de mil títulos y setecientos autores, a pesar de la implacable persecución mediática. Más de treinta años levantando una barricada de libros a(r)mados, pues, como bien escribe Joxemari en las últimas líneas del libro: “las armas más poderosas siguen estando en el corazón de los pueblos, en las cabezas rebeldes y en los libros, a la espera, como decía Etxebarrieta, de los vientos favorables. Merece la pena luchar. Y merece la pena todo cuando se ha leído y luchado.”
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